miércoles, 18 de agosto de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA. XXIII bronca


XXIII – Bronca

Dos días antes de la novillada de Colmenar Viejo, Omar decidió ir a la playa, a ver si la brisa del mar y el calor le reanimaban, porque anticipaba que el fracaso de esa lidia iba a ser sonado, dado que había perdido no sólo el impulso sexual, sino las ganas de comer, que ya era decir.
Eligió la playa que había ante el edificio donde vivía el Cañita, a ver si tenía la buena fortuna de que le viera y se compadecía de él. Tomó un par de baños, retozando sólo un poco, porque nunca se había atrevido a nadar mucho rato donde no se hacía pie. Permaneció la mayor parte del día echado en la toalla boca abajo, acechando la puerta de Manolo Rodríguez. En ningún momento lo vio salir ni entrar. Al anochecer, cayó en la cuenta de que no había comido a lo largo del día y, lo más grave, continuaba sin sentir hambre. Y más grave aún, en todo el día no había tenido una sola erección a pesar de las numerosas muchachas que tomaban el sol en topless. Estaba perdido. El sueño del toreo había terminado.
Cansinamente y cabizbajo, tomó el autobús de vuelta a Cártama.
-¿Has ido a verlo? -preguntó su madre.
-No. Bueno, sí, pero creo que no estaba.
-¿Lo llamo yo?
-Ha terminao, mamá. No quiere ni verme.
-¿Cuándo vas a contarme lo que le hiciste?
-Yo no hice ná. Es que...
-¡Que no hiciste ná!. ¡¡Que no hiciste ná!!. Como si yo no te conociera. Don Manuel ha sido un santo pa ti, y ahora me dices que, por las buenas, se ha convertido en un demonio. ¿Qué le habrás hecho?
-Ná, mamá. Sólo que yo...
Sin añadir nada, la madre marcó el número de teléfono del Cañita. No obtuvo contestación.
-¿No tiene móvil don Manuel?
-Sí, pero casi siempre lo lleva apagao.
-Dame el número.
Lo marcó y tampoco hubo respuesta. Dejó un mensaje:
-Don Manuel, soy Carmen, la madre de Omar. Que, mire usted, yo estoy la mar de preocupá, porque el niño no me come, casi ni habla y está de un enmorecío que da pena verlo. Yo no sé qué estropicio le habrá hecho a usted, pero sea lo que sea, estoy segura de que ya está arrepentido. Se lo juro por la Virgen de los Remedios. Hombre, haga el favor de hablar por lo menos conmigo. El niño está más triste que un entierro y yo, ¿qué quiere usted que le diga?; sé que se habrá ganao esto, porque hay que ver lo sieso que es mi niño a veces, pero, mire, don Manuel...
Se echó a llorar y cortó la comunicación.
El padre, ocupado en la finquita que tenía a medias con su hermano, no podía acompañarlo a Colmenar Viejo y fue la madre la que decidió que viajaría con él. Cuando Omar se sentó en el Talgo 200 tras colocar la bolsa con el vestido y los trastes en el portamaletas, sabía que la novillada de Colmenar Viejo sería la última. Otra vez devolverían vivos los toros al corral y jamás querría nadie del toreo tener nada que ver con él.
-¿Qué le hiciste? -preguntó Carmen por enésima vez en los últimos nueve días.
-Namás que...
-¿Qué?
-Ná.
-Si no eres lo bastante hombre pa decir las cosas claras, no sé cómo tienes el valor de creerte que puedes ponerte delante de un toro.
-Es que...
-Mira, niño, dímelo de una vez, o...
-Cogí una enfermedad de ésas...
-¡Te voy a matar! ¿Quién te la pegó?
-Unas guiris, en la playa de Ibiza.
-¿Más de una? ¡Niño!, pero tú qué te has creído...
-No me puse eso... y...
Sin mediar palabra. Omar recibió cuatro bofetadas. Encendido, agachó la cabeza.
-¿Todavía lo tienes?
-No; ya se me ha pasao. El Cañita me llevó al médico y las inyecciones que me dio me lo quitaron en dos o tres días.
-¡Con razón! Todavía, encima se gastó el dinero en llevarte a un médico... y seguro que era de los caros. Lo que tenía que haber hecho don Manuel es dejar que te pudrieras vivo. ¡Eres un mamarracho, niño! ¡Ya verás la que te va a dar cuando se lo cuente a tu padre...!
-No, mamá, por favor...
Llegados al modesto hotel situado frente a la estación, la madre se sentó junto al teléfono. Estuvo marcando el número del Cañita durante cinco horas, cada diez o quince minutos, y nunca respondió.
-Hay que ver la negación que eres, niño. Ese hombre debe de estar pasándolo fatal, y a ver si no le habrá dado algo. Capaz que está en el hospital, y sería por culpa de los disgustos que tú le das.
Omar hizo un puchero y, sin poder aguantarlo más, se echó boca abajo en la cama, llorando entre hipidos, tan desconsolado y agitado como cuando era niño.
-Eso, ahora, llora. Está visto que no tienes... ¡eso!
-Yo... no creía que... se iba a dar cuenta...
-Pero, majareta de mierda, ¿no has pensao que no se trata de que no se dé cuenta?, que la cosa es que no hagas lo que no tienes que hacer. Ese hombre te ha tratao mejor... que tu propio padre. Tó un año aguantándote, tó un año consintiéndote... ¿A que no te ha puesto la mano encima?
-¿Pegarme? ¡Qué va! A ver.
-Pues que sepas que yo le he dicho un montón de veces que, de vez en cuando, te diera un guantazo, porque sé de más lo vaina que tú eres, que no sé cómo puede caber tanta chalaúra en un corpachón tan grande. Y el hombre, ha tenío la prudencia de no pegarte. Yo en su lugar...
-Mamá -suplicó Omar llorando a lágrima viva-, yo no quiero torear mañana...
-¿Ahora vienes con ésas? ¿Qué quieres, que encima tengamos que pagar la multa? Aunque tenga que llevarte a punta de pistola, tú toreas mañana, ¡como que me llamo Carmen!
Omar se giró en la cama, quedando el posición fetal; fingió que dormía para que su madre no continuara mortificándolo. Todavía escuchó muchas veces cómo, en susurros, continuaba ella intentando localizar al Cañita por teléfono. Poco a poco, insensiblemente, y agotado por el llanto silencioso, fue quedándose dormido.
El Cañita estaba allí, en la orilla de la playa que había bajo su casa, con los pantalones arremangados para que no se le mojaran en el rebalaje. Vaya, menos mal; le sonreía.
-Soy un sieso, don Manuel.
-No lo sabes tú bien.
-Tengo tan mala pipa, que no sé cómo me aguanta usted.
-Pues mira, ya que lo dices, sí que eres un poquillo malapipa. Pero, ¿qué quieres que te diga?; te he cogío voluntad.
-Me gustaría que mi padre fuera como usted.
-Si yo fuera tu padre, ya te habría vuelto la cara del revés a bofetás.
Aunque el viejo forzaba una expresión severa, sabía el muchacho que era fingida y que, en el fondo, sonreía. También sonreía el sol, que caía sobre sus hombros como un manto de tisú dorado, porque la confianza incondicional del Cañita le ungía como soberano de los ruedos, un número uno como Dominguín en sus buenos tiempos. En una punta de la bahía, allá por El Palo, las colinas se difuminaban por la calima húmeda como un espejismo y, en la otra, la blanca Farola parecía a punto de marcarse unos pasos de verdiales. Todo en el panorama sugería la placidez que estaba inoculándose en su espíritu, una placidez nacida de la seguridad de que ese hombre todopoderoso sería perpetuamente su amparo. Podía confiar en él, jamás le abandonaría. Gracias a él, ascendería la escalera por la que se alcanzaba el paraíso donde vivían los hombres que escapaban de la mediocridad. Sin él, si don Manuel no hubiera tenido la ocurrencia de asistir a aquella boda celebrada con una capea donde tuvo la fortuna de conocerlo, su destino hubiera sido el de un campesino torpe, sin ambiciones ni consciencia de sus posibilidades.
-¿De verdad cree usted que voy a ser figura?
-Pudiera ser, pero no quiero que sueñes imposibles, porque luego llega el tercio de despertares y puedes encontrar inesperadamente cerrada la puerta de los chiqueros y quedarte sin dientes del topetazo.
-No me gustaría que se llevara usted una decepción conmigo.
-De ti depende.
-Es que... si usted me echara, estaría más perdío que el virgo de la Bernarda.
El Cañita sonrió.
-Mira, Omarito, ya eres casi un hombre, y de aquí a un cuarto de hora ya no vas a necesitar a un viejo como yo para nada.
-¡Qué va, don Manuel! Siempre me hará falta su sabiduría.
Cuando Omar descubrió que no estaba en la playa, sino en la modesta cama del hotel, suspiró sonoramente y volvió a llorar. Contuvo los gemidos y giró el cuello para contemplar a su madre en la cama vecina. Dormía con los labios fruncidos. ¿Qué iba a hacer esa tarde, en Colmenar Viejo, sin el blindaje que representaban las palabras que le gritaba el Cañita desde el burladero?

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