viernes, 31 de diciembre de 2010

SOBRE LA "CUESTIÓN VASCA"



SOBRE LA
CUESTIÓN VASCA
Durante los años vividos en la América hispana, observé por todas partes con angustia y desconcierto los efectos residuales de un fenómeno que, por las trazas, se dio en todo el continente antes, durante y después de la independencia: para exaltar a las masas, generar simpatías internacionales y conseguir adhesiones y medios, los poderes insurgentes tenían que criminalizar a la metrópoli, atribuyéndole las peores perversidades, porque era el único modo de obtener el respaldo mayoritario para unas tesis que muy pocas veces tenían otra textura ideológica que las mezquinas ambiciones personales y, en ocasiones, el resentimiento de los "libertadores".
De resultas de tales campañas, los españoles (no aquéllos, sino los actuales) somos caníbales, brutos y retrasados mentales en Argentina, ladrones en toda la ribera del Pacífico, sádicos en Venezuela y exterminadores en México.
A propósito, vale la pena recordar una anécdota que, creo, protagonizó Camilo José Cela: harto en el país azteca de que un guía le reprochara cuánto habíamos robado y masacrado los españoles, le preguntó: "¿Cómo se llama usted de apellido?", a lo que el guía respondió: "Rodríguez". Comentario del escritor: "Pues todas esas barbaridades que usted dice, las cometieron sus antepasados y no los míos, porque yo soy español, precisamente, porque mis tatarabuelos no vinieron aquí".
El poder propagandístico de la leyenda negra inducida llega hasta nuestros días.
Se da por cierto que la colonización española fue la más depredadora, pérfida y cruel de la historia, en vez de reconocer que todas las colonizaciones fueron iguales (y alguna, particularmente la inglesa, mucho más etnicista que la nuestra).
Tal poder continúa tan vigente, que muchos intelectuales españoles asumieron esa leyenda como dogma hace ya muchos años. Lo más pernicioso es que los periodistas españoles en general, y sobre todo los jóvenes (redondeada la infiltración de la deformadora mentira por los guionistas de Hollywood), la consideran una verdad incontrovertible sin plantearse dudas ni reflexionar, y así se percibe en el abordaje de las cuestiones americanas por la prensa española contemporánea un profundo sentimiento vergonzante de culpa, entre golpes de pecho "por lo canallas que fuimos".

El fenómeno se reinventa en Euskadi
América está llena de nombres vascos. Eran vascos, del Bidasoa, los astilleros donde se armaban los galeones del comercio con América y fueron vascos gran parte de los aventureros que cruzaron el Atlántico en busca de fortuna, lo que seguía ocurriendo en el siglo XX.
Yo les he visto antiespañolear activamente por doquier y he asistido en primerísima fila al envío de cuantiosos fondos desde una presidencia bancaria a Eta, en San Juan de Luz. En 1972 y sin chantaje.
Con tales antecedentes y con los tentáculos resultantes, seguramente es de América hispana de donde el nacionalismo vasco ha importado el diseño de su campaña de calumnias, que viene aplicando perseverante y eficazmente desde la instauración de la Democracia. "Calumnia, que algo queda", deben de pensar, y tanto queda, que ya se aprecian dos efectos muy sintomáticos:
A) Se manifiesta en los medios el hartazgo del pueblo llano de toda España, de manera que "vamos a darles lo que quieren... que allá ellos". Las llamadas al programa de María Teresa Campos y muchas cartas al director apuntan en tal sentido.
B) Son muchos más de lo que sería aceptable los periodistas que, basados en el espíritu de equidad, independencia y neutralidad que se enseña en la universidad, dicen ya que "hay que ser ecuánimes y tratar de entenderles". Lo hemos visto incluso en la comida de Primera Plana cuando asistió Pío Cabanillas. Muchos periodistas, sobre todo jóvenes (y generalmente los de menor solidez cultural, que son mayoría), han dejado de plantearse que no se puede ser neutral entre el ladrón y el tribunal que le juzga.
Tales actitudes no son sino los efectos que el terrorismo y el nacionalismo radical (y no sólo el radical) vienen procurando desde los delirios de Sabino Arana. Este personaje, tan próximo por fechas y por motivaciones a algunos "libertadores" de América, destiló resentimiento (y, por su biografía, frustración personal e indefinición erótica) en unos escritos que modernamente son la biblia del nacionalismo vasco, paridos cuando los vascos emigraban a Málaga para trabajar como criados.

El terrorismo y el racismo aranista
están consiguiendo lo que pretenden.
Encuentro tantos paralelismos entre el proceso hispanoamericano de los siglos XVIII y XIX y lo que se manifiesta ahora en Euskadi (y en menor medida en Cataluña), que supongo que no seré el único en advertirlo. De la inexistencia de menciones a estos paralelismos, deduzco que no es conveniente hablar ni escribir de ellos en público.
Los que buscan la segregación de Euskadi manejan una maquinaria propagandística formidable, constante y tesonera, desde hace muchos decenios. Lo que en épocas de menor libertad de expresión tenía poquísimas probabilidades de ser recibido como mensaje por la población, ahora se difunde con fluidez sin trabas, porque el periodista libre no ha sido educado para autocensurarse, de manera que reproduce sin críticas ni reflexión los mensajes propagandísticos de los segregacionistas. Así, se difunden ideas tan embusteras como:
El conflicto vasco. (Un "conflicto" exige de que haya dos partes enfrentadas y no únicamente una parte agresora de la otra).
Miembros legales de los comandos.
Hay otras soluciones que la policial. (La alusión peyorativa a lo policial soslaya el hecho de que la policía actúa por orden y al servicio del estado de derecho).
No nos entienden. (Esta referencia es tan elusiva y deliberadamente despistadora como las de todos los grupos religiosos que aluden a "misterios insondables" que los seres humanos no podemos comprender) .
Necesidad de diálogo (¿Para qué está el parlamento?).
Inevitabilidad de un proceso histórico que ya se comienza a percibir como imparable.
Lo malo es que estos mensajes, dirigidos a seducir a un público "pueblo llano" que, supuestamente, no reflexiona y los engulle como ruedas de molino, están siendo recogidos, digeridos y dinamizados por informadores profesionales. A pesar de esta evidencia, Arzalluz no para de calificar de "manipuladores" a todos los medios que no le jalean, con lo que niega y anula la mayor ante sus "clientes". Pese a que casi toda la prensa española sirve, aunque involuntaria e inconscientemente, los designios segregacionistas, éstos han logrado que los medios no independentistas sean considerados en Euskadi completamente increíbles.
Sin embargo, salvo los que sufren en carne viva los zarpazos del nacionalismo, todos los que escriben últimamente sobre la cuestión vasca parecen "robotizados" por los conceptos inoculados por la propaganda vasconacionalista. Una propaganda estudiada, organizada, meditada y puesta en funcionamiento orgánico, sin contrapartes detectables.

Necesidad de contrapropaganda
El examen más elemental de lo que viene ocurriendo en el País Vasco conduce a creer que se debe organizar un servicio inteligente de contrapropaganda.
Y da la impresión de que no existiera. Desde mi ingenuidad, supongo que será mentira lo que afirman Arzalluz y Anasagasti sobre el financiamiento de iniciativas ciudadanas (pero si fuera cierto, estaría muy bien hecho, aunque no sea suficiente).
Los estados formalmente más democráticos del mundo tienen sus servicios de propaganda más o menos secretos, y algunos muy secretos, sobre los que periodistas muy bien informados callan o hacen la vista gorda, para evitar alusiones a Goebbels y demás, porque es lícito proteger la democracia y el orden social con armas que a nadie perjudican aunque no sean transparentes.
Viendo que los periodistas, aunque de buena fe, se convierten en propagandistas de los designios de Arzalluz, Egibar y Otegui, conviene que exista algún ámbito (carente por completo de apariencia gubernamental), desde donde se difundan ideas que contrarresten tales designios.

Recursos contrapropagandísticos
Los lemas propagandísticos de estos independentistas no se pueden desarmar de frente. La descalificación frontal no obtendrá jamás resultado propagandístico. No se puede oponer la lógica al desatino creíble. No se puede explicar que "el conflicto norirlandés no tiene nada que ver con el problema vasco", porque mientras se entra en explicaciones, que son largas por exigencia intelectual, la credulidad antitética ya ha asumido la "verdad" contraria.
El pueblo llano tiende a creer con mayor facilidad al aparentemente débil que al que tiene el poder formal, el Gobierno. Para la masa no analista, el Gobierno lo puede todo y los demás, por brutos y desalmados que sean, siempre están en desventaja.
Por lo tanto, hace falta mucha sutileza para conseguir que se propaguen sin resistencia ideas neutralizadoras de las propuestas segregacionistas.
Creo que puede hacerse, aunque nunca desde algo que tenga apariencia de gubernamental ni institucional.
Conviene que los españoles (y sobre todo los vascos) dejen de creer que los vascos son superiores, desterrar ideas primarias e indocumentadas, como "no hay en el mundo puente colgante más elegante que el de Bilbao". Hay que difundir rápidamente la evidencia que defienden la antropología y los estudios modernos sobre el genoma, de que todos somos esencialmente iguales y convencer de que cuando un viejo padece demencia senil, como Arzalluz, aunque sea vasco es tan loco como cualquier loco en cualquier otro lugar.
Aparte de difundir contraargumentos, conviene desmontar el argumento convenciendo de la falta de crédito del argumentador:
Arzalluz dice locuras porque está loco (fácil de demostrar).
Arzalluz es un mentiroso compulsivo que miente con cinismo incluso, y sobre todo, a los vascos (facilísimo de documentar, p.ej. con el caso de la revista mexicana).
Anasagasti es veleidoso e inconsistente (muy fácil de demostrar).
Eguíbar tiene un coeficiente intelectual cercano a la subnormalidad (relativamente fácil de demostrar).
Ibarreche es débil y pusilánime (muy fácil de demostrar).
Otegui es una marioneta manejada desde las cloacas terroristas (facilísimo de demostrar).
Otegui es un terrorista confeso (documentado).
Actuar con ironía y con gracia es mucho más efectivo que hacerlo desde el dramatismo, aunque éste sea necesario además de inevitable. Sería de una efectividad demoledora emplear el humor, la ironía, el sarcasmo, la ridiculización y la caricatura para desmontar el entramado propagandístico independentista. (Cualquier observador puede constatar con cuánta efectividad usa Arzalluz
tales recursos ANTE SUS INCONDICIONALES).
Simultáneamente, habría que evitar el menor motivo al resentimiento colectivo de los vascos y al individual de estos personajes, con relación a la "institución" España.

Recursos legales
Da la impresión de que unas veces por oportunidadd sociológica y otras, por prestigio internacional, no se emplean todos los recursos legales de que dispone el Gobierno y que están claramente previstos en la Constitución. Supongo que ello está bien y es conveniente. Pero pudiera haber recursos legales nuevos que, usados con sutileza y con su sola existencia, ayudarían a desarmar la propaganda independentista. Cito un ejemplo:
Europa tendría que incluir entre sus principios el de que ningún territorio segregado de un estado miembro pueda acceder a la Unión Europea antes de transcurridos cien años desde la segregación. Naturalmente, se trata de una norma cuya aprobación no debería ser propuesta por Francia ni el Reino Unido ni, mucho menos, por España. Pero nuestro Gobierno debería ser capaz de convencer a un estado libre de sospecha, como, por ejemplo, Luxemburgo, de que la presentara en Estrasburgo.
Lo que creo que es suicida y muy malsano para la autoestima y el futuro común de los españoles es que las cosas sigan como van, sin contrarrestarlas. L.M.

jueves, 30 de diciembre de 2010

EL PADRE DE LA REINA

En este cuento difícilmente clasificable y que no tengo claro todavía en qué colección incluir, describo una escena relacionada con el negocio editorial que es imposible que ocurra en España, donde según aseguran periodistas y libreros, ninguna editorial paga de modo legal los derechos de propiedad intelectual de los autores.
Como mi caso, que llevo cuatro meses de agonía, tanto funcional como de salud, a causa de que la editora de mis cuatro últimas novelas, Roca Editorial, no me ha pagado correctamente DURANTE SEIS AÑOS. Tras años de precariedad indescriptible, ahora estoy lo que se dice en las últimas, y ni por esas. Como los elefantes que m buscan su senda final, he vuelto a Málaga creo que a morir.

Ocurre algo en el relatoque se da en las mejores familias, y que muchos "enterados" conocen al dedillo, pero la "discreción" se impone y nadie habla de ello. Reproduzco lo tres primeros folios

EL PADRE DE LA REINA

Yalma Benaroch tiró el libro contra el suelo y lo contempló deseando que ése y todos los ejemplares ardieran espontáneamente, que se convirtieran todos en ceniza y se volatilizaran. Le ahogaba la ira. Tomó el auricular del teléfono.
-Quiero demandar a George Williamson. Hay que conseguir que retiren esta porquería de la circulación.
-Puede costarte una fortuna, Yalma -le advirtió el abogado-. La editorial no le hubiera permitido publicar esas cosas si él careciera de pruebas de lo que afirma. Tanto el autor como la editorial tienen que sentirse muy seguros para haberlo publicado. ¿Por qué no me dejas que te arregle un encuentro con Williamson?. Eres lo bastante astuta para sacar conclusiones. Si después de hablar con él sigues queriendo demandarlo, entonces lo haremos.
Después de interrumpir la comunicación, Yalma recogió el libro del suelo. Volvió a leer el párrafo:
"Todos sabían en París que León Benaroch, el rey del acero, le hacía regalos extravagantes al modelo Dino Correnti. Fue la última de las grandes aventuras de Benaroch antes y después de casarse, pero seguramente fue la más intensa. En los círculos parisinos se comentaba con sorna que Correnti manipulaba a Benaroch como un pelele y hay constancia de que le sacó más de un millón de dólares en regalos. Benaroch se alimentaba sólo de cocaína durante la etapa final de la relación, porque no podía soportar las veleidades y las traiciones de Correnti, que, en esa época de los años cincuenta, era la estrella más fulgurante de los salones de París"

La residencia de George Williamson parecía la de un millonario bohemio reconvertido en hippy. El jardín, abandonado a la arbitrariedad de la naturaleza, presentaba el aspecto de una selva virgen, de tan intrincado y umbrío. La casa estaba pintada de muchos colores, con algunos paneles de fachada cubiertos con murales que reproducían visiones del fondo del mar al estilo pop; anémonas, algas y corales estilizados, atravesados por bandas onduladas de azul y blanco entre las que flotaban burbujas y peces esquemáticos entre numerosas medusas transparentes. El domicilio de alguien muy vicioso que, supuso, pasaría el tiempo bajo los efectos de la droga
Williamson acudió a saludarla en bata. Aunque sabía que tenía más de sesenta años, Yalma admiró su buen estado físico; las piernas desnudas bajo la bata parecían las de un hombre de treinta y su cuello carecía de pliegues; por la humedad de su pelo y las gotas que brillaban en sus tersas mejillas de cuarentañero, supuso Yalma que acababa de salir de la piscina.
-Intuyo la razón de su visita -dijo el escritor.
-Ustedes los escritores sensacionalistas no imaginan el daño que puede causar lo que escriben a familias enteras. Mi madre tiene una crisis, y sabe usted muy bien lo que eso puede representar a los sesenta y cinco años.
-Créame que lo lamento, pero yo suponía que usted estaba al corriente. Su padre jamás se distinguió por su discreción. Este asunto de Correnti fue uno más. Tanto antes como después de casarse con su madre, sus aventuras gays fueron muy notorias.
-¡Calumnias!.
-Lamento que piense así. Como había previsto el objeto de su visita desde que su abogado me propuso el encuentro, le he preparado estas fotocopias. ¿Ve? ¿Reconoce la letra de su padre?
Yalma cogió las fotocopias sujetas con una grapa. En efecto, la letra parecía la de su padre.
-¿Por qué no me consultó?
-¿Avisar a la reina del acero de que iba a publicar confidencias sobre las andanzas de su padre, andanzas que los que lo trataron conocen tan bien? No me parecía ser indiscreto al escribirlo y usted habría tratado de impedirlo.
-Desde luego.
Yalma sorprendió una misteriosa chispa de ironía en los ojos del escritor.
-Lea estas cartas, señora Benaroch.
-¿Quién tiene los originales?
-Están a buen recaudo. Puede imaginarlo.
-Sí, lo imagino. ¿Puedo llevármelas?
-Para eso las he preparado. Léalas, por favor; va a descubrir que más bien he sido muy discreto en mi libro. Demasiado discreto. Aunque lamente que haya sido por esta causa, celebro mucho conocerla; créame si le digo que hacía muchos años que lo deseaba. Es usted tan bella como esperaba.

Sentada ante el escritorio de su despacho, Yalma Benaroch consiguió superar a duras penas el recelo que leer las cartas le producía. Williamson las había dispuesto en orden cronológico:
19 de abril, 1954.
Querido Dino:
Desde que volví de París no puedo dormir. El recuerdo de tus manos en mi cuerpo permanece vivo sobre mi piel, como si todavía estuvieras a mi lado.
Apenas me concentro en el trabajo. Esta mañana, han venido el notario y los abogados para la lectura del testamento de mi padre y casi no me ha impresionado comprender que desde este momento soy el nuevo rey del acero. Lo único que me importa eres tú, tú, tú.
Hace un rato, he ordenado que te entreguen un pequeño obsequio. Cuídalo, porque el diamante pesa kilate y medio y lleva mi sangrante corazón dentro.
Escríbeme en seguida. Quiero saber si he acertado con el calibre de tu dedo anular. Dudo que me haya equivocado Me sé de memoria hasta el último rincón de tu adorada persona.
Te quiere,
Leo

4 de febrero , 1955
Querido Dino:
Mi madre no para de agobiarme con el apremio de que me case.
Imagina. ¿Cómo voy a casarme? ¿Con una mujer, yo? Como no nos pongamos a bordar...
Noto en tu carta cierta frialdad. No pareces el mismo que hace quince días me abrazó por la cintura mientras contemplábamos París desde la torre Eiffel.
¡Qué difícil es conseguir que me escribas! Sólo guardo dos cartas tuyas de estos años y ahora trazas unas pocas palabras sólo para hablar de dificultades. Por favor, escríbeme contándome lo que piensas de nosotros, diciéndome que me quieres: es la única manera de creer que te tengo cerca cuando no puedo volar a tus brazos. En cuanto a esas dificultades, no te preocupes, las resolveré; siempre contarás conmigo, siempre, siempre.
Te llamará mi agente en País el lunes próximo. Le he contado que realizas trabajos de investigación de nuevos mercados para la empresa. Solventará tus problemas.

martes, 28 de diciembre de 2010

proyecto "UNA HISTORIA MÍTICA DE MÁLAGA"

LA HORA DE 3.000 AÑOS
Una historia mítica de Málaga, original de Luis Melero

COLECCIÓN QUE ESTOY ESCRIBIENDO para promover el conocimiento y difusión
de las nociones esenciales de la historia de Málaga
y el litoral de Alborán, mediante relatos fantásticos
–aunque no imposibles- sobre elementos auténticos de la
historia antigua, plasmación en narraciones de leyendas y
tradiciones, o recreación amena de hechos que han sido
registrados por la historia, aunque sólo esquemáticamente.
Así, podré difundir nociones de la historia “seria” de modo ameno, y documentar a las nuevas generaciones sobre la antigüedad real, multi milenaria, de los poblamientos de la vertiente Sur Penibética.

lunes, 27 de diciembre de 2010

domingo, 26 de diciembre de 2010

prensa: DIVERSOS REPORTAJES SOBRE MISLIBROS

EL MUNDO, 16 de mayo de 2006

¿Y SI FUE UN IMPOSTOR?

En su libro "Colón, el impostor" (Temas de Hoy), el escritor Luis Melero novela las costumbres y los ambientes de la España de finales del siglo XV imaginando qué pasaría si se descubriera que Crístobal Colón conquistó el Nuevo Mundo gracias a las indicaciones de un viejo marino que había llegado antes allí. También fantasea con la posibilidad de que hubiera sido amante de la reina Isabel la Católica. Aquí se muestran las luces y las sombras de un hombre que contribuyó a que España tuviera uno de los imperios coloniales más importantes de la Historia. A través del marinero Alonso Sánchez de Huelva, secretario personal del almirante, se conocen los fracasos del descubridor en busca de apoyos y subvenciones en sus visitas a las distintas cortes europeas: Portugal, Francia, Inglaterra y España, donde consiguió de los monarcas las capitulaciones de Santa Fé.

***

LA RAZÓN, 15 de mayo de 2006

«LUIS MELERO: "CRISTOBAL COLON FUE UN "PLAYBOY"»

Melero, que está prolífico, acaba de publicar también la novela histórica "Los pergaminos cátaros" (Roca Editorial). "Seríamos más felices, buenos, sociables y dignos si fuésemos cátaros, y no me cabe ninguna duda de que no habríamos padecido las guerras de religiones, ni la inquisición, ni las dos grandes guerras mundiales. Pero los tacharon de herejes y fueron exterminados. Sus preceptos eran la humildad, la pobreza y el respeto". El escritor los considera los hippies del siglo XII; "La mujer tardará aún años en conocer la igualdad que vivieron los cátaros".

- Acaba de presentar "Colón. El Impostor" (Temas de Hoy). ¿Impostor?
- Sí. Se inventó un personaje porque tenía que ocultar quién era: parece que antes de presentarse ante los Reyes Católicos fue corsario y probablemente combatió contra naves de Fernando. Era muy conocido en los puertos canallas del golfo de León: Cerdeña, Marsella, Mallorca...
- Un golfo en el golfo. No es verdad, entonces, que fue pío, religioso.
- Inventó su religiosidad como un modo de acercamiento al poder.
- No parece que quisiera descubrir tierras para evangelizarlas...
- Eso le pedían, pero él lo hacía para demostrar que tenía razón. Le dolía mucho que se burlaran de él por decir que había una nueva ruta, por ir a Oriente.
- Ya. Y dicen que no era verdad que fuera tan buen marinero...
- Era un buen teórico, pero sus compañeros de viaje denuncian errores de bulto en el manejo práctico de los barcos.
- Un personaje misterioso...
- De antes del 1492 no se sabe nada. Ni su nombre ni su edad. Parece que conocía la ruta a seguir porque alguien se la había contado. O porque ya hubiera estado en América antes del descubrimiento oficial en 1492.

Un caso de psiquiatra

- Un hombre que creó su propia leyenda, por lo que usted cuenta.
- La creó y la alimentó. Era un mitómano, un gran mentiroso. Mintió siempre. Era un fabulador. Y ciclotímico. Un caso de psiquiatra.
- Cuenta que no supo digerir su éxito y que fue un gobernante nefasto...
- Sabía llegar a la meta, pero no sabía cobernar. No era político ni diplomático. Era más bien exaltado. Metía mucho la pata.
- Dice que era encantador con los poderosos y tirano con los subordinados...
- Sí, así era. Si no hubiera navegado con él Martín Alonso, que le protegió, la marinería lo habría arrojado al mar.
- ¿Era en verdad irresistible para las mujeres?
- Eso parece.
- No me diga que sedujo a Isabel la Católica...
- Es muy probable que así fuera. La reina era muy atractiva, en contra de lo que dice la leyenda. Y Colón tenía fama de ser un gran amante. Fue un "playboy", un Porfirio Rubirosa de aquellos tiempos. Escaló muchos peldaños a través de las camas.
- ¿Qué sabemos con exactitud de la vida de Colón?
- Lo único real es que viajó de Palos a Canarias en 1942, y que allí se quedó un mes con Beatriz de Bobadilla, doncella de la reina, antes de partir hacíaAmérica.
- Una ventura para preparar la aventura. Dice usted que fue un visionario algo alucinado. ¿Y un genio?
- Un hombre muy inteligente, casi genial. Se equivocaba en lo pequeño, no en lo grande.
- Escribe que era intratable, irascible...
- Sí, un auténtico bronquista. Seguro que además de una mujer en cada puerto, tenía peleas en todos ellos.
- En fin, ¿qué nos cuenta usted de Colón que no se supiera?
- Lo referente a la preparación del primer viaje, de dónde le llegó la información de la ruta a seguir. Creo que se la dio Alonso Sánchez de Huelva, un piloto de Palos que navegaba con los Pinzones y que había naufragado "en grandes islas más allá de las Azores".
- ¿Qué le ha sorprendido más de todo lo investigado?
- Su capacidad de fabulación. Es un personaje fascinante, para bien y para mal. Un tipo apasionante. Y un misterio.
- Podría haber titulado su libro "El hombre de las seis tumbas"...
- Sí, parece que quiso que hasta su lugar de enterramiento fuera un misterio. Reunir todos los fragmentos de su cadáver sería como encontrar un tesoro.
- Hay casi tantos huesos de Colón como astillas de la cruz de Jesús...

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SUR, 18 de abril de 2006

LUIS MELERO: «A LAS PERSONAS CON RAÍCES POCO HONDAS SÓLO NOS QUEDA LA MEMORIA»

El escritor malagueño regresa a la narrativa histórica con una obra ambientada, en parte, durante la ocupación española por las tropas napoleónicas. 'Los pergaminos cátaros', un libro «con más realidad que leyenda», se publica en marzo

«Si no hubieran sido exterminados, Europa sería otra, y mejor».

Luis Melero defiende el legado de los albigenses en la presentación madrileña de Los pergaminos cátaros.

A los pocos días de su publicación, Roca Editorial saca la segunda edición de la novela.

«La gente les quería y les respetaba, porque mantenían vivo el mensaje de Jesús. Además, apreciaban su percepción de la vida: eran tolerantes con la condición de cada uno, y defendían la igualdad de la mujer. El exterminio de los cátaros retardó 200 ó 300 años el progreso de Europa. Con ellos, no hubiera habido guerras de religión, ni hubiera nacido la inquisición y las dos guerras mundiales no hubieran ocurrido».

Quien con tal vehemencia se expresa es Luis Melero, autor malagueño que, tras el éxito de La desbandá, reincide en Roca Editorial con Los pergaminos cátaros, una historia de hombres buenos.

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EL CONFIDENCIAL, 2006

GLORIA A LOS CÁTAROS

Luis Melero presentó el otro día su último libro, Los pergaminos cátaros (Roca Editorial), el cuarto en dos años si no llevo mal las cuentas, que todo podría ser porque la capacidad de trabajo de este hombre supera a la de Balzac o Galdós. A petición del autor, tuve el honor de leer ese libro –todavía eran folios sacados por impresora– en Fuerteventura, en septiembre pasado. Sabiendo que me encontraba ante un Melero en estado puro, y que eso es mejor no tocarlo, me atreví a sugerir algunas correcciones. En unas me hizo caso y en otras no; acertó, sobre todo en el segundo caso. Es una trepidante historia coral ambientada en el Valle de Arán durante la invasión napoleónica, pero, además de los protagonistas esenciales de la novela –una poderosa mujer llamada Marianna y el atribulado y sorprendente mosén Laurenç–, quienes mandan en el libro son los cátaros unos “herejes” del siglo XIII que se empeñaron en vivir de acuerdo con las enseñanzas de Cristo… y no con las de la Iglesia: por eso se les llama herejes.

Antes de su completo exterminio, los cátaros escondieron en el Valle de Arán algunos documentos “encadenados” (hay que encontrar el primero para dar con el segundo, y el segundo para dar con el tercero, etc.) que conducían hacia su mayor y más preciado secreto. Eso es lo que hacen Marianna, el contradictorio cura y el resto de sus compañeros de proscripción en medio de la lucha contra los franceses… y contra “Guzmán Domenicci”, un enviado del Vaticano del que se sirve Melero para crear un malvado redondo, perfecto, un tipo que a mí, medio en serio, medio en broma, me recordaba a “Mr. Burns”, el viejo mal bicho de la serie Los Simpson.

A estas alturas no es necesario ya contarles a ustedes quién es Melero. Pero sí me gustaría subrayar, o repetir, que este indoblegable malagueño se toma en serio lo que tantos se toman a broma; que sus novelas históricas están construidas con una sabiduría, un esfuerzo y un primor que casi nadie más usa, porque eso cuesta mucho trabajo y es más fácil inventar lo que no se sabe. Que la novela histórica, como género, está cayendo poco a poco en el descrédito a causa de la sobreabundancia de títulos y al poco respeto que los autores sienten por el lector, a quien suelen considerar un bobo que se traga lo que le echen a condición de que haya templarios. Melero es una venturosa excepción. Lean la novela y se darán cuenta de hasta qué punto es así.

***

LA VANGUARDIA, 28 de noviembre de 2005

Y MÁLAGA DESCENDIÓ AL AVERNO

A través de la mirada inocente de un niño se nos revela la pobreza y la violencia que se cernió sobre la ciudad andaluza en la década de 1930.

Caminos abarrotados de padres que llevan a sus hijos más pequeños cogidos de la mano, o en brazos si están enfermos; de niños que lloran de dolor y hambre; de hombres y mujeres con semblante triste, sucio y derrotado con escasas pertenencias; de ancianos y ancianas de mirada cansada y pisar tambaleante... Es el dramático colofón a tres años de locura. Es el exilio republicano de 1939.

Y, sin embargo, este éxodo masivo había comenzado tiempo atrás con el humillante y mortal trasiego humano que habían padecido miles de malagueños al abandonar su ciudad en febrero de 1937, justo ante el avance y ataque de las tropas nacionales. Humillante, porque incluso sin alimentos para los niños más pequeños, hubieron de recorrer por la carretera costera los cerca de 200 km que les separaba de Almería, su objetivo y salvación. Mortal, porque durante el trayecto fueron bombardeados sin descanso por la Luftwaffe alemana, apoyada por la marina italiana. Un capítulo de la encarnizada guerra civil española poco conocido y que el escritor Luis Melero (Málaga, 1942) ha novelado en La desbandá.

viernes, 24 de diciembre de 2010

jueves, 23 de diciembre de 2010

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PAÍS


DEL TURQUESA AL ESMERALDA

En San Andrés, los araneses se paran a esperar el lucero que llaman “Estrella de la Nieve”. Deducen si tendrán año de nieves y, por lo tanto, de bienes, por su brillo que debe reproducir el aspa donde martirizaron al santo. Si la estrella no refulge mucho, vaticinan que el invierno será malo.

En este caso, puede ocurrir que, en mayo, el arcipreste diga señalando la verdísima ladera que se ve por la ventana: ¡Este año el valle es un secarral! Perplejo, el visitante contemplará la infinita gama desde el turquesa al esmeralda, los hayedos y abetales colmados de rebrotes y el riquísimo pasto con pinta de campo de golf gigantesco, y se preguntará para sus adentros de qué habla el buen cura.

Sus vecinos hablan francés, castellano y catalán más su dialecto occitano. Pasan de una lengua a otra como si llevasen en el cerebro chips de respuesta instantánea en cuatro idiomas. Aunque predomina el castellano en rótulos, y todos lo hablan con acento excelente, navegan de lengua en lengua como intérpretes del Parlamento Europeo.

El Valle de Arán es el único de nuestros Pirineos que desagua hacia el norte, en la vertiente atlántica. Aquí nace el Garona, el gran río cátaro, en un paisaje granítico rociado en verano de edelweis nevados. Es Garona desde Beret, pero va recibiendo torrentes del deshielo como Unhola, Nere, Joeu, Varrados o Toran, y lo que en Baqueira es un fogoso riachuelo montañés, en Les, tras un declive de mil metros en treinta kilómetros, es un río respetable surcado de jangadas. Ya no son lo que eran, aseguran en Bossost, antiguo enclave maderero que sobrevive gracias al turismo, pero todavía se ve alguna almadía posando para documentales de TVE2. Entre el deshielo, que jamás falla, y el régimen de lluvias, Arán es un mundo húmedo y vivaz.

Afirman que “preferimos ser gobernados por un rey poderoso, siempre que viva lejos”. Se sienten cómodos siendo españoles y aparte, aspiran a ser sólo araneses. No existe propiedad privada como la conocemos en el resto de España; gozan hace setecientos años de régimen comunal para la explotación de pastos y labrantíos.

Cuentan con su propio gobierno, llamado en aranés Conselh Generau d’Aran. Lo preside un síndico, representado en las comarcas por seis bayles, lo que originó una costumbre curiosa: Jaime II de Aragón les otorgó en 1313 un estatuto que llaman “Querimonia”; el documento lo guardan en un mueble denominado “Armari de les sis claus”, o armario de las seis llaves, porque para abrirlo deben estar presentes todos los bayles, que portan al cuello su llave, distinta de las otras cinco. Por si las suspicacias…



A causa de la nieve, festejan más en verano. Destaca la quema del Haro. En el Mediterráneo encienden fogatas de San Juan, como los Júas de Málaga o las Hogueres de Alicante, pero Aran tiene su propia forma de celebrar el solsticio. Con hogueras… verticales. Por san Pedro, talan un abeto y lo desbrozan dejándole algunos tocones para poder escalarlo, y practican abundantes hachazos a todo lo largo; en las fisuras, clavan cuñas. Lo colocan de pie y lo dejan hasta el 23 de junio del año siguiente, cuando estará seco y arderá como tea. El más multitudinario es el de Les, un pueblo con buenas termas que ya disfrutaron los romanos. También abundan las romerías por recorridos de vértigo hacia ermitas inverosímiles.

Los guisos típicos son el civet y la olla aranesa. El civet es un plato de caza, guisada con la sangre del animal, vino y un conjunto de ingredientes que devienen en una exquisitez inesperada. La olla aranesa es un puchero, contundente como conviene en un valle donde la nieve no se pierde de vista, con algunas aldeas que reciben sólo tres horas de sol al día en invierno.

Hay treinta y dos pueblos, cada uno con su iglesia. De estilo románico en la base, muestran un eclecticismo arquitectónico producto de la necesidad. Valle aislado y remoto, los curas iban construyendo sus templos según Dios les daba a entender. El resultado es un conjunto imperfecto, pero con encanto y misterio.

De San Pedro, en Escunhau, podría hacerse un catálogo de rarezas. Ciertas torres con planta octogonal y aspilleras recuerdan a los templarios, como las de Gausac y Arró. Otras, pasan de la base cuadrada a la octogonal, caso de San Miguel, en Vielha. San Felipe, de Vilac, es un templo notable. También lo es San Andrés, en Salardú, con gran explanada, pórticos, campanario octogonal, ventanales góticos y murales del siglo XVI. El más románico es La Purificación, en Bossost, con planta basilical de tres naves, dos puertas decoradas, capiteles tallados, un ábside espléndido, torre y espadaña.

Más que iglesias de pueblos, en Aran son pueblos de iglesias. Trèdos, baluarte templario, simboliza sin embargo la huella dual de los cátaros con todo por partida doble, además de lo que el topónimo sugiere. Casi al lado está Baqueira-Beret y sus boatos invernales. Más abajo, Vielha, en la confluencia del Garona y el Nere, es una linda ciudad cosmopolita. De ahí en adelante, los pueblos se esconden como centinelas en los escarpes boscosos, como Arros, Vilac, Betlan, Es Bordes y Vilamós. En Bossot, se comienza a intuir la cercanía de Francia en las matrículas de los coches, y ya en Les, cuesta decidir dónde se encuentra uno y cómo decir adiós.

Nadie olvidará jamás un recorrido por el Valle de Arán en verano.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

UNOS CUANTOS CANTES FLAMENCOS CREADOS POR MÍ

Qué canta
¿Qué canta el agua, qué canta cuando acaricia la proa
de tu barca?
¿Qué dijo el agua, qué dijo mientras mis pies se alejaban
de sus rizos?
¿Qué murmuraba?,
pues con tanta ambición no la escuchaba.

SERRANA
En el árbol del que soy
rama cortada
no queda para mí savia.
Para salvarme
puedo, forjador,
injertarme en cualquier parte
de un almendro en flor.

Solo
Una ventana, abierta persiana,
la luz ahí y no consigo abrazarla.
Aquí estoy; Luis, tan sólo Luis y Luis tan solo.
¿Suena el timbre de mi puerta?
Entre el risco, el tomillo y la retama
mi torrente recorrió senda inversa de la mar.
Aunque templado con soles, la luna me dibujó negras ojeras de ausencias.
¿Suena de mi puerta el timbre? No es mi timbre.
La espera desesperada vedó la temperatura a estos brazos exiliados.
¡Impotente acecho!
¿Suena el timbre de mi puerta? No es mi puerta.
Nadie quiere abrir mi puerta.

FANDANGO
Un jazmín cuido plantado
en el balcón de mi casa.
No verdece ni perfuma,
pero sus tallos me hablan
de los mimbres de mi cuna.

Aridez
Yermo dolor infecundo. ¿De qué sirves tú, ay, de qué?
¿De qué color son tus frutos?
¿Quién cosechará la mies?
Tu largo peregrinar por los ríos de mis venas, ¿a dónde te llevará?
Torpe dolor, ciega rabia. ¿Cuándo me liberarás?

TONÁ
Cuando se abren los claros del día
sale a relumbrar
un sol que no caldea mis entrañas, madre,
tan lejos del mar.


Máquina
Llegar, cruzar presuroso el umbral; pasar, decir "buenos días";
mirar airado al que no responde; y seguir.
Así uno y cada día.
Subir, bajar la palanca; pulsar el botón; ya en marcha el motor, pisar el pedal;
cuidar las evoluciones del sedal.
Señor; qué monotonía, qué aburrimiento, qué hastío.
¡Quiero remar en mi huerto!

JABERA
Ese ambicionado mar,
¡cuántas caricias me debe!
Cuántas manos han faltado
en el fuego de mis mieles.
¡Cuántos besos no me han dado!

Manos
Manos fuertes,
recias manos, como un acebuche adulto. Como un algarrobo altivo.
Manos cálidas, tibias manos, engendradoras.
Suaves para estremecer.
Manos como tenazas, las manos,
para frenar las caídas.
Como un tónico, las manos, para endulzar los temores.
Como un refugio, las manos, como un puerto en la galerna.
Como raso en la caricia.
Como una ola en el fuego y como un fuego en el hielo.

PIYAYO
El alma que me has robado
a veces llora sin penas
y a veces, muere en tus brazos.
¡Que sea larga mi condena!

Ventanilla
Stop, pare, prohibido seguir, prohibido aparcar,
prohibido entrar. ¡Prohibido soñar!
Gire a la izquierda; necio, no, ¡a la derecha!
Siga, tuerza; póliza de veinte euros, ventanilla seis.
Suba las escaleras, no olvide las reverencias, golpee la quinta puerta.
Imbécil, ¿tengo que repetirle otra vez que es la cuarta a su derecha?
¿De parte de quién le digo? ¿De Luis, sin apellido?
Puede que esté reunido, veré si puede atenderle.
¿Está solo, dice? ¿Quién dejó a este majadero llegar hasta mi despacho?
¡Usted debe ir al psiquiatra!

ALEGRÍAS DE CÓRDOBA
Preguntaré al cartero, cartero
que cuándo viene,
la carta que a mí nadie, ay, nadie
mandarme quiere.

martes, 21 de diciembre de 2010

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PAÍS SEMANAL, HACE CINCO AÑOS

EL ADN DE CRISTÓBAL COLÓN

Un equipo de la Universidad de Granada ha certificado que los restos de Colón son auténticos, pero esta identificación no aclara todos los misterios. Queda conocer dónde nació, sus orígenes y por qué eligió Palos para iniciar la travesía. El enigma continúa a los 500 años de su muerte.

La historia y el mito se confunden en nuestra percepción sobre Cristóbal Colón. Ahora que un equipo de la Universidad de Granada, coincidiendo con el V Centenario de su muerte, ha determinado que los restos enterrados en la Catedral de Sevilla serían auténticos, pareciera haberse desvelado el último gran enigma colombino, ese misterio cuyo colmo fue la peregrinación interminable del cadáver del descubridor, con una historia de nomadismo tan azarosa, que cinco ciudades, Sevilla, Santo Domingo, La Habana, Génova y Ciudad del Vaticano proclaman ostentar el privilegio de custodiar los restos genuinos. Restos que veces incontables fueron ocultados y salvados de las garras de Francis Drake y otros bucaneros, de las ambiciones de Napoleón y de las vicisitudes del Imperio Español. Aclarado que la porción de esqueleto que reposa en Sevilla puede pertenecer a Colón, quedan todavía demasiadas preguntas sin responder.

Se sabe muy poco del personaje que a finales de 1491 comenzó a cosechar los frutos de su tesón frente a las barreras que llevaba años encontrando en los dominios de los Reyes Católicos. Cuando se alcanzó el 2 de enero de 1492 el que había sido el objetivo primordial de Isabel y Fernando, la conquista del reino de Granada, quedó allanado el camino para el sueño de un hombre enigmático, envuelto en tinieblas, que a pesar de todos los pesares e improbabilidades había logrado el patrocinio de tres poderes fácticos, la Iglesia, la nobleza y la banca. Persistían las reticencias científicas en los cenáculos salmantinos, pero ya habían dejado de ser un obstáculo determinante. En enero de 1492, ese personaje oscuro de pasado turbulento y quizás escabroso, contaba, asombrosamente, con las bendiciones franciscanas y el favor de un converso valenciano, Luis de Santángel, que era quien dirigía la economía de Aragón. En los tres meses siguientes, y en consonancia con los ritmos de la Naturaleza, el proyecto de Cristóbal Colón alcanzó su primavera para ponerse definitivamente en marcha entre la exuberancia frutal del verano. Con la firma de las Capitulaciones de Santa Fe, una inesperada primavera había llegado el 19 de abril para quien tanto esperó, superando todas las pruebas de la paciencia, que no era una de sus virtudes. Pero…

¿Cuáles renglones de su currículum ocultó? ¿Por qué un temor tan patente a que fuese conocido su pasado? Fue deliberadamente impreciso por razones que ningún historiador ha llegado a desentrañar. Innumerables conjeturas tratan de explicar los porqués del misterio; tantas presunciones como historiadores y comentaristas, incluido su propio hijo Hernando. E innumerables han sido, también, las manipulaciones deliberadas y los retoques de la imagen que de él legaron a la posteridad, como si existiese un acuerdo tácito o una voluntad superior que les condicionaba. El personaje que aprendimos en la escuela oscila entre la solemnidad y la piedad, la circunspección y el hieratismo; porta devotamente estandartes y símbolos católicos, y se nos muestra revestido del ascetismo y la iluminación espiritual de un profeta. Pero en cuanto se bucea en los comentarios de sus coetáneos, a las primeras de cambio emerge un hombre sensual, venal, temperamental; un seductor con éxito notable entre las mujeres más influyentes de su tiempo y un cardo borriquero para casi todos los hombres que lo trataron. Su atractivo erótico y su irascibilidad pueden proporcionar pistas de su pasado, aunque no aporten datos esenciales, que nadie conseguirá nunca precisar.

Colón fue amado apasionadamente por muchas mujeres, aunque no parece que él les correspondiese con el mismo ardor. Le favorecía el imán de su cuerpo fornido, su melena rubia y sus ojos claros, pero no parecía dispuesto a dar mucho más. A Felipa Muñiz la abandonó durante largas temporadas en una pequeña y árida isla, yéndose a navegar por las costas de África y el occidente europeo con misteriosas encomiendas de armadores lisboetas de origen italiano. A la jovencísima y bella cordobesa Beatriz Enríquez de Arana apenas le devolvió el favor de engendrar a su hijo Hernando y cobijar varios años a Diego. A Beatriz de Bobadilla sólo le regaló su pasión en la isla de La Palma, durante el mes de agosto de 1942, mientras remoloneaba a la espera de que reparasen La Pinta, probablemente saboteada por su propio dueño, Cristóbal Quintero, que había sido forzado por los Pinzón a sumarse a la aventura. Y con la reina Isabel se le deslizaron indiscreciones nada caballerescas en su diario. Indiscreciones que jamás cometió en relación con sus propios orígenes, porque su resolución de ocultarlos debía de ser obsesiva. Antes de ampararle el favor de los Reyes de Castilla y Aragón, la única certeza sobre el pasado de Colón es que viajó siempre, desde niño; tal vez demasiado niño si creyésemos que de verdad había nacido en 1451, lo que es seguramente más falso que un maravedí de cartón. Navegó sin cesar y no paró de hacerlo no ya hasta su muerte, sino también después de muerto y casi hasta nuestros días. Rumores y testimonios acallados, sin duda, por herederos e historiadores lo sitúan a edad inadmisiblemente temprana en pendencias y actividades non sanctas en Galway, Gascuña, Guinea, las Costas de la Malagueta, Lisboa o el Golfo de León. Pero ¿quién era? ¿Dónde había nacido? ¿Cómo se llamaba?

En ningún padrón lisboeta figura el nombre de Cristóbal Colón, a pesar de que ese puerto, el más activo de la época, fue su residencia estable durante –al menos- la adolescencia, toda su juventud y buena parte de la madurez. Según los investigadores locales, tal nombre no aparece en legajo alguno entre 1451 y 1488, a pesar de que no era socialmente un donnadie. Se casó con la heredera de un íntimo de Enrique el Navegante y contaba con el amparo del superior de la Orden de Santiago, Fernando Martines, que fue, quizá, quien arregló su matrimonio con Felipa Muñiz. Causa pasmo saber que, junto con la autoridad católica, también le patrocinaban dos judíos muy influyentes en la corte portuguesa, el científico Joseph Vizinho y el cosmógrafo español Abraham Zacuto, lo que abona la tesis de Salvador de Madariaga sobre un posible origen hebreo. Y con toda probabilidad se corrió más de una francachela con Juan II cuando éste era virrey de Guinea por delegación de su padre, Alfonso V. A pesar de todo ello, y aunque su hermano Bartolomé tenía un importante negocio de cartografía, antes del descubrimiento no aparece en censos portugueses el nombre con que ha pasado a la posteridad. Todo inclina a sospechar que se debería a una razón simple: no se llamaba Cristóbal Colón. Como marino que había sido desde niño, pudo adoptar el apellido de uno de sus más queridos y pródigos protectores juveniles, el corsario francés Guillaume de Casanove, alias Coullon o Colonne, pues era muy común entre los marinos de la época hacerse llamar por el patronímico con que su capitán era conocido en los puertos. Dato que podría ser uno de los misterios voluntariamente velados por el descubridor, pues hay quien lo sitúa a los veintitantos años capitaneando por su cuenta un barco corsario, contratado por René de Anjou para atacar los barcos del rey de Aragón en el Mediterráneo. De ser verdad, ¿podía revelar a Fernando que había sido enemigo de su padre y que había atacado las posesiones de su reino? Coetáneos de Colón apuntan los nombres familiares de Salvago o Salgado como los auténticos, aunque también hay quien asegura que era hijo de otro íntimo de Enrique el Navegante, un gascón o bretón apellidado Scott que habría participado en el cerco y toma de Ceuta. En este caso, el nombre auténtico sería Pierre o Peter Scott, posibilidad citada recurrentemente por distintos investigadores.

Colón naufragó quizá más de una vez, escuchó con interés los testimonios de otros náufragos, examinó por doquier, de manera obsesiva, los restos de naufragios arrastrados por las olas y cuentan que al navegar observaba el cielo y el mar con ojos alucinados, como luminarias en busca de una verdad por la que tuvo que oír chanzas durante casi dos décadas. Muchos lo creyeron loco y no es una locura suponer que tenían razón, porque si alguien con sus repentes y sus espantadas llegase en la actualidad a la consulta de un médico, lo atiborrarían de Prozac. El más trascendental de los náufragos que trató Colón fue el piloto Alonso Sánchez de Huelva. Es éste un personaje que ha debido de parecer temible a todos cuantos sintieron la necesidad o la obligación de manipular la imagen del descubridor de América. Los historiadores de los últimos trescientos años aluden a Alonso Sánchez como una figura improbable, mítica, evanescente. Un invento de los envidiosos. De modo que ni los más acérrimos enemigos de la epopeya colombina han osado ni se les ha ocurrido rescatarlo para el conocimiento general. Pero antes de ellos, todavía en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega, casi contemporáneo de la Conquista, retrataba al piloto onubense como alguien indiscutiblemente real en sus “Comentarios reales de los Incas”. Relata Garcilaso que Alonso Sánchez, cuyo navío había sido empujado por vientos adversos hacia una gran isla situada mucho más allá de las Azores, llegó tras su naufragio junto a la isla madeirense de Porto Santo a solicitar amparo en la casa de Cristóbal Colón, a quien él y sus compañeros relataron la aventura en tierras paradisíacas al otro lado del océano… “dexándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte, los cuales aceptó el gran Colón con tanto ánimo y esfuerço, que, haviendo sufrido otros tan grandes y aun mayores (pues duraron más tiempo), salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España, como lo puso por blasón en sus armas, diziendo: A Castilla y a León Nuevo Mundo dio Colón”.

¿Por qué llegó Colón a Huelva, a la Rábida? La confidencia de Alonso Sánchez de Huelva ¿podría ser la explicación? Se nos cuentan anécdotas que, como la de las joyas isabelinas “empeñadas”, ofenden la razón; una asegura que llegó por acaso al monasterio franciscano, llevando a su hijo Diego de la mano, a cuyas puertas suplicó a los monjes alimentos para el niño; él, un hombre que disfrutaba en Lisboa de una residencia con muchos criados y estaba emparentado por matrimonio con dos importantes casas nobles. Palos de la Frontera no es un lugar situado en una ruta de paso entre Portugal y España ni, en realidad, en un paso cualquiera a donde se llega por casualidad; es un sitio entre marismas, el mar y una gran ría a donde hay que encaminarse deliberadamente. Además, coincidía que a finales del siglo XV era el puerto español de donde partían las principales, aunque escasas, expediciones de exploración marina. Los cronistas de la época afirman que Palos era una “pequeña Lisboa”, empleando el referente que representaba lo máximo en puertos de Europa. Y además de una comunidad religiosa que de repente y como por ensalmo se afanó con ahínco en el impulso del proyecto colombino, en Palos sentaban sus reales los Pinzón.

No se ha otorgado a Martín Alonso Pinzón el crédito que merece en el descubrimiento de América. Este hombre cincuentón, uno de los más poderosos de Andalucía, próspero y nada necesitado de meterse en berenjenales aventureros, evitó que Colón cometiese errores de libro. Los franciscanos de La Rábida, con el superior Juan Pérez y el estudioso Antonio de Marchena a la cabeza, asumieron el proyecto como propio. Aparte de la indicación de Alonso Sánchez de Huelva, ¿qué argumentos portaba Colón para convencerles con tanta celeridad y tan grande entusiasmo? ¿Traía cartas de presentación del superior de la Orden de Santiago lisboeta? ¿Son veraces los rumores que señalan que en el convento portugués que gobernaba Fernando Martines tenía lugar un intento de resurrección de viejas órdenes gnósticas y militares? ¿Simpatizaban los franciscanos onubenses con ese intento? El hecho es que abogaron por el proyecto colombino no sólo ante los reyes, ante quienes contaban con cierta influencia, sino ante quien podía convertirlo en realidad: su vecino Martín Alonso Pinzón. Por aquellos tiempos, el gran armador andaluz había realizado un viaje de negocios a Roma, junto a su hijo Arias Yáñez. Un amigo de éste ejercía de cosmógrafo en el séquito del papa Inocencio VIII, a punto de ser sustituido por el valenciano Rodrigo Borja, que justamente en el prodigioso año 1492 alcanzaría la tiara papal. El cosmógrafo amigo de Arias les dijo a padre e hijo que tanto Inocencio VIII como el futuro Alejando VI, sentían mucho interés por que “España emprenda la conquista para el evangelio de los extensos territorios que sabemos que han de ser descubiertos en Occidente”. Premonitoria recomendación que se sumó a la “baraka” que amparaba a Cristóbal Colón en aquellos momentos. Así, cuando llegó el descubridor a Palos con varias órdenes reales sumamente delirantes e improcedentes, Martín Alonso Pinzón se hallaba completamente predispuesto. Evitó que los palenses lo arrasaran cuando exigió en nombre de los reyes que ellos armaran por su cuenta dos barcos para ponerlos a su servicio “como castigo por lo mal que os habéis portado con los reyes”. Cuando los palenses respondieron que sí pero que “nanay”, Colón volvió a la carga, con otra orden real que le autorizaba a enrolar forzosamente a penados, que así redimían sus culpas. De hecho, se dispuso a vaciar las cárceles de media Andalucía para emplearlos como tripulantes. Comprendiendo que con tal tripulación y ante lo que les esperaba en un océano cuyo tornaviaje no señalaba ninguna carta de marear, Martín Alonso convenció a Colón de que desistiera con el argumento de que no llegaría a bordo ni a la mitad de la travesía. Sería arrojado al mar, lo que su carácter irascible no haría más que fomentar. El descubrimiento por parte de España del Nuevo Mundo fue posible porque se involucró Martín Alonso Pinzón y porque Colón había conocido años antes a Alonso Sánchez de Huelva. Sin estos dos onubenses, el descubrimiento de América habría sido protagonizado por Portugal, Francia o Inglaterra. Aunque a partir del 3 de agosto de 1492 las crónicas son minuciosas en datos y pródigas en detalles, aún después de esa fecha se produjo un hecho sumamente misteriosa, también insatisfactoriamente explicado.

Los textos y las historias escolares nos cuentan que Cristóbal Colón se presentó en marzo de 1493 en Barcelona, a rendir cuenta a los Reyes Católicos de su descubrimiento. Pero los textos pasan por alto o minimizan dos significativas escalas previas. Antes, habían llegado las dos carabelas supervivientes, la Pinta y la Niña, al solar de sus tripulantes y armadores, Palos. Y estaba justificado el anhelo de los marineros no sólo por las penalidades de la expedición, sino por un susto tremendo que acababan de pasar. El 4 de marzo, por razones que nadie ha explicado satisfactoriamente, Cristóbal Colón decidió fondear en el puerto de Lisboa. Al astuto y redomado Juan II de Portugal le faltó tiempo para mandar prender los dos barcos, que permanecieron encadenados y bajo vigilancia militar más de una semana. ¿Qué pretendió Colón con este acto? ¿Trataba de dar sal en la mollera a su antiguo camarada, el rey? ¿Era su forma de demostrarle lo equivocada que había sido su decisión de no patrocinar la expedición? O… ¿Tal vez quiso poner el descubrimiento en manos del rey del país donde más años había vivido? Juan II, aún en esos momentos, invocó el tratado de Alcobaças, mediante cuya literalidad debía considerarse suya toda tierra situada en las latitudes donde Cuba y República Dominicana reencuentran. ¿Rehusó Juan II el “regalo” por miedo a una guerra contra los que ya se prefiguraban como los monarcas más poderosos de Europa? La justificación de una tempestad para la entrada en Lisboa en el camino hacia Palos no se tiene en pie. Nadie sabrá nunca la verdad de lo ocurrido entre el 4 y el 13-14 de marzo en los cais de Lisboa. Pero es que tampoco llegaremos nunca a saber quién era de verdad el hombre que mandaba aquellos dos navíos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

A MODO DE RELATO-THRILLER

BIOGRAFÍA DE LUIS MELERO PARA NO DORMIR

REGRESÉ DE UN LARGO PERIPLO AMERICANO E INSTALÉ UN NEGOCIO EN Málaga que ha quedado como un hito urbano.

Febrero 1986.- Pedro Aparicio mandó cerrarme el Bar Pepeleshe, en venganza por mis comentarios en el Diario de la Costa del Sol. Años después, el concejal Paco Bóveda me confesó que lo que querían era que yo fuera a humillarme ante Aparicio, rogándole que me permitiera reabrir a cambio de parar de criticarle como el peor alcalde de la historia de Málaga.

LA MISMA NOCHE DEL CIERRE, ESTUVIERON HASTA LA MADRUGADA AMENZÁNDOME POR TELEFÓNO “te vamos a amarrar a las vías del tren, para que te corte los huevos”. Por la mañana me encontré las cuatro ruedas del coche rajadas. Tuve que esconderme en casa de Ceferino Sánchez (entonces todavía poderoso), hasta la hora en que me metí en el tren con rumbo a Madrid

HABÍA LLEGADO A MÁLAGA CON UNA CUENTA EN NUEVA YORK DE DOCE MILLONES DE PESETAS. Los dos encargados que tuve se compraron uno un piso y otro una furgoneta con lo que me robaron. Salí de Málaga con cuatrocientas mil pesetas.

Como todavía conservaba mi vitalidad, en Madrid me puse en marcha trabajando de free.lance en publicidad, y a los dos o tres años monté un estudio de diseño publicitario con el que trabajé muy bien hasta 1992. Cobraba por diseños de envase para Carrefour, Renault y otras a razón de 75.000 pesetas el diseño. La irrupción en 1992 de McIntosh produjo el efecto siguiente: decían enseñar “diseño” cuando lo que enseñaban era a usar la máquina. Pero un montón de adolescentes, trabajando en su dormitorio, empezaron a ofrecer “diseños” a 10.000. Presentándolos “impresos a color”, impresionaban a clientes muy ignorantes. Nos quedamos sin trabajo los 23 estudios de diseño principales de Madrid.

Yo decidí aguantar. Me compré un equipo McIntosh por un millón y medio de pesetas. El día siguiente a la compra salió un anuncio en el país donde MC ofrecía el mismo equipo por seiscientas mil pesetas. A trancas y barrancas, aprendí a usar el “free-hand” y “QuarX”. Pero tenía el siguiente problema: yo tenía una infraestructura costosa, con cinco empleados, pero tenía que competir con aprendices sin talento pero sin gastos, abaratando mis precios. Fui aguantando con las reservas que tenía, hasta que en 1995 dejé de poder seguir. Eso si, pagué todas las cuentas y me fui a Málaga sin nada.

Dos años antes, Antonio Romero me llamó para invitarme a comer en el restaurante de Las Cortes. Ese año, parecía que iba a ser alcalde. Durante meses y muchas comidas en el mismo sitio, no paró de decirme que me necesitaba en Málaga, que Málaga me necesitaba y que yo tenía que ayudar a “sacar Málaga adelante”.

Cuando resultó que la alcaldesa fue la ordinaria de Celia, Romero me dijo que no me preocupase, que iba a conseguir que algún organismo me financiara un proyecto de industria de artesanía que yo le había comentado. Durante año y medio, pasé haciendo antesalas en los despachos oficiales de Málaga… sin ningún resultado. Cuando con el último suspiro de energía que me quedaba monté una tienda de artesanía en Benalmádena, no tenía absolutamente nada. Ya en diciembre de 1996 intenté el suicidio después de una semana sin comer; me lavaron el estómago y, lamentablemente, me reanimaron a las 24 horas. Durante los tres meses siguientes, allí no se vendía un pimiento y comencé a experimentar la vida de mendigo. Como todavía trabajaba con Mc, falsifiqué recetas e intenté el suicidio cuatro veces más. La última, con cuatro cajas de Valium 10. Estuve seis días en coma pero mi familia ni siquiera llamó al médico. Mi hermana la mayor decía que yo fingía.

Entre tanto, un sobrino mío que me había avalado la compra de un Clio, indispensable para llevar adelante el negocio; como llevaba dos o tres meses sin pagar, me amenazó de modo irreproducible. Ante mi insistencia en que no podía pagar “por ahora”, su respuesta fue: sal y roba.

Pocos días más tarde, salí a buscar un sitio desde donde arrojarme (por lo visto, me haría falta veneno de caballo para matarme, porque tengo una resistencia bastante exuberante) Encontré el lugar, un edificio de 9 plantas a la derecha, entrando a Puerto Marina. Tenía un gran espacio diáfano al que se podía acceder. Permanecí casi una hora asomado a la balaustrada del noveno. Da mucho miedo la altura si intentas tirarte, no es el pacífico dormirse en tu cama con 150 pastillas en el cuerpo.

Por mi cobardía, regresé, cogí mis bártulos, llamé a un antiguo amigo de Madrid y me fui alli. No sé cómo pude llegar. Este amigo me acogió en un rincón de su oficina y cinco meses más tarde conseguí trabajo de guionista con Pepe Navarro. Desgraciadamente, a los dos meses Pedro J. Ramírez se cargó el programa y me quedé en la calle- .

Unos meses más tarde, todavía conseguí trabajo con Carlos Herrera, pero sólo duró 3 meses. Intenté toda clase de empleos, inclusive conserje y cosas semejantes, pero a mi edad se es un muerto civil.

Bpublique´seis librfos casi consecutivamente, pero las dos editoriales me estafaron con el pago de mis derechos. Ya sólo me quedaba esperar la jubilación. En España, siempre he trabajado por mi cuenta y figuro haber cotizado como autónomo (el tiempo del estudio, pagaba 107.000 mensuales). Pero esto, por lo visto, no cuenta para la SS. Me atribuyeron la pensión mínima, 475 euros al principio; contaba, sin embargo con los libros míos que estaban vendiéndose bien. Y REPRESENTABAN UN SEGURO PARA LA VEJEZ, EN LO QUE HE TRABAJADO AFANOSAMENTE DURANTE 23 AÑOS.

Tengo muchos padecimientos (LA seguridad Social dicenb que son “cositas”), por lo que resulta asombroso mi aspecto, que por lo visto es el resultado de un fantástico autocontrol desarrollado en los difíciles años de la emigración. Diabetes, próstata, colesterol alto (no mucho), asma, alergia, un infarto cerebeloso el 5 de enero de 2007. La alergia me ha ido afectando progresivamente y el año 2008 fue terrible para mí. Ahogos, ataques de tos que me duraban largos minutos, etc. El médico me decía que soportaría mejor un clima marítimo. Hice cuentas y vi que los gastos serían menores en Alicante y aquí me vine, porque a Málaga he ido muy poco estos años, ya que mis dos enloquecidas hermanas se dedican a parar a la gente por la calle para contarle unas calumnias incalificables. Sólo he ido cuando me requerían para actos.

Mejoraron el asma y la alergia, pero…Durante todo el año pasado,. tuve que ir sobreviviendo con la pensión mínima, porque las dos editoriales me habían estado estafado (un amigo abogado de Madrid presentó los documentos a un colega suyo de Barcelona, especializado en derechos de autor). Según parece, la estafa hasta final de 2008 supera los 123.000 euros.

Ahora, me dispongo a realizar una sentada pública para exigir que me paguen

sábado, 18 de diciembre de 2010

hevia medieval fantasia celta

Hevia pone músuca a la especulación histórica sobre los celtas,que protagonizan mi novela EL OCASO DE LOS DRUIDAS

viernes, 17 de diciembre de 2010

TENGO UN CUENTO SOBRE MENGA

Uno de los cuentos que he escrito narra la construcción de los dólmenes de Antequera.

SE TITULA "LA CABEZA DEL DIOS"

jueves, 16 de diciembre de 2010

domingo, 12 de diciembre de 2010

reportaje sobre mi obra


Luis Melero: 'el poder cátaro merece aún más atención'

El escritor malagueño Luis Melero cree que aún queda mucho por conocer sobre la fuerza y el temor que inspiró en los siglos XI y XII 'la filosofía trascendente' de los cátaros, a los que dedica su nuevo libro, y se confiesa 'obsesionado desde muy joven por ahondar en su espíritu de tolerancia, sencillez y costumbres austeras'.

'Los pergaminos cátaros' es una novela histórica (Rocaeditorial) en torno a 'un misterio del que no se ha dejado de hablar en 800 años', según Melero, que desarrolla en sus páginas el porqué de su convicción de que 'el progreso europeo se retrasó dos o tres siglos' debido al exterminio de esa corriente de pensamiento 'hereje'.

'No sólo no hubiera surgido la Inquisición, ni las burlas a la teoría de la evolución de Darwin -sostuvo este malagueño que estudió en Milán y en Nueva York, autor de títulos como 'Oro entre brumas' o 'La desbandá'-, sino que al ritmo que iban las cosas, la revolución industrial se hubiese adelantado al siglo XVI y se habrían evitado las dos guerras mundiales'.

Melero opinó además que, de permanecer ese modo de pensar, Europa hubiera sido 'sin fronteras', pues no habría conocido 'las ambiciones perversas de reyezuelos que inventan nacionalismos', al entender que 'el nacionalismo, que busca la diferencia para resaltar su superioridad, es en sí mismo perverso creando fronteras'.

En la Provenza o en el Languedoc quedan muestras sublimes del movimiento cátaro, en el que triunfó el género de los trovadores, recordó este escritor, a quien le asalta la idea de 'lo terrible que ha sido para nuestra estirpe el exterminio cátaro, que se debió a ambiciones territoriales y no a motivos de religión como se disfrazó'.

Para expresar todo esto en su novela, el autor se traslada al siglo XIX y a los atroces combates contra el ejército napoleónico en el Valle de Arán, cuyos cronistas le proporcionaron numerosas fuentes históricas.

Ahí muestra a un grupo de guerrilleros -a partir de los vestigios que dejaron en un cueva que les sirvió de refugio-, y crea un arquetipo de mujer, Mariana, 'con esa fuerza e inteligencia que promete poder con todo'.

Mariana, a la que su autor describe 'entre Teresa de Jesús, Mesalina y Agustina de Aragón', adiestra y dirige desde la montaña a los perseguidos con un espíritu cátaro 'capaz de arrastrar al cruel ejército francés y a los poderosos soldados de la Iglesia'.

Para sostener que de pervivir ese espíritu cátaro 'Europa hubiera sido otra', Melero menciona 'la rapidez con que se extendieron los llamados Bogomilos (amigos de Dios) desde Bulgaria hacia el sur de Francia, el norte de Italia y España' o 'el respeto que inspiraban en su entorno, dada su fidelidad al mensaje cristiano de pobreza, humildad o falta de ostentación'.

Su forma de entender la vida, 'tolerantes hacia la condición de cada cual' y la igualdad y preponderancia del papel que otorgaban a la mujer, 'que aún no ha sido alcanzado, ni se alcanzará -aseguró-

en todo el siglo', lleva al autor a preguntarse 'cómo hubiera discurrido la historia si los Cátaros no hubieran sido exterminados'.

Y diferencia su poder 'espiritual y trascendente' del poder de los Templarios, 'económico y guerrero', asegurando que lo nuclear que revisa en su libro es 'estrictamente histórico'. A su juicio, los cátaros estarían próximos a Rousseau o al movimiento hippy, 'aunque su pensamiento fue mucho más avanzado'.

Y como ejemplo del 'amor y respeto que concitaban' recordó la matanza del verano de 1209 en Béziers, pueblo católico con unos 400 cátaros, cuyos 25.000 habitantes prefirieron inmolarse y ser aniquilados por cruzados y tropas del ejército francés antes que entregar a sus 'hombres buenos'

jueves, 9 de diciembre de 2010

DIVERTIDÍSIMA anécdota contada por EL FAMOSO ABOGADO DOROTEO LÓPEZ ROYO



Antes de convertirse la calle de La Ballesta en el estercolero que ahora es, Doroteo llevaba los asuntos legales de siete bares de alterne bastante “potables” que había.

Todos tenían acordado dar mil pesetas al cura todas las semanas, para evitarse homilías contra ellos. De manera que el cura recibía siete mil pesetas semanales para mantener la boca callada sobre la proximidad de las “alternadoras”.

Arias Navarro era Director General de Seguridad.

Habiendo sido traspasado uno de los bares de alterne, el nuevo titular era un policía nacional de los que ya no hay, un policía que creía contar con bula. Cuando se enteró del asunto de las mil pesetas semanales entregadas al cura, dijo que nanay, que él no necesitaba de la protección del cielo.

Cuando el cura vio que se le reducían los ingresos, comenzó con sus puyas desde el púlpito, de manera que otros de los propietarios también se negaron a pagar las mil pesetas. Las diatribas del cura se multiplicaron, hablando de pecados a las puertas de la iglesia y demás. Uno de los feligreses, alguien con influencias, se lo comentó a Arias-Navarro y éste mandó cerrar los siete bares.

Basándose en la inexistencia de delitos o alborotos, pues se trataba de bares discretos, Doroteo lo demandó. Arias Navarro, además de Director General de Seguridad, era procurador en Cortes, por lo que una demanda contra él iba por conductos no muy habituales. Enterado de las fuerzas que amparaban a Doroteo, Arias le ofreció a través del Gobernador Civil reabrir los bares si él retiraba la denuncia. Comenzó un largo tira y afloja de “primero abra y retiro la denuncia”, “primero retire la denuncia y luego abriré”, etc. Etc.

Entre tanto, las ciento cinco personas que el cierre había dejado sin trabajo comenzaron a impacientarse. A fin de favorecer su estrategia, Doroteo los reunió para una original actuación:
Los ciento cinco fueron a confesarse con el cura en cuestión. Todos, llegada la hora de relatar sus pecados, se acusaban de tener “muy malos pensamientos”. A la pregunta de “¿qué malos pensamientos tienes, hijo mío?” la respuesta fue en los ciento cinco casos: “Pues mire usted, padre; es que cada vez que me cruzo con usted ahí al lado, en la calle de La Ballesta, siento unas ganas incontenibles de clavarle una puñalada”. Secreto de confesión.

Los bares fueron abiertos a la semana siguiente y DESPUÉS, Doroteo retiró la denuncia contra Arias Navarro.

martes, 7 de diciembre de 2010

ADRIAN Y ANTONIO


ADRIÁN Y ANTONIO

La ausencia era dolorosa.
El rastro de Kepa latía en todos los objetos del piso. En el sofá de cuero blanco donde había pasado horas y horas hablando por teléfono, en la silla donde se sentaba a comer, en la consola donde le aguardaban todavía cinco cartas del banco, en los cacharros de la cocina que tanto había usado para alardear de su talento culinario y, sobre todo, en la cama, en el lado derecho de la cama del que le había desplazado "porque aquí se ve mejor la televisión".
Cinco años. La relación más larga y más arrebatadora que registraban los cuarenta y seis años de edad que contaba Adrián.
Cinco años que habían representado la serenidad tras una juventud loca. Antes de conocer a Kepa, había jadeado en millares de camas, en la mayoría de las saunas y en casi todos los cuartos oscuros, donde su sexualidad impetuosa le permitía descargar las tensiones acumuladas en el estudio de televisión. Un día, descubrió a Kepa en un plano congelado del monitor de la cámara número tres, mientras grababa uno de los últimos capítulos del programa que le había llevado a la cresta de la ola; al principio lo miró igual que a todos los bailarines, con el ojo crítico de un realizador apremiado todos los días por la necesidad de superarse; terminada la grabación, sin embargo, aquel plano congelado continuaba en su memoria y tuvo que indagar, y luego recurrir a artimañas, hasta conseguir hablar a solas con Kepa, que entendió sin dificultad y sin aspavientos lo que Adrián deseaba, y sin pretenderlo y sin exigírselo, con él había llegado la estabilidad. Adrián abandonó la promiscuidad sin añorarla, porque la compulsión erótica del bilbaíno era tan vehemente como la suya y entre sus brazos encontró gas suficiente para alimentar el fuego sin necesidad de buscar a diario más combustible.
Y ahora, tras cinco años de éxtasis permanente, hacía dos semanas de su abandono. Kepa se lo explicó con naturalidad:
-Cumplo treinta y un años el mes que viene. Es hora de casarme y formar una familia. No se puede vivir esta locura para siempre.
-¿Casarte?
-Tengo novia desde antes de conocerte, Adrián. Nunca me he atrevido a decírtelo, sabía que te iba a sentar mal. Yo la quiero y ahora que he ahorrado lo suficiente, ya podemos casarnos. La boda es el catorce de junio. Me gustaría que vinieras a Bilbao.
Tenía grabado el diálogo en la memoria como si fuera un sketch del programa, como si debiera desmenuzarlo para ir indicando los planos a los cámaras. De haber estado dirigiendo a Kepa en el plató, le hubiera pedido que se mostrase menos tranquilo, más preocupado, en lugar de la indiferencia monocorde con que hablaba; le hubiera ordenado que su tono reflejase el sinsentido de hacer tal anuncio a quien había obligado dos veces a llegar al orgasmo la noche anterior.
Contemplaba la fotografía de Kepa con la misma mezcla de nostalgia y estupor de las últimas dos semanas, cuando sonó el teléfono.
-¿Adrián? -era la voz de Joaquín-. ¿Qué haces encerrado en tu piso un sábado a estas horas? Me estás cabreando. Siendo las doce y media de la noche, pensaba dejarte un recado en el contestador para invitarte a comer mañana, y resulta que te encuentro ahí. Seguro que estás solo y pensando en Kepa como una Penélope enlutada.
La impaciencia de su ayudante de realización había ido creciendo los últimos días, porque notaba su indiferencia y desinterés en el estudio de grabación. Le había bastado preguntarle dos veces por Kepa para descubrir en sus respuestas lo que pasaba.
-Mira, Adrián. Comprendo que te duela tanto. Si mi mujer me dejara así, de repente, sé que me pasaría lo mismo que a ti. Pero, hombre, tú eres mucho más experto y maduro que yo; me parece que deberías ponerle remedio a esta situación. Hay muchos comentarios en la emisora; todos preguntan qué te pasa. Si Kepa te ha abandonado, no puedes arruinar tu carrera por eso. Búscate otro, métete en orgías, contrata a un chapero, lo que sea. Pero no te jodas más, hombre. ¿Quieres venir mañana al chalet?
-¿Mañana?. Estarán tus suegros.
-Creo que sí, pero no son malas personas.
-No me apetece, Joaquín. Cenamos cualquier noche de la semana que viene.
-Como quieras. Pero hazme caso. Sal ahora mismo a echar un polvo, hombre, y no te jodas más.
Colgó el auricular dejando la mano encima. Joaquín tenía razón, debía reaccionar. Kepa no iba a volver, la invitación de boda llegada en el correo del viernes retrataba todos los tintes de la situación convencionalmente burguesa en la que se había dejado atrapar. El tono indiferente del diálogo tantas veces reproducido en su memoria, significaba que se sentía a gusto en tal proyecto de vida y que no iba a echarse atrás. Le convenía hacer caso de Joaquín, salir a correrse una juerga, como en los viejos tiempos.
Pero los cinco años de convivencia le habían deshabituado. Apenas conocía el funcionamiento de la vida nocturna actual y no le atraía la cita a ciegas que representaba contratar a un chulo de las páginas del periódico. Tenía que salir.
Puso el coche en marcha y condujo sin rumbo entre la animación primaveral de la noche sabatina madrileña. En todos los coches que se paraban a su lado en los semáforos había gente eufórica, acudiendo a su cita con la diversión del fin de semana sin preocupaciones, personas alegres que no compartían su sensación de vacío.
La calle Almirante era la solución. Sabía reconocer a los drogadictos y llevaba una caja de condones en la guantera, así que no había problema. Pararse junto a un chapero en la calle tenía la ventaja de que le vería la cara, observaría sus gestos y podría calibrarle sin haber realizado previamente un pacto telefónico.
-¿Paseando? -le preguntó el chico.
No era el moreno por el que había parado, a quien vio por el espejo retrovisor, medio encogido junto a un coche estacionado, mirándole de reojo con expresión de timidez. El que había acudido era portugués, un exuberante campesino rubio con aspecto de camionero y la desenvoltura de la experiencia.
-No -respondió Adrián, mientras ponía el freno de mano y abría la portezuela.
-Tudos os panaleiros sao iguais -dijo el portugués, viendo que Adrián se acercaba al muchacho moreno.
-¿Esperas a alguien? -le preguntó.
-No. Yo...
Parecía asustado.
-¿Quieres tomar algo?
-¿No será usted policía?
Adrián sonrió.
-No, qué va. Ven, no tengas miedo.
-Yo cobro.
-¿Quién lo duda?
-¿Cuánto me va a pagar usted?
Hablaba con prevención y con un acento que parecía valenciano. Muy joven, unos diecinueve años, sin embargo su figura hacía suponer que había trabajado muy duro. De cerca, resultaba extremadamente guapo, cosa que no era tan notable visto desde dentro del coche, probablemente a causa de su expresión de miedo o reserva; algo velludo para su edad, la barba ensombrecía un mentón firme y enjuto, enmarcando los labios magníficamente dibujados y que debían de sonreír muy bien, si es que alguna vez reunía ánimos para hacerlo; la nariz era el ideal de un cliente de cirujano plástico y los ojos, dos enormes luminarias negras rodeadas de pestañas abundantes y largas, como si fueran producto de la cosmética femenina; pocas veces había contemplado pómulos mejor esculpidos ni más fotogénicos. Adrián se encontró lamentando que no fuese un poco más alto que el metro setenta y cinco que debía medir, porque podía tener algún futuro en la televisión dada su prodigiosa fotogenia. Supuso que debía tener defectuosa la dentadura, puesto que apenas entreabría los labios tensados por el rictus defensivo.
-¿Cuánto quieres que te pague?
-Yo no voy con nadie por menos de... cinco mil.
-De acuerdo. ¿Cómo te llamas?
-Antonio.
Una vez dentro del coche, Antonio preguntó sin alzar el mentón del pecho:
-¿Podría comerme un bocadillo?
-¿Tienes hambre?
-Desde que salí... no he comido desde ayer.
Esta información le produjo a Adrián un estremecimiento.
-¿Hablas en serio?.
Antonio se encogió de hombros. Parecía embozar un sollozo. Mientras lo miraba de reojo, Adrián se dijo que con la ropa sucia que vestía no podía invitarle a comer en un Vips, no le permitirían entrar. Tampoco quería llevarlo al piso todavía. Antes, tenía que conocerlo un poco, al menos, y calcular si correría algún riesgo; por otro lado, temía que el recuerdo de Kepa le inhibiera. Aparcó a la puerta de una tienda china y le dio un billete de mil.
-Toma, Antonio, cómprate algo ahí.
-¿Cuánto puedo gastar?
-¿Qué? ¡Ah! Puedes gastarte las mil pesetas, si quieres.
Volvió cinco minutos más tarde, con tres sandwiches envasados y una lata de refresco de naranja.
-¿Quieres un bocadillo?
-No. Come tranquilo -respondió Adrián mientras emprendía la marcha.
Estaba convencido de que Antonio no consumía drogas, por lo que resultaba difícil entender su desaseo propio de toxicómano. Olía mal, aunque a un nivel soportable. Necesitaba urgentemente un baño , pero aún no encontraba el ánimo ni la confianza para llevarlo al piso.
-¿Quieres ir a una sauna?
-¿Eso qué es?
-Un sitio donde podrías... disculpa que te lo diga. Podrías tomar un baño.
-Ah, estupendo.
-Vamos en seguida, antes de que empieces a hacer la digestión.
En el vestuario, Adrián notó la vergüenza con que se desnudaba. Primero creyó que era por el hecho mismo de mostrarse desnudo, pero en seguida comprendió el motivo: los calcetines renegros estaban llenos de agujeros, lo mismo que los calzoncillos. Al aflojarse el pantalón sin correa, advirtió que era varias tallas mayor que su cintura, y que la cremallera estaba rota.
-Espérame aquí, Antonio. Siéntate en ese taburete y no te muevas ni hagas caso de quien trate de darte conversación. Volveré en un momento.
Se puso de nuevo el pantalón y la camisa y se dirigió a la recepción. El chico que atendía la taquilla debía de tener una talla muy parecida a la de Antonio.
-¿Tienes por casualidad una muda de ropa?
-¿Qué?
-Te la pagaría muy bien.
-Sólo tengo la ropa que me pondré para ir a mi casa.
-¿Cuánto te costó?
-Los pantalones, cinco mil. La camiseta, dos mil. Los zapatos...
-Los zapatos no los necesito. Te compro los calzoncillos, los calcetines, los pantalones y la camiseta por treinta mil.
-¿Treinta mil? -la expresión del joven demostraba los cálculos mentales que estaba haciendo-. Necesitaría que me traigan otra ropa. Tendría que llamar a mi pareja...
-Hazlo. Aquí tienes -dijo Adrián, exhibiendo los seis billetes de cinco mil.
-Bueno, vale -asintió sin poder contener su expresión de júbilo-. Tómala. Pero es sólo por hacerte un favor...
Adrián volvió al vestuario. Cubierto por la toalla y con la cabeza y los hombros hundidos, Antonio parecía aterrorizado bajo la mirada de los cuatro hombres que trataban de darle conversación.
-Toma. Tira toda tu ropa a la basura.
Los cuatro hombres se apartaron precipitadamente. Antonio se alzó y Adrián examinó con disimulo sus brazos, en busca de una señal que pudiera contradecir su convicción de que no se drogaba. No encontró ninguna y, tras constatarlo, su pensamiento quedó dispuesto para la contemplación. No se había preparado para el descubrimiento: el cuerpo de Antonio complementaba admirablemente el rostro, un cuerpo tallado por Fidias en el más idealizado de sus sueños creadores. La piel ligeramente morena no tenía ni una mancha; el vello, menos abundante de lo que había previsto, parecía dispuesto para resaltar el dibujo perfecto de los pectorales y los abdominales, así como el profundo y nítido canal de las caderas. Notó el rubor del muchacho y dejó de examinarle, sobre todo porque supuso que le alarmaría notar lo repentinamente que había aparecido su erección. Intuyó que tenía que contenerse y esperar a que estuviese preparado.
-Cierra la taquilla. Date un baño y córtate las uñas de los pies y las manos. Toma mi cortauñas. No hagas caso de los que se te acerquen. Te espero allí, ¿ves?, aquella puertecilla pequeña es la de la sauna.
Cuando Antonio abrió esa puerta quince minutos más tarde, sonreía, razón por la cual a Adrián le costó reconocerle. Se trataba de la sonrisa más atractiva que había visto en su vida, y los dientes eran perfectos. El baño le había quitado el miedo o cualquiera que fuese el sentimiento que le oprimía. Con el pelo mojado y las gotas que brillaban en sus hombros, se había convertido en modelo publicitario de un perfume de lujo.
-Hace mucho calor aquí.
-Tienes razón. Creo que no es conveniente para ti, media hora después de haber comido. Vamos a la sala de reposo. Quiero que me cuentes algo.
Ya sentados en el incómodo banco de madera, le preguntó:
-¿Cuál es exactamente tu situación? No consigo encajarte.
-No comprendo.
-Me has hablado como un chapero, pero no te comportas como tal. Tu aspecto es el de una persona con... bueno, sí, con clase, pero me dijiste hace un rato que no comías desde ayer.
-Yo... -volvía a bajar la mirada.
-¿Consumes drogas?
-Ya no.
-Pero has consumido.
-Unos porros en la...
-¿Dónde?
-Si te lo digo, ya no vas a querer nada conmigo.
-Inténtalo.
-Estaba en... prisión. Seis meses. Me soltaron ayer.
Adrián se mordió los labios. El recuerdo de Kepa y su estado de ánimo de antes de salir le habían reducido la capacidad de observación.
-¿Por qué no te fuiste con tus padres al quedar libre?
-No tengo.
-¿No tienes padres? ¿Desde cuando?
-Desde siempre. Me he pasado la vida en orfelinatos -los ojos de Antonio brillaban por el amago de llanto-. Como nadie quiso adoptarme, me escapé a los trece años. Trabajé cinco años en un barco de pesca, en Castellón, pero el año pasado mi patrón se arruinó. Me vine a Madrid en busca de trabajo y...
-Y te pusiste a robar.
-Sí. Bueno, no. Un colega me convenció para que fuera con él a robar a un chalet que según él estaba vacío, pero nos pillaron con las manos en la masa. ¿Cómo te llamas?
-Adrián.
-Te juro, Adrián, que eso es todo lo que pasó. He estado más de seis meses en la cárcel porque no había nadie que pagara la fianza. Me han soltado y ni siquiera tengo que ir a juicio ni nada por el estilo. Yo no hice nada. Lo pasé muy mal allí dentro... me pasó de todo. Un compañero, me dijo que podía buscarme la vida en ese sitio donde me has encontrado, pero he pasado más de veinticuatro horas sin atreverme.
Sorprendido de lo fácil y rápidamente que había cedido su propia reticencia, Adrián le propuso ir al piso. Cuando al abrir la puerta vio en la consola el retrato de Kepa, descubrió que no había pensado en él las últimas dos horas.

Con frecuencia, había alguien en la emisora que preguntaba lo mismo:
-Oye Adrián, ese amigo tuyo ¿no estaría interesado en hacer un pequeño papel en la serie que voy a empezar a grabar la semana que viene?
-¿Qué personaje interpretaría?
-El novio de la hija.
-Tendré que preguntárselo. No creo que quiera.
-Coño, Adrián, no lo protejas tanto. Nadie va a violarlo.
-No se trata de mí, Rafa; Antonio se niega siempre que le propongo una cosa así, de veras. Pero voy a intentarlo.
-Convéncelo, por favor. Tiene un físico espectacular. Con esa cara, lo haríamos famoso en tres o cuatro capítulos.
-Estoy de acuerdo, pero... él se emperra en su negativa.
-¿Pasa algo raro con él?
-No, de veras que no.
Adrián lanzó una mirada hacia el lugar donde Antonio le esperaba. Resplandecía. Todos los que pasaban a su lado, hombres y mujeres, no conseguían evitar contemplarle, algunos de soslayo y otros, descaradamente. A veces, le divertía el efecto que Antonio causaba entres quienes le miraban; cualquiera que pasaba cerca de él, aunque transitase absorto en los asuntos siempre urgentes de la televisión, acababa parándose en seco, a ver si efectivamente se trataba de un ser humano y no del más perfecto y realista de los maniquíes, realizado por un artesano que hubiera decidido aunar en una figura todas las idealizaciones de todos los escultores clásicos.
Lo sorprendente era que un dechado de belleza tan conmovedora estuviese complementado con tanta sensibilidad y una inteligencia tan viva. Antonio había sabido adaptarse en seguida a la vida que él le ofrecía y, con naturalidad pasmosa, se había acostumbrado en pocos meses a las claves de su círculo profesional y el de sus amigos más íntimos. Y lo más inesperado, se había ganado la confianza de todos en un plazo increíblemente corto.
Porque todo en él era verdad. Sus entusiasmos y sus agradecimientos, sus elogios y sus críticas, tan juicioso, que obligaba a los demás a olvidar su juventud.
Bendita fuera la hora en que se le ocurrió pasar por la calle Almirante.

Los exámenes del primer curso universitario los superó todos con una nota media aceptable, pero Antonio no estaba conforme.
Adrián merecía mejores resultados.
Abrumado por tal convicción, decidió sentarse un rato en un banco de la Plaza de España, a ver si reunía valor para presentarse ante Adrián con calificaciones tan mediocres.
-¿Eres de por aquí? -le preguntó un hombre en la treintena.
Antonio lo observó. Muy delgado y con gafas, resultaba difícil de encajar en la clase de hombres que compraban favores callejeros. Pero, a fin de cuentas, ¿no era así como había conocido a Adrián? Tampoco él tenía aspecto de pagador de prostitutos.
-No -respondió secamente.
El de las gafas no se desalentó.
-Pero eres español.
-Sí.
-En el primer momento, creí que podías ser griego.
-¿Qué quiere usted?
-No me hables de usted, hombre, que no soy ningún carca. ¿No te apetece tomar una copa?
-No.
-Joder, tu carácter no se corresponde con tu físico.
-¡Qué!
-Eres la cosa más hermosa que he visto nunca, pero eres un cardo. ¡Mierda!.
Mientras se alejaba, Antonio sonrió. Sólo con haber sido un poco más cordial con ese fulano, hubiera sentido que traicionaba a Adrián.
Le desagradaba que elogiasen tanto su físico y Adrián había sabido comprenderlo a tiempo; ya no le venía casi nunca con propuestas de trabajar en la televisión y no había vuelto a ensalzar una belleza que Antonio consideraba una pesada carga, porque impedía que la gente le tomase tan en serio como él creía merecer, puesto que, embobados y embobadas, tendían todos a calcular las posibilidades de llevárselo a la cama en vez de considerar el posible interés de su conversación. Por ahora, sólo algunos de los amigos más íntimos de Adrián le resultaban soportables, dado que le trataban como a una persona y no como un objeto de exposición.
¿Iba a enfadarse Adrián por las notas?
Por fin, se dijo que el asunto no tenía arreglo y decidió volver al piso. Sabedor de que iba a llegar con la papeleta de calificaciones, Adrián aguardaba, evidentemente comido por los nervios. Estaba sentado en el sofá del salón y se alzó como impulsado por un resorte. El ánimo de Antonio se volvió más sombrío.
-¿Qué tal?
-Regular.
Antonio notó eclipsarse el brillo de sus ojos por la veladura de la decepción. Extendió la papeleta con mano temblorosa y un escalofrío en la espalda. Los intantes que Adrián tardó en darle una ojeada parecieron siglos. Finalmente, exclamó mientras lo abrazaba con los ojos húmedos.
-¡Esto es maravilloso!
-¿Te parece suficiente?
-¿Suficiente? ¡Las has aprobado todas y tienes tres notables. Estaba convencido de que lo conseguirías. Vamos a celebrarlo.
Antonio se cambió de ropa con un extraño estado anímico. Le quedaban rastros del miedo a decepcionar a Adrián en medio del júbilo por su reacción.
En el restaurante, le dijo Adrián:
-Quieren que interpretes un papel en una serie.
-¿Otra vez con eso?
-Antes, tenía miedo de que la interpretación te distrajera de los estudios. Ahora veo que puedes compaginar las dos cosas.
-Pero no me interesa.
-¿Sabes cuánto van a pagarte?
-Aunque fueran mil millones. ¿Tú necesitas ese dinero? Porque, si lo necesitas, haré ese papel.
-No, hombre, ¿cómo voy a necesitar ese dinero? Lo digo por ti, por tu futuro.
-Mi futuro está a tu lado y en la universidad. Yo no necesito dinero ninguno.

Antonio se preguntó si debía llamar a Adrián a la emisora. Sólo en casos muy graves podía telefonearle, según sus órdenes, y sólo había tenido que hacerlo en dos ocasiones, ambas por llamadas urgentes de la madre en relación con la salud del padre. ¿Era el de ahora un caso suficientemente grave?.
Se recostó en el sofá y encendió la televisión. El programa en directo que dirigía Adrián no había terminado todavía. Como de costumbre, sintió el orgullo que le producía saber que cada uno de aquellos cambios de plano, cada uno de los movimientos de las personas y las cámaras, eran consecuencia de una orden de Adrián. La mano de Adrián era para él lo más omnipresente aunque nunca apareciera en pantalla.
Los cuatro años que llevaba a su lado eran lo mejor que había ocurrido en su vida. Él había sido la madre que le abandonó y el padre que desconocía; un padre-madre afectuoso, compresivo y generoso que predominaba sobre el amante que nunca le apremiaba; en realidad, era generalmente Antonio quien tenía que recordarle el sexo y, a veces, cuando Adrián estaba preocupado por los preparativos de un programa nuevo, casi forzarle. Antonio había escenificado en ocasiones verdaderas violaciones para liberarle de la preocupación y que se diera cuenta de que estaba a su lado. Amaba a Adrián sobre todas las cosas y ya no era capaz de imaginar la vida sin él. Él le había proporcionado objetivos, metas, y los medios para conseguirlos. Dentro de tres años, acabaría la carrera. Podía ser una persona que antes de conocer a Adrián ni siquiera era capaz de imaginar. Y ahora, resultaba que todo era imposible.
A Adrián no le gustaba que fumase. "Cuídate los dientes", le decía. Quería a toda costa que trabajase en la televisión, auque a él no le entusiasmaba la idea, porque había estado muchas veces en el plató observando a Adrián y le parecía que estar bajo sus órdenes, bajo la tensión densa de las luces y las cámaras, ocasionaría roces y malentendidos. El amor podía resentirse. Se negaba a arriesgarlo. Se incorporó en el sofá y cambió de postura; sentado, encendió un cigarrillo, apoyó los codos en las rodillas y se cubrió los ojos con las manos. Estaba llorando.
¿Por qué había tenido que ocurrir?.
Tenía veintitrés años y Adrián cincuenta, que habían celebrado hacía un mes con una cena en Justo, tras la que Antonio le entregó el producto de seis meses de ahorro, un colgante de diamantes con forma de corazón. Ambicionaba fervientemente cumplir también él los cincuenta a su lado y que Adrián le diera, asimismo, simbólicamente el corazón.
Había dejado de tener pesadillas a los cuatro o cinco días de dormir abrazado a él. Las violaciones tuvieron lugar la primera y la segunda noche que pasó en la cárcel. Fueron cinco fulanos la primera y seis o siete la segunda; la mayoría, extranjeros. Golpeado, con los labios rotos a puñetazos e inmovilizado por cuatro, le forzaron por turno. Le costó más de un mes conseguir sentirse limpio bajo la ducha y casi tres consumar la venganza. A todos ellos había conseguido causarles algún perjuicio importante, sin descubrirse. Pero las pesadillas protagonizaron todas las noches que pasó entre rejas. Cuando creía que ese tormento nocturno duraría toda la vida, en sólo cuatro noches consiguió Adrián que se desvaneciera.
Adrián era un emperador. Imperaba en el plató, donde su poder era ilimitado, y también imperaba en su vida, y no tenía el menor deseo de rebelarse. Se entregaba del todo, sin reservas. Sabía que había madurado en esos cuatro años, se reconocía más experto e incomparablemente más sabio que cuando le conociera, pero el tiempo no había reducido la altura donde le había colocado desde el momento de conocerlo. Todo lo contrario. El sitial se hacía cada día más alto, más resplandeciente, en esa gloria desde donde le prodigaba no sólo el amor, sino todo lo que pudiera ambicionar.
Cuando Adrián abrió la puerta, todavía estaba en el sofá. Al no alzarse para correr a su encuentro en busca del beso impaciente de costumbre, al no poder embozar el llanto, Adrián supo que algo grave ocurría.
Le costó varias horas reunir coraje para contárselo.
-¿Estás seguro? -preguntó Adrián.
-Me he hecho dos veces el análisis. No hay duda.
-¿Por qué fuiste al médico? ¿Qué sentías?
-No tengo ningún síntoma. Estoy bien de salud, igual que de costumbre. Pero... siempre he estado preocupado por una cosa que me pasó en prisión...
-¿Qué?
-No quiero contártelo. Me siento muy mal cuando me acuerdo. La cuestión es que, el mes pasado, hubo una charla en la universidad sobre el tema y me dio por hacerme la prueba. Ahora, ya es un hecho.
-Bueno, qué le vamos a hacer. Con esos tratamientos de ahora, el sida ya no es más que una enfermedad crónica. No te preocupes, podemos vivir con eso.
-¿Podemos?
-Por supuesto. Seguramente, yo lo tendré también. Y aunque no lo tuviera, esto es cosa de los dos.
-¿No quieres que me vaya?
-¿Estás loco?
-Yo creo que debo irme.
-Tú no estás bien de la cabeza. Venga, vamos a hablar de otra cosa.
Permanecieron abrazados y en silencio hasta la hora de acostarse. Mientras miraban la televisión, Antonio percibió en varias ocasiones, en la agitación de su pecho, que Adrián reprimía los gemidos. También a lo largo del pasillo que conducía al dormitorio notó sus esfuerzos por controlarse.
Antes de apagar la luz, Antonio abrió los envases de dos condones, que preparó sobre la mesilla.
-¿Qué haces?
-Tienes que protegerte, Adrián. A lo mejor ha habido suerte y no te he contagiado.
Adrián le contempló con expresión severa.
-Escucha, Antonio. Tengo veintisiete años más que tú. ¿Crees que a estas alturas yo sería capaz de vivir sin ti? No vamos a cambiar nuestras costumbres, no vamos a cambiar nada, ¿te enteras? Ya no vamos a hablar más del asunto si no es para tomar las medidas oportunas para preservar tu salud. Seguramente yo lo tengo también: son cuatro años los que llevamos haciéndolo sin protección, así que lo más probable es que sea portador del virus. Pero si no lo tengo, lo más sensato sería tratar de contagiarme y que recorramos juntos el camino que nos falte.
Antonio fue a contradecirle, pero Adrián le obligó a callar mordiéndole los labios. Sin embargo, y a pesar de que Adrián le impidió usar los condones todas las veces que lo intentó, procuró a lo largo de la noche ajustarse a lo que habían explicado en la universidad sobre sexo seguro.
Apenas hablaron de ello durante el fin de semana. En vez de quedarse en casa e invitar a algunos amigos a comer como de costumbre, pasaron el domingo visitando Pedraza. Adrián consiguió obligarle casi todo el tiempo a pensar en otras cosas, pero, a veces, Antonio caía en la melancolía, mientras recorrían el museo de Zuloaga o contemplaban desde la muralla medieval el paisaje esplendoroso que renacía con la primavera. En tales momentos, sentía la mano de Adrián en su cintura o en su brazo, comunicándole una promesa eterna.
El lunes por la mañana, mientras desayunaban, dijo:
-Quiero que te hagas también el análisis.
-No, Antonio. No hay ninguna necesidad. Caso cerrado.
-Entonces, en cuanto te vayas, haré las maletas.
Adrián lo observó con los dientes apretados.
-Pero, vamos a ver, Antonio. ¿Qué coño vamos a sacar de esos análisis?. No cambiarían nada. Lo único que quiero es que muramos juntos; pondremos todos los medios necesarios para que eso no sea hasta dentro de muchos años.
-Pero has cumplido cincuenta años, Adrián. Si no lo tienes, estupendo. Pero, si lo tienes, tendrás que andar con mucho más cuidado que yo, que estoy fuerte y soy joven. Es necesario que lo sepamos, no hay más remedio.
-No quiero hacerlo, Antonio. Si todavía no me he contagiado, no sería bueno que te sintieras culpable por el miedo a que ocurra, y si ya tengo el virus, tampoco quiero que te sientas culpable de haberme contagiado. Punto final.
-Tengo trescientas setenta y cinco mil pesetas en el banco; puedo vivir cuatro o cinco meses en una pensión. Si no me prometes que esta tarde vamos a ir a que te hagan el análisis, haré las maletas en cuanto salgas por esa puerta y desapareceré.
Adrián reflexionó largos minutos, parado en el dintel con el hombro apoyado en la jamba. Antonio había dejado de ser un muchacho hacía mucho tiempo. Le asombró la madurez que había en la resolución de su cara.
-Está bien. Ven a buscarme a la emisora e iremos juntos.
Cuando la puerta se cerró, Antonio se cambió de ropa. No iría a la universidad, ¿para qué?. Permanecería lo más cerca posible del rastro de Adrián, la huella de calor que había dejado en la silla o el olor que conservaba la toalla. Necesitaba respirar el aire que contenía el aliento de Adrián ahora que dejar de respirar era una posibilidad no demasiado lejana. Tomó de la vitrina el libro que ya había querido leer otras veces, "Memorias de Adriano"; ahora le sobraba tiempo.
Supieron el resultado el miércoles por la tarde.
Milagrosamente, Adrián estaba limpio.
Antonio se mostró entusiasmado toda la tarde, durante la cena y cuando se disponían a acostarse, mientras que Adrián parecía ausente. Cuando se apagó la luz, éste escuchó el sonido del plástico al ser rasgado.
-¿Otra vez con eso, Antonio?
-Ahora más que nunca. Ya nunca haremos el amor sin condón.
-Mira, Antonio; no me has contagiado en cuatro años y no hay ninguna razón para creer que a partir de hoy va a ser diferente.
-Pero ahora lo sabemos. Tengo la obligación de protegerte.
-Tú no tienes que protegerme de lo que yo no me quiero proteger, Antonio. He leído que hay gente que no se contagia aunque se exponga, gente que los médicos están estudiando para ver si está ahí la clave de la solución para el sida. Es posible que yo sea uno de esos. Si es así, no tenemos que preocuparnos.
-Pero, si te contagias...
-Sería lo mejor, Antonio. Ojalá ocurriera.
-Me da pánico escucharte.
-Y a mí me da pánico perderte.
-Si me muriera pronto, todavía podrías enamorarte de otro y seguir creando esos programas maravillosos de televisión.
-No creo que tengas que morir pronto. Cada día se te ve más fuerte y más sano. Pero si te murieras, todo acabaría para mí. Así que, Antonio, no pongas una barrera de látex entre nosotros.
Adrián se torció en la cama para alcanzar con la boca el preservativo que Antonio se había enfundado ya. A mordiscos, lo arrancó a jirones.


Tras desepedirse de Adrián en el ascensor con un beso, Antonio salió con los libros, como siempre que iba a la universidad. Pero no fue.
La mañana era soleada; bajo el júbilo primaveral que estallaba en retoños por doquier, en los árboles de la plaza de España, en los setos de la plaza de Oriente, en los rosales de los jardines de Sabatini, resultaba increíble que un miserable bicho lo estuviera devorando. Un bicho que, por su maldición, también devoraría a Adrián, a cambio de un amor que no tenía por qué ser el último de su vida. Adrián era un cincuentón muy juvenil, podía vivir todavía treinta o cuarenta años creando maravillosa televisión, escribiendo magníficos guiones, derrochando sabiduría. Era bueno, deseable, gentil y generoso; el amante perfecto que soñaran durante generaciones seres desamparados como él. Muchos podían amarle y, de hecho, se había sentido celoso con frecuencia porque observaba que algunos, tan jóvenes como él, trataban de seducirlo. Merecía volver a amar, corresponder el amor de alguien que no constituyera un peligro para él, una sentencia de muerte.
Sonriendo, cruzó ante la catedral de la Almudena. Se representó mentalmente el día que la visitó por primera vez; Adrián apoyaba la mano en su hombro. En aquel momento, anheló con toda su alma que pudieran entrar abrazados al templo y que su unión fuera bendecida y consagrada para siempre.
Sobre la sonrisa, una lágrima recorrió su mejilla izquierda.
Saltó sobre el pretil del viaducto. Sus labios conservaron la sonrisa durante el vuelo de veinte metros.