miércoles, 4 de diciembre de 2019

sábado, 23 de noviembre de 2019

TICO, PADRE AMANTÍSIMO


Luis Melero. Cuentos del Amor Viril
TICO, PADRE AMANTÍSIMO

Para los solitarios involuntarios como yo, los llamados “chat” de internet son un recurso con el que conseguir “hablar” de vez en cuando y hallar cierto consuelo, aunque sea con desconocido con pretensiones distintas a las mías. .
Un día que me encontraba un poco desesperanzado y triste, me topé con un ”chateador” llamado Tico, que pedía conversar con alguien mayor que él porque necesitaba consejos. Aunque no creo que sirva de nada aconsejar a nadie, vi el cielo abierto, porque no hay mejor modo de sacudirse la depre que fingirse sabio para asesorar y recomponer las vidas de los demás.
REFLEXIONÉ UNOS INSTANTERS, LO JUSTO PARA EVITAR FRUSTRAR ELCONTACTO. ME HABÍA TOPADO ULTIMAMENTE CON VICISITUDES INESPERADAS Y ALGUNAS DESAGRADABLES, CIRCUNSTANCIAS QUE NO PODÍA CONTROLAR DEL TODO Y QUE ESTABAN PERTURBANDO MÁS DE LA CUENTA EL CURSO DE MIS DÍAS. ASÍ QUE ELEGÍ UNA CONTERASEÑA Y ME INTRODUJE EN EL CHAT, PIDIÉNDOLE CONTACTO AL DENOMINADO TICO.
-¿De dónde eres? .me preguntó.
Tras identificarme y mencionar mi origen, le pregunté de qué nombre era Tico el diminutivo.
-No es mi nombre. No seas maje. Yo soy de Costa rica a cuyos naturales nos llaman ticos por estos países..´
.¿Qué quiere decir maje?
-Estúpido o imbécil, ya sabes. Llámame Tico, así nos entenderemos
Ante la aclaración, le pregunté cómo debía llamarle.
-No te preocupes. Insisto. Llámame Tico nomás, porque me siento muy orgulloso de mi país. .
En aquel momento, me sorprendió que no quisiera decirme su nombre verdadero, puesto que yo le había dicho el mío. Sólo mucho más adelante de la conversación comprendí por qué podía desear el anonimato.
-Tengo una duda muy arrecha –se lamentó Tico.
-Cuántos años tienes?
-Treinta y siete. Con cinco carajillos, el mayor de los cuales, Efrain, va a cumplir catorce años ya, carajo.
-¿Y qué consejos necesitas?
-Tú… ¿tienes hijos?
-Uno, de tu misma edad.
-¿Tan maduro eres?
-No, Tico. Yo no soy maduro… sino viejo ya. Estuve casado un par de años cuando tenía cerca de treinta, y cuando ella se quedó embarazada entré en pánico, pánico que se aminoró cuando el parto.
-¿Y tienes buena relación con tu hijo?
-Creo que sí, aunque no lo veo mucho. En realidad, casi nunca. Ha resultado ser un hombre con demasiado criterio que se cree el más sabio del mundo. Antes, le señalaba sus equivocaciones, pero ya no lo hago porque siempre teníamos discusiones muy fuertes si le reprochaba cualquier nimiedad.
Tico permaneció “en silencio” unos minutos. Aunque sólo leía lo que decía, me parecía oír su voz de hispanoamericano, dulce, cadencosa y algo enrevesada, pero ahora, callado, me representaba los engranajes de su sesera sonando como una locomotora de vapor, que se prolongaba demasiado para un vehículo tan dinámico como el que estábamos utilizando para conversar.
-Yo tengo ocho hermanos –dijo Tico por fin-, Y soy el penúltimo, por lo que varios de ellos son sesentones ya. Imagínate vos. Aquel día, los dos que van delante de mí me advirtieron y me explicaron lo que debía hacer, pero yo era tan carajillo, que no pensé más hasta que llegó el momento.
¿Qué momento?
-Pronto te explico, imagínate.
Yo no sabía qué tendría que imaginar del hecho de que mi interlocutor tuviera tantos hermanos y fuera uno de los pequeños. No pregunté, porque había descubierto ya que Tico eludía muchas respuestas. Sin embargo, me acordé de los comentarios de un amigo nicaragüense, que se refería a los costarricenses como “maricos”. Vacilé unos segundos, porque suponía que hablar de esa creencia de sus vecinos podía molestarle.
-No, hombre, todos en San José sabemos que los paisas nicaragüenses y los panameños dicen que somos maricos. Pero los panameños deberían callar porque tienen todos sus closets llenos de cadáveres y los nicaragüenses son los más brutos, machistas, atrasados, mojigatos y falsos que yo conozco. Son como monjitas rancheras
-¿Sabes una cosa, Tico? Por experiencia sé que no se debe generalizar sobre los pobladores de un país. Mi amigo nicaragüense es sapientísimo… una maravilla.
-Será la excepción. Y si es como dices, te apuesto mil colones a que muy posiblemente sea marico también.
-¿Qué son mil colones?
-Colón es la moneda de Costa Rica.
-Mil colores… ¿es mucho dinero?
-No creas. Es más bien una miseria. Suponte tú, cada dólar nos cuesta más de quinientos colones. Yo tengo alquilado un apartamento con seis amigos, que nos cuesta ciento veinte mil colones al mes.
-.Así que eres soltero. Te creía casado porque me has hablado de tus cinco hijos y de que tienes un problema con el mayor.
-Estoy casado, por favor. Tengo la bruja en mi casa. Lo que pasa es que yo y mis amigos necesitamos un sitio para nuestras cosas, las cosas que nos gusta hacer a los hombres muy hombres, porque si no varias ni haces lo que te gusta, te mueres.
--¿Poner cuernos?
-No se trata de eso. Un hombre tiene sus necesidades, que nadie conoce mejor que otros hombres. Las brujas ni se enteran, no saben. Así pensamos aquí. Con mi carajillo no tengo problemas, el problema es mi indecisión.
-Con carajillo ¿te refieres a tu hijo? Oye, Tico. Con catorce años, ya es un adolescente y todos los adolescentes dan muchos problemas, así que no te hagas mala sangre. El mío fue un caso filipino.
¿Qué es mala sangre?
-En realidad, es una frase hecha de cuyo sentido no tengo ni idea. Insisto en que no te calientes mucho la cabeza por las cosas de tu hijo adolescente. Siempre son problemáticos.
-Efraín no me da problemas, el problema está en mi cabeza.
-No te comprendo.
-Es que él ya tiene edad… Es que no quiero +que vayan a hacer por ahí y sin cuidado lo que me corresponde hacer a mí.
-¿Y qué es?
-Vamos a ver….. A ti, ¿quién te inició?
-¿En qué?
-Ya sabes vos, en las cosas de los hombre… eso.
-¿Quieres decir el sexo?
-Exactamente.
-Te recuerdo, Tico, que soy viejo. Ya no tengo ni idea… En realidad, no tengo recuerdos claros de cuándo ni con quién empecé a practicar el sexo. Supongo que lo primero serían pajas medio infantiles.
-Pues eso. Que mi Efraín se mata a pajas, yo me he dado cuenta porque no paro de vigilarlo cuando se esconde para hacérselas, y tal como funcionan las cosas en San José, presiento que el día menos pensado alguien me lo va a perforar a lo bruto, sin el cariño que habría que tener y que yo tendría, porque lo amo muchísimo….
-No comprendo, Tico. No conozco Costa Rica y no puedo hacerme idea de cómo funciona nada en san José.
--A mí me inició mi abuelo.
-¿En serio?, ¿Cómo?
-De la manera más curiosa. Dos de mis hermanos levaban meses diciéndome que me cuidara la colita, que me introdujera todos los dedos que pudiera y cosas así, hasta me dieron cosas para tenerlas ahí dentro. Un día,. estábamos en una parada… una tremenda fiestorra familiar con barbacoa, en el jardín, y yo, con doce años, estaba sentado en sus piernas…
-¿Encima de tu abuelo? Eras un poco mayor para eso.
-Pero él era muy cariñoso con todos mis hermanos y conmigo… Siempre estaba acariciándonos besándonos y abrazándonos. Siempre tenía que comer alguno de nosotros en sus piernas, incluidos mis dos hermanos Nico y Esti, que ya tenían quince y dieciséis años…
-¡Increíble!
--Así son las cosas por aquí. Los ticos somos super cariñosos; mis amigos y yo siempre nos besamos si hace un par de días que no nos vemos. A veces, y según dónde estemos, nos besamos en los labios.
-¿Y qué pasó con tu abuelo en aquella fiesta, Tico?
-Entre los asados, la bebedera, la comida, la música y las canciones, había un ruido extraordinario. Al sentarme encima de él, me dio el garrobo para jugar con él y distraerme…
-¿Qué es un garrobo, Tico?
-Una iguana que era como la varita mágica de mi familia, y que no nos permitían a los carajillos jugar mucho con ella, para no molestarla.
Te distrajo con el bicho… ¿Y entonces qué paso?
-En algún momento, me di cuenta de que mi abuelo me estaba besando y mordiendo la nuca, y me estaban dando muchos escalofríos. Yo solo tenía puesta una trusa de baño, sin camiseta. Tenía tantos escalofríos, que temblaba, y me afané en concentrarme para jugar con el garrobo creyendo que así podía disimular. En medio de los besos y mordiscos, de pronto me di cuenta de que me estaba bajando un poco la trusa por la parte del culo; por las bromas de mis hermanos Esti y Nico adiviné lo que seguiría. Miré alrededor con miedo de que alguien se diera cuenta, pero nadie estaba pendiente nada más de la fiesta y la bebedera. Noté que mi abuelo me acariciaba muy fuerte el ano, como tanteando con dos o tres dedos, que los giraba dentro de mí y los movía adentro y afuera y, de repente, y sin esperarlo, me metió el gorro…
.Te encajó la visera de la gorra?
-No, hombre, no me entiendes. Lo que ocurrió fue que me penetró de repente todo el gorro, la picha.
Sentí una convulsión. Tel vez estaba siendo víctima de una broma pesada del costarricense, lo que me dio mal cuerpo.
-¿No estarás burlándote de mí?
.No, amigo. Fue lo que sucedió, y menos mal. Porque podía haberme tocado que me iniciara cualquier bruto con un gorro de caballo.
Tuve que tragar saliva, impresionado, antes de poder decir:
¿Y nadie, tu madre, tu padre o tus hermanos,, no se dieron cuenta de que tu abuelo te estaba violando?
-Nadie se dio cuenta, no me estaba violando- Bueno, esas cosas son tan naturales, que si alguien se dio cuenta nadie dijo nada, porque es normal que eso ocurra. ¨Con mi edad, ya tenía que pasar. Me lo habían contado mis hermanos Nico y Esti, que me decían que me preparase metiéndome piedrecitas y yendo siempre muy lavado, sin explicarme exactamente por qué.… Sólo me explicaban que “cuando el abuelo o el papá te coja encima, prepárate”.
-¡No me lo puede creer! Tenías doce años…
-La edad justa. Más adelante habría sido muy malo, con cualquiera que no me tuviera tanto cariño. Y mi Efrain tiene casi catorce ya…
-¿Qué quieres decir?
-Bueno, yo… No sé. Yo quiero a mi hijo Efraín muchísimo, lo adoro.
-Pero tu amor de padre tiene limitaciones.
Eso será en tu país. Aquí, lo que tenemos son obligaciones. Mira, uno de mis hermanos, Esti, y yo, con otros cinco amigos, tenemos alquilado un apartamento donde nos reunimos los martes para hacer las cosas que nuestras brujas no saben o no quieren hacer. En cuanto llegamos, cada uno con algunas botellas o cervezas, nos desnudamos y ya nos ponemos a voluntad, hartándonos de bailar y tocarnos desnudos y ya sabes…. Los martes son los días que podemos ser nosotros mismos de verdad…
-¿Y vuestras familias no se dan cuenta?
-No lo demuestran. Aunque se dieran cuenta, tienen que respetarnos. Somos padres de familia, llevamos a rajatabla nuestras responsabilidades. Yo ahora, tengo infinitas ganas de poder llevar a mi Efraín los martes a nuestros encuentros… pero, mientras no…
-¿Quieres llevar a tu hijo a tus orgias de hombres?
-No son orgías. Somos machos y como nos conocemos bien, hacemos todo lo tienen que hacer los machos… lo que sabemos que nuestros compañeros necesitan, porque también lo necesitamos nosotros… y son las cosas que nuestras brujas no quieren hacernos.
-Disculpa, Tico. Tengo una cita dentro de media hora y creo que llego tarde. ¿Nos hablamos otro día?
-Pero yo… esperaba que pudieras darme algún conejo.
-¿Sobre tu hijo Efraín? Yo no sabría ni sería capaz de darte ningún consejo sobre esta cuestión. Vale, nos hablamos dentro de poco. Adiós.

Tenía prisa por interrumpir la conversación, porque me sentía anonadado. Se me estaban descomponiendo las tripas, una mezcla agria de vómitos y estupor. El relato de Tico rebasaba cualquier norma o sentido de lo que yo conocía. No soy mojigato, pero me exacerban los abusos de menores o de mujeres, o de ancianos y además, me incomoda la mala educación y, mucho más, la perversión de las costumbres; entiendo que a mi edad uno he tenido tiempo de ver el mundo cambiar, pero lo que Tico me describía no eran cambios de mi mundo, sino otro mundo. otra arquitectura de valores tan diferente, que me sentía incapaz de abarcarla.
No se me podían ocurrir consejos que dar a Tico, sino admoniciones, reproches. Así que aunque seguí entrando al “chat”, durante varios días eludí permanecer cuando descubría que también Tico estaba conectado.

Pero un par de semanas más tarde, alguien jamado Jefrey me abordó.
-¡Vaya, finalmente consigo hablar contigo!
-¿Quién eres, no te reconozco?
-Soy Tico. He elegido otro alias para conseguir que me hables.
-La última vez que conversamos me quedé muy desconcertado.
-¿Por lo de mi hijo Efraín?
-Eso es.
-No te imaginas como lo amo. Estoy loco por él.
-Es normal querer a los hijos.
-Sí, yo quiero mucho a todos mis hijos, pero ahora efrain es muy especial.
Callé un momento, porque no quería preguntar lo que me quemaba en la boca.
-Finalmente ocurrió…
-¿Violaste a tu hijo!.
-¡Que exagerado eres! ¿Quién habla de violación. Yo le expliqué a mi Efrain que nadie, nadie en todo San José, iba a ser más cariñoso ni más cuidadoso haciéndolo, porque nadie lo quiere tanto como yo. Ten en cuenta las enfermedades que andan por ahí y los miserables que tanto hay. Y , además, hay en San José hombres con gorros gigantescos. Yo tuve un encuentro casual con uno que le mide más de treinta centímetros, y nunca quise citarme con él de nuevo. Yo no podía dejar a mí hijo que nadie le hiciera daño. Me costó mucho convencerlo, porque yo no quería que pasara de improviso, inesperadamente, como me ocurrió a mí con mi abuelo, y él se mostró muy indeciso. Quería que él aceptara y estuviera consciente para disfrutarlo desde el primer momento, que no sintiera tanto miedo y dolor como sentí yo la primera vez con mi abuelo..
-Así que lo violaste.-..
-No digas eso, hombre. Yo no lo violé, sino que lo amé profundamente. Y ya hace tres martes que lo llevo al apartamento donde nos reunimos los siete y ahora ocho con él..
-¿Has llevado allí a tu hijo de catorce años!
-Claro, así sabe todo lo que tiene que saber y nadie me lo va a malcriar.
-¿Y no se ha traumatizado?
-¡Qué dices! Está feliz de la vida, ha madurado. Ya es todo un hombre.
-Y los que se reúnen contigo, tu hermano Esti y tus cinco amigos, ¿no se escandalizaron?
-No hombre. Nosotros sabemos muy bien lo que hay que esperar de la vida y lo que hace todo el mundo. Todos se volvieron locos viendo a un niño tan bonito del que podían disfrutar. Ahora, se pelean para meterle el gorro y para ponerlo de rodillas, porque aseguran que mi Efrain hace las mejores mamadas de San José… Se va a poner muy fuerte, con las proteínas de tanto semen como se come. Estoy más orgulloso… Date cuenta que mi hermano y los otros cinco ya han comentado por todo San Juan lo especial y habilidoso que es mi Efrain. Como mi hermano Esti no tiene ningún hijo macho, me lo anda consintiendo a todas horas, lo lleva a la cancha, a la playa, a todos lados; mi Efrain dice que mi hermano tiene el gorro más largo que el mío y el doble de gordo, pero que el mío es más bonito. Yo ya sabía cómo es el gorro de mi hermano Esti, lo veo todos los martes y lo tuve adentro muchas veces, desde que era chico, por lo que comprendí que mi carajillo quería consentirme con una lisonja. Todos están enloquecidos con mi carajillo. Imagina; hay dos vecinos que han venido a ofrecerme muchos colones para que les preste a mi Efrain, pero yo los he mandado a la mierda por cobardes; a mi hijo hay que ganárselo y no está en venta. Pero esas visitas y los comentarios que andan por San José y demás me dan tanto orgullo…
Tuve que tomarme un respiro. Inspiré hondo. O ese individuo me estaba tomando el pelo o pertenecía a otra dimensión del universo. No quise plantearme a mí mismo cuestiones religiosas ni morales; sé que cada país es un universo diferente y he leído que países con regiones donde los hombres tuvieron que vivir solos mucho tiempo sin mujeres, usualmente se dan comportamientos amorosos con otros hombres y que eso ocurre en los cuarteles y hasta en los seminarios católicos, sin que ninguno se pregunte siquiera sobre la homosexualidad ni dude de su masculinidad. Sé que Australia y Alaska, como las pampas del surde Argentina, son tierras con esas costumbres. Cuando me sentí capaz de seguir la conversación, pregunté.
:-¿Y no te preocupa haber convertido a tu hijo en homosexual?
-¿Pero qué estás diciendo? Tú estás completamente mongolo y no sabes de lo que hablas. Mi Efrain no es marico. Es macho muy macho. El niño más macho de todo San José. Imagina. Ya ha culiado con once vecinas y una cuñada mía y les ha metido el gorro a todos sus amigos…

domingo, 17 de noviembre de 2019

UNA Y MIL NOCHES Cuentos del amor viril- Luis Melero

UNA Y MIL NOCHES

Cuentos del amor viril- Luis Melero

El recorrido entre el trabajo del campo en Extremadura y el éxito actual del restaurante, en un bello puerto turístico, había durado poco tiempo.
Román acababa de materializar el sueño con que escapaba, sobre el tractor, de la grisitud de su vida de tres años antes, porque casado a los veinte y con dos hijos, uno de nueve y otro de seis años, a los treinta. Nela le aburría, jugar con los niños sólo mitigaba un poco el aburrimiento, tedio que se hacía insoportable en cada uno de los minutos que transcurrían desde la siembra a la cosecha. Allí, parado encima del tractor junto a la dehesa, miraba con desazón y envidia hacia los jóvenes que acudían a retozar en el chaparral, sentimientos que jamás logró descifrar, porque le dominaba un deseo vehemente de descubrir otras cosas, otros panoramas, huir hacia aventuras y venturas que tenían que ser posibles en otros sitios, lugares donde ocurriesen los prodigios de "Las mil y una noches", y suponía que jamás reuniría el valor de buscarlos.
Aunque la muerte de su padre le entristeció, pasadas cinco semanas se sintió libre de exponerse a los riesgos que él no le había permitido correr. Abrumado y a punto de caer muchas veces en el desánimo por las advertencias de su madre, su hermana y su cuñado, y sobre todo por las airadas protestas de Nela, vendió el tractor, la finca y la casa, y compró el local en Puerto Marina.
Tenía treinta años cuando empezó la obra del restaurante, treinta y uno cuando descubrió lo buen cocinero que era, treinta y dos cuando tuvo que convencer a su madre, hermana y cuñado de que se mudasen con él para ayudarle, y ahora, a los treinta y tres, el dominical del periódico más importante de Madrid acababa de publicar en la sección turística un artículo donde elogiaba y recomendaba el "sorprendente Restaurante Monfragüe, la más sofisticada y deliciosa cocina familiar de caza".
Había llegado a la meta.
Tenía treinta y tres años y nadie le calculaba más de veinticinco. El tono cetrino de su bronceado campero se había vuelto tan rosado y resplandeciente como el de los turistas ricos de Puerto Banús. Comía opíparamente, pero como trabajaba hasta dieciséis horas en el restaurante y aprovechaba todas las pausas para nadar, su fornido cuerpo de trabajador rural mantenía el vientre plano como el de un adolescente y, de hecho, podía vestir con naturalidad como los adolescentes, porque nadie le observaba con ironía al usar la moderna y juvenil ropa que componía su armario; al contrario, descubría al pasar por la calle que le miraba golosamente gente mucho más joven que él. A su lado, cuando iban a misa los domingos agarrados del brazo, Nela comenzaba a parecer su madre y él parecía, cada vez más, el hermano mayor de sus hijos.
El aburrimiento renacía. La alegría por el comentario del periódico fue muy efímera, y otra vez sentía impulsos de correr en busca de un prodigio que debía de esperarle en un quimérico país de "Las mil y una noches".
Tenía que plantearse otras metas, como aventurarse a convertir el Monfragüe en el primero de una cadena de restaurantes con sucursales en las principales capitales de España y el extranjero. Algo así tenía que abordar, a ver si no iba a acabar como parecía muchas veces a punto de terminar en Extremadura, liándose la manta a la cabeza y escapando de Nela, sus parientes y sus hijos para buscar no sabía el qué.

Encontró una válvula de escape con el equipo de fútbol.
A Romy, su hijo mayor, de doce años, le gustaba jugar fútbol y lo hacía durante el verano a todas horas en la playa situada junto al puerto. Un día, pasó por allí el concejal de deportes y les propuso a los chicos formar parte de un equipo infantil representativo del municipio. Romy corrió a contárselo a su padre y éste tuvo que ir a hablar con el concejal, que a los quince minutos de conversación le ofreció la presidencia del equipo.
-Usted se ocuparía de todo, de elegir al entrenador, los ayudantes, la equipación y demás, así como de organizar los viajes. Porque vamos a entrar en una competición provincial.
Román aceptó sin tener claro si disponía de tiempo para ello. Los domingos, los días de partidos, era cuando el restaurante solía estar más lleno y, aunque su madre y su hermana habían aprendido ya a preparar sus platos, todas las manos eran pocas para atender a la clientela los fines de semana. Calculó que tendría que contratar a alguien más, pero iba a organizar el equipo porque el encargo le podía sacar de la rutina.
Y así fue.
Romy conocía a todos los chicos que jugaban al fútbol en la playa. Román se sorprendió por lo numerosas que eran sus amistades. En dos semanas, visitó guiado por su hijo las casas de treinta y cinco muchachos, veintiocho padres de los cuales aceptaron que también sus hijos formasen parte del equipo, a pesar de que tenía que abonar cada uno quince mil pesetas para la ropa. Una vez completada la plantilla de jugadores, necesitaba un cuadro técnico.
-Hay un morito que juega muy bien -le dijo Romy-. Viene siempre por las tardes, a la siete o así, y organiza partidos con sus amigos. Hammou marca siempre más de diez goles. Tienes que verlo. ¡Es un crack! Él puede ser el entrenador.
Antes de empezar a preparar las cosas en la cocina, esa tarde decidió echar una ojeada. Bajó a la playa con Romy, que le indicó:
-Míralo. Ése es Hammou.
Para ser marroquí, era demasiado moreno. Más bien tenía aspecto de egipcio del sur y sus facciones reforzaban la impresión, porque eran muy semejantes a las de Ramsés tercero que había visto reproducidas en las fotos del tempo de Abu Simbel. Debía de medir entre un metro setenta y cinco y un metro ochenta. Muy robusto, su cintura era sin embargo fina y su agilidad, extraordinaria. Corría sin descanso de un lado a otro, como si no le agotasen las carreras a través del campo de mullida arena. Durante los veinte minutos de que disponía Román, marcó cuatro goles, en los que parecía entregar el alma.
-Dile que venga al restaurante cuando termine el partido -le ordenó a Romy.
No pudo atenderle hasta que el trabajo aflojó. Lo había olvidado. Su hermana le recordó que "ese moro sigue esperándote en la barra". Miró el reloj; la una y media de la madrugada. Se sintió avergonzado.
-¿Ha comido algo? -le preguntó a su hermana.
-¡Qué va! No creo que tenga un duro. Cuando vino, le ofrecí una cerveza, pero no la quiso; sólo quería agua. Se ha bebido tres o cuatro jarras y ha acabado con todos los frutos secos que había en la bandeja de la barra. Lo menos medio kilo. Vaya caradura.
Se acercó al marroquí. Se sintió incapaz de calcular su edad y tampoco hubiera podido reconocerle de no saber que era él, porque mientras que jugando en la playa vestía más o menos como los demás futbolistas, ahora su ropa le hacía parecer casi un mendigo.
-Hola. ¿Te ha contado mi hijo de lo que se trata?
-No le entendí.
Hablaba español razonablemente bien.
-El ayuntamiento quiere formar un equipo de fútbol infantil. Necesitamos un entrenador.
-Yo busco trabajo.
-Pero... en el equipo sólo cobrarías dietas. ¿No trabajas?
-No.
-Como hablas español, creía que ya llevabas mucho tiempo en España.
-No. Hace cuatro meses, nada más.
-¿Y ya has aprendido el idioma?
-Lo hablaba antes de venir. Mi casa está muy cerca de Melilla. He estado más tiempo en Melilla que en Marruecos, ya sabes, buscándome la vida.
Román se dijo que había problemas. Seguramente, Hammou era un inmigrante ilegal. El ayuntamiento no lo aceptaría. Pero jugaba muy bien y era muy popular entre los chicos, según lo que había observado con Romy y sus amigos. Podía liderar el equipo. ¿Cómo lo resolvería? Decidió preguntar a bocajarro:
-¿No tienes papeles, verdad?
Hammou bajó los ojos.
-¿Has hecho alguna gestión?
-El consulado está en Algeciras. Antes de nada, necesito el pasaporte y no tengo... cómo ir.
-¿Cuántos años tienes?
-Veintidós.
-¿Crees que puedes entrenar el equipo? ¿Te gustaría?
-Sí.
-Voy a ver cómo lo puedo arreglar. ¿Dónde vives?
Hammou negó con la cabeza.
-¿Quieres decir que no tienes casa?
-Duermo en la playa.

Hammou terminó de pintar la fachada del restaurante en tres días. El chalé lo pintó de arriba abajo, por dentro y por fuera, en dos semanas, sin ayuda de nadie para mover muebles o encaramarse en los andamios entre dos escaleras de tijeras. Reparar la valla y pintarla le tomó dos días.
Román no sabía qué otro encargo hacerle. Preguntó a sus vecinos, la mayoría vacacionistas ocasionales, y ninguno buscaba quien le pintara la casa. Todavía estaban en plena temporada y no disponía de tiempo para acompañarle a Algeciras, a averiguar qué tenía que hacer para legalizar la situación. Era imposible emplearle en el restaurante sin papeles, expuesto a que un inspector de trabajo le multase, lo que era muy frecuente en verano a lo largo de la costa.
Le contó el problema al concejal de cultura que, viendo su interés por el marroquí, aceptó que fuese preparando provisionalmente el equipo antes de darlo por organizado, a cambio de alguna propina ocasional y la promesa de ayudar en las gestiones de legalización cuando llegase el momento.
-Escucha, Hammou, no puedo darte trabajo, pero podemos poner una tienda de campaña en el jardín de mi casa, para que duermas allí, porque lo que va a darte el ayuntamiento no te alcanzará para la pensión. Comerás en el Monfragüe. ¿Te parece bien?
Hammou asintió, sin levantar los ojos del suelo.
El equipo empezó a funcionar. Trasunto de Jeckyll y mister Hyde, Hammou era dos personas diferentes; una, en las cosas cotidianas y otra muy distinta cuando estaba en el campo de fútbol. Habitualmente taciturno, se volvía exuberante y alegre cuando aleccionaba a los niños y, sobre todo, cuando demostraba en la práctica cómo hacer pases, regates y fintas.

Hubo que esperar a septiembre.
El primer lunes del mes, a las cinco de la mañana, Román abrió la cremallera de la tienda de campaña instalada en el jardín, para despertar a Hammou. El muchacho dormía completamente desnudo y presentaba la lógica erección de un joven durmiente sano. Román sintió una turbación incomprensible, contemplándole mientras dudaba si hablarle, porque sus ojos fascinados se habían cosido al cuerpo relajado cuyas proporciones nunca se había parado a calibrar cuando corría en el campo de fútbol; dormía ladeado hacia la derecha, con una pierna flexionada y un brazo tras la nuca, flexiones que resaltaban la sinuosidad lustrosa de todos sus miembros. Los muslos eran gigantescos, pero estriados como si estuvieran tallados en ébano. Volvía a sentir la antigua necesidad de experimentar el vértigo de lo desconocido. Agitó la cabeza, como si quisiera negarse ante un demonio que le tentaba.
-Levántate, Hammou. Nos vamos a Algeciras.
Tal como estaba, desnudo, el marroquí corrió y se lanzó a la piscina. Román ignoraba que su aseo matinal consistiera en eso, aunque Nela ya le había dicho alguna madrugada que le parecía que hubiera alguien nadando. Todavía con la desconcertante turbación de antes, lo vio emerger por el borde, alzándose con la habilidad de un gimnasta; poseía un cuerpo que por fuerza debía atraer poderosamente a las mujeres, turgente, satinado y resplandecientemente tachonado con las gotas que brillaban en su piel.
-Vístete deprisa, mientras saco el coche del garaje. Desayunaremos por el camino.
Sólo había dormido tres horas; para vencer el sueño que aún le producía bostezos, Román inició la conversación en cuanto arrancó el coche.
-¿Cómo conseguiste entrar en la península?.
-En un camión.
-¿Te escondiste en un camión?
-Sí, pero no dentro. Debajo, entre los ejes.
-¿En serio?
-Traía una ropa muy bonita que me compró la mujer de mi hermano, pero se me llenó toda de grasa. En cuanto el camión llegó al barco, salí a tratar de lavarme, pero fue muy mala idea porque noté que los marineros me miraban y se habían dado cuenta de que era un polizón. Me escondí en los servicios. Un paisa que estaba meando, me preguntó en árabe qué me pasaba. Yo no hablo bien el árabe, porque soy bereber, así que él me preguntó en español si tenía problemas. Primero tuve miedo, porque hay musulmanes en Melilla que son más policías que los policías, pero él se dio cuenta y me contó que trabajaba en Bélgica y que viajaba de regreso con su mujer y su hija. Como no sabía qué hacer, le dije lo que pasaba. Me mandó que tirara la camisa llena de grasa y me dio la camiseta que él llevaba debajo de la suya, y me dijo que me encerrara en el retrete hasta que volviera. Volvió a los diez minutos, pasándome por debajo de la puertecilla una cazadora de cuero. Luego, me llevó a cubierta con su familia. Su hija se agarró de mi brazo, haciendo como que era mi novia. Así pasamos la aduana de Málaga.
-¿Por qué viniste?
-Tengo nueve hermanos y mi padre se fue hace dos años con otra madre; ahora ya no le da dinero a la mía. Tenemos muchos problemas y los cuatro hermanos que son mayores que yo ya están casados. Tengo que ayudar. Las dos veces que me ha dado dinero el concejal se lo mandé a ella.
Admirado, Román notó que resbalaba una lágrima por la mejilla de Hammou.
-Sientes nostalgia de tu familia, ¿no?
-No -respondio Hammou con firmeza-. Tengo que ser importante en España antes de volver allí. Mi madre consultó con la bruja, que dijo que yo iba a encontrar a un hombre en España que me haría famoso.
Desayunaron en el primer café que encontraron abierto, en Estepona. Román observó que la melancolía que le causara una lágrima había sido sustituida, sin transición, por una alegría expansiva; Hammou reía sin parar, casi sin venir a cuento. Cuando reiniciaron la marcha, el joven dijo:
-Yo pienso que tú eres ese hombre.
-¿Quién?
-El que dijo la bruja.
-¿El que va a hacerte famoso? Creo que no.
-¿Me vas a echar?
-No, hombre, qué va. Lo que quiero decir es que no creo que yo pueda hacerte famoso de ninguna manera.
-Sí, con el fútbol. Todos decían en mi pueblo que soy mejor que Ben Barek. Sé que un día encontrarás a alguien que me abrirá la puerta de un club importante.
Román apretó los labios. Hammou se estaba haciendo demasiadas ilusiones.
-Hace calor -dijo el marroquí.
-Sí. Empieza a hacer calor. Menos mal que tenemos el sol de espaldas.
-Voy a ponerme el pantalón corto.
-Sólo faltan cincuenta kilómetros.
-Me cambiaré otra vez al llegar.
Hammou sacó el short de la bolsa de mano, se quitó los tenis y se bajó el pantalón. Antes de quitarse el calzoncillo, Román notó que se acariciaba la entrepierna; cuando se lo bajó, tenía una erección. Román fijó la mirada al frente, con las manos crispadas en el volante; no quería que volviera el desconcierto, se negaba a mirar de reojo siquiera.
-Éste es un rebelde -dijo Hammou agitándose el pene-. Si no me corro por las mañanas, sigue revoltoso hasta mediodía. Quiere su ración.
-Vamos, Hammou, ponte el short, no sea que pasemos un autobús y la gente se dé cuenta de que vas en cueros.
-¿No quieres tocar un poco? Esta mañana te quedaste mucho rato mirándome.
El muy zorro se había hecho el dormido. La vaga e inexplicable inquietud de Román fue desplazada por el enojo.
-¡Cúbrete de una vez, Hammou!
Alarmado por su tono, el joven obedeció.

Tuvieron que hacer cola a la puerta del consulado durante dos horas. El funcionario, un treintañero delgado que parecía sacado de una tópica película de ambiente árabe, les explicó los trámites y adoptó una actitud que a Román le hizo suponer que esperaba un regalo. Le quitó de las manos a Hammou los papeles que aportaba, que según el funcionario no servían para nada, introdujo un billete de cinco mil pesetas entre ellos y volvió a dárselos al diplomático. Al parecer, los papeles se habían vuelto útiles de repente.
El trámite ante las autoridades marroquíes iba por buen camino. A continuación, deberían realizar las restantes gestiones ante las españolas. De regreso, antes de llegar a Estepona, la carretera rozaba la playa.
-¿Podríamos parar a nadar un poco? -preguntó Hammou.
-Hay mucho trabajo en el restaurante.
-Son cinco minutos. Tengo mucho calor.
-Vale. Cinco minutos.
De nuevo se cambió de calzón dentro del coche, sin cubrirse. La erección continuaba. Román no se desnudó. A través del parabrisas, lo vio zambullirse, mientras él luchaba contra la persistente inquietud; Hammou era un animal bello, ágil, vital, gozoso, despreocupado y carente de doblez. Con la misma naturalidad con que le había invitado a tocarle, había pasado la página para comportarse como un muchacho ilusionado por la inminente resolución de todas sus dificultades, las documentales y las demás. Horrorizado, Román descubrió que se reprochaba no haber tocado.
Al reanudar el viaje, tuvo que resistir muchas veces el impulso. La mano derecha se le escapaba hacia el muslo de Hammou cada vez que cambiaba de marcha, y la retiraba como si le diera un calambre. Su humor era tan sombrío, que apenas escuchaba al marroquí:
-En mi pueblo, es imposible follar con una muchacha. Tenemos que bajar a Nador para hacerlo con las putas, pero cuesta demasiado y es muy peligroso; todas están sucias; cuándo íbamos cuatro o cinco, teníamos que hacerlo con la misma para que nos saliera más barato y a la puta ni siquiera le daba tiempo de lavarse antes de pasar el siguiente. Mis dos hermanos cogieron enfermedades; al mayor, que se llama Mimon, lo rechazó el padre de su novia cuando se enteró de que tenía sífilis y mi madre tuvo que hablar con otra, perdiendo los regalos que ya le había dado a la primera. Hay muchos que lo hacen con las cabras, pero a mí me da asco y siempre hay algún muchacho más joven que no protesta porque se lo hagamos y es mucho mejor. A mí nunca me lo hicieron de chico, porque mis hermanos mayores me decían que no lo permitiera y una vez le dieron una paliza a uno que lo intentó cuando yo tenía once años, que lo pillaron cuando ya me había desnudado y vuelto boca abajo en la cama de mi madre; lo majaron a palos aunque era primo de mi padre y ellos le tenían mucho respeto, y me parece que le habían dejado que lo hiciera con ellos cuando eran tan jóvenes como yo, porque el primo de mi padre les hacía muchos regalos; lo que pasa es que cuando eres mayor y llega la hora en que eres tú el que te follas a los más jóvenes, no te gusta recordar que, según qué gente, por asquerosa, te lo haya hecho; porque esos que tienen los dientes negros son los más sucios y casi siempre tienen enfermedades. Mi madre me decía todos los días que tuviera cuidado si yo lo hacía con alguno, pero que no dejara que me lo hicieran a mí. Un amigo mío que ahora está en Francia, y que se llama Nadir, insistía mucho cuando teníamos quince años, a pesar de que esa es la edad que ya comienzas a dejar de ser el que se deja y a querer dar tú; aunque tenía curiosidad, porque todos mis amigos decían que da mucho gusto cuando uno se la menea con una polla dentro del culo, yo no le dejé, porque Nadir tiene una polla que es el doble más grande que la mía, y eso que yo tengo diecinueve centímetros, y me daba miedo. Entonces, como él decía que me quería mucho y aunque insistía yo no quería, porque, además del bicho que tiene, es mi amigo, me llevaba con él cuando iba a follarse a un primo mío, que no protestaba y que me parece que es un poco mariquita. Se lo follaba siempre en el mismo sitio, contra una roca que había al lado de un algarrobo que nos tapaba del camino; le gustaba que yo me subiera a la roca y que me la meneara cerca de su cara mientras él follaba con mi primo, que gritaba igual que una mujer. Siempre le hacía sangre, porque su polla es así, mira, Román, así, como este apoyabrazos. Tendrías que verla. Cuando pase por aquí en las vacaciones camino de Melilla, le diré que venga a enseñártela. Yo creo que es casi tan grande como la del burro que tiene mi madre. Mira si es grande, que cada vez que yo se la metía a mi primo después que él, estaba tan abierto que no sentía nada y no me gustaba. Nadir quiso que yo se la metiera el día antes de irse a Francia, aunque ya no tenía edad de dejarse follar, porque había cumplido los dieciocho; me dijo que ya que no quería que él me follara a mí, le hiciera por lo menos una paja con mi mano mientras yo se la metía. Me costó trabajo, porque, como es mi amigo, me sentía un poco cortado, y además tardó mucho rato en correrse, y yo sin parar de bombear aquello tan asqueroso de tan grande que es, y que me estaba haciendo sudar por la fuerza que tenía que hacer; tardó tanto, que quiso metérmela por cojones; estuvo hasta llorando, pidiéndome por favor que le dejara, y lo que hice fue obligarle a correrse con la boca, para que me dejara tranquilo. El año pasado, vino de vacaciones con su mujer, porque se ha casado con una francesa, y entonces, aunque ya teníamos los dos veintiún años, sí le dejé que me la metiera después de metérsela yo, porque me dio mucha alegría que volviera, y no me dolió porque ya soy un hombre.
Román tragó saliva. La desinhibición del joven era asombrosa, y su carencia de pudor por lo que estaba relatando, increíble, pero él sentía crecer el desconcierto y la turbación. Suspiró aliviado cuando aparcó junto al restaurante.

El equipo marchaba bien. Entusiasmado con su genialidad futbolística y por lo bien que conducía a los muchachos, el concejal comenzó a interesarse por los problemas legales de Hammou, impaciente por formalizar su fichaje para asegurarse de que iba a continuar la labor toda la temporada. Una vez resueltos los trámites del consulado, le prometió a Román que realizaría gestiones para solucionar los españoles en un plazo breve.
-¿Tendría problemas si le diera trabajo en el restaurante? -preguntó Román.
-No creo. Ahora que comienza la temporada baja, la vigilancia afloja mucho. Pero no te preocupes; si apareciera un inspector, dile que es empleado del ayuntamiento, que sus papeles los tengo yo y que venga a hablar conmigo.
Hammou engrosó la plantilla del Monfragüe, en la que, despedidos ya los refuerzos del verano, sólo figuraban dos camareros que no eran parientes de Román. La hermana llevaba la caja y se responsabilizaba del almacén; el cuñado se tomaba muy a pecho su papel de maitre y la madre hacía de pinche en la cocina. Nela realizaba la decoración floral, que renovaba cada dos días, comprando ella misma las flores y negándose a que cualquier otro las eligiera. También los dos hijos se empeñaban en colaborar con frecuencia a la hora de montar las mesas. De modo que lo único que Román podía encargarle a Hammou era de la limpieza matinal, que apenas representaba el retoque y mejora de lo que los camareros habían limpiado de madrugada.
-Eres un loco -le dijo a Román su hermana-, darle la llave a ese moro, para que se hinche de robarte.
-No le llames "moro", por favor, Carmela. Ellos creen que esa palabra es un insulto. Sabes de sobra su nombre.
-Muchas molestias te tomas tú por el moro ése, que un día va a dejarte con el culo al aire. Cualquier día, vendremos a abrir el restaurante y nos encontraremos que se ha llevado la registradora.
-Quítate esas ideas de la cabeza, Carmela. Hammou es incapaz de robar ni un caramelo.
-¿Qué sabrás tú? Todos los atracos que trae el periódico son moros los que los hacen.
A Hammou le intimidaba Carmela; siempre se ponía nervioso cuando se le acercaba o cuando notaba que le estaba acechando; en tales momentos se mostraba torpe y cohibido, deseoso de echar a correr. Un día, cuando ya llevaba un mes trabajando en el Monfragüe, cuyas vitrinas, espejos, botellas y cristalería brillaban como nunca, llegaron al mismo tiempo, a las once, Carmela y Román. Con el suelo, las cristaleras y los espejos ya relucientes, el marroquí se encontraba pulimentando con un paño las copas de vino y las de agua, que iba colocando de nuevo en las mesas. Carmela se detuvo junto a él y le dijo con tono muy ácido:
-Te he explicado un montón de veces que las colocas al revés. Eres un estúpido.
Román observó que palidecía. Sujetando el paño en la mano derecha y la copa que pulimentaba en la izquierda, se paró, mirando con expresión indescifrable a la hermana. Con mano temblorosa, fue a poner la copa junto a la otra, tal como se le acababa de indicar; a causa del temblor, golpeó entre sí las dos copas, que se rompieron a la vez. Mientras contemplaba los fragmentos de cristal esparcidos sobre el mantel de color salmón, la piel del marroquí se había vuelto de cera.
-¡Moro de mierda! -gritó Carmela-. Eres un inútil y un desgraciado.
Como si tuviera ganas de golpear, Hammou tiró violentamente el paño sobre la mesa y corrió a ocultarse en la cocina.
-Carmela, Carmela... -murmuró admonitoriamente Román, y fue tras Hammou, previendo lo que iba a encontrar.
En la cocina, había un cuartillo más allá de las cámaras frigoríficas, donde los camareros disponían de seis taquillas para guardar la ropa. Hammou estaba dentro, con la puerta cerrada. Román intentó abrir, pero el pestillo se encontraba echado. Trató de oír. Sonaban golpes sordos, aunque propinados con mucha fuerza.
-Hammou -dijo muy bajo-. No se lo tomes en cuenta. Abre, vamos a hablar.
Los golpes dejaron de sonar, pero la puerta permaneció cerrada.
-Venga, Hammou, abre.
-No puedo.
-¿Por qué?
-Te vas a cabrear conmigo.
-No.
-Sí.
-Coño, abre, Hammou. Me estás poniendo nervioso.
La puerta se entrebrió.
-Entra -le dijo Hammou, y cerró de nuevo con Román dentro.
Éste descubrió al instante las manchas de sangre en la pared. Comprendió lo que había pasado.
-Enséñame la mano.
Hammou se resistió, pero Román le tomó la muñeca y le obligó a torcerla para examinar las heridas. Los huesos de los nudillos eras visibles a través de la piel hecha jirones y la sangre
-Joder, Hammou. Tengo que llevarte en seguida al hospital. Estás como un cencerro. Venga, vamos.
-Me va a gritar otra vez.
-No le hagas caso a mi hermana. Venga, vamos, antes de que se nos haga tarde para volver a trabajar.
Con la espalda apoyada contra la puerta, Hammou se abrazó a Román
-Perdona por manchar la pared.
Aunque nervioso por lo que el abrazo le hacía sentir, Román consideró que agravaría la situación si le empujaba para rechazarle.
-No te preocupes por eso. Es una tontería. Vamos a que te curen.
-La aguanto porque te quiero.
-Ya lo sé. También a mí me dan ganas de darle una hostia.
-Yo te quiero mucho, Román. Y ella quiere echarme.
-No te preocupes. No lo va a conseguir.
-Si ella te convence para que me eches, me mato.
Román sintió lo que estaba ocurriendo bajo el pantalón de Hammou. Espantado, trató de separarse. El marroquí se lo impidió. Forzó más el abrazo y de modo inesperado le mordió los labios para que no pudiera rechazar el beso.
Román cerró los ojos. ¿Qué le estaba pasando? Su cuerpo estaba respondiendo como el de Hammou y unas ondas deliciosas le recorrían el espinazo mientras un siroco insoportable agitaba su corazón. ¿Qué demonios significaba eso?
-Vámonos al hospital -dijo, mientras apartaba con energía a Hammou.

Cuando terminaba los preparativos del restaurante para afrontar la siguiente temporada de verano, Román miró con orgullo el trofeo que intentaba colocar del mejor modo en la vitrina. Romy, su hijo, había querido que se expusiera allí, ya que su padre no vivía en su casa. El equipo había resultado campeón de la liga provincial infantil; aparte del trofeo grande, entregaron otros más pequeños a cada uno de los chicos. A Romy, por ser el capitán, le habían premiado con uno de tamaño intermedio, que Román cambió varias veces de posición hasta conseguir que el nombre de su hijo fuese legible.
-¿Va a venir Hammou? -preguntó Romy.
-No, hijo. Ya pasó la prueba para que el Málaga lo contrate, pero todavía tienen que hacerle hoy el reconocimiento médico.
-¿Ya no va a entrenarnos más a nosotros?
-Me parece que sí. Aunque consiga ser titular en el Málaga, le permiten venir a entrenaros dos veces por semana.
-¿Cuándo vas a llevarme a vuestra casa?
-Cuando quieras.
-¿El martes, que cierras el restaurante?
-¿No tienes colegio?
-Las vacaciones empiezan mañana, ¿no te acuerdas?
-Disculpa, hijo. No me acordaba. ¿Te han aprobado?
-Claro. Díselo a Hammou, porque me prometió regalarme un balón firmado por los jugadores del Málaga si las aprobaba todas.
-Esta noche se lo diré cuando llegue a casa. No te preocupes.
Esa noche que sería una de mil, entre los miles de noches que habrían de sobrevolar juntos todas las rutas mágicas del oriente y el occidente.

domingo, 10 de noviembre de 2019

sábado, 9 de noviembre de 2019

domingo, 22 de septiembre de 2019

ESTUPOR EN LOS PIRINEOS


MON AMI

Sentado en el coqueto restaurante, Paco Muñoz trataba de prestar atención a la cháchara de su sobrino sin conseguirlo más que a ratos. El chico le había llamado un mes antes, recordándole una promesa que Paco había olvidado:
-Tío, ¿recuerdas que cuando era niño me dijiste que me llevarías a conducir miles de kilómetros para que hiciera prácticas, dando una vuelta por Europa, cuando consiguiera el permiso de conducir a los dieciocho años? Pues acabo de recoger el carné.
Le asombró el hecho mismo de que ya hubiese cumplido dieciocho años más que su memoria insolente, porque la edad del hijo de su hermana le hizo recordar que se acercaba a galope hacia la madurez. Aceptó cumplir ese compromiso que no recordaba y, a la primera ocasión que el trabajo del periódico se lo permitió, le mandó el billete de avión del chico a su hermana, que había pasado todo un mes llamándole para repetirle una y otra vez: "Paco, mi hijo empieza a decir que su tío es un informal. Los niños como Oscar sufren decepciones muy fuertes cuando un familiar les engaña"
El recorrido en coche había incluído Barcelona, Marsella, Génova, Roma, Florencia, Milán, Ginebra, Munich, Bonn, Amsterdam, La Haya, Bruselas, Luxemburgo, París y Burdeos. Ahora bordeaban los Pirineos por el norte, para cruzar Andorra y volver por fin a Madrid. Oscar era lo que era, un adolescente, pero, a los dieciocho años, Paco se deslomaba trabajando y estudiaba por las noches como un adulto, y su sobrino se comportaba a esa edad como un niño irresponsable, caprichoso e indiferente a los problemas y dificultadesde los adultos.
Estaba ansioso por reintegrarse a su vida madrileña habitual, libre del compromiso y del inclemente intolerante que era el muchacho.
Oscar había agotado la canastilla de patés que la astuta mesonera pusiera sobre la mesa, como si fuese un aperitivo gratis, aunque Paco sabía que tendría que pagarla a precio de caviar. A continuación, el chico eligió solomillo, que era el plato más caro de la carta. Menos mal que tenía que conducir y pidió coca cola en vez de una botella de la "Viuve de Clicot". Tras las peras maceradas en vino, reemprendieron la marcha por carreteras sinuosas entre bosques que a Paco, que no conducía, le parecían amenazadores. Temía que pudiera surgir tras un árbol un terrorista que les asaltara para apoderarse del coche con matrícula española.
A los pocos kilómetros de marcha, sus temores se confirmaron. Un coche bloqueaba la carretera y su conductor, un hombre entre treinta y cuarenta años, les pedía por señas que se detuvieran. Paco se puso en tensión. El hombre se acercó a la ventanilla del conductor y habló en francés:
-Se me ha averiado el coche; fundido total. ¿Pueden llevarme a Pau, para contratar una grúa?
Paco supuso que si le permitía entrar en el coche, en el mismo instante sacaría una pistola y les expulsaría, apropiándoselo. Pero era imposible transmitirle mentalmente a su sobrino, sentado al volante, lo que él haría en esa circunstancia: arrollar al intruso, virar en redondo y acelerar en la dirección contraria. Hacia el frente, el coche supuestamente averiado no les permitiría avanzar. Bajó la cabeza, tratando de examinar la cara del sujeto. Éste, notándolo, se agachó un poco más y sonrió ampliamente:
-Por favor -le rogó-. Por esta carretera no pasan ni jabalíes.
Su acento francés era demasiado genuíno para tratarse de alguien cuya lengua fuera otra. La cara le recordaba a Paco la de Jean Marchais, aunque las profundas arrugas que marcaba la risa en las mejillas hundidas resultaban mucho más masculinas. Estaban atrapados, no tenían más salida que jugársela. Le señaló con una inclinación de cabeza que sí, que iban a ayudarle.
-¿Pueden empujar mi coche para echarlo a un lado? La policía me va a multar si lo dejo ahí.
Tras salir, Paco volvió a examinar al sujeto. Visto erguido, tenía un tranquilizador aspecto campesino y no parecía peligroso. Sacaron el coche averiado de la carretera entre los tres y reemprendieron la marcha con el francés, al que Paco le cedió el asiento de copiloto, porque consideró más seguro ir sentado atrás, por si las moscas.
-Me llamo René.
-Mi nombre es Paco y mi sobrino se llama Oscar.
-Gracias, muchas gracias por ayudarme. Tengo que volver a mi granja antes de que anochezca, y resolver este problema me va a tomar lo menos tres o cuatro horas. ¿Viajan de turistas?
-Sí -respondió Oscar, sorprendiendo a su tío, que ignoraba que entendiera el francés.
-¿Les gusta Francia?
-Mucho -dijo Paco.
-Nunca estuve en España, pero me muero de ganas.
-¿Vive usted en esta zona?
-Sí. Tengo una granja ahí arriba, en la montaña. Vivo solo y los animales dan mucho trabajo.
-¿Solo?
-Me quedé viudo hace cinco años y no me dieron ganas de volver a casarme. Tampoco tengo hijos y ahora la gente joven le huye al campo. ¿No les gustaría ser mis invitados allá arriba?
Era una posibilidad. Sólo el deseo de librarse cuanto antes de su sobrino impidió que Paco aceptara la invitación.
Ninguno de sus temores se confirmaron. Dejaron a René a la entrada de Pau, donde, por la insistencia del francés, intercambiaron las direcciones y los números telefónicos, y siguieron el camino por la autopista, en vez de por los caminos bucólicos que Paco había estado eligiendo por ser más propicios para que el muchacho hiciera prácticas de conducción. Por la autopista, llegarían pronto a Andorra y se terminaría por fin el viaje.


A la semana de regresar, Paco recibió un paquete conteniendo seis pequeños quesos de elaboración artesanal y apariencia deliciosa, acompañados de una tarjeta que decía: "Fuiste muy gentil. Aquí tienes lo mejor de mi granja. Con amor, tu amigo francés. René". Esa noche, sonó el teléfono a las once.
-Soy René. ¿Cómo estás?
-¿René? ¡Ah! Qué sorpresa. Gracias por el regalo, pero es excesivo.
-Los fue excesiva fue tu amabilidad. ¿Tuvieron buen viaje?
-Sí.
-Sentí que no aceptaras ser... mi invitado. Habrías visto mi bodega de quesos y cómo los hago. Además, yo... Bueno... aquí en la montaña, tan solo, uno siente... mucha necesidad de hablar con la gente, en vez de con las vacas.
Paco sonrió. Estaba organizando un reportaje que tenía que escribir para el periódico, por lo que no tuvo pensamiento para la extrañeza por el párrafo lleno de pausas y sobreentendidos.
-¿Sigues con el chico? -el tono de la pregunta le sorprendió.
-¿Mi sobrino? No, ya está en su tierra, con sus padres.
-¿Es de verdad tu sobrino?
-¿Qué quieres decir?
-Había imaginado que...
Con dificultad, Paco dedujo que el francés había sospechado que formaban una pareja de amantes. Sonrió de nuevo.
-¿Por qué no vienes a pasar unos días en la granja? Me gustaría tanto...
-A lo mejor más adelante. Acabo de volver de unas vacaciones.

Dos semanas más tarde, el teléfono volvió a sonar a la misma hora.
-Soy René.
-Hola.
-¿Cuándo vas a venir?
-Es muy difícil que vaya este año, René. Ya no puedo pensar en vacaciones hasta el año que viene.
-Podrías pasar un fin de semana. Este sitio es muy bonito. El viaje no te llevaría más de cinco horas.
-Bueno, lo pensaré.
-Pero...
-¿Qué?
-Tengo que advertirte que mi casa, aunque muy hermosa y muy cómoda, es muy pequeña. Sólo dispongo de una cama.
-Entonces, problema resuelto. Iré cuando amplíes la casa.


Pasadas dos semanas, sonó el teléfono de nuevo.
-¿Paco? Soy René.
-¿Qué quieres?
-Decirte que he comprado una cama plegable, por si el problema era que no querías dormir en mi cama.
-Tienes que admitir que encuentre extraña tu insistencia. Apenas nos hemos tratado durante una hora, no somos amigos, casi ni nos conocemos. Me resulta incómodo decirte estas cosas, pero no puedo evitarlo. ¿Podrías explicarme con claridad la razón de tu interés porque te visite?
-Me caiste muy simpático y yo... vivo solo aquí, tan lejos de la gente...
-Todo eso lo comprendo, René. Es natural que una persona joven como tú se sienta oprimido por la soledad, pero ese es un problema que no está en mi mano resolver. Yo vivo y trabajo en Madrid; si te visitara alguna vez, estaría ahí sólo un par de días, lo que no palía en modo alguno tu soledad de manera definitiva.
-Un par de días, estaría muy bien.
-Pero, por el momento, no es posible.
-Te asombraría lo bello que es este lugar.
-No lo pongo en duda.
-Quisiera que sepas...
-¿Qué?
-Mi polla mide veintisiete centímetros.
Sin poder contenerse, Paco soltó una carcajada. Escuchó el chasquido del teléfono; René, amoscado, había colgado.

A las dos semanas, cuando sonó el teléfono a las once, Paco intuyó que se trataba de René. Descolgó el auricular y saludó, pero nadie respondió.
-¿René?.
Se oía la respiración al otro extremo del hilo.
-¿Eres tú, René?
Escuchó el carraspeo. El otro parecía intentar reunir coraje para hablar, sin acabar de decidirse.
-Coño, René, habla; estoy seguro de eres tú.
Nuevos esfuerzos de aclararse la garganta y una tos.
-Bueno, voy a colgar.
-No... espera.
-Eres el sujeto más extraño que jamás haya conocido.
-Me insultaste.
-¿Qué?
-Te reiste de mi problema.
-¿Tu problema? No sé de qué me hablas.
-Del tamaño de mi pene.
-¿Ese es tu problema? Hay millones de hombres en el mundo que quisieran tener esa clase de problema.
-Lo dices porque no es tu caso. A lo largo de mi vida, quien no se ha reído de mí, me ha mostrado miedo por esta cosa tan exagerada.
-Pero... oye...
-¿Qué?
-¿Es verdad que mide veintisiete centímetros?
-Sí.
-No lo puedo creer.
-Ven a comprobarlo.

Durante las dos semanas siguientes, Paco sintió crecer la curiosidad. Si era verdad que tal cosa existía, su espíritu indagador de periodista, funcionando al margen de su voluntad, le inclinaba por ir a certificarlo. Pero le parecía una mostruosidad viajar seiscientos kilómetros para ver un pene, cuyas medidas, muy probablemente, habían sido exageradas por su poseedor para incentivar su interés por el viaje. No, no podía realizar tal desplazamiento por una cuestión de tal carácter aunque resultara cierta la afirmación; lo más probable es que fuese mentira y podía llevarse un cabreo muy serio al comprobarlo.
Involuntariamente, permaneció alerta a las once, cuando debía producirse la llamada de René.
Pasaron las horas, el reloj marcó la una de la madrugada y Paco se acostó, furioso consigo mismo por haber esperado una llamada que no se había producido y que, en realidad, no deseaba que se produjese.
Al día siguiente, sin embargo, fue a hablar con la sexóloga Marta Abellán, que dirigía el consultorio del semanario del periódico.
-¿Es posible que exista un pene de veintisiete centímetros?
-Ya lo creo que sí. ¿Has oído hablar de John Holmes?
-No.
-Ya ha muerto. Era una estrella del cine pornográfico, que calzaba un treinta y cuatro.
-¿Qué quieres decir?
-Que su pene medía, en erección, treinta y cuatro centímetros.
-Pues no le serviría para nada.
-Parece que sí, según cuentan sus compañeros de las películas.
-¿Compañeros? ¿Era homosexual?
-Más bien parece que fuera bisexual. Protagonizó películas hetero y homosexuales. Creo que tengo un vídeo suyo, ¿quieres que te lo traiga?
-No, gracias.

Una nueva semana y René continuaba sin llamar.
Intuía aproximadamente la elaboración mental que el amigo francés había realizado. Le habló del tamaño de su dotación sexual para favorecer la estrategia de seducción y, al ver su reacción, dedujo que el asunto le divertía más que atraerle. Ahora, estaría mascullando la probable mezcolanza de sentimientos opuestos que su rareza le producía: por un lado, la jactancia por ser un superdotado y por otro, el complejo de quien se sabe diferente.
Una diferencia que a Paco le causaba también un conflicto de actitudes: la curiosidad de quien se pasa la vida investigando, la atracción morbosa por algo tan desusado y el escepticismo, porque tenía que ser una exageración.
Con el paso de los días, comprobó que el asunto ocupaba en su pensamiento más tiempo del conveniente.
-¡No me digas que eres un hiperdotado! -exclamó el médico que dirigía la sección de salud del periódico.
-No se trata de mí. Es un... amigo, que afirma tener veintisiete centímetros, pero no me lo creo. Marta dice que sí, que existen penes así, pero su información procede de la publicidad de películas pornográficas, que todos suponemos que deben de exagerar.
-Pero no es imposible, Paco. Veintisiete centímetros es una medida que, aunque enorme, se encuentra dentro de lo razonable. Sé de un sujeto de raza africana que sobrepasaba el medio metro; claro que no se le levantaba, era imposible. Esto sí es completamente insólito, una verdadera deformidad, pero entre los veinte centímetros, que es cuando un pene comienza a resultar excesivo, y los treinta, la estadística aporta casos, pocos, pero lo suficientemente frecuentes como para encuadrarlos dentro de la normalidad, entendiendo la palabra "normalidad" con todas las reservas.
-¿Y son funcionales?
-Funcionales sí pueden ser, pero difícilmente presentan erecciones verdaderas, lo que dificulta la penetración más que el tamaño; y además, es corriente que los penes tan grandes presenten deformaciones, torcimientos y curvaturas. En todo caso, la funcionalidad depende del estado mental, el físico y la relación pene/corpulencia de cada individuo. Lo que sí parece muy común es que estos superdotados sientan complejos, casi más que los pitofláuticos.
-Es posible que esa característica condicione el carácter.
-Sí, es muy posible. Sin embargo, la mayoría de los hombres, incluso algunos muy bien dotados, sueñan con tener un pene mayor.
-Yo no.
-Porque lo tendrás grande.
-Normalito.
-¿Qué entiendes por "normalito"?
-Nunca se me ha ocurrido medírmelo, pero, cuando estaba en la mili, en las duchas no me pareció que lo mío fuera extraordinario en ningún sentido.
-Entonces, medirás entre quince y dieciocho centímetros en erección. Los que más sienten la necesidad de medirse son los que están por debajo y por encima de esos estándares. En fin, Paco, que en cuestión de pollas, vino un barco lleno de modelos y volvió vacío.
-Tengo una curiosidad tremenda por ver si este amigo no miente.
-Ten cuidado, a ver si a tu edad te acomplejas y te da por aspirar a más.

Paco esperó en vano una nueva llamada de René, y la curiosidad crecía entre tanto. De modo que un mes después de la última llamada del francés, fue él quien marcó el número de teléfono.
-¿René?
-¡Paco, qué alegría!
-¿Estás enfadado?
-¿Contigo? No. Estaba triste, porque vi que no te interesaba.
-Oye, creo que podría ir por ahí este fin de semana
-¡Es magnífico! ¿Qué día llegarás?
-Antes de acabar de decidirlo, tienes que...
-¿Qué?
-Tienes que darme tu palabra de que es verdad lo del tamaño de tu pene.
-Te gustan las pollas grandes.
-No se trata de eso, René. Mi interés es periodístico.
-¿Vas a hacer un reportaje sobre mi polla? No es necesario que vengas.
Sonó el chasquido del teléfono. Había vuelto a colgar.

A la noche siguiente, el timbre del teléfono despertó a Paco a las dos.
-Soy René. Disculpa por llamarte tan tarde. Llevo toda la noche dudando si hacerlo o no. No estoy enfadado contigo, pero debes comprender que este problema me acompleje.
-No veo por qué. Si un pene del tamaño del tuyo es funcional, incluso podrías vivir de él haciendo cine pornográfico.
-¿Funcional, qué quieres decir con eso?
-Funcional quiere decir que funciona, que tienes erecciones, que puedes penetrar a una mujer o... a quien desees penetrar.
-¡Oh, sí, claro que es funcional! ¡Demasiado funcional! Pero no me gustaría que eso me convirtiera en un bicho raro en un periódico.
-No quise decir anoche que pretenda hacer un reportaje sobre tu polla, René. Te hablé de mi interés periodístico para describir una circunstancia, una actitud producto de la deformación profesional, no porque piense escribir un reportaje.
-En ese caso, ¿vendrás el fin de semana?
-Sí.

La última etapa del viaje fue más complicada de lo esperado.
La vertiente norte de los Pirineos era hermosísima, llena de valles cubiertos de verde abiertos entre cumbres boscosas que parecían pintadas, pero el estado del camino, a pesar de estar en Francia, resultaba sorprendentemente malo, lo que se agravaba por la sinuosidad del trazado y las frecuentes bifurcaciones, que le desorientaban.
Por fin, descifró a duras penas las indicaciones de René y encontró la granja, que se alzaba muy cerca del camino; tras el edificio, muy antiguo pero bellamente pintado y decorado con flores, el terreno descendía suavemente hacia un torrente.
René acudió presuroso desde la parte trasera.
-¡Paco!
Su alegría resultaba engorrosa, porque era verdadera.
-¿Cuánto te vas a quedar?
-Ya veremos. No lo tengo claro del todo.
-¿Qué te parece el paisaje?
-Extraordinario.
-¿Ves como te decía la verdad?
-¿En todo?
René bajó la cabeza rojo de rubor, lo que asombró a Paco. El francés era tosco, sí, pero poseía un físico envidiable, fuerte y armónico, y su cara era más que atractiva. Y, sobre todo, se trataba de un hombre en la treintena, demasiado viejo para rubores.
-He hecho un plan para tu estancia aquí. Esta tarde, para que desacanses del viaje, no saldremos de la granja; te enseñaré cómo trabajo con el ganado y la elaboración de los quesos. Si te aburres, puedes ver la televisión. Mañana, me levantaré muy temprano, haré las tareas y luego subiremos aquella montaña, ¿ves? Desde allí se ve España.
-A España la tengo muy vista.
-Pero el paisaje te gustará. Además, encontraremos animales por el camino y podrás coger endrinas silvestres. Siempre que me visita gente de la ciudad, se entusiasma con esas cosas.
Paco no podía evitar que su mirada se deslizara hacia la entrepierna de René, a ver si el pantalón permitía apreciar el contenido, aunque se trataba de un rígido y ampuloso pantalón de dril que le cubría como un saco. No le pareció que contuviese nada excepcional, pero lo que sí le parecía excepcional era que René, ante cada una de las miradas, volviera a enrojecer. Y , por encima del rubor, la delicadeza y el afán con que trataba de comportarse como un buen anfitrión, actitud inesperada en alguien que, por su modo de vida, tendría que ser un gañán.
La sorpresa aumentó durante la cena y no por la comida, aunque era deliciosa, sino por cómo arregló la mesa. Los platos, vasos, cubiertos y servilletas estaban dispuestos como los de un hotel del lujo; había un centro de flores silvestres hermosísimas y dos velas rojas encendidas. Todo ello desentonaba de la apariencia de quien lo había preparado, cuyas manos duplicaban casi el tamaño de las de Paco y presentaban los rasguños y callos propios de quien trabaja en el campo.
-¿Sabes por qué he venido?
René bajó la mirada a su plato y volvió a enrojecer.
-Es una tontería que eludamos el asunto, René. De veras que te agradezzco tu hospitalidad, compruebo que eres un anfitrión muy gentil y generoso, pero todo eso no justificaría este viaje. Has tentado mi curiosidad, lo sabes muy bien. Ahora, tengo que ver tu pene.
-Yo...
-Coño, René. Te prometo que si me has mentido, no me voy a enfadar. De todos modos, ver los paisajes que he visto merece la pena. Si te da vergüenza bajarte los pantalones, reconoce que exageraste y me daré por satisfecho.
-¡No exageré!
-Entonces, demuéstramelo.
-Mañana.
-¿Por qué mañana?
-Es que... yo... No quiero que eches a correr.
-Coño, René. Tengo treinta y nueve años, llevo quince en el periodismo, he sido corresponsal de guerra en Irak y en Bosnia... ¿Crees que hay algo que me pueda espantar?
-Mi pene lo haría.
-Estás equivocado.
-Pero yo quería...
-¿Qué?
Sin responder, René se alzó de la silla y corrió a encerrarse en el dormitorio.
Esto acabó de desconcertar a Paco. ¿Cómo podía comportarse igual que una doncella un hombre de sus características? Comprendía que alguien que llevaba una vida tan solitaria, tan apartada del mundo civilizado, poseyera inhibiciones y desconexiones con el desparpajo de la gentre urbana, pero el pudor y los remilgos de René eran desconcertantes. Subió la pequeña escalera, que apenas salvaba un desnivel, y llamó a la puerta.
-He preparado tu cama en la sala -informó René por respuesta.
-Quiero hablar contigo.
-No puedo.
-¿Por qué?
-No me gustaría que conviertas mi granja en un zoológico.
-No te comprendo.
-Cuando veas mi pene, lo contarás a tus lectores y vendrán a estudiarlo como se estudian las cosas raras.
-No, René. Yo no voy a hacer eso. Sal, por favor. Esperaré que me lo enseñes mañana si así lo quieres. Y si no, pues dará igual.
La puerta se abrió suavemente. René se había quitado la camisa. A pecho descubierto, calculó Paco que un publicitario lo contrataría inmediatamente para un anuncio de Marlboro. Había visto pocos cuerpos más macizos y agrestemente varoniles, por lo que resultaba muy desentonante la expresión de adolescente contrariado y cabizbajo.
-Quería que fueras mi amigo -murmuró René, de nuevo ruborizado.
-Bueno, hombre, ¿por qué no? Eres una persona muy agradable y si tú quieres ser mi amigo, yo también. Pero deja de comportarte como si yo fuese el enemigo.
-¿Quieres tomar un whisky?
-No me gusta el whisky. ¿Tienes coñá?
-Claro.
En la sala, conteniendo los bostezos, René encendió el televisor, cuyo volumen redujo al mínimo. Sirvió las copas y, mientras bebían, pronunció un inconexo y largo discurso sobre la vida en la montaña, sus ventajas e inconvenientes, la soledad helada de una cama no compartida, la falta de caricias de una piel que las anhelaba y el despertar en ausencia de voces humanas, hasta que el crepúsculo se esfumó del todo tras la ventana, la noche se cerró, la luz de la luna le bañó de plata la mitad del perfil y René comenzó a bostezar ya continuamente.
-Tengo que levantarme a las cinco, para ordeñar las vacas antes de que subamos al bosque. ¿Podrás dormir en este camastro tan pequeño, no preferirías dormir en mi cama, que es mucho más cómoda?
Paco fingió no captar la súplica implícita. Respondió.
-Esta noche, me quedaré aquí. Mañana, ya veremos; quiero conocerte mejor.
René le miró fijamente a los ojos mientras se desperezaba con los brazos flexionados y las manos en la nuca. Había en su mirada tristeza y decepción.
-Yo no resisto más -explicó-. Es muy raro que me acueste tan tarde.
-De acuerdo, no te preocupes por mí, acuéstate. Si no te incomoda, miraré la televisión todavía un rato. No conseguiría dormir tan temprano; en Madrid, nadie se va a la cama antes de la una.
A solas, Paco meditó durante horas. Se estaba produciendo un cambio imprevisto de su interés Había viajado más de seiscientos kilómetros movido por la curiosidad, sin valorar que la persona que le aguardaba era un ser humano, con su carácter, sus emociones y sus expectativas. René se había revelado esa tarde muy sensible, gentil, afanoso de agradar y, sobre todo, muy necesitado de amor; estaba muy por encima de su rareza física. Había sido injusto.
Cuando comenzaba a vencerle el sueño, escuchó un gruñido. "Bueno -se dijo-, estoy en una granja; lo normal es que haya animales que gruñan por la noche". Pero el gruñido, mugido o berreo sonaba dentro de la casa, estaba seguro; no venía del exterior. Extrañado, se desveló. Gracias al estado de alerta, su oído se volvió más agudo y escuchó el murmullo animal alternado con jadeos y el crujido de una cama agitada. Su desconcierto aumentó. ¿Qué significado tenían tales sonidos?. Ahora, despejado del todo, percibía con claridad que procedían de la parte alta, del dormitorio de René. ¿Tendría problemas? ¿Podía tratarse de una crisis de llanto contenido? Lo que le faltaba, tener que consolar ahora a ese hombretón que podía partirle la cara de un guantazo.
Decidió no encender la luz. Con los pies descalzos, su aproximación no sería advertida y podría volver sobre sus pasos si estaba equivocado.
Escaló lenta y cuidadosamente los siete peldaños para acercarse a la puerta. Se encontraba abierta. Atisbó con cautela para que no le descubriese. En el trayecto, sus ojos se habían acomodado a la luz difusa que derramaban la luna y las estrellas a través de las ventanas, bañando con una claridad azul los muebles y las paredes. En posición cuadrúpeda sobre la cama, y completamente desnudo, René actuaba como si estuviera poseyendo a alguien. No, no se trataba de alguien; lo que René soñaba poseer no era una persona sino un animal, de ahí sus gruñidos impacientes, los golpes que parecía dar sobre ancas inmateriales, las tarascadas brutales que propinaba a la cubierta de la cama y las contracciones violentísimas de sus caderas. Mientras escenificaba el coito sonámbulo en posición de retro y de rodillas, René reproducía en murmullos los sonidos propios del animal con el que creía estar copulando. Visto desde atrás, despatarrado y con sus movimientos impacientes y apresurados, penduleaba entre sus muslos algo que parecía una botella de Valdepeñas colgada entre dos monstruosas hamburguesas oscuras.
Estupefacto, Paco reculó y volvió silenciosamente al catre. Lo asombroso no era confirmar que René no había mentido, sino descubrir que las leyendas sobre el bestialismo de los pastores montañeses eran reales.

martes, 27 de agosto de 2019

PORNO STAR POR NECESIDAD

PACO PORN STAR
El tiempo iba pasando y el desaliento de Paco crecía mientras su autoestima disminuía y se le instalaba un hierro ardiente en el pecho. Tras caducar el subsidio de desempleo hacía dos meses, ya no podía satisfacer ni el menor capricho de Carmi. Y eso que ella había reducido el tono de sus exigencias aunque sin renunciar a ellas. Hasta tres o cuatro meses atrás, Carmi solía decirle “Tienes que comprarme tal cosa o cual otra”; ahora, ya casi nunca decía “tienes”; se limitaba a decir “deberías” la mayor parte de las veces. Pero la renuncia al verbo imperativo conllevó el aumento de sus “dolores de cabeza” como pretextos y el espaciamiento de su aceptación del sexo con él. Se había distanciado, y Paco necesitaba ansiosamente recuperarla, no sólo porque la quería; también, porque su cuerpo ardía y se derretía, sobre todo de noche. .
Debía encontrar un trabajo, porque hacía tres o cuatro semanas que había decidido delinquir por ella y no había sido capaz. ¿Cómo se asaltaba una tienda? ¿Cómo se convertía uno, al menos, en ratero de gran almacén? Era muy acuciante el ayuno sexual a que lo sometía Carmi. Paco era un hombre fuerte y apasionado; poseía gran apetito erótico adobado con un fuerte atractivo viril, un apetito que ahora estaba convirtiéndose en padecimiento, un fuego que lo consumía, porque su obsesión por Carmi representaba también enorme indiferencia hacia las demás mujeres. Estaba perdiendo el control día a día. Sudaba en la cama por sus deseos insatisfechos y los sueños que por convertirse en pesadillas no le proporcionaban siquiera el desahogo de poluciones involuntarias y ya no era capaz de contener ni disimular sus erecciones en todas partes, el autobús, las colas del supermercado… En todas partes vivía del tormento al rubor. No tenía más remedio que encontrar una solución.
Revisaba meticulosamente las secciones de ofertas de trabajo de los periódicos de anuncios clasificados; muy pocas ofrecían de veras trabajo, se trataba casi siempre de anuncios de algún “sistema” para ganar dinero mediante “pequeñas inversiones” o pagando por el ingreso en determinadas páginas de internet, que al final resultaban ser fraudulentas y despiadadas incitaciones a entrar en páginas de casino, cuando no invitaciones a prostituirse. No había ninguna posibilidad de conseguir un empleo, tenía que reconocerlo. Y jamás sería capaz de emigrar, porque su obsesión de conseguir un sueldo era consecuencia de su obsesión por Carmi, ya que sus padres cubrían sus principales necesidades vitales, pues le daban todavía una cama y la comida, y a Carmi no la tendría en otro lugar. Pero tampoco sus padres estaban en condiciones de ayudarle; no podían hacerle un préstamo para ninguna iniciativa ni podían siquiera avalarle un crédito.
Padecía insomnio aunque sólo contaba veintisiete años. Siempre probaba a masturbarse a la hora de acostarse, pero le quedaba siempre tal frustración y sentimiento de soledad, que pocas veces se decidía a hacerlo.
Últimamente, cada vez que le suplicaba a Carmi lo que ella se resistía tanto a darle, se le escapaban tonos lastimeros a pesar de querer disimularlos. Estaba perdiendo la dignidad.
Tras pasar una noche de sueño alterado y pesadillas inclementes, se levantó una mañana muy temprano para revisar las ofertas de trabajo antes que nadie, no fuera a presentarse una oportunidad en la que otro se le adelantara. Tras varios repasos desalentadores, se fijó en una oferta que no había visto anteriormente: “Buscamos hombres fuertes y bien dotados, que quieran actuar en películas para adultos”. Había que escribir a una dirección de internet y mandar fotografías de cuerpo entero en slip, una de frente y otra de perfil. ¿Cómo iba a mandar por las buenas fotografías casi desnudo, a una dirección anónima? Además, no disponía del sistema digital necesario para ello. Ni se sentía capaz de actuar en una película que seguramente sería pornográfica.
Caviló sobre ese anuncio tres o cuatro días, porque lo seguían publicando mientras su desesperación crecía y su resistencia iba aflojándose. Llevaba más de una semana sin sexo con Carmi; caviló que trabajar en una película de tal clase podía actuar como sustituto y representar un alivio. Pero… ¿podía hacerlo? Por otro lado, no imaginaba que a Carmi le agradase que él tuviera esa actividad, aunque solo fuera una vez.
Pasados dos días más, con su angustia y su desolación en aumento, resolvió que no perdería nada con intentarlo. Recurriría a su primo Joaquín, que tenía ordenador y sabía mucho de informática; creía recordar que también tenía cámara de fotografía. Con lo fanático que era Joaquín de las tecnologías modernas, la cámara sería digital. No frecuentaba mucho la amistad con ese primo, porque desde la adolescencia le parecía que no era demasiado macho, pero qué otra cosa podría hacer. Lo llamó por teléfono; tras explicarle lo que necesitaba y disculparse Paco por sus silencios, Joaquín le dijo:
-Sí, con mi cámara podemos meter tus fotos en un correo de internet, pero no tengo luces ni los flashes necesarios para tomar fotos en interior. Tendríamos que buscar un lugar discreto al aire libre. Medita a ver qué sitio se te ocurre y ven a buscarme el sábado que viene a primera hora de la mañana.
Paco caviló mucho e inspeccionó con el coche los alrededores de la ciudad, para descubrir el lugar donde poder hacer esas fotos, lo que tuvo el efecto de permitirle descansar a ratos de su obsesión por Carmi y su frustración sexual. Eligió un paraje que nunca había visitado antes, y que le pareció que sería discreto. A las diez y media de la mañana del sábado siguiente, llegaron los dos primos a un soto que bordeaba el río cercano a la ciudad; un lugar muy alejado de cualquier población y distante varios centenares de metros de la carretera. Lo recorrieron durante un largo rato, a fin de que Joaquín encontrara un espacio abierto cuya iluminación considerase conveniente.
-Aquí –dijo por fin-. Desnúdate.
-Pueden vernos desde la carretera.
-¿Tú crees que la gente conduce mirando hacia el interior de los bosques como este? Además, ¿no pretendes trabajar en una película porno? ¿Te vas acojonar por quedarte en calzoncillos?
-Has dicho “desnúdate”.
-Bueno, quería decir que te quedes en slip, pero tampoco sería malo que te hicieras la foto desnudo, tratándose de lo que se trata.
-¡No jodas!
-Venga, Paco, quítate el pantalón deprisa, porque la luz cambia muy rápidamente a estas horas.
Inesperadamente, Joaquín disparó muchísimas tomas durante varios minutos mientras le pedía que se girase o adoptara ciertas posturas. Tras una toma de perfil, Joaquín preguntó:
-¿Estás empalmado?
Realmente, la prominencia del calzoncillo era llamativa.
-¡Qué va, estás loco!
-Entonces, ¿todo eso es de verdad tu polla?
Paco enrojeció. Pero al mismo tiempo sintió un ataque de vanidad que le impulsó a echar involuntariamente las caderas hacia delante. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Podía tener una erección porque otro hombre lo alabara? Escandalizado, se encogió de nuevo, mientras Joaquín comentaba:
-Si pretendes trabajar en el porno, deberías depilarte el cuerpo.
Estupefacto, Paco bajó la mirada para contemplarse. No tenía demasiado vello; sólo las piernas y los antebrazos eran medianamente velludos, aparte de la parte superior del pecho y el típico cordón umbilical propio de los hombres. No necesitaba depilar su cuerpo, ni ello le agradaría a Carmi.
-Tú no estás bien de la cabeza.
-Es lo que está de moda en el porno en la actualidad. Se depilan hasta la entrepierna.
-¡Qué tontería! Será en el porno gay.
Joaquín apretó los labios y tragó saliva. Le sorprendía la imprevista clarividencia de ese primo medio desconocido.
-¡Qué va! Los machos del porno hetero también se depilan.
-Pues yo no voy a depilarme. Sería la mar de asqueroso. Si les gusta como soy, al natural, estupendo. Si no, yo no soy un faraón egipcio.
Joaquín sonrió. No había tenido demasiado trato con su primo, sobre todo a partir de la adolescencia. Le estaba sorprendiendo mucho y por muchas razones y, en ese momento, supuso que Paco se había envalentonado por el comentario sobre el abultamiento de su calzoncillo, porque se lo bajó rápida y resueltamente, con movimientos muy rápidos, como si tratara de no arredrarse a medias por querer mostrarse desnudo. Casi magnetizado, Joaquín avanzó hacia él, agachado, para enfocar la magnificencia de su entrepierna.
-¿Qué haces? –se quejó Paco, pero no se movió.
-Tengo que hacerle una foto a tu polla, porque si no, cuando nos vayamos voy a creer que he tenido una alucinación. ¿Sabes que es formidable?
Paco calló. Se sonrojó al tiempo que forzaba su vientre de modo reflejo, como si quisiera que la fotografía ganase en espectacularidad.
Terminada la sesión, volvieron al domicilio de Joaquín. El ordenador estaba en su dormitorio; su primo le ofreció una silla pegada al suya, pero Paco la apartó un poco. Sentía todavía una clase de prevención que la lógica le decía que estaba injustificada; su primo no iba a intentar agredirlo sexualmente. Trató de evocar cómo era Joaquín cuando jugaban de niños; evocó que lo quería muchísimo entonces, y que el distanciamiento de la adolescencia sobrevino, sobre todo, por los comentarios de sus padres acerca de una supuesta debilidad viril. Ahora no sentía el mismo afecto por él que antaño, le parecía un extraño de quien se apartaría en cuanto tuviera lo que necesitaba. Y no se trataba de la sospecha de su homosexualidad, lo que no le importaba gran cosa, sino porque realmente se habían convertido en extraños.
-Mira, han salido muy bien –comentó Joaquín señalando la pantalla del ordenador.
A Paco le costó un poco reconocerse. A primera vista, parecían fotos de un artista de cine, tanto había cuidado Joaquín los enfoques, las luces y los ángulos. Cuando llegaron al primer plano del pene, Paco dijo:
-Esa no la puedo mandar.
-¿Por qué no? Con esto, seguro que te contratarían.
-¡Qué vergüenza! Ni pensarlo. Guárdala tú, pero no se la enseñes a nadie. Haz con ella… lo que quieras.
Enviaron las fotos por internet a la dirección que figuraba en el anuncio. Como no disponía de ordenador, Paco reseñó su dirección postal, por lo que esperó inútilmente una carta durante los siguientes diez días.
Una noche, su madre le dijo al llegar:
-Tu primo Joaquín te ha llamado unas cuantas veces esta tarde.
-¿Te dijo lo que quería?
-No ha querido. Me ha dicho que no necesitas llamarlo y que vayas sin falta esta noche a su casa.
Extrañado, Paco cenó deprisa para evitar que la madre de Joaquín lo convidara a comer y tuviera que aceptar. Mientras se cambiaba de ropa varias veces antes de decidirse, se preguntó por qué intentaba aparecer presentable; se dijo que no era lo mismo andar por la calle de día que de noche. Era jueves; no creía que su primo llegase temprano a su casa una noche de jueves, pero de todos modos fue. El primo Joaquín fue quien le abrió la puerta.
-Menos mal que has venido. Tienes que ir por la mañana…
Joaquín se interrumpió. Su madre estaba cerca.
-Vamos a mi cuarto –continuó Joaquín-. Quiero enseñarte una cosa.
Paco lo siguió un poco escamado pero al cerrar la puerta del dormitorio tras ellos, notó que el ordenador estaba encendido.
-Como mandamos tu respuesta desde mi correo, los promotores de esas películas han respondido aquí, creyendo que sería el tuyo. Tienes que presentarte mañana por la mañana.
-A mí no me han mandado ninguna carta.
-Claro, Paco. Si mandan el correo por internet, no se preocupan de otras cosas. Lo importante es que te han respondido, aunque todavía no digan que vayan a darte el trabajo.
-Me da un reparo… me acojona un poco.
-¿Quieres que te acompañe?
Paco miró a su primo mientras reflexionaba. Se había preocupado por él, evidentemente, dándose prisa por encontrarlo para que no perdiera la oportunidad. Sin duda, quedaba algo del cariño que se habían profesado de niños.
-Sería estupendo. Contigo al lado, a lo mejor no hacen nada raro.
-Joder, Paco; parece que temieras que quieran violarte… Con lo fuerte que eres y la pinta de gallito que tienes, nadie se atrevería a provocarte, creo yo.
-Bueno, pero por si las moscas, ir acompañado será más seguro.
-Vale, estupendo, iré contigo.
El local de la cita había sido en otro tiempo un gran almacén de los ferrocarriles, de extensión enorme; el rótulo de la puerta rezaba simplemente “Productora Elazaz y Marvin”. Joaquín se había callado todo comentario al notar el cuidado que había puesto Paco para dar buena impresión. Toda su ropa debía de ser lo que él consideraba lo mejor de su ropero. Se había afeitado muy a fondo y el peinado mostraba trazas de un meticuloso trabajo de decisión y aplicación de gomina. Ahora, en el momento de entrar donde lo esperaban, decidió abogar todo lo que pudiera en su favor, puesto que consideraba a Paco algo cándido y no muy batallador.
Tuvieron que llamar a un portero automático. Al entrar, Joaquín observó la cantidad de grandes fotografías de hombres desnudos, pero Paco pareció no fijarse; se desplazaba con la cabeza gacha, como si anticipara una catástrofe. Joaquín se enterneció.
Llamado por una recepcionista muy madura, les atendió un hombre de alrededor de cuarenta años; iba en camiseta de tirantes.
-¿Los dos venís por el anuncio?
-No –respondió Joaquín-. Sólo este.
-Ah muy bien. Yo soy el productor. Ven conmigo tú solo, que tu novio te espere aquí.
Paco enrojeció.
-No es mi novio. Es mi primo, y solo no entro.
El hombre se encogió de hombros diciendo:
-Como quieras, tú mismo. Si no te importa…
Los condujo a una habitación de tamaño mediano, donde solo había un sillón de orejas en el centro, tapizado de skay rojo.
-Tú te desnudas del todo y te sientas ahí –le dijo a Paco y a continuación, a Joaquín: -Tú tendrás que quedarte de pie, pero pegado a aquella pared y sin moverte.
-¿Desnudarme del todo? -preguntó Paco con tono quejumbroso.
-¿No sabías que se trata de películas porno? Claro que tienes que desnudarte del todo; detrás de ese espejo, hay una cámara que estará filmando tu prueba, a ver cómo respondes. ¿Qué tipo de películas porno te gustan?
-No comprendo –respondió Paco, mientras Joaquín, asombrado, le daba un leve codazo.
-Tenemos que comprobar que funcionas bien –informó el productor- ¿Te gusta el sado, lo romántico, lo muy guarro, los maduros o lo juvenil?
-Me da igual.
Tras desnudarse Paco y sentarse con mucha prevención, se encendieron un foco a cada lado y, al mismo tiempo, una pantalla grande de televisión situada bajo el espejo. En seguida, comenzó una escena pornográfica donde dos hombres jóvenes hacían sexo muy apasionadamente.
-¿Qué coño es esto? –exclamó Paco.
-Seguramente, se trata de hacer películas pornográficas gay, Paco –observó Joaquín.
-¡Ni pensarlo! ¿Fíjate, cómo voy a excitarme con esa guarrería?
Contradiciendo la exclamación, el pene de Paco comenzaba a ponerse morcillón.
-Pues mírate –dijo Joaquín-, se te ha puesto grande. Empiezas a excitarte.
-Será una reacción natural, pero yo no voy a hacer esas porquerías.
Joaquín asintió con la cabeza. Reflexionó un momento antes de decir:
-El porno gay es el que más paga a los hombres. Y la mayoría de los modelos que actúan en estas películas son heterosexuales, como tú; precisamente, los buscan con pinta muy de machos, parecidos a ti, porque es lo que más vende. Y necesitan que sean muy eróticos, muy apasionados, como tú cuentas que eres, para tener la seguridad de que no sufrirán gatillazos.
-Pues yo no… -Paco calló y volvió a mirar la pantalla. ¿Sería verdad que esos hombres no eran gays? Parecían pasarlo muy bien.
-¿Qué te importa? –continuó Joaquín- Al fin y al cabo, venías dispuesto a tener sexo delante de una cámara por dinero; no hay tanta diferencia, Y de todos modos, sea gay o heterosexual, nadie de la familia va a ver esas películas. Y si necesitas ganarte un poco la vida, ganarás mucho más con el porno gay
-Pero… Imagina si la Carmi se entera…
-¿Por qué se iba a enterar? Ya que estás aquí, decídete, que no vas a perder nada.
Paco volvió a mirar la pantalla. Cerró los ojos un instante, buscando resolución en su ánimo, y de nuevo se fijó en la película. Sentía una angustiosa mezcla de impulsos, porque lo que veía lo considera repugnante, pero su cuerpo estaba respondiendo. Ver varios penes muy erectos excitaban a todo el mundo, incluidos los machos aunque fueran muy militantes, le habían dicho una vez. Ahora llevaba más de dos semanas sin sexo, Carmi se había vuelto inabordable, la masturbación le aburría mucho y la nostalgia de un orgasmo se estaba convirtiendo en apremiante. A los cinco minutos, Joaquín sonrió, porque el pene de su primo mostraba ya toda su llamativa y espléndida plenitud. Pasaron sólo unos tres minutos antes de abrirse la puerta y entrar el productor muy sonriente:
-Estupendo. Puedo darte un papel en una película que vamos hacer el lunes y el martes. No te preocupes por la ropa, porque te la proporcionaremos aquí. Vamos a firmar.
Paco se vistió deprisa, sintiendo un profundo sonrojo. No podía hacerlo, tenía que salir de ese sitio. Notando su vacilación, Joaquín le puso la mano en la espalda, empujándolo suavemente, mientras murmuraba en su oído:
-Tranquilízate. Todo está bien, primo.
El productor le dio a leer el contrato tras anotar en una casilla de la primera página, con letras de molde, el nombre de Paco. Todavía dudó este un instante, pero Joaquín, sentado a su lado, tocó su rodilla después de fijarse en lo que iban a pagarle por dos días de algo que no podía llamarse verdaderamente trabajo. Paco firmó, pero sentía gran angustia. En cuanto salieron del local, dijo:
-No voy a poder hacerlo, primo. Sería superior a mis fuerzas.
-Ya has firmado, Paco. Tratándose de la actividad que se trata, no creo que sean demasiado legalistas, pero a lo mejor podrían buscarte las cosquillas si no cumples.
-Joder. Tendré que beberme unos cuantos pelotazos antes de venir el lunes.
-No bebas, Paco. Un poco de alcohol puede estimular, pero si te pasas, ni se te empina.
-¿Podrás venir conmigo? –el tono de Paco era suplicante.
-¡Claro! Me saltaré la universidad esos dos días, no te preocupes. ¿No quieres depilarte el cuerpo?
-Ese tío no ha dicho nada. No sé… ¿tú me ayudarías?
-Por supuesto. Si quieres, te afeito yo…
Paco apretó los labios. Si era cierto lo que sospechaba hacía tiempo, sin duda Joaquín se sentiría muy complacido de hacer eso. Pero al recordar a Carmi, se dijo que no sabría improvisar una excusa si ella le daba la oportunidad de mostrarse desnudo.
-Prefiero quedarme como estoy, Joaquín. Si ese tipo no ha hecho ningún comentario sobre mi vello, será que le gusta como soy.
-Vale. El lunes iré temprano a tu casa para acompañarte. Antes, báñate con mucho cuidado y aféitate a fondo. Tus cejas… a ver.
Joaquín le puso la mano en la frente.
-Tengo que arreglarte un poco las cejas. Iré a tu casa una hora antes.
Joaquín llegó el lunes a la casa de los padres de Paco a las ocho de la mañana. En cuanto entró, se dio cuenta de que Paco, que ya estaba vestido, se había esmerado. Su pelo trigueño presentaba un corte y un peinado muy a la moda; se había puesto una camisa roja de seda que permitía apreciar su buen desarrollo muscular, y un pantalón blanco de tipo vaquero, bastante ajustado. A Joaquín le conmovió su afán de agradar a pesar de su cacareada heterosexualidad. No esperaba encontrarlo así de bien; durante el desplazamiento para llegar a su casa, había previsto que tendría que aconsejarle al respecto, pero no era necesario; además, el productor les había advertido de que él proporcionaría la ropa.
-Vamos a tu cuarto –dijo Joaquín-. Tengo que arreglarte un poco las cejas.
-No irás a depilarme como esos tíos que van como las mujeres.
-No te preocupes, primo. Sólo se trata de aclararte el entrecejo y perfilarte un poco las puntas. Unos cuantos pelillos, nada más.
En cuanto llegaron a la productora, el mismo hombre de la otra vez le dijo a Paco mientras le daba una cajita:
-Ten; desnúdate y ponte esto. Ve a prepararte en la habitación del fondo del pasillo. En seguida irá la maquilladora. ¿Quieres tomarte un Cialis?
-¿Eso qué es?
-No es necesario –atajó Joaquín- Paco no lo necesita.
-Primo, ven conmigo dijo Paco, agarrando el brazo de Joaquín.
Ya en la habitación señalada, Paco abrió la cajita antes de desnudarse. Se trataba de una especie de tanga muy pequeña. De color rojo, sin parte trasera.
-Yo no me pongo esto –dijo Paco con tono terminante.
-Te lo pondrás por muy poco rato, Paco. Recuerda que es una película porno donde estarás casi todo el tiempo desnudo; esto es para los preliminares. Se llama jock, y es la evolución sexy de una especie de suspensorio que usan los atletas en los Estados Unidos.
-¡Qué porquería! Me quedará el culo al aire.
-¿Y qué más te da?
Unos golpes en la puerta les anunciaron que la maquilladora había llegado. Para sorpresa de ambos, apenas se detuvo en el rostro de Paco; en cambio, examinó con mucha atención su cuerpo y fue aplicándole maquillaje de diferentes tonos y lápices oscuros para resaltar la musculatura del abdomen, las venas de los brazos y otros detalles. El productor abrió la puerta diez minutos más tarde.
-¿Estás listo?
Paco cogió otra vez a su primo del brazo, para dejar claro que irían juntos. El productor les precedió hasta una habitación bastante mayor, con muchas luces encendidas. El único mueble era una especie de sofá tumbona de color blanco, donde esperaba ya un muchacho desnudo, muy depilado tal como aconsejaba Joaquín, y con una dotación erecta sorprendente en un chico tan delicado. Junto a una cámara muy grande, había tres hombres. Viendo que Joaquín les seguía también, el productor le dijo:
-Pégate a aquella pared y no te muevas. Si dices algo, habla muy bajito -dirigiéndose a Paco, añadió: -Ponte de pie casi sentado en el respaldo del sofá.
En seguida, el productor fue junto a la cámara, y desde allí continuó ordenándole a Paco:
-Mueve el hombro derecho hacia la cámara y gírate un poco; haz como si descubrieras de repente que ese muchacho, que se llama Gustavo, está echado. Trata de poner cara de sorpresa.
Paco obedeció, pero exageró demasiado la supuesta sorpresa. Tras ordenar “corten”, el productor volvió a su lado de un salto.
-No abras la boca como un bobo – lo decía mientras forzaba el mentón de Paco-. Se trata de abrir un poco los ojos y mover los labios. No te equivoques ahora ni me hagas perder tiempo.
Tras volver junto a la cámara y ordenar de nuevo “acción”, está vez pareció quedar satisfecho con la expresión de Paco. La cámara continuó rodando mientras el productor iba ordenando:
-Tira de los dos elásticos del “jock” y juega con ellos… Bien. Ahora, ve bajándotelo muy lentamente… Eso, así despacio… Ahora, mueve el muslo derecho por encima del sofá y, poco a poco, ve echándote encima de Gustavo un instante, pero enderézate en seguida...
Tras mandar parar la cámara de nuevo, el productor le indicó a Paco que se retrepara en el sofá y cerrase los ojos. A la nueva orden de “acción”, sintió que el otro muchacho le besaba reiteradamente en el cuello y después le lamía los pezones; en el primer momento, esa cálida humedad le pareció desconcertante, pero poco a poco consiguió frenar su impulso de rechazarla y escapar; minutos más tarde, decidió que esa caricia no era desagradable.
-Pajéate un poco –oyó que le ordenaba el productor.
Paco obedeció, pero el pene no. Oyó algunos murmullos que no consiguió entender, y a continuación sintió que el otro muchacho comenzaba a lamerle el pene. Carmi se resistía a hacer eso; las escasas veces que había conseguido convencerla, sólo lo hacía muy brevemente; parecía repugnarle. Ahora, se admiró por lo muy experta que aquella boca era. Abrió las piernas todo lo que pudo, trató de relajarse y se representó mentalmente las escenas más tórridas que había vivido con Carmi. Unos minutos más tarde, notó que conseguía la erección, seguida de exclamaciones de los que estaban junto a la cámara. El productor le dijo con tono de aprobación.
-Muy bien, Paco. Estupendo. Mantén los ojos cerrados y deja que Gustavo lo haga todo.
El joven continuó su experto trabajo unos minutos. Inesperadamente, Paco comenzó a sentir que podía eyacular y se puso a mover las caderas con impaciencia. Los demás se dieron cuenta; Paco sintió una mano enérgica que le abrazaba fuertemente el pene, casi dolorosamente, para impedir el orgasmo.
-Aguanta -dijo el productor-. Gustavo, hazlo ahora. Paco, mantén los ojos cerrados.
Tras una nueva orden de “acción”, Paco advirtió por el sonido que el tal Gustavo le enfundaba un condón y a continuación se sentaba sobre sus muslos. En seguida, notó que el chico trataba de introducirse su pene, pero al mismo tiempo tomó consciencia de que sentía sobre el vientre el peso de la erección de Gustavo. De inmediato, su pene se contrajo.
-¡Joder! –exclamó el productor-. Y ahora, ¿qué?
Paco abrió los ojos. Era evidente que no podía hacer eso. Tenía que irse en seguida, mientras escuchaba que el productor decía con tono muy rajado:
-Eres como la mayoría de los heterosexuales; no se te empina con un tío y no eres capaz ni de penetrar; va a haber que acabar haciendo como con casi todos los que son como tú, penetrarte, que es para lo único que valéis.
Paco se alarmó tanto, que hizo ademán de disponerse a saltar del sofá y huir. Pero sonó de inmediato la voz de su primo Joaquín preguntando al productor:
-¿Puedo ponerme detrás del sofá y hablarle a Paco?
Tras dudar un momento, el productor se encogió de hombros diciendo:
-Bueno, a ver si consigues algo…; pero solamente esperaremos diez minutos más, que el tiempo aquí cuesta dinero. No creo que tu primo funcione, qué pérdida de tiempo. A ver qué puedes conseguir tú, pero habla lo más bajo que puedas. Venga, Gustavo, retoma la acción y tú, Paco, vuelve a cerrar los ojos. Acción.
Paco consideró que nadie podía describir lo que le recorría el pecho. Ni él mismo podría. Repugnancia, anhelo de cumplir, náusea, deseo de no quedar en ridículo, temor a decepcionar a Joaquín y cierta forma de parálisis; todo ello se amalgamaba en su mente formando una especie de grito desesperado. Estaba seguro de que no podía esperar nada más que redondear el fracaso. Pero comenzó a oír la voz de Joaquín, que situado detrás del sofá, debía de haberse agachado en una posición cercana a su cabeza, desde la que le llegase clara su voz en tono muy suave:
-Anda… Paco, folla; tú puedes. Siempre he sabido que eres el macho más macho y poderoso de la familia; no puedes fallar. Sé que no vas a fallar. Estoy seguro de que harás en la vida todo lo que te propongas, en cuanto te des cuenta de que la gente se detiene para verte pasar y caer a tus pies. Pues, claro que puedes. Todos estamos orgullosos de ti.
Paco escuchaba solamente la voz de su primo; todos los demás sonidos del plató enmudecieron para sus oídos. Sintió que sus ingles se relajaban y que dejaban de pesarle tanto las piernas de Gustavo sobre sus muslos. Empezaba a desaparecer el miedo.
-Siempre te he admirado –continuó Joaquín en el mismo tono acariciante y sugerente-. Y también te envidiaba. Eres todo lo que a cualquier tío de nuestra edad le gustaría ser. No es que te parezcas a Brad Pitt, pero seguramente eres el muchacho más atractivo del barrio… y de muchos kilómetros a la redonda. Y tú polla, bueno, tienes la polla más poderosa y atractiva que he visto nunca, y te confieso que he visto muchas. Nadie se quedaría indiferente viéndotela. Tú puedes, Paco. Eres poderoso…
Efectivamente, la erección volvió. Paco ansió mentalmente que Joaquín no parase de hablar. Empezó a empujar las caderas y los glúteos con fuerza, al tiempo que escuchaba que Gustavo se ponía a gemir de manera mucho más estridente que Carmi, de modo que temió que podía desinflarse de nuevo, pero Joaquín continuó, ahora en un tono un poco más alto, como queriendo vencer el sonido de la voz de Gustavo:
-Nadie pondrá en duda jamás lo muy macho que eres. Podrías cepillarte a media ciudad, y quedarte ganas de más, porque eres un volcán; ya de niño me daba cuenta. Ni puedes imaginar las veces que te adoré cuando todavía jugábamos juntos; ni te imaginas las veces que soñaba contigo y solamente éramos un par de muñequitos; pero entonces, ya era notable tu fuerza, tu pasión, tu poder…
Llegaba. Sin darse cuenta, Paco fue acompasando progresivamente sus gemidos con los de Gustavo, de modo que éste anticipó lo que iba a ocurrir. Volvió la cabeza a medias, pidiendo permiso al productor, y este asintió. Se alzó unos centímetros para que Paco saliese de él y le desenfundó con rapidez el condón. De inmediato, se produjo el orgasmo más violento que Paco recordaba; al quedar libre el pene de la opresión elástica, las tres semanas largas de ayuno sexual a que Carmi lo había sometido se convirtieron en un violento géiser islandés, que brotó generoso produciendo un surtidor impresionante.
-Magnífico –exclamó con admiración el productor.
Paco volvió en busca de la ropa, acompañado de Joaquín. Se duchó lenta y minuciosamente, porque necesitaba liberar su piel no sabía bien de qué. Tuvo que apresurarse a vestirse, porque llamaron a la puerta anunciando que el productor esperaba para pagarle.
Sin apartarse de Joaquín, Paco avanzó contento hacia la atiborrada mesa de despacho de la entrada. El productor contaba el dinero en efectivo, en billetes de cincuenta euros.
-Voy a pagarte ahora –dijo-, porque viajo esta tarde por un par de días. Pero tienes que venir mañana a las diez, para dos tomas de exteriores y el comienzo de la escena; sólo vestido. Ese pantalón estará bien, pero te quedaría mejor una camiseta azul fuerte, muy apretada. Si no tienes, tendrás preparada una por la mañana. Mañana, pregunta por Alfredo. Toma.
Puso el fajo en las manos de Paco, causándole una alegría de intensidad imprevista, pues volvía a tener dinero en el bolsillo después de mucho tiempo.
-La semana que viene, tengo otra película para ti, si te interesa. Si quieres –siguió, dirigiéndose a Joaquín-, tú también puedes actuar en esa película
Nunca había pensado Joaquín en que eso fuera posible. ¿Actuar en una película porno? No debería distraerse de los estudios, pues ya era un poco mayor porque había suspendido dos cursos. Además, no se sentía atractivo, al menos, en comparación con su primo. Con sorpresa, escuchó que este preguntaba:
-¿Actuaríamos juntos los dos?
El productor dudó un instante antes de asentir con la cabeza.
-¿Y a él le pagaría lo mismo que a mí?
-Supongo que sí, pero tendría que esforzarse.
Paco le dio un codazo a Joaquín, al tiempo que amagaba una palmada en su culo.