jueves, 25 de mayo de 2017

Otro de mis Cuentos del Amor Viril

PACO PORN STAR


El tiempo iba pasando y el desaliento de Paco crecía mientras su autoestima disminuía y se le instalaba un hierro ardiente en el pecho. Tras caducar el subsidio de desempleo hacía dos meses, ya no podía satisfacer ni el menor capricho de Carmi. Y eso que ella había reducido el tono de sus exigencias aunque sin renunciar a ellas. Hasta tres o cuatro meses atrás, Carmi solía decirle “Tienes que comprarme tal cosa o cual otra”; ahora, ya casi nunca decía “tienes”; se limitaba a decir “deberías” la mayor parte de las veces. Pero la renuncia al verbo imperativo conllevó el aumento de sus “dolores de cabeza” como pretextos y el espaciamiento de su aceptación del sexo con él. Se había distanciado, y Paco necesitaba ansiosamente recuperarla, no sólo porque la quería; también, porque su cuerpo ardía y se derretía, sobre todo de noche. .
Debía encontrar un trabajo, porque hacía tres o cuatro semanas que había decidido delinquir por ella y no había sido capaz. ¿Cómo se asaltaba una tienda? ¿Cómo se convertía uno, al menos, en ratero de gran almacén? Era muy acuciante el ayuno sexual a que lo sometía Carmi. Paco era un hombre fuerte y apasionado; poseía gran apetito erótico adobado con un fuerte atractivo viril, un apetito que ahora estaba convirtiéndose en padecimiento, un fuego que lo consumía, porque su obsesión por Carmi representaba también enorme indiferencia hacia las demás mujeres. Estaba perdiendo el control día a día. Sudaba en la cama por sus deseos insatisfechos y los sueños que por convertirse en pesadillas no le proporcionaban siquiera el desahogo de poluciones involuntarias y ya no era capaz de contener ni disimular sus erecciones en todas partes, el autobús, las colas del supermercado… En todas partes vivía del tormento al rubor. No tenía más remedio que encontrar una solución.
Revisaba meticulosamente las secciones de ofertas de trabajo de los periódicos de anuncios clasificados; muy pocas ofrecían de veras trabajo, se trataba casi siempre de anuncios de algún “sistema” para ganar dinero mediante “pequeñas inversiones” o pagando por el ingreso en determinadas páginas de internet, que al final resultaban ser fraudulentas y despiadadas incitaciones a entrar en páginas de casino, cuando no invitaciones a prostituirse. No había ninguna posibilidad de conseguir un empleo, tenía que reconocerlo. Y jamás sería capaz de emigrar, porque su obsesión de conseguir un sueldo era consecuencia de su obsesión por Carmi, ya que sus padres cubrían sus principales necesidades vitales, pues le daban todavía una cama y la comida, y a Carmi no la tendría en otro lugar. Pero tampoco sus padres estaban en condiciones de ayudarle; no podían hacerle un préstamo para ninguna iniciativa ni podían siquiera avalarle un crédito.

Padecía insomnio aunque sólo contaba veintisiete años. Siempre probaba a masturbarse a la hora de acostarse, pero le quedaba siempre tal frustración y sentimiento de soledad, que pocas veces se decidía a hacerlo.
Últimamente, cada vez que le suplicaba a Carmi lo que ella se resistía tanto a darle, se le escapaban tonos lastimeros a pesar de querer disimularlos. Estaba perdiendo la dignidad.
Tras pasar una noche de sueño alterado y pesadillas inclementes, se levantó una mañana muy temprano para revisar las ofertas de trabajo antes que nadie, no fuera a presentarse una oportunidad en la que otro se le adelantara. Tras varios repasos desalentadores, se fijó en una oferta que no había visto anteriormente: “Buscamos hombres fuertes y bien dotados, que quieran actuar en películas para adultos”. Había que escribir a una dirección de internet y mandar fotografías de cuerpo entero en slip, una de frente y otra de perfil. ¿Cómo iba a mandar por las buenas fotografías casi desnudo, a una dirección anónima? Además, no disponía del sistema digital necesario para ello. Ni se sentía capaz de actuar en una película que seguramente sería pornográfica.
Caviló sobre ese anuncio tres o cuatro días, porque lo seguían publicando mientras su desesperación crecía y su resistencia iba aflojándose. Llevaba más de una semana sin sexo con Carmi; caviló que trabajar en una película de tal clase podía actuar como sustituto y representar un alivio. Pero… ¿podía hacerlo? Por otro lado, no imaginaba que a Carmi le agradase que él tuviera esa actividad, aunque solo fuera una vez.
Pasados dos días más, con su angustia y su desolación en aumento, resolvió que no perdería nada con intentarlo. Recurriría a su primo Joaquín, que tenía ordenador y sabía mucho de informática; creía recordar que también tenía cámara de fotografía. Con lo fanático que era Joaquín de las tecnologías modernas, la cámara sería digital. No frecuentaba mucho la amistad con ese primo, porque desde la adolescencia le parecía que no era demasiado macho, pero qué otra cosa podría hacer. Lo llamó por teléfono; tras explicarle lo que necesitaba y disculparse Paco por sus silencios, Joaquín le dijo:
-Sí, con mi cámara podemos meter tus fotos en un correo de internet, pero no tengo luces ni los flashes necesarios para tomar fotos en interior. Tendríamos que buscar un lugar discreto al aire libre. Medita a ver qué sitio se te ocurre y ven a buscarme el sábado que viene a primera hora de la mañana.
Paco caviló mucho e inspeccionó con el coche los alrededores de la ciudad, para descubrir el lugar donde poder hacer esas fotos, lo que tuvo el efecto de permitirle descansar a ratos de su obsesión por Carmi y su frustración sexual. Eligió un paraje que nunca había visitado antes, y que le pareció que sería discreto. A las diez y media de la mañana del sábado siguiente, llegaron los dos primos a un soto que bordeaba el río cercano a la ciudad; un lugar muy alejado de cualquier población y distante varios centenares de metros de la carretera. Lo recorrieron durante un largo rato, a fin de que Joaquín encontrara un espacio abierto cuya iluminación considerase conveniente.

-Aquí –dijo por fin-. Desnúdate.
-Pueden vernos desde la carretera.
-¿Tú crees que la gente conduce mirando hacia el interior de los bosques como este? Además, ¿no pretendes trabajar en una película porno? ¿Te vas acojonar por quedarte en calzoncillos?
-Has dicho “desnúdate”.
-Bueno, quería decir que te quedes en slip, pero tampoco sería malo que te hicieras la foto desnudo, tratándose de lo que se trata.
-¡No jodas!
-Venga, Paco, quítate el pantalón deprisa, porque la luz cambia muy rápidamente a estas horas.
Inesperadamente, Joaquín disparó muchísimas tomas durante varios minutos mientras le pedía que se girase o adoptara ciertas posturas. Tras una toma de perfil, Joaquín preguntó:
-¿Estás empalmado?
Realmente, la prominencia del calzoncillo era llamativa.
-¡Qué va, estás loco!
-Entonces, ¿todo eso es de verdad tu polla?
Paco enrojeció. Pero al mismo tiempo sintió un ataque de vanidad que le impulsó a echar involuntariamente las caderas hacia delante. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Podía tener una erección porque otro hombre lo alabara? Escandalizado, se encogió de nuevo, mientras Joaquín comentaba:
-Si pretendes trabajar en el porno, deberías depilarte el cuerpo.
Estupefacto, Paco bajó la mirada para contemplarse. No tenía demasiado vello; sólo las piernas y los antebrazos eran medianamente velludos, aparte de la parte superior del pecho y el típico cordón umbilical propio de los hombres. No necesitaba depilar su cuerpo, ni ello le agradaría a Carmi.
-Tú no estás bien de la cabeza.
-Es lo que está de moda en el porno en la actualidad. Se depilan hasta la entrepierna.
-¡Qué tontería! Será en el porno gay.
Joaquín apretó los labios y tragó saliva. Le sorprendía la imprevista clarividencia de ese primo medio desconocido.
-¡Qué va! Los machos del porno hetero también se depilan.
-Pues yo no voy a depilarme. Sería la mar de asqueroso. Si les gusta como soy, al natural, estupendo. Si no, yo no soy un faraón egipcio.
Joaquín sonrió. No había tenido demasiado trato con su primo, sobre todo a partir de la adolescencia. Le estaba sorprendiendo mucho y por muchas razones y, en ese momento, supuso que Paco se había envalentonado por el comentario sobre el abultamiento de su calzoncillo, porque se lo bajó rápida y resueltamente, con movimientos muy rápidos, como si tratara de no arredrarse a medias por querer mostrarse desnudo. Casi magnetizado, Joaquín avanzó hacia él, agachado, para enfocar la magnificencia de su entrepierna.
-¿Qué haces? –se quejó Paco, pero no se movió.
-Tengo que hacerle una foto a tu polla, porque si no, cuando nos vayamos voy a creer que he tenido una alucinación. ¿Sabes que es formidable?
Paco calló. Se sonrojó al tiempo que forzaba su vientre de modo reflejo, como si quisiera que la fotografía ganase en espectacularidad.
Terminada la sesión, volvieron al domicilio de Joaquín. El ordenador estaba en su dormitorio; su primo le ofreció una silla pegada al suya, pero Paco la apartó un poco. Sentía todavía una clase de prevención que la lógica le decía que estaba injustificada; su primo no iba a intentar agredirlo sexualmente. Trató de evocar cómo era Joaquín cuando jugaban de niños; evocó que lo quería muchísimo entonces, y que el distanciamiento de la adolescencia sobrevino, sobre todo, por los comentarios de sus padres acerca de una supuesta debilidad viril. Ahora no sentía el mismo afecto por él que antaño, le parecía un extraño de quien se apartaría en cuanto tuviera lo que necesitaba. Y no se trataba de la sospecha de su homosexualidad, lo que no le importaba gran cosa, sino porque realmente se habían convertido en extraños.
-Mira, han salido muy bien –comentó Joaquín señalando la pantalla del ordenador.
A Paco le costó un poco reconocerse. A primera vista, parecían fotos de un artista de cine, tanto había cuidado Joaquín los enfoques, las luces y los ángulos. Cuando llegaron al primer plano del pene, Paco dijo:
-Esa no la puedo mandar.
-¿Por qué no? Con esto, seguro que te contratarían.
-¡Qué vergüenza! Ni pensarlo. Guárdala tú, pero no se la enseñes a nadie. Haz con ella… lo que quieras.
Enviaron las fotos por internet a la dirección que figuraba en el anuncio. Como no disponía de ordenador, Paco reseñó su dirección postal, por lo que esperó inútilmente una carta durante los siguientes diez días.
Una noche, su madre le dijo al llegar:
-Tu primo Joaquín te ha llamado unas cuantas veces esta tarde.
-¿Te dijo lo que quería?
-No ha querido. Me ha dicho que no necesitas llamarlo y que vayas sin falta esta noche a su casa.
Extrañado, Paco cenó deprisa para evitar que la madre de Joaquín lo convidara a comer y tuviera que aceptar. Mientras se cambiaba de ropa varias veces antes de decidirse, se preguntó por qué intentaba aparecer presentable; se dijo que no era lo mismo andar por la calle de día que de noche. Era jueves; no creía que su primo llegase temprano a su casa una noche de jueves, pero de todos modos fue.
El primo Joaquín fue quien le abrió la puerta.
-Menos mal que has venido. Tienes que ir por la mañana…
Joaquín se interrumpió. Su madre estaba cerca.
-Vamos a mi cuarto –continuó Joaquín-. Quiero enseñarte una cosa.
Paco lo siguió un poco escamado pero al cerrar la puerta del dormitorio tras ellos, notó que el ordenador estaba encendido.
-Como mandamos tu respuesta desde mi correo, los promotores de esas películas han respondido aquí, creyendo que sería el tuyo. Tienes que presentarte mañana por la mañana.
-A mí no me han mandado ninguna carta.
-Claro, Paco. Si mandan el correo por internet, no se preocupan de otras cosas. Lo importante es que te han respondido, aunque todavía no digan que vayan a darte el trabajo.
-Me da un reparo… me acojona un poco.
-¿Quieres que te acompañe?
Paco miró a su primo mientras reflexionaba. Se había preocupado por él, evidentemente, dándose prisa por encontrarlo para que no perdiera la oportunidad. Sin duda, quedaba algo del cariño que se habían profesado de niños.
-Sería estupendo. Contigo al lado, a lo mejor no hacen nada raro.
-Joder, Paco; parece que temieras que quieran violarte… Con lo fuerte que eres y la pinta de gallito que tienes, nadie se atrevería a provocarte, creo yo.
-Bueno, pero por si las moscas, ir acompañado será más seguro.
-Vale, estupendo, iré contigo.
El local de la cita había sido en otro tiempo un gran almacén de los ferrocarriles, de extensión enorme; el rótulo de la puerta rezaba simplemente “Productora Elazaz y Marvin”. Joaquín se había callado todo comentario al notar el cuidado que había puesto Paco para dar buena impresión. Toda su ropa debía de ser lo que él consideraba lo mejor de su ropero. Se había afeitado muy a fondo y el peinado mostraba trazas de un meticuloso trabajo de decisión y aplicación de gomina. Ahora, en el momento de entrar donde lo esperaban, decidió abogar todo lo que pudiera en su favor, puesto que consideraba a Paco algo cándido y no muy batallador.
Tuvieron que llamar a un portero automático. Al entrar, Joaquín observó la cantidad de grandes fotografías de hombres desnudos, pero Paco pareció no fijarse; se desplazaba con la cabeza gacha, como si anticipara una catástrofe. Joaquín se enterneció.
Llamado por una recepcionista muy madura, les atendió un hombre de alrededor de cuarenta años; iba en camiseta de tirantes.
-¿Los dos venís por el anuncio?
-No –respondió Joaquín-. Sólo este.
-Ah muy bien. Yo soy el productor. Ven conmigo tú solo, que tu novio te espere aquí.
Paco enrojeció.
-No es mi novio. Es mi primo, y solo no entro.
El hombre se encogió de hombros diciendo:
-Como quieras, tú mismo. Si no te importa…
Los condujo a una habitación de tamaño mediano, donde solo había un sillón de orejas en el centro, tapizado de skay rojo.
-Tú te desnudas del todo y te sientas ahí –le dijo a Paco y a continuación, a Joaquín: -Tú tendrás que quedarte de pie, pero pegado a aquella pared y sin moverte.
-¿Desnudarme del todo? -preguntó Paco con tono quejumbroso.
-¿No sabías que se trata de películas porno? Claro que tienes que desnudarte del todo; detrás de ese espejo, hay una cámara que estará filmando tu prueba, a ver cómo respondes. ¿Qué tipo de películas porno te gustan?
-No comprendo –respondió Paco, mientras Joaquín, asombrado, le daba un leve codazo.
-Tenemos que comprobar que funcionas bien –informó el productor- ¿Te gusta el sado, lo romántico, lo muy guarro, los maduros o lo juvenil?
-Me da igual.
Tras desnudarse Paco y sentarse con mucha prevención, se encendieron un foco a cada lado y, al mismo tiempo, una pantalla grande de televisión situada bajo el espejo. En seguida, comenzó una escena pornográfica donde dos hombres jóvenes hacían sexo muy apasionadamente.
-¿Qué coño es esto? –exclamó Paco.
-Seguramente, se trata de hacer películas pornográficas gay, Paco –observó Joaquín.
-¡Ni pensarlo! ¿Fíjate, cómo voy a excitarme con esa guarrería?
Contradiciendo la exclamación, el pene de Paco comenzaba a ponerse morcillón.
-Pues mírate –dijo Joaquín-, se te ha puesto grande. Empiezas a excitarte.
-Será una reacción natural, pero yo no voy a hacer esas porquerías.
Joaquín asintió con la cabeza. Reflexionó un momento antes de decir:
-El porno gay es el que más paga a los hombres. Y la mayoría de los modelos que actúan en estas películas son heterosexuales, como tú; precisamente, los buscan con pinta muy de machos, parecidos a ti, porque es lo que más vende. Y necesitan que sean muy eróticos, muy apasionados, como tú cuentas que eres, para tener la seguridad de que no sufrirán gatillazos.
-Pues yo no… -Paco calló y volvió a mirar la pantalla. ¿Sería verdad que esos hombres no eran gays? Parecían pasarlo muy bien.
-¿Qué te importa? –continuó Joaquín- Al fin y al cabo, venías dispuesto a tener sexo delante de una cámara por dinero; no hay tanta diferencia, Y de todos modos, sea gay o heterosexual, nadie de la familia va a ver esas películas. Y si necesitas ganarte un poco la vida, ganarás mucho más con el porno gay
-Pero… Imagina si la Carmi se entera…
-¿Por qué se iba a enterar? Ya que estás aquí, decídete, que no vas a perder nada.
Paco volvió a mirar la pantalla. Cerró los ojos un instante, buscando resolución en su ánimo, y de nuevo se fijó en la película. Sentía una angustiosa mezcla de impulsos, porque lo que veía lo considera repugnante, pero su cuerpo estaba respondiendo. Ver varios penes muy erectos excitaban a todo el mundo, incluidos los machos aunque fueran muy militantes, le habían dicho una vez. Ahora llevaba más de dos semanas sin sexo, Carmi se había vuelto inabordable, la masturbación le aburría mucho y la nostalgia de un orgasmo se estaba convirtiendo en apremiante. A los cinco minutos, Joaquín sonrió, porque el pene de su primo mostraba ya toda su llamativa y espléndida plenitud. Pasaron sólo unos tres minutos antes de abrirse la puerta y entrar el productor muy sonriente:
-Estupendo. Puedo darte un papel en una película que vamos hacer el lunes y el martes. No te preocupes por la ropa, porque te la proporcionaremos aquí. Vamos a firmar.
Paco se vistió deprisa, sintiendo un profundo sonrojo. No podía hacerlo, tenía que salir de ese sitio. Notando su vacilación, Joaquín le puso la mano en la espalda, empujándolo suavemente, mientras murmuraba en su oído:
-Tranquilízate. Todo está bien, primo.
El productor le dio a leer el contrato tras anotar en una casilla de la primera página, con letras de molde, el nombre de Paco. Todavía dudó este un instante, pero Joaquín, sentado a su lado, tocó su rodilla después de fijarse en lo que iban a pagarle por dos días de algo que no podía llamarse verdaderamente trabajo. Paco firmó, pero sentía gran angustia. En cuanto salieron del local, dijo:
-No voy a poder hacerlo, primo. Sería superior a mis fuerzas.
-Ya has firmado, Paco. Tratándose de la actividad que se trata, no creo que sean demasiado legalistas, pero a lo mejor podrían buscarte las cosquillas si no cumples.
-Joder. Tendré que beberme unos cuantos pelotazos antes de venir el lunes.
-No bebas, Paco. Un poco de alcohol puede estimular, pero si te pasas, ni se te empina.
-¿Podrás venir conmigo? –el tono de Paco era suplicante.
-¡Claro! Me saltaré la universidad esos dos días, no te preocupes. ¿No quieres depilarte el cuerpo?
-Ese tío no ha dicho nada. No sé… ¿tú me ayudarías?
-Por supuesto. Si quieres, te afeito yo…
Paco apretó los labios. Si era cierto lo que sospechaba hacía tiempo, sin duda Joaquín se sentiría muy complacido de hacer eso. Pero al recordar a Carmi, se dijo que no sabría improvisar una excusa si ella le daba la oportunidad de mostrarse desnudo.
-Prefiero quedarme como estoy, Joaquín. Si ese tipo no ha hecho ningún comentario sobre mi vello, será que le gusta como soy.
-Vale. El lunes iré temprano a tu casa para acompañarte. Antes, báñate con mucho cuidado y aféitate a fondo. Tus cejas… a ver.
Joaquín le puso la mano en la frente.

-Tengo que arreglarte un poco las cejas. Iré a tu casa una hora antes.
Joaquín llegó el lunes a la casa de los padres de Paco a las ocho de la mañana. En cuanto entró, se dio cuenta de que Paco, que ya estaba vestido, se había esmerado. Su pelo trigueño presentaba un corte y un peinado muy a la moda; se había puesto una camisa roja de seda que permitía apreciar su buen desarrollo muscular, y un pantalón blanco de tipo vaquero, bastante ajustado. A Joaquín le conmovió su afán de agradar a pesar de su cacareada heterosexualidad. No esperaba encontrarlo así de bien; durante el desplazamiento para llegar a su casa, había previsto que tendría que aconsejarle al respecto, pero no era necesario; además, el productor les había advertido de que él proporcionaría la ropa.
-Vamos a tu cuarto –dijo Joaquín-. Tengo que arreglarte un poco las cejas.
-No irás a depilarme como esos tíos que van como las mujeres.
-No te preocupes, primo. Sólo se trata de aclararte el entrecejo y perfilarte un poco las puntas. Unos cuantos pelillos, nada más.
En cuanto llegaron a la productora, el mismo hombre de la otra vez le dijo a Paco mientras le daba una cajita:
-Ten; desnúdate y ponte esto. Ve a prepararte en la habitación del fondo del pasillo. En seguida irá la maquilladora. ¿Quieres tomarte un Cialis?
-¿Eso qué es?
-No es necesario –atajó Joaquín- Paco no lo necesita.
-Primo, ven conmigo dijo Paco, agarrando el brazo de Joaquín.
Ya en la habitación señalada, Paco abrió la cajita antes de desnudarse. Se trataba de una especie de tanga muy pequeña. De color rojo, sin parte trasera.
-Yo no me pongo esto –dijo Paco con tono terminante.
-Te lo pondrás por muy poco rato, Paco. Recuerda que es una película porno donde estarás casi todo el tiempo desnudo; esto es para los preliminares. Se llama jock, y es la evolución sexy de una especie de suspensorio que usan los atletas en los Estados Unidos.
-¡Qué porquería! Me quedará el culo al aire.
-¿Y qué más te da?
Unos golpes en la puerta les anunciaron que la maquilladora había llegado. Para sorpresa de ambos, apenas se detuvo en el rostro de Paco; en cambio, examinó con mucha atención su cuerpo y fue aplicándole maquillaje de diferentes tonos y lápices oscuros para resaltar la musculatura del abdomen, las venas de los brazos y otros detalles. El productor abrió la puerta diez minutos más tarde.
-¿Estás listo?
Paco cogió otra vez a su primo del brazo, para dejar claro que irían juntos. El productor les precedió hasta una habitación bastante mayor, con muchas luces encendidas. El único mueble era una especie de sofá tumbona de color blanco, donde esperaba ya un muchacho desnudo, muy depilado tal como aconsejaba Joaquín, y con una dotación erecta sorprendente en un chico tan delicado. Junto a una cámara muy grande, había tres hombres. Viendo que Joaquín les seguía también, el productor le dijo:
-Pégate a aquella pared y no te muevas. Si dices algo, habla muy bajito -dirigiéndose a Paco, añadió: -Ponte de pie casi sentado en el respaldo del sofá.
En seguida, el productor fue junto a la cámara, y desde allí continuó ordenándole a Paco:
-Mueve el hombro derecho hacia la cámara y gírate un poco; haz como si descubrieras de repente que ese muchacho, que se llama Gustavo, está echado. Trata de poner cara de sorpresa.
Paco obedeció, pero exageró demasiado la supuesta sorpresa. Tras ordenar “corten”, el productor volvió a su lado de un salto.
-No abras la boca como un bobo – lo decía mientras forzaba el mentón de Paco-. Se trata de abrir un poco los ojos y mover los labios. No te equivoques ahora ni me hagas perder tiempo.
Tras volver junto a la cámara y ordenar de nuevo “acción”, está vez pareció quedar satisfecho con la expresión de Paco. La cámara continuó rodando mientras el productor iba ordenando:
-Tira de los dos elásticos del “jock” y juega con ellos… Bien. Ahora, ve bajándotelo muy lentamente… Eso, así despacio… Ahora, mueve el muslo derecho por encima del sofá y, poco a poco, ve echándote encima de Gustavo un instante, pero enderézate en seguida...
Tras mandar parar la cámara de nuevo, el productor le indicó a Paco que se retrepara en el sofá y cerrase los ojos. A la nueva orden de “acción”, sintió que el otro muchacho le besaba reiteradamente en el cuello y después le lamía los pezones; en el primer momento, esa cálida humedad le pareció desconcertante, pero poco a poco consiguió frenar su impulso de rechazarla y escapar; minutos más tarde, decidió que esa caricia no era desagradable.
-Pajéate un poco –oyó que le ordenaba el productor.
Paco obedeció, pero el pene no. Oyó algunos murmullos que no consiguió entender, y a continuación sintió que el otro muchacho comenzaba a lamerle el pene. Carmi se resistía a hacer eso; las escasas veces que había conseguido convencerla, sólo lo hacía muy brevemente; parecía repugnarle. Ahora, se admiró por lo muy experta que aquella boca era. Abrió las piernas todo lo que pudo, trató de relajarse y se representó mentalmente las escenas más tórridas que había vivido con Carmi. Unos minutos más tarde, notó que conseguía la erección, seguida de exclamaciones de los que estaban junto a la cámara. El productor le dijo con tono de aprobación.
-Muy bien, Paco. Estupendo. Mantén los ojos cerrados y deja que Gustavo lo haga todo.
El joven continuó su experto trabajo unos minutos. Inesperadamente, Paco comenzó a sentir que podía eyacular y se puso a mover las caderas con impaciencia. Los demás se dieron cuenta; Paco sintió una mano enérgica que le abrazaba fuertemente el pene, casi dolorosamente, para impedir el orgasmo.
-Aguanta -dijo el productor-. Gustavo, hazlo ahora. Paco, mantén los ojos cerrados.
Tras una nueva orden de “acción”, Paco advirtió por el sonido que el tal Gustavo le enfundaba un condón y a continuación se sentaba sobre sus muslos. En seguida, notó que el chico trataba de introducirse su pene, pero al mismo tiempo tomó consciencia de que sentía sobre el vientre el peso de la erección de Gustavo. De inmediato, su pene se contrajo.
-¡Joder! –exclamó el productor-. Y ahora, ¿qué?
Paco abrió los ojos. Era evidente que no podía hacer eso. Tenía que irse en seguida, mientras escuchaba que el productor decía con tono muy rajado:

-Eres como la mayoría de los heterosexuales; no se te empina con un tío y no eres capaz ni de penetrar; va a haber que acabar haciendo como con casi todos los que son como tú, penetrarte, que es para lo único que valéis.
Paco se alarmó tanto, que hizo ademán de disponerse a saltar del sofá y huir. Pero sonó de inmediato la voz de su primo Joaquín preguntando al productor:
-¿Puedo ponerme detrás del sofá y hablarle a Paco?
Tras dudar un momento, el productor se encogió de hombros diciendo:
-Bueno, a ver si consigues algo…; pero solamente esperaremos diez minutos más, que el tiempo aquí cuesta dinero. No creo que tu primo funcione, qué pérdida de tiempo. A ver qué puedes conseguir tú, pero habla lo más bajo que puedas. Venga, Gustavo, retoma la acción y tú, Paco, vuelve a cerrar los ojos. Acción.
Paco consideró que nadie podía describir lo que le recorría el pecho. Ni él mismo podría. Repugnancia, anhelo de cumplir, náusea, deseo de no quedar en ridículo, temor a decepcionar a Joaquín y cierta forma de parálisis; todo ello se amalgamaba en su mente formando una especie de grito desesperado. Estaba seguro de que no podía esperar nada más que redondear el fracaso. Pero comenzó a oír la voz de Joaquín, que situado detrás del sofá, debía de haberse agachado en una posición cercana a su cabeza, desde la que le llegase clara su voz en tono muy suave:
-Anda… Paco, folla; tú puedes. Siempre he sabido que eres el macho más macho y poderoso de la familia; no puedes fallar. Sé que no vas a fallar. Estoy seguro de que harás en la vida todo lo que te propongas, en cuanto te des cuenta de que la gente se detiene para verte pasar y caer a tus pies. Pues, claro que puedes. Todos estamos orgullosos de ti.
Paco escuchaba solamente la voz de su primo; todos los demás sonidos del plató enmudecieron para sus oídos. Sintió que sus ingles se relajaban y que dejaban de pesarle tanto las piernas de Gustavo sobre sus muslos. Empezaba a desaparecer el miedo.
-Siempre te he admirado –continuó Joaquín en el mismo tono acariciante y sugerente-. Y también te envidiaba. Eres todo lo que a cualquier tío de nuestra edad le gustaría ser. No es que te parezcas a Brad Pitt, pero seguramente eres el muchacho más atractivo del barrio… y de muchos kilómetros a la redonda. Y tú polla, bueno, tienes la polla más poderosa y atractiva que he visto nunca, y te confieso que he visto muchas. Nadie se quedaría indiferente viéndotela. Tú puedes, Paco. Eres poderoso…
Efectivamente, la erección volvió. Paco ansió mentalmente que Joaquín no parase de hablar. Empezó a empujar las caderas y los glúteos con fuerza, al tiempo que escuchaba que Gustavo se ponía a gemir de manera mucho más estridente que Carmi, de modo que temió que podía desinflarse de nuevo, pero Joaquín continuó, ahora en un tono un poco más alto, como queriendo vencer el sonido de la voz de Gustavo:
-Nadie pondrá en duda jamás lo muy macho que eres. Podrías cepillarte a media ciudad, y quedarte ganas de más, porque eres un volcán; ya de niño me daba cuenta. Ni puedes imaginar las veces que te adoré cuando todavía jugábamos juntos; ni te imaginas las veces que soñaba contigo y solamente éramos un par de muñequitos; pero entonces, ya era notable tu fuerza, tu pasión, tu poder…
Llegaba. Sin darse cuenta, Paco fue acompasando progresivamente sus gemidos con los de Gustavo, de modo que éste anticipó lo que iba a ocurrir. Volvió la cabeza a medias, pidiendo permiso al productor, y este asintió. Se alzó unos centímetros para que Paco saliese de él y le desenfundó con rapidez el condón. De inmediato, se produjo el orgasmo más violento que Paco recordaba; al quedar libre el pene de la opresión elástica, las tres semanas largas de ayuno sexual a que Carmi lo había sometido se convirtieron en un violento géiser islandés, que brotó generoso produciendo un surtidor impresionante.
-Magnífico –exclamó con admiración el productor.
Paco volvió en busca de la ropa, acompañado de Joaquín. Se duchó lenta y minuciosamente, porque necesitaba liberar su piel no sabía bien de qué. Tuvo que apresurarse a vestirse, porque llamaron a la puerta anunciando que el productor esperaba para pagarle.
Sin apartarse de Joaquín, Paco avanzó contento hacia la atiborrada mesa de despacho de la entrada. El productor contaba el dinero en efectivo, en billetes de cincuenta euros.
-Voy a pagarte ahora –dijo-, porque viajo esta tarde por un par de días. Pero tienes que venir mañana a las diez, para dos tomas de exteriores y el comienzo de la escena; sólo vestido. Ese pantalón estará bien, pero te quedaría mejor una camiseta azul fuerte, muy apretada. Si no tienes, tendrás preparada una por la mañana. Mañana, pregunta por Alfredo. Toma.
Puso el fajo en las manos de Paco, causándole una alegría de intensidad imprevista, pues volvía a tener dinero en el bolsillo después de mucho tiempo.
-La semana que viene, tengo otra película para ti, si te interesa. Si quieres –siguió, dirigiéndose a Joaquín-, tú también puedes actuar en esa película
Nunca había pensado Joaquín en que eso fuera posible. ¿Actuar en una película porno? No debería distraerse de los estudios, pues ya era un poco mayor porque había suspendido dos cursos. Además, no se sentía atractivo, al menos, en comparación con su primo. Con sorpresa, escuchó que este preguntaba:
-¿Actuaríamos juntos los dos?
El productor dudó un instante antes de asentir con la cabeza.
-¿Y a él le pagaría lo mismo que a mí?
-Supongo que sí, pero tendría que esforzarse.
Paco le dio un codazo a Joaquín, al tiempo que amagaba una palmada en su culo.


domingo, 7 de mayo de 2017

EL MINOTAURO Y APOLO (Cuentos del amor viril)

EL MINOTAURO Y APOLO
Ricardo leía con preocupación demasiadas noticias sobre “vigorexia”; las primeras le causaron gran alarma, preguntándose si padecería ese mal que muchos consideraban enfermedad.

Porque a punto de cumplir cuarenta años, se le consideraba una especie de fenómeno de feria, casi un monstruo, al que todos miraban por la calle pese a sus esfuerzos por no llamar la atención. Medía un metro ochenta y cinco centímetros, pesaba ciento veintitrés kilos y le resultaba muy difícil encontrar ropa apropiada. No conocía a nadie que fuera más musculoso que él; en su cuerpo se le marcaban hasta los pensamientos, con hombros cuadrados muy anchos, pectorales prominentes, nítida “pastilla de chocolate” en los abdominales, cintura estrecha para su corpulencia, profunda uve de las caderas bajo los oblicuos, muslos de toro y pantorrillas proporcionales. Pero no recordaba haber sido nunca el sujeto obsesionado de gimnasio que retrataban las noticias que alertaban sobre la vigorexia ni padecía la impotencia parcial o debilidad sexual sobre la que los médicos alertaban. Estaba seguro de que el sambenito les cuadraba mejor a unos cuantos de los jóvenes que trataba en el gimnasio, quienes no paraban de componer y estudiar sus posturas reflejadas en los grandes espejos. Él no lo hacía nunca; no sólo no sentía curiosidad, sino que imitando a los demás atletas mirando su reflejo se habría sonrojado sin remedio. Además, tales compañeros consumían en su mayoría las pastillas tan denostadas por los medios de información. Los vestuarios de los dos gimnasios que conocía en la ciudad funcionaban como centros en gran medida narcotraficantes.
Ricardo había crecido hasta el final de la adolescencia en un duro bosque maderero, sometido a esfuerzos tremendos que ni siquiera le parecían nada especial en aquellos ambientes, donde todos, adultos y adolescentes, eran hombres firmes, enteros y bragados, muy forzudos, entre los que predominaban curiosas claves de sobreentendidos y disimulos; descubría con frecuencia a sus compañeros más jóvenes masturbándose cuando decían que iban a orinar, y sabía que él también era objeto de espionaje no demasiado discreto cuando iba a hacerlo, de manera que siempre que se excusaba para mear buscaba los rincones más escondidos y oscuros. Se trataba de necesidades tan cotidianas y naturales como la comida, así que ninguno de ellos les daba importancia, porque les sobraba energía y cada árbol talado y transportado no representaba debilitamiento ni demasiado cansancio, sino aumento del vigor. Cuando Ricardo se mudó a la ciudad y comenzó a ir al gimnasio, ya estaba sumamente desarrollado. Fue objeto de admiración pasmada de culturistas y objeto de atención en la playa casi desde el principio, pero nunca había pasado más de hora y media diaria en el gimnasio. Tampoco se contemplaba en el espejo y no sentía ningún descontento con su cuerpo. Más bien, le avergonzaba un poco, en determinadas circunstancias, la aparatosidad muscular que siempre le producía rubor; era consciente de su espectacularidad física más por los comentarios de los demás, por las convocatorias de concursos a los que no quería asistir, por las lisonjas de los compañeros del gimnasio y por la insistencia de los requerimientos amorosos, que por la complaciente auto contemplación, cosa que en ningún caso se le habría ocurrido hacer. Jamás había deseado de joven parecerse a ningún atleta ni a cualquier actor de cine o de televisión; siempre se había sentido muy conforme consigo mismo. Entrenaba sobre todo porque no se sentía bien sin esforzarse físicamente a diario, pues lo había hecho desde muy niño, y su trabajo de ayudante de un fotógrafo no le exigía fuerza ni sudores. Sin embargo, los compañeros del gimnasio, el monitor y la dueña, le proponían constantemente aprovecharse de su desarrollo para progresar laboralmente, con toda clase de sugerencias, desde modelaje hasta masajes y muchas ideas que sugerían un tipo embozado de prostitución. Sólo había aceptado en una ocasión seguir un cursillo gratis de monitor personal, a cambio de una gira de demostraciones, pero no tenía ocasión de adquirir compromisos para ejercerlo, porque su trabajo le satisfacía y no le sobraba el tiempo.

Vestía ropas ampulosas que no marcaban su cuerpo. No se le habría ocurrido la idea de comprar ropa que resaltasen nada ni pantalones que se ajustaran de verdad a su cintura, porque en tal caso le apretaban demasiado en los muslos y resaltaban vergonzosamente el volumen de sus genitales. Más bien, parecía por la calle un hombre excesivamente voluminoso, casi gordo, salvo por el cincelado rostro de modelado perfecto, de mejillas hundidas, arco ciliar dibujado como si estuviese maquillado y labios sumamente sugerentes. Se le marcaban por todas partes demasiadas prominencias con la ropa común, como para no sentir gran turbación mientras se desplazaba por la ciudad. Conseguía que no le mirasen excesivamente por la calle, pero lo de la playa era otro cantar. Por mucho que lo evitara y aunque usaba bañadores anchos y nada llamativos, se formaban con frecuencia corros de admiradores que le hacían muchas preguntas y eran bastantes las mujeres que acudían a darle conversación. Aunque casi siempre se excitaba sexualmente en tales casos, sentía tanta turbación que tenía que encogerse para disimular la prominencia; le intimidaban las miradas y las expresiones de admiración, de modo que, contra lo que la gente suponía, no abundaba el sexo a dúo en su vida.
Su trabajo en el estudio fotográfico consistía sobre todo en los preparativos, colocar y ajustar los reflectores, orientar las sombrillas de los flashes tal como se le iba indicando o preparar la decoración del plató si el trabajo lo exigía. A veces, excepcionalmente, el fotógrafo le pedía que mirase una toma por el visor, seguramente para reforzar su propia seguridad, porque a Ricardo no le parecía que su jefe respetase gran cosa su opinión.
Un día, estaba decorando el set para la foto de un anuncio de calzoncillos, cuando el jefe le pidió:
-Ricardo, ¿podrías quitarte la ropa y posar donde va a estar el modelo, para ir ajustando las luces y tenerlo todo dispuesto cuando lleguen? El modelo vendrá acompañado del creativo publicitario y la estilista. Querría tomar la foto cuanto antes, sin repeticiones ni interrupciones y evitando que me incordien demasiado con sugerencias y cambios, porque más tarde tenemos otro trabajo muy duro.
No era la primera vez que Pancho se lo pedía, y Ricardo había dejado de resistirse, a pesar de que siempre se excitaba cuando lo miraban fijamente. Era un problema que no se había atrevido nunca a comentar con nadie que pudiera aclararle si se trataba de una reacción normal o demasiado extraordinaria, pero la realidad era que una simple mirada a su entrepierna causaba ese efecto, fuera cual fuese la situación o quién le mirase. En calzoncillos, permaneció casi diez minutos estático, en la postura que su jefe le indicó, esperando que ajustara la iluminación y el foco. Mediante la estratagema de divagar con la imaginación y recordar que Pancho le miraba tan sólo a través de la cámara, consiguió permanecer sin tener erección notoria. Pero, para su desconcierto, el modelo y sus acompañantes llegaron antes de tener tiempo de vestirse de nuevo, lo que produjo el endurecimiento instantáneo del pene. Notó el asombrado revuelo de las miradas de asombro y admiración, lo que hizo que se sintiera muy turbado, porque el pasmo notable y la fijeza de los ojos empeoraban la situación y hasta sintió que tenía que martirizarse para evitar un orgasmo.
Tomar la foto para un anuncio era un proceso lento y meticuloso; entre enjugar el sudor del modelo, retoques del maquillaje y correcciones de la ropa por parte de la estilista, podían emplear más de dos horas con un solo anuncio, para el que Pancho gastaba veinte o treinta placas. El modelo se despojó completamente de la ropa ante ellos, sin pedir un lugar reservado, y se ajustó el calzoncillo acariciándose reiteradamente los genitales, posiblemente para conseguir que resaltasen. Después de colocarse en el punto donde debía posar e ir corrigiendo la postura como Pancho le indicaba, Ricardo vio con fascinación que la estilista sobaba el calzoncillo por todos lados, estirando cuando observaba una arruga y hasta corrigiendo la posición del pene, si no le satisfacía la sombra que producía. A la tercera toma, Pancho lo llamó:
-Ricardo, ¿te importa mirar por el visor, mientras voy corrigiendo la posición del modelo, porque la quiero un poco diferente? Lo voy a posicionar tres cuartos de perfil, un poco virado hacia su izquierda. Pretendo que se aprecie bien la curva del pectoral izquierdo, que el pie derecho quede un poco retrasado y que su bulto no sobresalga de un modo tan exagerado que vayan a rechazar el trabajo. ¿Has comprendido?

Ricardo asintió mientras se agachaba un poco hasta encontrar la postura donde conseguir ver adecuadamente por el visor. Entonces, pudo contemplar a fondo al modelo. Era el hombre más guapo que había visto nunca. Su cuerpo era fibroso aunque no le sobraba desarrollo muscular; resultaba más deseable que nadie que hubiera contemplado últimamente. Tuvo que tragar saliva. No quería que su impresión resultase notoria a causa de la erección que volvía a sentir llegar.
Al terminar la sesión, todos tomaron un refresco. El hombre de la publicitaria daba a Pancho reiteradas indicaciones de lo que el anuncio necesitaba, mediante explicaciones prolijas e innecesarias a menos que pensara repetir la sesión; la estilista recogía sus bártulos de modo meticuloso. El modelo se acercó a Ricardo:
-Tienes un cuerpo espectacular. ¿Eres míster algo?
-No, ¡Qué va!
-Pues no tendrías competencia. ¿Eres profesional del culturismo?
-No.
-Me llamo Ernesto. ¿Cómo te llamas tú?
-Ricardo.
-¿A qué gimnasio vas, Ricardo?
Ricardo le dijo el nombre del local, muy conocido en la ciudad.
-¿Tienes entrenador personal allí?
-No, qué va. Tampoco es que me sobre el tiempo. Yo sí que hice un curso de entrenador personal.
-¿De verdad? ¿Crees que serías capaz de entrenarme para mejorar?
-No lo necesitas. Tienes buen cuerpo.
-A tu lado, soy un alfeñique.
-No, de verdad que no. Tienes unas proporciones muy buenas y no creo que necesites más para este trabajo.
-El trabajo de modelo es sólo una ayudita. Yo tengo un taller mecánico de coches que no va mal. Me encantaría aproximarme, aunque fuera sólo un poco, a un cuerpo parecido al tuyo, pero creo que sería imposible. Si no eres muy caro, me gustaría que me entrenaras.
-No sé si soy caro o barato. Nunca entrené a nadie.
-¿Hay algo que te lo impida?
-No; es que no me lo había planteado.
-Yo podría pagarte bien, al menos durante dos o tres meses. A lo mejor es suficiente para ponerme en camino.
-Tendrías que ajustarte a mi horario. Yo voy al gimnasio sobre las ocho y media de la tarde.
-De acuerdo.

Comenzaron pocos días más tarde. Resultó patente desde el principio el éxito amoroso que Ernesto gozaba, lo que a Ricardo le causaba una desazón que trataba de reprimir y disimular. Llegaba con frecuencia acompañado de muchachas muy espectaculares, que se despedían con reticencia y lo emplazaban para encontrarse más tarde. Ricardo sentía la curiosidad de saber si alguna de ellas era su novia, pero temía ponerse en evidencia y le parecía indiscreto preguntarlo; porque, además, le daba la impresión de que Ernesto fuera un mujeriego picaflor. Cuando terminaban la sesión de entrenamiento, Ricardo remoloneaba un rato entrenando bíceps o sentadillas, a fin de no coincidir en las duchas con el modelo. Pero un par de semanas después de haber comenzado, Ernesto se entretuvo al terminar y acompañó a Ricardo a las duchas cuando éste halló que se le hacía tarde.
Antes de desnudarse, esperó a que Ernesto estuviera bajo la ducha, a ver si así evitaba mostrarse demasiado. Siempre sentía la necesidad de esconder el pene además de toda su musculatura, porque todos lo miraban mucho. En cuanto se situó bajo la alcachofa de la ducha, Ernesto exclamó.
-¡Joder, Ricardo! Vaya manguera.
El rubor de Ricardo fue inmediato. Irremediablemente, el comentario y la mirada iban a producirle una erección. Cuando empezó a ocurrir, Ernesto le sopesó el pene con la palma de su mano derecha.
-No te quejarás, bandido. Seguro que follas a granel.
La erección era ya completa.
Ricardo abrevió el baño. Salió de la ducha colectiva en cuanto pudo enjuagarse y se secó y vistió apresuradamente. Vio a Ernesto secarse y vestirse parsimoniosamente, sin dar la menor impresión de sentirse turbado ni incómodo. Ricardo estaba convulsionado entre escalofríos; tenía que reprimirse casi dolorosamente para no hacer lo que el cuerpo le exigía y todos sus sentidos anhelaban. ¿Qué iba a hacer esa noche? Aparentemente sin pretenderlo, Ernesto había puesto en marcha un mecanismo que no iba a poder detener en mucho rato.
No solía repetir, porque no era demasiado exigente. Sus deseos no eran complicados ni sobraba morbosidad en su imaginación. Pero esa noche se masturbó cuatro veces.

Al día siguiente, Ernesto acudió al gimnasio con una compañía más numerosa que de ordinario, incluyendo a la estilista que le había asistido en la sesión de fotos donde se habían conocido. Con alarma, Ricardo notó que la mujer, de unos treinta y cinco años, se le acercaba dispuesta a hablar con él.
-¿Has pensado en posar?
-¿Qué? No comprendo –repuso Ricardo con desconcierto.
-Con frecuencia, salen fotos o filmaciones que necesitarían hombres con un cuerpo como el tuyo. Si tienes alguna foto, podrías dármela para estar pendiente de las posibilidades que surjan. Si no tienes fotos, puedes pedirle a tu jefe que te las hagas; si hubiera que pagarle, yo lo pagaría.
-¿Habla usted en serio?
-No me trates de usted, chico. Me llamo Gisela. Hablo muy en serio. Hace poco, necesité un cuerpo como el tuyo… bueno, a lo mejor no tan espectacular, y tuvimos que salir del paso con alguien muy inferior.
Esa noche, Ricardo recolectó las fotos que tenía en bañador o ropa de gimnasio, y las preparó para dárselas a Ernesto al día siguiente, para que se las diera a la estilista.
-Puedes follártela cuando te dé la gana –dijo el modelo confidencialmente-. Le conté de tu polla y se muere por vértela, como todas las tías que vinieron anoche conmigo.
-¡Qué vergüenza! ¿Por qué le hablas a nadie de mi pene?
-¿Por qué no? Tienes una polla fantástica; eres un fenómeno.
Ricardo vestía un pantaloncito elástico, que no podría ocultar su erección ni aunque tomara asiento en una banqueta. Se apresuró para ir al aseo. Otra vez, debió masturbarse más de una vez, a pesar de sentirse angustiado por el temor a ser sorprendido.
Pocos días más tarde, Gisela le llamó al estudio fotográfico de Nacho.
-Voy a trabajar en un spot sobre viajes al Caribe. Me han pedido un modelo guapo y musculoso, y he pesando en ti. Las fotos que me mandaste con Ernesto no son muy expresivas. ¿Puedes venir esta noche a mi casa, para que te tome varias polaroid? Ponte el calzoncillo más sexi que tengas.

Al terminar la sesión del gimnasio, Ernesto se empeñó en acompañarlo. En el asiento de copiloto del coche del modelo, aunque ni se rozaban sus piernas, la erección de Ricardo fue permanente y hubo muchos momentos en los que sintió que podía experimentar un orgasmo a causa de expresiones amables del modelo y sus ademanes de intimidad. Gisela les abrió la puerta embutida en una bata de satén amarillo pálido, muy favorecedora. Parecía más guapa.
-Ernesto, ¿no me contaste que ibas a salir esta noche con Marisa?
Comprendiendo la indirecta, el modelo se despidió. No esperó Gisela más que unos cinco minutos para dejar caer la bata y, desnuda, echarse como un alud sobre el sofá donde Ricardo estaba sentado. Este hizo lo que pudo, aunque con poco entusiasmo; pese a lo cual asistió con estupor a la cascada de convulsiones de la estilista. Cuando se dispuso a marcharse, Gisela tenía expresión de alucinación.
-Espera, tengo que hacer las polaroid.
Al despedirlo, la estilita le dijo a Ricardo que sabría si le contrataban para el spot del Caribe dentro de unas dos semanas. Desconocedor de las claves y nociones del ambiente publicitario, Ricardo se sintió incapaz de calcular si le estaría mintiendo y sólo sería un pretexto para el sexo. Si se trataba de eso, ya lo había tenido. Por lo tanto, olvidó el caso en pocos días.

-Tienes que salir conmigo una noche de estas –le dijo Ernesto una semana más tarde.
-Te aburrirías. Yo soy un tipo sencillo y nada apasionante.
-Contigo, me lo paso fenomenal. Mientras trabajo en el taller por la tarde, cuando se aproxima la hora de venir a entrenar, me muero de impaciencia. Me gustas mucho.
Ricardo calló unos minutos.
-¿De verdad? –le preguntó más tarde.
-De verdad… ¿qué?
-Que te gusto.
-Oh, claro. Eres un tío fantástico.
-Pero… estás muy solicitado por las muchachas. No necesitas ir por ahí con un incordio como yo, que te sirva de anzuelo para ligar.
Ernesto lo miró fijamente una larga pausa, durante la que parecía meditar.
-Escucha, tío. No eres un incordio. Me encantaría correrme juergas contigo y, si se presentara la ocasión, que nos follásemos a una al mismo tiempo.
Rojo y acalorado, Ricardo no podía responder. No se sentía capaz de hacer algo así sin incurrir en alguna inconveniencia. Nunca podría compartir la pasión de una mujer con ese chico que tanto le perturbaba en demasiadas ocasiones. Seguro que se le escaparían las manos.
-Mira, Ricardo. Si te ha desconcertado lo que te he dicho de sexo bi, discúlpame, Hace tiempo que sé que eres un fulano poco común, más bien demasiado… moral. Uno tiene que hacer malabares para hablarte sin escandalizarte. Pero te prometo que me encantaría que salgamos cualquier día de fiesta, aunque no hagamos eso que he dicho. ¿Qué tal el viernes?
-No es que sea demasiado moral… como dices. Yo no tengo ningún remilgo. Pero solamente soy un campesino, y siempre he sido muy tímido. Si quieres que salga contigo el viernes…
-No se trata de que salgas conmigo, sino de que salgamos juntos. Te espero el viernes en mi casa a las diez de la noche, aunque ya hablaremos de nuevo. Pero mejor que demos la cita por cerrada desde ahora mismo, ¿vale?
-Creo que te arrepentirás; soy un tío tímido, apocado y me salen los colores a todas horas.
-Pues haces mal. Con todos tus atributos… todos tus atributos, ya sabes lo que quiero decir… ganarías barbaridades aprovechándote de todo lo tuyo. Si no has decidido a estas alturas sacar partido de tu cuerpo, será porque tienes muchos prejuicios, prejuicios que yo creo que debo ayudarte a superar. Lo mismo que tú me entrenas en lo físico, a mí me gustaría entrenarte en todo lo demás, a ver si consiguiera que dejes de ser tan tímido. Tal vez logre que te des cuenta de lo mucho que tienes que ganar, antes de que sea demasiado tarde. Empezaremos las lecciones el viernes.

Ricardo dedicó el siguiente viernes un buen rato a decidir qué ponerse. Ernesto vestía siempre de un modo perfecto, espectacular. No quería desentonar, pero tampoco parecer ridículo. Yendo con él, no le desconcertaría tanto que lo mirasen. Eligió una camiseta azul ajustada, con la que solían contemplarle demasiado, y un pantalón vaquero negro claveteado, tratando de que sus genitales no abultasen ostensiblemente. Cuando Ernesto le abrió, lanzó un silbido y sonrió complacido.
-Estás perfecto; esta noche, me toca aprovecharme de ti y ligaré a granel por tu influencia.
Pero no ocurrió. Aunque no pararon de revolotear las muchachas y las no tan jóvenes a su alrededor, a las cuatro de la madrugada se marcharon solos de la última de las discotecas que Ernesto propuso. Un poco en busca de desenvoltura, Ricardo había bebido mucho más de lo se creía capaz de asimilar.
-Estoy un poco mareado –dijo en el coche en el que Ernesto le llevaba a su domicilio.
-Quédate conmigo esta noche. Yo te cuidaré. Hay sitio en mi apartamento.
-Parece muy pequeño.
-Bueno, es verdad. Es solamente un estudio. Pero además de mi cama hay un sofá cama grande y cómodo. No te preocupes más.
-Tengo que hacerte una pregunta…
-Larga, Ricardo. No te cortes.
-¿Eres gay?
Ernesto rió a carcajadas.
-Pregunta por ahí. Tengo fama de ser un donjuán irremediable.
Ricardo no se dio cuenta de que la respuesta podía ser elusiva. Llegados al apartamento, Ernesto entró en el baño, mientras Ricardo se desnudaba. Cuando se cruzó con el modelo camino del baño, Ernesto dijo:
-Pareces el minotauro.
-¿El qué?
-El minotauro es un mito griego. ¿No has oído hablar del laberinto?
-Sé lo que es un laberinto, pero no sé nada de ese tauro del que hablas.
-La palabra laberinto viene del mito. Lo que contaban los griegos es que el dios Poseidón regaló al rey de Creta un hermoso toro blanco para que lo sacrificara a fin de conservar la corona, pero al rey Minos le maravilló el animal, de manera que mandó sacrificar un toro cualquiera y guardó el que el dios del mar le había regalado. Poseidón se dio cuenta y, cabreadísimo, se vengó inspirando a una tal Parsifae un deseo tan raro, que ella se enamoró del toro blanco. Para poder joder con él, Parsifae pidió a un artista que se llamaba Dédalo que esculpiera una vaca de madera, dentro de la cual se metió ella y así consiguió ser poseída por el toro. Pero ocurrió lo más inesperado. Nació un niño con cabeza de ternero y cuerpo humano que, al crecer, se convirtió en un ser muy poderoso. El mito lo considera un monstruo, pero era un ser formidable; aunque su cabeza era de toro, su cuerpo era el más musculoso y fuerte cuerpo humano. Picasso se enamoró del personaje y le dedicó toda una serie de grabados estupendos. Pero para los griegos no cretenses era un verdadero monstruo, porque por alguna venganza que el mito no explica del todo, Minotauro exigía la entrega de siete muchachos y siete muchachas atenienses, porque comía carne humana. Se volvió tan salvaje y poderoso, que Dédalo construyó un laberinto complicadísimo donde encerrarlo de modo que no pudiera encontrar la salida. Muchos años después, Minotauro fue vencido por un joven ateniense llamado Teseo, enviado como sacrificio, al que ayudó una princesa llamada Ariadna… pero esa es otra historia. Verte así, casi desnudo y con ese paquetón tan extraordinario, me hace pensar en Minotauro.
Ricardo cerró la puerta del baño con pestillo. Tenía que masturbarse.

Salir juntos los viernes se convirtió en una costumbre. Ricardo no caía en la cuenta de que las lecciones de Ernesto daban resultado e iba volviéndose más espontáneo. Sí advirtió que se había creado un círculo de conocidos y admiradoras que lo festejaban mucho cuando llegaba a cada uno de los locales que a Ernesto le gustaba frecuentar. No era raro que después se quedara a dormir en el apartamento del modelo, aunque no sintiera mareo. Habían pasado cinco o seis semanas desde la primera salida en conjunto, cuando de nuevo Ricardo se vio obligado a abusar un poco del alcohol, abrumado por las insistentes invitaciones.
En cuanto llegaron al apartamento, Ricardo se desnudó y cayó en el sofá cama ya preparado, despatarrado y deseando dormir. Boca abajo, notó que Ernesto dudaba, como si quisiera hablar y no se decidiera por si dormía.
-¿Ocurre algo, Ernesto?
-Para serte franco, me excita verte así, tan despatarrado.
-¿Te excita?
-Bueno, no es que te desee sexualmente. Es que, como eres tan especial, tan particular… a veces me perturba un poco mirarte. La verdad es que no sé lo que me pasa, si es que me pasa algo.
La declaración desveló a Ricardo. Se volvió boca arriba, sin temor a que su poderosa erección fuera notable. Dijo muy bajo:
-Estuve buscando en internet mitos griegos para leer sobre el tal Minotauro, y me encontré con uno que me recordaba a ti. Se llama Apolo.
-¡De veras! ¿Te recuerdo a Apolo, por qué?
-El mito dice que era un hombre muy guapo, y tú eres el hombre más guapo que conozco.
-¡Qué va! Tú eres mucho más atractivo que yo.
-Puede que yo sea atractivo… para alguna gente. Pero guapo, lo que se dice guapo como tú, ni comparación.
-Me acabo de ruborizar, Ricardo. Ojalá pudiera compararme físicamente contigo.
-Has progresado mucho desde que entrenas. Me contrataste para dos meses, y ya llevamos casi cuatro. Tu musculatura ha aumentado bastante y se ha reforzado una barbaridad.
-Pero mira mi brazo y mis muslos –Ernesto se acercó para rodear el bíceps de Ricardo con las dos manos-. Es curioso; he mirado revistas de culturistas en el gimnasio, y hay tíos con brazos tan poderosos como los tuyos, pero algo deformes. Los tuyos son perfectos y… los muslos son… yo qué sé. Son enormes y mira qué piernas más estéticas tienes. Ni te imaginas lo que comentan todas y todos los que vamos conociendo por ahí. Y además, lo de tu paquetón es un prodigio, porque mira, tan grande y, a pesar de la abundancia de sangre que hará falta, parece que estuviera más duro que la pata de la mesa.
Involuntariamente, Ricardo se tocó. Incontenible, el glande asomaba unos centímetros por encima del elástico del calzoncillo.
-Voy a mear –dijo.
Mientras lo hacía, evocó buena parte de su biografía. El bosque, donde todos los muchachos eran fuertes y él no parecía especial. Las sierras que necesitaban tanto esfuerzo y ya habían sido sustituidas por sierras mecánicas. Las veces que había arrastrado grandes troncos montaña abajo, cosa que muy pocos de sus compañeros conseguían hacer. Las lisonjas a su físico habían empezado en plena adolescencia, sobre todo en el pueblo más cercano, pero no se habían convertido en clamorosas hasta después de vivir en la ciudad. Sentía que había desaprovechado muchas oportunidades de practicar sexo, tanto con hombres como con mujeres, pero reconocía que no se había dado cuenta en su momento. Nunca había detectado en tantos años las alusiones veladas, hasta los últimos dos meses por la influencia y las enseñanzas de Ernesto, y ya estaba punto de cumplir cuarenta años. Ernesto había obrado el milagro; precisamente él, que lo hubiera tenido de habérselo propuesto.
La erección se estaba convirtiendo en demasiado poderosa como para conseguir orinar. El durísimo pene apuntaba a la vertical y ni siquiera conseguía forzarlo hacia el inodoro. Con cuidado de no hacer ruido, comenzó a masturbarse suavemente, para conseguir aflojarlo y poder orinar.
No tenía que hacer gran esfuerzo de imaginación ni pensar en nadie en concreto. Su cuerpo funcionaba como un mecanismo automático. Seguramente, las erecciones eran el desfogue de la exuberancia de su vitalidad y magnífica alimentación. Ocurrían constantemente, en todas las situaciones, incluyendo el tiempo que pasaba esforzándose en el gimnasio, lo que solía disimular encogiéndose en un banco, modificando la rutina que ejecutara en ese momento, a fin de enmascarar el bulto. Solamente tenía que realizar algún esfuerzo a causa del tamaño, que dificultaba la inmediatez del orgasmo. Ahora, comenzaba a sudar. Como todo atleta, sudaba copiosamente; estaba esforzándose mucho, con impaciencia y preocupado por la posibilidad de hacer algún ruido que alertara a Ernesto, porque, además, solía jadear durante los orgasmos.
Apretó fuertemente los párpados, impulsando las caderas hacia adelante. Iba a llegar, por lo que se preparó para apretar los labios con objeto de que no sonaran sus gemidos.
En ese momento, sintió que una mano abrazaba su pene y lo agitaba con rapidez, aunque delicadamente. Era la mano de Ernesto. En cuanto abrió los ojos para mirarlo, llegó el orgasmo. A pesar de las sacudidas y los chorros que caían en el inodoro, Ernesto prosiguió. A Ricardo le pareció que no encontraría inoportuno que le diera un beso en los labios.