lunes, 23 de agosto de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA. XXVIII Templar


XXVIII – Templar

El Cañita no paró de reír en toda la mañana.
-Estás teniendo mala pata con las mujeres casás -dijo-. Primero, lo de Palencia, huyendo por los balcones, y ahora, el médico queriendo ponerte una inyección. Vas a tener que volverte una mijilla más selectivo y una pechá más tunante.
-¡A la marquesa, todavía tengo que ponerle un remache! En cuanto toree cerca de Madrid, ya verá. Oiga, don Manuel, ¿usted cree que tengo la picha demasiao grande?
-Un poco, sí.
-Pero... ¿no seré algo así como un monstruo de feria?; porque... es que toas las tías que me follo hablan de eso, y ya me están dando complejos.
-No, Omarito. Tanto como un monstruo de feria... No es que abunden mucho, pero hay fulanos mejor dotaos que tú, incluso más. ¿No te acuerdas de aquellas películas pornográficas que viste en mi casa el día de la travesti? Aunque yo no me lo puedo creer, dicen que había un actor norteamericano que tenía más de treinta centímetros, así que no te angusties por esa tontería. Tú eres un tío normal y corriente. Pero, eso sí, con más arte que ninguno. ¡Que conste!
La afirmación del apoderado no lo tranquilizó. Era viernes, por lo que el entrenamiento acabaría a la una del mediodía; cuando se acercaba esta hora, descubrió que no conseguía quitarse de la cabeza la idea de que pudiera no ser un muchacho como los demás. Le desagradaba muy profundamente la posibilidad de pasar toda su vida temiendo que las mujeres que intentaran conquistarlo lo hicieran seducidas sólo por el tamaño. Tenía que encontrar una respuesta que le tranquilizara. Después de ducharse, pidió permiso para hablar por teléfono y llamó a su primo:
-¿Tomás? Soy yo, Omar. Oye, que si nos vamos a tomar un bañito en el río. ¿Tienes la motillo?
-Sí, cojonúo. ¿A qué hora?
-Llegaré a las dos menos cuarto.
-¿Donde íbamos de niños?
-Sí -respondió Omar, pensando que no hacía tanto tiempo de eso.
-Te espero en la poza de siempre.
Una vez emprendida la marcha con el coche, pidió al apoderado:
-Don Manuel, ¿no puede usted arrimarme a la vera del río, por el sotillo? Es que, como hoy no me deja usted que haga sexo, pues que pensaba yo nadar un poco con mi primo, pa cansarme y dormir más a gusto, ¿sabe usted?
-Vale, pero ten cuidao, que no te dé una insolación y no vayáis a caeros con el vespino. Recuerda que toreas el domingo en Lucena.
-No se preocupe, don Manuel. Yo soy un tío serio. A ver.
El Cañita sonrió. En efecto, el niño se estaba convirtiendo en un adulto con mucha rapidez. Semana a semana, se volvía más responsable, gracias al espionaje que consideraba indispensable, había descubierto que le quedaban en la cartera quince mil pesetas de las veinte mil que le había dado el miércoles, y día a día, depuraba su toreo a ojos vistas. Le enorgullecía saber que él tenía mucho que ver con la evolución.

Llegado a la poza tras atravesar el sotillo de eucaliptos, Omar sintió decepción. Tomás nadaba cubierto con un bañador y en la orilla de enfrente, de la que sólo le separaban quince metros, había un grupo familiar, padre, madre, suegra y tres niños, retozando en la orilla delante de una sombrilla clavada en la arena y una mesa de camping con la comida dispuesta. Comprendió que Tomás no estuviera nadando desnudo, como solía. El problema era que él no tenía bañador y tendría que bañarse en slip, lo cual era como estar en cueros y, por otro lado, tampoco iba a poder resolver, sin más, el enigma que le había llevado al río. Se quitó el pantalón y la camisa dentro del agua, y los lanzó hacia la yerba, sumergiéndose en seguida hasta la cintura.
-Oye, Tomás, tengo un problema. Necesito que te pongas dura la polla, pa tocártela.
-¡Tú has perdío el sentío! ¿Ahora te has vuelto maricón?
-¡Joé!, ¿tú qué te has creído? Es que me están entrando dudas...
-Pues no trates de aclararlas conmigo, ¿sabes?, que a mí no me van esas guarrás. Se ve que lo del bailaor aquél te impresionó.
-Escúchame una mijilla, joé, que no me entiendes. Toas las tías me dicen que tengo la polla mu grande, y ya estoy mosqueao. Primero, yo respondía que no, que la tengo normal, porque me acordaba de cuando veníamos aquí a bañarnos, y la mía era más chica que la tuya y más o menos como la de tu hermano, lo mismo que las del Juanito del lagar y el Rafalillo de los perotes. Pero como toas me lo siguen diciendo, que me estoy empezando a pensar si no me habrá crecío más y, como me la veo tós los días, pues que, a lo mejor, pues no me he dao ni cuenta.
-Pero, contigo delante y metío en el agua, yo no puedo ponérmela dura.
-Mira a la gachí aquélla.
-¿A cuál, a vieja o a la ballena? ¡Tú estás pirao!
-Piensa en algo.
-Mierda, Omar -se quejó Tomás, que había comenzado a manipularse mientras miraba hacia la otra orilla con miedo a que alguien se diera cuenta-. Esto no es como encender la luz, joé.
Omar reflexionó. A lo mejor bastaba con las descripciones.
-¿Cómo de grande es la tuya cuando te empalmas? -preguntó.
-Más o menos, así.
Tomás tensó el pulgar y el meñique de la mano derecha, señalando un palmo.
-¿Esto serán más de veinte centímetros? -preguntó Omar.
-¡Claro! -exclamó Tomás, que poseía grandes manazas de labrador.
-Entonces, una gachí de Valencia, que me la midió y vio que yo tenía veintitrés centímetros, será verdad lo que dijo.
-¿Qué dijo?
-Me contó que tuvo un empleao cartameño que la tenía caballuna y que también había escuchao hablar a sus amigas de otros paisanos nuestros que por ahí andaban.
-¿Tú no se la has visto nunca al Antoñito el del esparto?
-No. Ése no es de nuestra quinta.
-Pues una noche que estábamos en la venta de Río Grande medio alpistelaos, nos la enseñó a unos cuantos. Mira, Omar, sin empalmar era lo menos así, como de mi rodilla a mi talón.
-¡Venga ya!
-De verdad. Pero dijo el pobre que nunca ha podío metérsela a naide, que lo ha intentao con toas las putas y con los maricones del parque de Málaga, y nanay.
-¿Tú tienes más, o menos, de veintitrés centímetros, Tomás?
-Creo que más.
-Venga, hombre, empálmate -instó Omar, alentado por la expectativa de que hubiera alguien mejor dotado que él.
-Empálmate tú también. Si no, me voy a sentir como si estuviera dando el espectáculo.
-Adelante -alentó Omar, introduciéndose la mano bajo el slip.
Con sólo recordar la melena suelta de Lola y aquellos pechos de los que, por la irrupción del degenerado del marido, se había quedado en ayunas, obtuvo la erección a los dos minutos.
-Ya estoy -anunció.
-Yo creo que no voy a conseguirlo -confesó Tomás-. Namás que se me pone morcillona. A ver, ponte de espalda a esa gente y enséñamela, y te diré si es más grande o más chica que la mía.
Omar alzó los talones, para que emergieran sus caderas del agua, y se exhibió ante Tomás.
-¡La tienes más grande que yo! -se asombró el primo.
-Lo dices pa asustarme -acusó el novillero, angustiado.
-¡Que no, Omar! La tuya es más gorda que la mía.
-¿Y de larga?
-Más o menos igual.
-¿De verdad? -suspiró, aliviado.
-Sí.

Omar rescató de su memoria las muchas veces que había retozado en ese lugar con su primo y otros amigos. Estaba seguro de que, entonces, Tomás le ganaba lo menos en tres centímetros. Si, entretanto, su maduración física había ocasionado que lo superase, sería un problema.
-No te creo -aseguró.
-Espera un poco -pidió Tomás -Trata de que no se te baje.
-No hay problema -se jactó Omar.
Con la mano sumergida en el agua, Tomás permaneció masturbándose mucho rato, unos diez minutos. Finalmente, preguntó:
-¿La tienes todavía dura, Omar?
-Sí.
-Venga, sácatela antes de que se me afloje, que esto no es un azadón.
Hombro con hombro, alzaron ambos los talones y se calibraron mutuamente.
-¡Es verdad -exclamó Omar- son del mismo tamaño! Menos mal que no la tengo más grande que tú, joé.
En ese momento, surgió de entre los eucaliptos la pareja de la Guardia Civil, justo frente a ellos, a sólo unos tres metros de distancia. Tomás y Omar bajaron al mismo tiempo los talones y doblaron las piernas para ocultar sus joyas. El más viejo de los guardias gritó:
-¡Eh, vosotros, sinvergüenzas, qué carajo estáis haciendo!
Ambos muchachos se encontraban enmudecidos por el espanto. Sabían lo que iba a ocurrir a continuación: El hecho sería divulgado en el pueblo y cada vecino lo interpretaría a su modo, que sería en todos los casos de la peor manera imaginable. Por parte de Omar, el escándalo podía representar el final de su carrera taurina. Ocurrió, sin embargo, un milagro. El mismo que había gritado, preguntó:
-Oye, ¿tú no eres el novillero Omar Candela?
-S... sí -respondió en un murmullo.
-¿Y resulta que tienes huevos pa enfrentarte a un toro, pero no pa follarte a una hembra?
-No es lo que parece. Mire usted, se lo voy a explicar...
-Sí, será mejor que nos lo expliquéis. Venid acá pacá.
Salieron del agua, todavía con las prendas en situación de merecer, aunque cubiertas con el bañador y el slip. Omar intuyó que sólo diciendo toda la verdad podrían salir del apuro:
-Mire usted, señor guardia. Que a mí me van las gachís una pechá y resulta que toas se quejan de que les hago la pascua con el tamaño de mi polla. Me lo han dicho tanto, que ya estoy más escamao que un besugo en navidad. Así que quería comprobar que no soy un monstruo ni ná. Recordaba cuando de chicos nos bañábamos en cueros y que mi primo la tenía más grande que yo, por lo que yo no podía ser un bicho raro. Anoche, me follé a dos gachís, y las dos me dijeron lo mismo, que si el pollón, que si la herramienta, ¡leche! Por eso he liao a mi primo, pa venir aquí a medirnos y comprobar que tampoco es pa tanto, porque me daba angustia pensar que la mía fuera a estas alturas más grande que la suya.
-¿Anoche te follaste a dos gachís, de verdad? -preguntó el guardia joven, deslumbrado.
-¡Claro! A ver.
-¡Qué potra que tenéis los toreros!
Los dos uniformados sonrieron con una mezcla de envidia e indulgencia. El mayor dijo:
-Bueno, que pase por hoy. Pero como os pille otra vez y yo me dé cuenta de que me habéis metío la bacalá, os vais a enterar.
Cuando volvían hacia el pueblo en la motocicleta, dijo Tomás:
-¡De buena nos hemos librao! La Marieva me hubiera matao a guantazos si llega a armarse el follón. ¡Tienes unas caídas!
-¿Cuando os casáis?
-¡Tú estás majareta! ¿Casarme, con diecinueve años? Además, eso de casarse ha pasao de moda.
-Pues yo... me lo estoy pensando, Tomás.
-¿Casarte, tú? ¡Si eres más chico que yo!
-Pero es que la vida de un torero es mu jodía, primo.
-¿Y ya has pensao con quién?
-No sé. Hay una vallisoletana que me hace sentir cosas mu raras... De pronto, me dan muchas ganas de vengarme por una broma que me gastó, y luegoe... me da un nosequé... De tós modos, antes de casarme quiero superar a don Juan Tenorio.
-Y ése, ¿quién es?
-Uno del teatro, que se comía más roscos que los niños en Reyes.

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