domingo, 28 de agosto de 2011

EL ENIGMA DE kASPAR HAUSER



Gaspar Hauser, fue la sensación de los medios a principios del siglo XIX. Criado en una cueva oscura, y sabiendo decir sólo una frase, llegó un día de 1824 a un pequeño pueblo alemán, convirtiéndose en una curiosidad científica: un humano casi adulto, unos 16 ó 17 años, sin lenguaje, sin influencias externas, una hoja de papel en blanco para que la sociedad escribiera con impunidad.
Sus circunstancias y su leyenda se extendieron por toda Europa. Aseguraba que estuvo encerrado en una pequeña celda oscura la mayor parte de su vida. Su ropa con restos de seda, había sido buena en alguna ocasión. Sus piernas estaban casi paralizadas por la falta de movimiento.
Los doctores que lo examinaron informaron que el joven ni era loco ni imbécil, pero que la separación por la fuerza y con crueldad del contacto con los seres humanos desde su más tierna infancia le habían influido en su desarrollo.
El muchacho se transformó en una atracción pública. A las seis semanas hablaba con fluidez y podía leer y escribir, y al cabo de un tiempo pudo realizar una completa declaración acerca de sus primeros años de vida. Se supo por él mismo que siempre estuvo prisionero en un calabozo, desde que tenía tres años, durmiendo sobre un colchón de paja, sin sonidos y con alimento que alguien le llevaba mientras dormía. Tiempo antes de su partida, un hombre se introducía en la celda y le enseñaba a escribir su nombre y las frases que debía decir cuando lo encontraran.
Hauser siguió educándose y adquirió conocimientos de filosofía, latín y ciencias. La creencia popular sostenía que Kaspar era hijo ilegítimo de la casa real de Baden, apartado y mantenido encerrado a favor de otro heredero. Tampoco se ha llegado a saber sobre su evolución en sociedad a más largo plazo, pues falleció cinco años después de ser encontrado, el 17 de diciembre de 1833, víctima de un asesinato.
Al contrario que el niño salvaje Víctor de l’Aveyron, Gaspar no llegó a estar enteramente aislado. Aunque nunca acertó a ver la cara de su cuidador sí oyó su voz y recibió una mínima comunicación y enseñanza.

jueves, 25 de agosto de 2011

LA CENICIENTA, CUENTO MARAVILLOSO



“La Cenicienta” es uno de los cuentos de hadas más conocidos por niños y niñas de todas las nacionalidades. Es un relato muy antiguo del que tenemos ya una primera versión en China en el Siglo IX d.c. De “La Cenicienta” se han hecho todo tipo de adaptaciones, en dibujos animados, en películas y recreaciones actuales. De ahí que nos interese su estudio.

Como ya sabemos, “La Cenicienta” nos habla de una pobre niña que sufre los malos tratos de su madrastra y de sus dos hermanastras que la hacen trabajar constantemente y que le niegan cualquier motivo de felicidad. Como ocurre en todos los cuentos de hadas, “la Cenicienta” no se sitúa ni en un espacio ni en un tiempo precisos. La fórmula de entrada “Había un hombre rico” no pretende acercarnos a la historia, al contrario, pretende situarla en una época lo más alejada de nosotros para que exista distancia entre el receptor y la historia, para que sea atemporal y pueda servir en cualquier tiempo.


B. MORFOLOGÍA DE LA CENICIENTA

“La Cenicienta”, en versión de los hermanos Grimm, sigue una serie de funciones que podemos enumerar de este modo:
I. Carencia inicial (la heroína no tiene madre y es maltratada por la madrastra y las dos hermanastras. Su padre no parece prestarle demasiada atención).
II. Alejamiento (el padre se aleja de casa y les trae regalos. Cenicienta pidió, únicamente, una ramita de avellano).
III. Recepción del objeto mágico (la niña planta la ramita en la tumba de su madre y, de tanto llorar, nace un árbol que crece y será su aliado futuro).
IV. Momento de transición (se divulga la noticia de un baile organizado por el príncipe).
V. Principio de la acción (Cenicienta decide asistir al baile).
VI. Prueba (las hermanastras le hacen recoger lentejas que ellas mismas han tirado en una fuente de ceniza).
VII. Socorro (las avecillas la ayudan).
VIII. Fechoría (le siguen prohibiendo que asista a la fiesta).
VI. bis
VII. bis.
VIII. bis.
IX. Reacción de la heroína (va a pedir ayuda al árbol).
X. Socorro (obtiene ayuda del objeto mágico y puede ir al baile).
XI. Llegada de incógnito (asiste al baile con éxito).
XII. Huida (escapa a través de un palomar)
IX. bis.
X. bis.
XI. bis.
XII. bis (escapa a través de un peral).
IX. bis.
X. bis
XIII. Marca (el príncipe hace untar con pez las escaleras).
XII. bis.
XIV. Búsqueda (el príncipe con la zapatilla busca a la heroína).
XV. Reconocimiento (la reconoce tras las oportunas pruebas).
XVI. Descubrimiento (el agresor queda descubierto. Las hermanastras se han autoamputado partes del pie sin ningún resultado).
XVII. Castigo a los agresores (las hermanastras son castigadas duramente con la pérdida de los ojos).
XVIII. Recompensa final (matrimonio entre Cenicienta y el príncipe).

En cuanto a los actantes que mueven el relato, podríamos establecer lo siguiente:
Sujeto: Cenicienta.
Objeto: conseguir la felicidad, la estima de los demás.
Emisor: la carencia de afecto, de amor, la falta de una madre.
Receptor: Cenicienta.
Ayudante: los pajarillos y el árbol (objeto mágico).
Oponente: la madrastra y las dos hermanastras.
Observamos que en “La Cenicienta” no falta ninguno de los elementos típicos del cuento maravilloso:
- una heroína se enfrenta a un agresor.
- interviene un objeto mágico.
- aparecen fórmulas mágicas (cancioncillas de las aves o petición de ayuda por parte de Cenicienta).
- repetición de funciones en forma cíclica.
- aparición de números simbólicos (el 3).
- recompensa final.
- castigo ejemplar a los agresores.

miércoles, 24 de agosto de 2011

TESOROS SUMERGIDOS.



Descendientes y herederos, en Facebook

En mayo de 2007, la empresa Odyssey Marine Exploration anunció el hallazgo de 500.000 monedas de plata. El descubrimiento supuso el inicio de un litigio con el gobierno español por los derechos del pecio y de la carga. El caso sigue abierto en un juzgado de Tampa (Florida) y todavía no hay una resolución. España cree que ese barco es La Mercedes, un buque de guerra español hundido en 1804 por la flota británica en la batalla del cabo de Santa María. Para Odyssey ese nombre es simplemente una hipótesis aún por demostrar. Algunos de los más interesados en conocer si el barco hallado por Odyssey es La Mercedes son los descendientes de la tripulación. Este periódico publicó en septiembre de 2008 una lista de 130 personas (mercaderes y oficialidad del barco) que depositaron su fortuna hecha en las Indias en La Mercedes. Uno de ellos era Don Diego de Alvear y Ponce de León, segundo comandante de la escuadra que marchaba el 5 de octubre de 1804 frente a las costas del Algarve cuando fue sorprendida por la flota británica. El oficial se salvó del bombazo de los ingleses porque Tomás de Ugarte, comandante de La Medea, que viajaba con la flota española, cayó enfermo y tuvo que sustituirle. Desde La Medea, Alvear vio cómo la explosión de La Mercedes se llevaba al fondo del mar a su mujer y ocho de sus hijos. Uno de los descendientes del oficial es José María Moncasi de Alvear. En el Museo Naval, junto a dos cuadros de su antepasado, José María habla de la necesidad de recuperar el patrimonio histórico de Don Diego. Y para ello ha recurrido a Facebook, la red social en Internet con el grupo El tesoro de La Mercedes. Ese espacio quiere reunir al mayor número de descendientes posible que estén interesados en la recuperación de la historia de sus antepasados y no tengan un interés económico en la carga encontrada por Odyssey. "Nos interesa la historia y no el dinero que se podría reclamar en Tampa. Por eso apoyamos al Ministerio de Cultura en la recuperación del patrimonio español que nosotros creemos que la empresa Odyssey ha expoliado", asegura.Moncasi de Alvear también ha iniciado una campaña para recoger firmas y enviarlas a través de la Abogacía del Estado a Mark Pizzo, el juez que lleva el caso, para apoyar la causa española. Otros descendientes, sin embargo, sí han expresado su intención de recuperar la carga que pusieron en el barco sus antepasados y han reclamado en Tampa los derechos del tesoro.

lunes, 22 de agosto de 2011

Entrevistas inéditas con Jackie Kennedy reavivan especulaciones sobre JFK


La próxima publicación de una serie de entrevistas inéditas con Jacqueline Kennedy ha lanzado un torrente de especulaciones sobre supuestas revelaciones explosivas de la vida y el asesinato de su marido, el ex presidente estadounidense John F. Kennedy.
Las entrevistas, que tuvieron lugar en 1964 con el historiador Arthur Schlesinger, son la base del libro "Conversaciones históricas de la vida con John F. Kennedy" que será publicado en septiembre y de una emisión de la cadena estadounidense ABC.
La editorial Hyperion Books promete un "relato sorprendentemente detallado y sin adornos" de las "experiencias e impresiones" de Jackie Kennedy (1929-1994) como esposa y confidente de John F. Kennedy, 35º presidente de Estados Unidos entre 1961 y 1963, cuando fue asesinado.
"El resultado de las ocho horas y media de material brinda un registro único e irresistible de una época tumultuosa, provee detalles frescos sobre mucha gente importante y acontecimientos que marcaron la presidencia de JFK y también muestra bajo una nueva luz al hombre detrás de decisiones históricas", agrega.
Ante el misterio que rodea el contenido de las grabaciones, los medios estadounidenses y británicos se han lanzado en una carrera de especulaciones sobre supuestos detalles "explosivos" que brinda Jackie, quien en vida siempre se negó a hablar en público sobre el asesinato de su marido, con quien estuvo casada diez años.
Según el diario británico Daily Mail, las cintas revelan que Jackie creía que el por entonces vicepresidente de JFK y a la postre su sucesor, Lyndon Johnson, estaba detrás del asesinato que tuvo lugar el 22 de noviembre de 1963 en Dallas (Texas, sur de Estados Unidos).
Una comisión investigadora gubernamental, nombrada por Johnson, halló como único culpable del crimen a un empleado de Dallas, Lee Harvey Oswald, quien fue a su vez asesinado días más tarde, lo que multiplicó los rumores y las teorías conspirativas.
Para Jackie, a igual que para muchos estadounidenses, Lee Harvey Oswald era solamente un "chivo expiatorio".
Otro tabloide británico, el Sunday Express, señala que Jackie Kennedy sospechaba que su marido tenía una relación extraconyugal con una joven de 19 años que trabajaba en la Casa Blanca.
Sin embargo, el canal ABC afirmó que "las informaciones de los tabloides sobre el contenido de las grabaciones son totalmente erróneas", y precisó que difundirá material sobre las entrevistas a mediados de septiembre.
Según los medios británicos, ABC difundirá las cintas como parte de un acuerdo para no poner al aire la miniserie "The Kennedys", poco halagadora con esta poderosa dinastía estadounidense y que fue emitida en Estados Unidos por un canal de cable a principios de 2011.
Jackie Kennedy había pedido no difundir las entrevistas hasta 50 años después de su muerte, pero su hija Caroline, que aparece como coautora del libro junto a Michael Beschloss, resolvió no tener en cuenta se deseo y dio su permiso para la publicación.
Nacida en una familia de la alta sociedad neoyorquina, Jacqueline Lee Bouvier se casó en segundas nupcias en 1968 con el magnate griego de la industria naviera Aristóteles Onassis, con quien permaneció hasta la muerte

sábado, 20 de agosto de 2011

Una envenenadora terrible


Marie Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvillier-La-Motte, nació el 22 de julio de 1630. Era la mayor de cinco hijos que tuvo Antoine Dreux d’Aubray, señor de Offémont y de Villiers, Consejero de Estado, Preboste y Vizconde de París y Teniente Civil de París. Marie Madeleine recibió una buena educación literaria pero poco o nada religiosa y moral. Perdió la virginidad a los siete años cohabitando con sus propios hermanos. Tenía mucho amor propio y una naturaleza ardiente y apasionada.
A los 21 años (1651) se casó con Antoine Cobelin de Brinvilliers, barón de Nocerar, aportando al matrimonio una dote de 200.000 libras, reuniendo entre ambos una gran fortuna. Amable, fogosa y bella, intrépida, de espíritu vivo, de gran sangre fría, imperturbable ante los imprevistos, resuelta a sufrir y a morir si fuese necesario, así la describen los que la conocieron bien en su época. Ojos azules, cabellos castaños, muy blanca de piel, era sin embargo pequeña y menuda de talla.
El marqués de Brinvilliers tenía amistad íntima con un capitán de caballería llamado Godin de Sainte Croîx, bastardo de una buena familia de Gascuña. Pronto fue el amante de Marie Madeleine lo que al parecer consentía el marido que a su vez tenía otras amantes. Pero el padre de Marie Madeleine que lo supo, se enfureció y consiguió que Sainte Croix fuese detenido y encerrado en La Bastilla el 19 de marzo de 1663.
Fue al parecer en La Bastilla donde Sainte Croix aprendió todo lo relativo a la preparación de venenos con un tal Exili o Eggidi o Gilles, gentil hombre italiano que estuvo al servicio de la reina Cristina de Suecia.
Cuando logró salir libre de la prisión, enseñó a su vez aquellos conocimientos a su amante. Poco tiempo después Exili fue deportado pero de alguna manera se escapó o regresó a París alojándose preciosamente en la propia casa de Sainte Croix. Exili había aprendido a su vez la química de los venenos de un conocido químico de la época, el suizo Cristophe Glaser, establecido en París, autor de un célebre "Tratado de Química", boticario del rey, y descubridor del sulfato de potasa que llevó su nombre.
Este famoso Glaser era quien al parecer proveía de sustancias químicas a Sainte Croix y a Exili. La Brinvilliers volvió con su amante apenas salido de la cárcel y se despertó en ella un profundo odio contra su padre responsable de la prisión de Sainte Croix. Tal fue su odio que decidió fríamente vengarse acabando con su vida y a la vez apropiarse así de la fortuna paterna. La Brinvilliers comenzó a visitar a los pobres y desvalidos de los hospitales a los que llevaba dulces, vino, galletas y otros regalos y pronto aquellos que atendía con tanto cariño aparente, morían. Hizo una diversión y un ensayo con el envenenamiento de los enfermos de los hospitales, observando el efecto de las sustancias que les administraba.
Según las investigaciones de la policía de la época envenenó también a varios criados "para ensayar". Una vez que probó lo que llamaba "la receta de Glaser", comprobando la impotencia de los médicos para descubrir las trazas del veneno en el cadáver, cuando estuvo segura del efecto, decidió el envenenamiento de su padre.
El 13 de junio de 1666, Antoine Dreux d’Aubray, que hacía varios meses sufría extrañas molestias, decidió marchar a sus tierras de Offrémont, a escasas leguas de Compiêgne, rogando a su hija que le acompañase y pasara con él y sus nietos dos o tres semanas. Desde la llegada de la marquesa de Brinvilliers junto a su padre, el mal de éste empeoró, presentándose grandes vómitos cada vez más violentos, teniendo que ser trasladado a París para ser atendido por otros médicos. Su hija le acompañó.
Marie Madeleine confesaría más tarde que había administrado veneno a su padre 28 a 30 veces, con sus propias manos y a veces por medio de un lacayo llamado Gascon que Sainte Croix le había enviado como hombre de toda su confianza. Al parecer usaba arsénico mezclado con otras sustancias.
El envenenamiento duró ocho meses, al cabo de los cuales Antoine Dreux d’Aubray murió en París el 10 de septiembre de 1666 a los 66 años. La autopsia mostró según los médicos que la muerte fue por "causas naturales". Sin embargo corrió el rumor de que había sido envenenado. Le sucedió en el cargo de Teniente Civil de París, su hijo mayor del mismo nombre Antoine Dreux d’Aubray, conde de Offémont, Consejero del Parlamento e Intendente de Orleans.
Una vez que se libró de su padre que era el crítico de su conducta licenciosa, Marie Madeleine ya no tuvo freno a sus pasiones y tuvo varios amantes a la vez, entre ellos un primo suyo de quien tuvo un hijo además de los que tenía de su marido y dos que tuvo de su amante Sainte Croix. Luego se enamoró del preceptor de sus hijos, un joven llamado Briancourt, bachiller en teología. Sus devaneos no le impedían sentir celos de su primer amante Sainte Croix que andaba con otras mujeres y de su propio marido que tampoco perdía el tiempo, especialmente con una joven la Srta. Dufay a quien la Brinvilliers pensó apuñalar.
Mientras tanto, de la herencia paterna, le correspondió una parte que pronto dilapidó. A sus hermanos les había quedado sin embargo la mayor parte de la herencia. No vaciló en enviar a dos sujetos que le recomendó su amante para que asesinaran a su hermano mayor cuando viajaba en coche a Orleans, pero fracasaron en su intento. Como le urgía el dinero, se decidió a ensayar de nuevo el veneno. Para ello en 1669, consiguió hacer entrar como lacayo a un sujeto llamado La Chaussée, en casa de su hermano Antoine que vivía con el segundo hermano que era Consejero de la Corte. El lacayo usó una dosis tan fuerte de veneno que el Teniente Civil se dio cuenta increpándole. Pero La Chaussée hábilmente se excusó diciendo que serían restos de una medicina que tomaba y rápidamente tiró el líquido al fuego
Hubo un segundo intento el 6 de abril de 1670, por medio de un pastel del que comieron algunos de la familia sintiéndose enfermos. Antoine fue quien más sufrió. La Chaussée le atendía solícito y en cada bebida que tomaba le ponía más veneno. Los sufrimientos de Antoine eran cada vez mayores.
La Brinvilliers mientras tanto confesó al preceptor de sus hijos y amante de turno, Briancourt, que estaba tratando de envenenar a su hermano. El martirio de Antoine duró tres meses, vomitando continuamente, adelgazando, secándose poco a poco y muriendo por fin el 17 de junio de 1670. El otro hermano murió tres meses después y en la autopsia realizada por los cirujanos Duvaux y Duprès y el boticario Gavart, se pudo comprobar que había sido envenenado. No sólo no pareció nadie sospechar de La Chaussée, sino que su difunto amo le dejó en su testamento "100 escudos por sus leales servicios". Esta increíble Madame de Brinvilliers como se sabría más tarde, intentó envenenar a su propia hija mayor porque "le parecía tonta", aunque luego se arrepintió y le dio leche como contraveneno. Pero sus cómplices le exigían cada vez más dinero, teniendo que someterse a sus chantages. Sainte Croix tenía guardados en una arqueta unos frascos de veneno y 34 cartas de Marie Madeleine que la comprometían en los crímenes de sus familiares. Ella, al ver que su amante retenía las cartas comprometedoras, pensó en suicidarse usando sus mismos venenos. Pero fue el propio Sainte Croix quien administró a Marie Madeleine un veneno de lo que ésta se dio cuenta enseguida que se sintió mal tomando gran cantidad de leche para neutralizarlo lo que la salvó, aunque quedó sufriendo durante varios meses, recuperándose después.
Como se envanecía de sus hazañas que no podía callar, una vez dijo a uno de sus criados que "tenía en una botella que le mostró, algo con qué vengarse de sus enemigos y que en aquella botella había bastantes sucesiones". Cuando fue sometida a proceso por sus crímenes aquella palabra se haría famosa y al veneno se le llamaría "polvos de sucesión".
En 1673, cansada al parecer de su señora de compañía, Mmlle. de Villeray, la envenenó también. En sus confidencias a Briancourt, fue revelándole todos sus crímenes y le contó cómo había despreciado a sus hermanos a los que había envenenado.
Quedaban aún vivas su hermana Therèse d’Aubray y su cuñada Marie-Therèse Mangot, la viuda de Antoine, que le reprochaban su conducta viciosa. Briancourt escribió a ambas avisándoles que tuvieran cuidado pues se pretendía envenenarlas.
La Brinvilliers preparó una trampa a Briancourt a quien primero dio un veneno, que no le produjo al parecer el efecto deseado y luego encargó a Sainte Croix que le mandase apuñalar cosa que también fracasó. Un tercer intento hubo al parecer pues Briancourt cuenta que un día alguien a quien no pudo ver le disparó dos tiros que no dieron en el blanco.
Mientras tanto, el marido de la Brinvilliers, el marqués consentidor fue también objeto de las "atenciones" de su mujer que en varias ocasiones recibió varias dosis de veneno de mano de la envenenadora. Pero arrepentida más tarde, le cuidaba y le administraba un contraveneno. El pobre marqués no hacía más que tomar triaca magna y orvietan que por entonces se creía que eran potentes alexifármacos y por lo tanto preventivos del envenenamiento. Briancourt por su parte logró escapar de aquel enrarecido ambiente retirándose a dar lecciones en la casa de los padres del Oratorio.
Pero un acontecimiento imprevisto iba a tener lugar, el que serviría para descubrir los crímenes: la muerte de Sainte Croix en su misterioso laboratorio de la plaza Maubert, donde practicaba la alquimia tratando de hallar la piedra filosofal. Al parecer algunas emanaciones de las sustancias tóxicas que manipulaba y que respiró al rompieres la máscara de vidrio que utilizaba, fueron las causantes de su final.
Cuando Madame de Brinvilliers se enteró, su primer pensamiento fue: "¡La arqueta en la que están guardadas mis cartas comprometedoras!" y trató por diversos medios de obtenerlas sin conseguirlo. Sainte Croix había dejado un papel escrito al que puso por cabecera "mi confesión".
El comisario Picard se hizo cargo de las investigaciones el 8 de agosto de 1672 con el sargento Creuillebois. Éstos, en el registro realizado hallaron la arqueta con las cartas comprometedoras de las que deducirían toda la horrible historia de los crímenes, a pesar de que Sainte Croix en su confesión rogaba que la arqueta sellada se devolviese a Mme. de Brinvilliers por no contener nada de particular. Pero desobedeciendo aquel deseo, el comisario leyó las cartas y un documento por el que Mme. de Brinvilliers se comprometía a pagar a Sainte Croix 30.000 libras y las botellas conteniendo los venenos. El 22 de agosto el Teniente Civil citó a Mme. de Brinvilliers para examinar los escritos hallados, pero ésta envió a su procurador y huyó a Inglaterra. La Chaussée fue detenido. La viuda de Antoine presentó una denuncia contra los dos por el envenenamiento de su marido. La Chaussée sometido a tortura cantó de plano y fue condenado a muerte el 24 de mayo de 1673. Fue desarticulado en la propia rueda hasta que murió.
Mientras tanto, la marquesa vivía miserablemente en Londres. Luis XIV personalmente, dada la calidad de la acusada, se tomó un gran interés en el proceso. Quiso que la investigación se llevase adelante hasta sus últimas consecuencias y que todos los cómplices por alto que estuviesen fuesen descubiertos y condenados. Se solicitó la extradición de la Brinvilliers a Inglaterra y el rey de aquel país la concedió, pero Marie Madeleine había ya huido a los Países Bajos.
Mientras tanto su marido, el desconcertante marqués de Brinvilliers se había instalado tranquilamente con sus hijos en la finca y castillo de su suegro, del que Luis XIV le ordenó salir y dejar a la viuda del hermano mayor asesinado que tomase posesión de aquellos bienes. El 25 de marzo de 1676 la marquesa de Brinvilliers fue por fin detenida en Lieja en el convento en que se había refugiado. La detención es un capítulo más rocambolesco aún que la vida de esta familia. El capitán Degrez, disfrazado de abate, consiguió interesar a Mme. de Brinvilliers en una cita amorosa, y ésta cuando esperaba una aventura galante más, se encontró con un oficial de policía, M. Degrez y dos arqueros que la detuvieron pocos momentos antes de que las tropas españolas entrasen en Lieja.
La marquesa de Brinvilliers llevaba consigo en el momento de ser detenida una confesión escrita de todos sus crímenes que sería más tarde publicada por Armand Fouquier en su obra sobre las Causas cé lebres, pero el tono de la misma era tan fuerte que el propio editor no se atrevió a publicar aquello, quitando algunos párrafos y traduciendo otros al latín.
Conducida a Maestricht, fue encerrada el 29 de mayo en la prisión de la ciudad. Intentó suicidarse tomando fragmentos de vidrio molido de un vaso que había roto, y además tragó alfileres, pero todo en vano. No murió de aquel intento. Un tercer intento de suicidio fue más horrible todavía, introduciéndose un bastón por la vagina. Curada de todos aquellos intentos trató de comprar a uno de sus guardias para escapar de la prisión, matar al policía Degrez al que odiaba y al criado que la atendía, robar la caja donde Degrez guardaba su confesión escrita, coger caballos y huir.
Todo en vano. Fue trasladada a París y encerrada en la Conciergeríe el 26 de abril. Desde allí escribió cartas a sus amistades que uno de los guardianes prometía entregar, cuando en realidad eran entregadas a los magistrados.
Comenzó el proceso contra esta increíble mujer el 29 de abril de 1676. Ella negó con obstinación todos los cargos y evidencias incluso sus confesiones. Se la acusó de asesinatos, de sodomía y de incesto. Briancourt compareció ante el Tribunal haciendo un detallado relato de la vida de su examante. Mme. de Brinvilliers estaba perdida. Briancourt entre sollozos se dirigió a ella en el curso del último careo exclamando: "Os advertí muchas veces señora de vuestros desórdenes, de vuestra crueldad y que vuestros crímenes os perderían" a lo que ella respondió: "Siempre habéis sido un cobarde Briancourt, y ahora tampoco tenéis valor. Lloráis".
Durante todo el proceso no se descompuso el rostro de Marie Madeleine. Siguió negando todo. Conservó siempre su mente clara y una mirada dura en sus ojos azules. Los esfuerzos extraordinarios del abogado defensor M. Mivelle fueron inútiles. El Presidente del Tribunal anunció que le enviaría una persona de gran virtud que la consolaría en sus últimos momentos y trataría de salvar su alma, el abate Edmond Pirot, teólogo y profesor de la Sorbona, conocido en toda Europa por sus discusiones con Leibnitz.
El abate Pirot ha contado el último día de Mme. de Brinvilliers minuto a minuto en dos volúmenes que constituyen un verdadero monumento literario. Consiguió con su bondad y su habilidad convertir en cera aquella roca dura. Ella le contó todos los pormenores de su vida, con una sangre fría que dejó asombrado al abate. Escribió una carta a su marido desde la prisión pidiéndole perdón por toda la ignominia que había hecho caer sobre la familia y especialmente sobre él y sus hijos y lloró amargamente ante las palabras que le dirigió el buen sacerdote, para estimular su arrepentimiento. Le habló de sus hijos a los que decía amar tiernamente y que no había querido verlos para que no les quedase una imagen amarga de su madre.
El 16 de julio de 1676 se leyó la sentencia.
"La Corte ha declarado a la dicha d’Aubray de Brinvilliers culpable de haber envenenado a su padre M. Dreux d’Aubray y haber hecho envenenar a sus dos hermanos y atentado contra la vida de su hermana (no se habla de más muertes ni de sus ensayos). Por ello se la condena a presentarse en la puerta principal de la iglesia de Notre Dame de París, con los pies desnudos, la cuerda al cuello, manteniendo en sus manos una antorcha ardiente de 2 libras de peso y allí de rodillas declarar que por venganza y para apoderarse de sus bienes envenenó a su padre, a sus dos hermanos y atentó contra la vida de su hermana, de todo lo cual se arrepiente y pide perdón a Dios, al Rey y a la Justicia. Y en la plaza de la Grève de esta villa le cortarán la cabeza en el cadalso levantado en la dicha plaza. Luego su cuerpo será quemado y las cenizas aventadas..."
Después de la lectura de la sentencia, la llevaron a la sala de torturas.
Al entrar dijo: "Señores, es inútil eso. Yo diré todo sin olvidar un detalle. Negué todo durante el juicio porque así creía defenderme y no creí estar obligada a confesar nada. Se me ha convencido de lo contrario y os aseguro que si hubiese hablado hace tres semanas con la persona que me habéis enviado hace 24 horas (se refiere al P. Pirot) haría tres semanas que sabríais toda la verdad".
Después, levantando la voz hizo una declaración de todos sus crímenes. En cuanto a la composición de los venenos que usaba, sólo sabía que llevaban arsénico, vitriolo y veneno de sapo. El único antídoto que ella conocía era la leche. Como cómplices sólo tuvo a Sainte Croix y los lacayos.
Los jueces consideraron que había hablado sinceramente, pero la tortura era exigida por el reglamento y así se la sometió a la tortura del agua, la más cruel que se aplicaba por entonces en París. Se hacía beber enormes cantidades de agua al condenado, lo que producía una gran dilatación del estómago e intestinos y con ello horribles dolores. Pirot con sus palabras había doblegado aquel carácter de hierro y entregado a los jueces a la condenada sumisa y resignada. Pero la tortura cambió su actitud que se transformó de nuevo en odio a todo y a todos. Pero pasado el mal rato, el P. Pirot con su voz amable y bondadosa la hizo volver a su anterior estado de paz interna.
Permaneció unos instantes de rodillas ante el altar de la capilla para marchar luego al suplicio, descalza, con la camisa de los condenados, en una mano el cirio de los penitentes y en la otra un crucifijo. Al salir de la Conciergeríe fue subida a un volquete o carreta muy estrecha donde apenas podían permanecer la condenada, el verdugo y el P. Pirot. La carreta avanzaba hacia la plaza de la Grève. Las calles estaban llenas de gentes curiosas que iban a presenciar el ajusticiamiento. Un dibujante, Le Brun, le hizo un dibujo que hoy se expone en el Museo del Louvre de París con el N. 853 a lápiz rojo y negro, considerado como una obra de arte. Se ve en él la silueta del abate Pirot detrás de la condenada.
La gente la insultaba al paso aunque otros la compadecían. Subió al cadalso con entereza y dijo al sacerdote: "No os vayáis antes de que mi cabeza haya caído. Me lo habéis prometido. Os ruego me perdonéis el tiempo que os he quitado... Os ruego que digáis un De Profundis en el momento de mi muerte y mañana una misa. Rogad a Dios por mí". A lo que contestó Pirot: "Haré lo que me pedís". Y cuenta en su estremecedora obra el abate Pirot: "Se arrodilló seguidamente sobre el cadalso con la cara vuelta hacia el Sena. No estaba asustada. Sufrió pacientemente cuanto le hizo el verdugo para prepararla, cortándole los cabellos haciéndola mover la cabeza en distintas formas, a veces con rudeza. Ella se sometió a esta vergüenza pública con paciencia. Se dejó atar las manos como si le hubiesen puesto brazaletes de oro y se dejó poner la cuerda al cuello como si hubiese sido un collar de perlas". Luego dijo: "Quisiera que me quemaran viva para hacer mi sacrificio más meritorio".
El abate Pirot cantó la Salve y el pueblo le acompañó. Entonces dijo a la condenada que le iba a dar la absolución: "Renovad vuestra contrición", Y le dio la absolución, pronunciando las palabras sacramentales porque el tiempo apremiaba. La cara de Mme. de Brinvilliers irradiaba esperanza y alegría, serenidad y la ternura del arrepentimiento bien diferente de aquello que debió sentir cuando eliminaba a sus familiares.
La bruma de la tarde caía sobre París. El crepúsculo rodeaba la catedral de Notre Dâme. El verdugo Guillermo, vendó los ojos de la condenada, mientras ella repetía con el confesor las últimas oraciones. Sonó un golpe sordo. La cuchilla hizo su trabajo tan limpiamente que por un instante la cabeza parecía que no quería separarse del cuerpo. "Señor, dijo el verdugo al abate, ¿no os parece que ha sido un bello golpe? Yo me encomiendo siempre a Dios en estas ocasiones. Le haré decir seis misas a esta señora".
El cuerpo fue llevado a la pira, donde las llamas pronto la consumieron. Después las cenizas fueron dispersadas, pero el pueblo siempre imprevisible, se acercó al lugar para llevarse los restos óseos calcinados. Así terminaba su último día la que en vida se llamó Marie Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvilliers.

viernes, 19 de agosto de 2011

ESCRIBÍ SOBRE UNOS CELTAS RESIDUALES DEL SIGLO X

Europa posee las grandes manifestaciones artísticas más antiguas producidas por seres humanos. Las cuevas de Altamira y Lascaux, en España y Francia, han sido llamadas con razón “Capillas Sixtinas prehistóricas” y fueron pintadas más de diez mil años antes de la construcción de las pirámides de Egipto. Los increíbles megalitos europeos como Menga en Málaga, Carnac en Francia, o Stonehenge en Inglaterra, son tal vez los monumentos más antiguos de la Humanidad, anteriores a las pirámides y los zigurats. La civilización celta, aunque posterior a los constructores de dólmenes y menhires, fue durante más de dos milenios una especie de Comunidad Europea desde Finlandia a España y desde Turquía a Irlanda, un fraternal reino de reinos que compartían signos, dioses, sentido de la vida y, probablemente, lengua. Una realidad continental que, pese a los afanes de Bruselas y Estrasburgo, todavía nos costará varias generaciones restaurar del todo. Esa civilización, amante de la Naturaleza y practicante ferviente de la armonía de los hombres con su medio, debió de alcanzar conocimientos muy profundos de física y química, y su cultura era lo bastante funcional como para que clanes muy distantes en el tiempo y el espacio la conservasen durante muchos siglos. Pero agonizó lentamente a lo largo de más de un milenio, bajo la presión de los invasores orientales (fenicios/cartagineses y griegos/persas) y el Imperio Romano. Finalmente, fue diluyéndose en el olvido en un continente a medias cristiano y a medias musulmán, cuyos practicantes más fervientes, en rara sintonía, perseguían y aplastaban toda manifestación de conocimiento que repugnase a quienes tan pocos conocimientos poseían. Como, según el tópico, la Historia la cuentan los vencedores, los europeos actuales apenas recordamos ni reconocemos nuestro verdadero origen cultural común, el celta, mucho más determinante que el fenicio, el griego o el latino en nuestros modos y maneras generales, y en el entendimiento paneuropeo de la vida. Tan grande es nuestro olvido, que la ciencia seria no emprende estudios profundos, a escala continental, que pudieran encontrar explicación al misterio de una civilización tan extensa y homogénea en épocas de tan difíciles comunicaciones, para restablecer un mínimo de nuestra memoria colectiva, deliberadamente eclipsada no se sabe bien por qué o por quién. Nadie explica de manera razonable, por ejemplo, la existencia de topónimos como GALicia, GALacia, GALia, y GALes, todos con significación celta comprobada, en lugares tan distantes como Turquía y Gran Bretaña. El espíritu celta y manifestaciones abrumadoras de su cultura y sentido de la vida han pervivido en las tradiciones, el folclore, la música, los rastros arquitectónicos y hermosos objetos de orfebrería. Y además, está impregnada de celtismo toda una tradición literaria que llega prácticamente hasta el presente. Sin pensar en su origen celta común, difícilmente se podría comprender el espíritu ecológico y de comunión con la Naturaleza que satura los relatos de los hermanos Grimm (alemanes), Giovanni Bocaccio (italiano), Hans Christian Andersen (danés), Charles Perrault (francés), Lewis Carroll (inglés) o Jonathan Swift (irlandés) e inclusive los fabulistas españoles Félix María Samaniego y Juan Eugenio Hartzenbusch. Sin considerar nuestros orígenes celtas, resultaría inimaginable el surgimiento en la Europa judeocristiana de ideas como las de Jean-Jacques Rousseau (suizo). Aceptamos como un dogma haber sido “civilizados” por Sumer y otras naciones orientales, como si lo que antes existía en el continente fuese tan sólo un hatajo de salvajes infrahumanos, bárbaros, brutos e incapaces de crear arte, belleza ni cultura, lo que es contradicho clamorosamente por los numerosos rastros, tan superficialmente investigados, que dejaron los celtas y que incluyen la que es probable que sea la más antigua forma de escritura alfabética, a pesar de que un tabú religioso les impedía escribir sus leyendas e historia, lo que es una de las causas de nuestro olvido. En esta cuestión tan crucial, la ciencia ha dejado en manos de desvaríos especulativos la investigación de algo que nos concierne a todos los europeos, un patrimonio comunitario que tenemos derecho a conocer con profundidad y sin frivolidades. Europa experimentó un tiempo en que los celtas manteníamos con la Naturaleza una alianza mutuamente provechosa. Entonces, el Edén estaba aquí. Con todo el espíritu celta de que he conseguido imbuirme en lugares que amo intensamente, narro a continuación una aventura que pudo suceder.

martes, 16 de agosto de 2011

Los Anunnaki


Los Anunnaki (tambien llamados Anunna - Hijos de An) fueron los dioses confinados en el mundo subterráneo, también se dice que vivían en Dulkug o Dulku , el "montículo santo" (1), (2) y (3). En el texto sumerio sobre "El descenso de Innana al Mundo Bajo" se identifica a los Anunnaki como los siete jueces del Mundo Bajo (1) y (2). Para otros son una familia de dioses inmaduros, separados de sus padres y abandonados en un mundo que se estaba recuperando de una batalla con una estrella de la muerte. (11)

La leyenda sumeria dice que existe un planeta más en nuestro sistema solar, llamado Niburu por los sumerios, que tiene una órbita elíptica similar a la de un cometa y que tarda 3600 años en dar una vuelta completa alrededor del sol. (4) (5) (6) y (7)

Sitchin, así como otros investigadores sostienen la teoría de que los antiguos sumerios conocían la existencia de todos los planetas del Sistema Solar, desde Mercurio a Plutón, éste último descubierto a principios del siglo XX. Y la presencia de un planeta más, con una órbita alrededor del Sol gigantesca (cada 3.600 años), del cual procedían los "Anunnaki", los dioses de su panteón y que en sus principios fueron el génesis de la vida sobre la Tierra y la causa de la rápida evolución del hombre en nuestro mundo mediante intervención genética.

Nibiru: Sumerian 12th Planet / Orbital Model - Time & Distance Ephemeris
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Los habitantes de este planeta, eran los Annunaki (Sitchin les denomina Nephilim). La razón real por la que los Annunaki bajaron a la tierra está confusa:
• Martin opina que un choque hubo un choque entre Niburu o una de sus lunas con Tiamet (el planeta que estaba entre Marte y Júpiter). Opina que hubo una gran nave espacial (Niburu 2) que fue a colonizar la tierra (iban 12 parejas) (11)
• Sitchin opina que vinieron en busca de metales que se estaban agotando en su planeta.
Ambos opinan , y la tradición sumeria así lo menciona, crearon a los hombres para que les sirvieran, de alguna forma utilizaron a los hombres como esclavos. El hecho de la creación del hombre es sorprendente en la versión de Frisell, ya que supone que fuimos creados como unión de dos razas , una de Nibiru y otra de Sirio (7)

La creación del hombre según los mitos sumerios es muy parecida a la Biblia: Enki tomo arcilla y le dio forma, por invitación de Nammu, aunque las primeras formas no fueron satisfactorias (9). Los humanos veían a estos seres como dioses, ya que eran inteligentes, poseían muchas tecnologías y conocimientos, y tenían una gran longevidad, aunque eran mortales. Estos seres fueron llamados por los sumerios Anunnaki. El término que menciona la Biblia es Nephilim (recordemos que la Biblia es una copia de las tradiciones sumerias), aunque algunas traducciones erróneas del termino los denomina "gigantes". (8)

Según los sumerios sus dioses (estos seres) bajaron a la tierra desde el cielo, mucho antes de la llegada de la humanidad. Para los sumerios, al igual que para otros muchos pueblos de la antigüedad, sus dioses fueron seres de carne y hueso que un día habitaron entre ellos y de los que aprendieron numerosas actividades y normas de convivencia. Ellos vinieron como colonos y explotadores . Hicieron de la Tierra su hogar y empezaron a construir ciudades, ciudades que asociaron a funciones determinadas y gobernadas por Anunnakis. (8)

Es sabido que cada ciudad sumeria disponía de un dios y una diosa protectora, esto puede interpretarse que el gobierno de estas ciudades estaba encargado a parejas de dioses. Otra evidencia de estos llamados dioses, o seres reales, está en la lista de reyes sumeria, en las dinastías antidiluvianas, cuyos reyes reinaban edades asombrosas, que se medían en sars (equivalentes a 3600 años)

Es curiosa la coincidencia de 3600 años, es un sar, que es el equivalente a un año de Niburu (el planeta de los Anunnaki). También es curioso la coincidencia con la matemática sumeria, basada en un sistema sexagesimal (múltiplos de 60; 60x60=3600), que ha sido el origen de la forma en que tenemos de medir el tiempo (hh mm ss) y en la trigonometría (360 grados) (ver articulo de matematicas de esta web)

Si se tiene en cuenta la lista real sumeria, y se consideran los sar de 3600 años, sucede que el periodo antidiluviano, que empezó con la llegada de los Anunnaki fue hace 450.000 años, esto hace supone que los Anunnaki vivieron en la tierra muchos años, sin la actual civilización humana, ya que esta apareció al finalizar el reinado de los Anunnaki. (8)

El hecho de la creación del hombre es sorprendente en la versión de Frisell, ya que supone que fuimos creados como unión de dos razas , una de Nibiru y otra de Sirio (7)

Por otra parte Sitchin, cree que el paraíso era un jardín de los Nibiru, y que el Arbol de la Ciencia era el árbol que nos permitió procrear, ya que al ser híbridos de Anunnakis y Hommo Erectus, éramos incapaces de hacerlo. Según esto los Anunnaki no querían que los hombres se reprodujeran y cuando lo consiguieron los echaron del Paraiso (5)

Debemos recordar que los mitos sumerios hablan de un Paraíso llamado Dilmun descrito en el mito de "Enki y Ninhursag". Dilmun es una tierra pura, brillante y santa, regada por 4 ríos de agua dulce, llena de lagos y palmeras y árboles. En Dilmun los dioses parían sin dolor (9) y (10).

Para aquellos que tengan interés en profundizar en este, desde el punto de vista cosmológico, recomiendo la web (en inglés) de Andy Lloyd (12).

Para justificar el origen extraterrestre de los conocimiento Sitchin se apoya en dos interpretaciones de arte sumerio:
Primera :
La estela de Naramsin, esta estela celebra la victoria de Naramsin sobre sus enemigos en el campo de batalla.

El propio rey ocupa la figura central pisoteando a sus contrincantes con una lanza en su mano derecha, mientras observa desafiante a lo que parece ser una montaña con un extraño diseño cónico y sobre la cual a su vez se pueden apreciar claramente al menos, dos cuerpos celestes, aunque se adivina un tercero un tanto deteriorado arriba del todo.

"Estela de Victoria de Narâm-Sîn (Susa - Epoca de Akad, 2230A C - alto 2 m; largo 1,05 m):
Originalmente, esta estela se encontraba en la ciudad de Sippar, centro del culto al dios Sol, al norte de Babilonia. Fue tomada como botín de guerra por un rey de Elam, en Susa, en el siglo XII AC.

Ilustra la victoria sobre los montañeses de Irán occidental por Narâm-Sîn, cuarto rey de la dinastía semita de Acad, que reivindica la monarquía universal, al tiempo que se hace deificar vivo. Se hizo representar subiendo a la montaña a la cabeza de sus tropas. Su casco está adornado con los cuernos emblemáticos de la divinidad. Aunque desgastado, su rostro expresa el ideal humano dominador, impuesto a los artistas por la monarquía.

El rey pisotea los cadáveres de sus enemigos al pie de un pico, sobre el que el disco solar estaba representado varias veces. El rey le rinde homenaje, agradeciéndole su victoria y ofrece la hazaña a los dioses."

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Sitchin cuestiona que la figura central de toda esta escena sea la del Rey Naramsin, pues a los dioses sumerios al igual que otros muchos de la zona, siempre eran representados con un casco con cuernos, como el de la figura y que supuestamente representa al soberano de Akkad.

También llama la atención es la presencia de "dos soles" (o más) en el firmamento, precisamente sobre la cumbre de una no menos sorprendente montaña, y que Zecharia Sitchin asocia más a la figura de un cohete por muy fantástico que pueda parecer.

Segunda :
Hay un sello del tercer milenio a.C., conocido con el nombre de VA/243. A la izquierda entre dos figuras se aprecia lo que Sitchin ha identificado como el Sistema Solar, en una muestra clara de los elevadísimos conocimientos astronómicos de los sumerios. En la imagen de abajo vemos un esquema más claro de dicha representación y que Sitchin define de la siguiente manera:
"......Al observar detenidamente una ampliación del Sistema Solar representado sobre el cilindro VA/243, se puede observar que los "puntos" que rodean la estrella son de hecho esferas. Al pequeño Mercurio le sigue un Venus más grande. A la Tierra, del mismo tamaño de Venus, le acompaña una Luna pequeña. A continuación, en dirección contraria a las agujas del reloj, se ve a Marte, más pequeño que la Tierra aunque más grande que la Luna o Mercurio.

Luego la antigua representación muestra un planeta desconocido para nosotros, bastante más grande que la Tierra aunque más pequeño que Júpiter y Saturno, que se observan claramente a continuación. Más adelante, otra pareja concuerda perfectamente con nuestros Urano y Neptuno. Por último, también se encuentra allí el pequeño Plutón, aunque no donde lo ubicamos en la actualidad (después de Neptuno), sino entre Saturno y Urano......"
Las anomalías detectadas con el nuevo planeta entre la Tierra y Júpiter, y la extraña ubicación de Plutón, corresponderían a la irrupción cada 3.600 años de un planeta extrasolar que en sus orígenes desvió la órbita de Plutón a su actual posición y que chocó seguidamente con un planeta situado donde se encuentra el cinturón de asteroides, que serían los restos de esa colisión.

Posteriormente, lo que quedó del planeta acercó su órbita al Sol, y es nuestro actual mundo, la Tierra. Los antiguos sumerios llamaban al planeta del que se desgajó la Tierra, Tiamet, y al planeta intruso que originó el choque, Nibiru, de donde procedían sus dioses. Según la mitología sumeria de este choque surgió la vida en la Tierra. Hoy en día, son muchos los científicos que opinan que la vida en la Tierra tal vez tuvo su inicio por la presencia de organismos extraterrestres procedentes de meteoritos u otros cuerpos del espacio exterior que impactaron hace millones de años sobre la Tierra.

Otro Profesor Marco A Reinoso, sobre las ideas de Sitchin avanza esta cronología de Anunnaki, dioses o reyes Antidiluvianos:
• Hace 450,000-445,000 años: Los Nephilims arribaron a la tierra "Ki" procedentes del planeta Marduk, se establecieron en la antigua Mesopotamia, cuando arribaron algunas áreas del planeta estaban cubiertas por el hielo y glaciares, 432,000 (120 Shar), años han pasado entre el primer descenso de los Nephilims en la tierra y el diluvio.
• Hace 415,000 años: "Enki" un Nephilim estableció la ciudad de Larsa.
• Hace 400,000 años: Sobreviene un gran período interglaciar, Enlil otro Nephilim arriba a la tierra "Ki", y establece rutas marítimas hacia el sudeste de África y organiza extracción del oro en las minas.
• Hace 360,000 años: Los Nephilim establecen el gran centro metalúrgico Bad-Tibira para trabar y moldear el oro para los componentes espaciales y sus ciudades de oro que son construidas.
• Hace 300,000 años: Anunnaki , Enki y Ninhursag, otros Nephilim, intervienen en la genética de algún mono para crear a los trabajadores primitivos que utilizarían en la extracción del oro en las minas.
• Hace 25,000 años: El homo-sapiens se multiplica y esparce por otros continentes.
• Hace 13,000 años: Los Nephilim regresan definitivamente a su planeta dejando al reino humano morir, sobreviene el gran diluvio universal abruptamente sobre el planeta y dando por terminada la era glacial.
Hoy sigue siendo un misterio para la ciencia el establecer el origen de la civilización sumeria, aparecida de la noche a la mañana, con una estructura social extremadamente compleja.

La agricultura, la metalurgia, la alfarería, la música, la medicina, las leyes, etc, etc,... alcanzaron una dimensión totalmente desconocida en un periodo brevísimo de tiempo, después de más de dos millones de años de una evolución aparentemente lenta y sin grandes sobresaltos, en la que el hombre había estado más cerca de un estilo de vida animal.

domingo, 14 de agosto de 2011

sábado, 13 de agosto de 2011

EL PRINCIPITO ENCANTADITO

Mantenía un soliloquio perpetuo, pero no “con el hombre que siempre iba con Machado”, sino con su propia mismidad imperfecta, que tan profundamente odiaba El reflejo de la ventana entreabierta le hizo apartar la mirada con violencia; aborrecía esa imagen, su pecho se estremecía hasta el vómito cuando cualquier reflejo le recordaba, aunque fugazmente, la inmutabilidad de su naturaleza.

Tamborileó el cristal de la mesa con desconsuelo, pero no lloraría. No podía llorar. Su categoría no se lo permitía. Jamás iba a llorar ni aun en la soledad de su cámara en lo alto de la torre.
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Aunque no le permitían vestir calzas ni jubón, sentíase un príncipe. Le entusiasmaría llevar calzas de lamé plateado, muy apretadas para que marcasen su paquete de relleno, de manera que pregonasen por todas partes su virilidad, y un jubón de seda cubierto de perlas cuyos caireles y charreteras hacían que sus hombros parecieran más anchos. Era víctima de un encantamiento. Su cuerpo no era su cuerpo. No se había convertido en sapo ni en un reflejo en un lago, pero eso que sentía no era él. La tétrica bruja había trazado en las nubes un hechizo en el mismo momento de su nacimiento; nada podía contra esa especie maldita de sortilegio que desesperaba tantos momentos de su existencia, que de otro modo debería ser esplendorosa, por sus derechos de pernada, por los privilegios de su nacimiento. Si no careciera de lo que carecía, tendría derecho a desflorar a todas las recién casadas de su reino

Encaramado en la altura vertiginosa desde donde podía despreciar al mundo a sus anchas, en esa orgullosa roca notaba su poder, el magnífico brillo de su altanería, el vuelo sideral de su importancia, las estrellas que se opacaban y doblegaban para adorarle. Miraba allí abajo al molinero y la hija del mayordomo que estaban a punto de ser llevados al cadalso, pero eso no podía importar ni inquietar a un príncipe, que estaba por encima de todo y de todos. Tenía las armas para salvarlos, porque estaba por encima de la ley y los jueces le obedecían, pero no podía rebajarse a abogar por seres tan insignificantes ni presentar pruebas que los salvasen y reconocer que sus delitos los había cometido obedeciendo sus órdenes. Un príncipe no podía rebajarse a tales nimiedades. Miró también al juglar que, allí abajo, luchaba desesperadamente por sobrevivir a pesar de la picota y los tormentos a que lo había mandado someter. “No es el primer borracho alucinado que se vuelve contra mí por negarle mis favores sexuales”
Sortilegio. Allí arriba, en lo alto del monte pelado, presentía más que veía la estancia de la malvada bruja. Hechicera que le había cambiado el cuerpo. Miró a su adorada, ensimismada no muy lejos, en la estancia vecina. Su ingenuidad. Su inocencia. Su dulzura meiga. Su ignorancia de los asuntos del reino, bendita ignorancia. Esa amada adorada y reverenciada no distinguía su izquierda de su derecha, era estulta, atolondrada, torpe, disparatada y quedaba en evidencia en todos los saraos. Era incapaz de cualquier cosa que superase las capacidades de un niño de seis años, le causaba muchos perjuicios por su estupidez, pero las amaba. Era incapaz de escribir una O con un canuto de caña perfectamente redondo Pero… ¿Para qué necesitaba ella saber algo, si él iba a convertirla en princesa algún día? Surtidores de estrellas bailaban en el aire de su presentida y nunca alcanzada felicidad futura, con un único agujero negro, el del hechizo terrible pero que algún día conseguiría romper. Aunque nadie había podido hacerlo nunca. ¿Tendría que sufrir el robo de su cuerpo por toda la eternidad?
Miró hacia abajo, hacia el rincón donde permanecía de rodillas, cara a la pared, el trovador que había sido el más famoso del castillo. El insolente, había osado pedir un sueldo y por eso lo había castigado a dejar de tener techo y comida. Llevaba un mes sin comer y lamentándose con versos cada vez más triste, pero no iba a conmoverse. Que se muriera, por impertinente.

Dado que jamás podría vencer a la bruja, romper el sortilegio, deshacer el hechizo y recuperar su cuerpo, iba a imponer sus reglas. El honor, la verdad y la justicia no serían nada. Su imperio sería el del abuso, la arbitrariedad, la horca, la picota y la esclavitud. La maldad, la crueldad, el tormento, la impiedad y el latrocinio debían prevalecer y serían para siempre la enseña de su soberanía

jueves, 11 de agosto de 2011

ADRIÁN Y ANTONIO


CUENTOS DEL AMOR VIRIL.

La ausencia era dolorosa.
El rastro de Kepa latía en todos los objetos del piso. En el sofá de cuero blanco donde había pasado horas y horas hablando por teléfono, en la silla donde se sentaba a comer, en la consola donde le aguardaban todavía cinco cartas del banco, en los cacharros de la cocina que tanto había usado para alardear de su talento culinario y, sobre todo, en la cama, en el lado derecho de la cama del que le había desplazado "porque aquí se ve mejor la televisión".
Cinco años. La relación más larga y más arrebatadora que registraban los cuarenta y seis años de edad que contaba Adrián.
Cinco años que habían representado la serenidad tras una juventud loca. Antes de conocer a Kepa, había jadeado en millares de camas, en la mayoría de las saunas y en casi todos los cuartos oscuros, donde su sexualidad impetuosa le permitía descargar las tensiones acumuladas en el estudio de televisión. Un día, descubrió a Kepa en un plano congelado del monitor de la cámara número tres, mientras grababa uno de los últimos capítulos del programa que le había llevado a la cresta de la ola; al principio lo miró igual que a todos los bailarines, con el ojo crítico de un realizador apremiado todos los días por la necesidad de superarse; terminada la grabación, sin embargo, aquel plano congelado continuaba en su memoria y tuvo que indagar, y luego recurrir a artimañas, hasta conseguir hablar a solas con Kepa, que entendió sin dificultad y sin aspavientos lo que Adrián deseaba, y sin pretenderlo y sin exigírselo, con él había llegado la estabilidad. Adrián abandonó la promiscuidad sin añorarla, porque la compulsión erótica del bilbaíno era tan vehemente como la suya y entre sus brazos encontró gas suficiente para alimentar el fuego sin necesidad de buscar a diario más combustible.
Y ahora, tras cinco años de éxtasis permanente, hacía dos semanas de su abandono. Kepa se lo explicó con naturalidad:
-Cumplo treinta y un años el mes que viene. Es hora de casarme y formar una familia. No se puede vivir esta locura para siempre.
-¿Casarte?
-Tengo novia desde antes de conocerte, Adrián. Nunca me he atrevido a decírtelo, sabía que te iba a sentar mal. Yo la quiero y ahora que he ahorrado lo suficiente, ya podemos casarnos. La boda es el catorce de junio. Me gustaría que vinieras a Bilbao.
Tenía grabado el diálogo en la memoria como si fuera un sketch del programa, como si debiera desmenuzarlo para ir indicando los planos a los cámaras. De haber estado dirigiendo a Kepa en el plató, le hubiera pedido que se mostrase menos tranquilo, más preocupado, en lugar de la indiferencia monocorde con que hablaba; le hubiera ordenado que su tono reflejase el sinsentido de hacer tal anuncio a quien había obligado dos veces a llegar al orgasmo la noche anterior.
Contemplaba la fotografía de Kepa con la misma mezcla de nostalgia y estupor de las últimas dos semanas, cuando sonó el teléfono.
-¿Adrián? -era la voz de Joaquín-. ¿Qué haces encerrado en tu piso un sábado a estas horas? Me estás cabreando. Siendo las doce y media de la noche, pensaba dejarte un recado en el contestador para invitarte a comer mañana, y resulta que te encuentro ahí. Seguro que estás solo y pensando en Kepa como una Penélope enlutada.
La impaciencia de su ayudante de realización había ido creciendo los últimos días, porque notaba su indiferencia y desinterés en el estudio de grabación. Le había bastado preguntarle dos veces por Kepa para descubrir en sus respuestas lo que pasaba.
-Mira, Adrián. Comprendo que te duela tanto. Si mi mujer me dejara así, de repente, sé que me pasaría lo mismo que a ti. Pero, hombre, tú eres mucho más experto y maduro que yo; me parece que deberías ponerle remedio a esta situación. Hay muchos comentarios en la emisora; todos preguntan qué te pasa. Si Kepa te ha abandonado, no puedes arruinar tu carrera por eso. Búscate otro, métete en orgías, contrata a un chapero, lo que sea. Pero no te jodas más, hombre. ¿Quieres venir mañana al chalet?
-¿Mañana?. Estarán tus suegros.
-Creo que sí, pero no son malas personas.
-No me apetece, Joaquín. Cenamos cualquier noche de la semana que viene.
-Como quieras. Pero hazme caso. Sal ahora mismo a echar un polvo, hombre, y no te jodas más.
Colgó el auricular dejando la mano encima. Joaquín tenía razón, debía reaccionar. Kepa no iba a volver, la invitación de boda llegada en el correo del viernes retrataba todos los tintes de la situación convencionalmente burguesa en la que se había dejado atrapar. El tono indiferente del diálogo tantas veces reproducido en su memoria, significaba que se sentía a gusto en tal proyecto de vida y que no iba a echarse atrás. Le convenía hacer caso de Joaquín, salir a correrse una juerga, como en los viejos tiempos.
Pero los cinco años de convivencia le habían deshabituado. Apenas conocía el funcionamiento de la vida nocturna actual y no le atraía la cita a ciegas que representaba contratar a un chulo de las páginas del periódico. Tenía que salir.
Puso el coche en marcha y condujo sin rumbo entre la animación primaveral de la noche sabatina madrileña. En todos los coches que se paraban a su lado en los semáforos había gente eufórica, acudiendo a su cita con la diversión del fin de semana sin preocupaciones, personas alegres que no compartían su sensación de vacío.
La calle Almirante era la solución. Sabía reconocer a los drogadictos y llevaba una caja de condones en la guantera, así que no había problema. Pararse junto a un chapero en la calle tenía la ventaja de que le vería la cara, observaría sus gestos y podría calibrarle sin haber realizado previamente un pacto telefónico.
-¿Paseando? -le preguntó el chico.
No era el moreno por el que había parado, a quien vio por el espejo retrovisor, medio encogido junto a un coche estacionado, mirándole de reojo con expresión de timidez. El que había acudido era portugués, un exuberante campesino rubio con aspecto de camionero y la desenvoltura de la experiencia.
-No -respondió Adrián, mientras ponía el freno de mano y abría la portezuela.
-Tudos os panaleiros sao iguais -dijo el portugués, viendo que Adrián se acercaba al muchacho moreno.
-¿Esperas a alguien? -le preguntó.
-No. Yo...
Parecía asustado.
-¿Quieres tomar algo?
-¿No será usted policía?
Adrián sonrió.
-No, qué va. Ven, no tengas miedo.
-Yo cobro.
-¿Quién lo duda?
-¿Cuánto me va a pagar usted?

Hablaba con prevención y con un acento que parecía valenciano. Muy joven, unos diecinueve años, sin embargo su figura hacía suponer que había trabajado muy duro. De cerca, resultaba extremadamente guapo, cosa que no era tan notable visto desde dentro del coche, probablemente a causa de su expresión de miedo o reserva; algo velludo para su edad, la barba ensombrecía un mentón firme y enjuto, enmarcando los labios magníficamente dibujados y que debían de sonreír muy bien, si es que alguna vez reunía ánimos para hacerlo; la nariz era el ideal de un cliente de cirujano plástico y los ojos, dos enormes luminarias negras rodeadas de pestañas abundantes y largas, como si fueran producto de la cosmética femenina; pocas veces había contemplado pómulos mejor esculpidos ni más fotogénicos. Adrián se encontró lamentando que no fuese un poco más alto que el metro setenta y cinco que debía medir, porque podía tener algún futuro en la televisión dada su prodigiosa fotogenia. Supuso que debía tener defectuosa la dentadura, puesto que apenas entreabría los labios tensados por el rictus defensivo.
-¿Cuánto quieres que te pague?
-Yo no voy con nadie por menos de... cinco mil.
-De acuerdo. ¿Cómo te llamas?
-Antonio.
Una vez dentro del coche, Antonio preguntó sin alzar el mentón del pecho:
-¿Podría comerme un bocadillo?
-¿Tienes hambre?
-Desde que salí... no he comido desde ayer.
Esta información le produjo a Adrián un estremecimiento.
-¿Hablas en serio?.
Antonio se encogió de hombros. Parecía embozar un sollozo. Mientras lo miraba de reojo, Adrián se dijo que con la ropa sucia que vestía no podía invitarle a comer en un Vips, no le permitirían entrar. Tampoco quería llevarlo al piso todavía. Antes, tenía que conocerlo un poco, al menos, y calcular si correría algún riesgo; por otro lado, temía que el recuerdo de Kepa le inhibiera. Aparcó a la puerta de una tienda china y le dio un billete de mil.
-Toma, Antonio, cómprate algo ahí.
-¿Cuánto puedo gastar?
-¿Qué? ¡Ah! Puedes gastarte las mil pesetas, si quieres.
Volvió cinco minutos más tarde, con tres sandwiches envasados y una lata de refresco de naranja.
-¿Quieres un bocadillo?
-No. Come tranquilo -respondió Adrián mientras emprendía la marcha.
Estaba convencido de que Antonio no consumía drogas, por lo que resultaba difícil entender su desaseo propio de toxicómano. Olía mal, aunque a un nivel soportable. Necesitaba urgentemente un baño , pero aún no encontraba el ánimo ni la confianza para llevarlo al piso.
-¿Quieres ir a una sauna?
-¿Eso qué es?
-Un sitio donde podrías... disculpa que te lo diga. Podrías tomar un baño.
-Ah, estupendo.
-Vamos en seguida, antes de que empieces a hacer la digestión.
En el vestuario, Adrián notó la vergüenza con que se desnudaba. Primero creyó que era por el hecho mismo de mostrarse desnudo, pero en seguida comprendió el motivo: los calcetines renegros estaban llenos de agujeros, lo mismo que los calzoncillos. Al aflojarse el pantalón sin correa, advirtió que era varias tallas mayor que su cintura, y que la cremallera estaba rota.
-Espérame aquí, Antonio. Siéntate en ese taburete y no te muevas ni hagas caso de quien trate de darte conversación. Volveré en un momento.
Se puso de nuevo el pantalón y la camisa y se dirigió a la recepción. El chico que atendía la taquilla debía de tener una talla muy parecida a la de Antonio.
-¿Tienes por casualidad una muda de ropa?
-¿Qué?
-Te la pagaría muy bien.
-Sólo tengo la ropa que me pondré para ir a mi casa.
-¿Cuánto te costó?
-Los pantalones, cinco mil. La camiseta, dos mil. Los zapatos...
-Los zapatos no los necesito. Te compro los calzoncillos, los calcetines, los pantalones y la camiseta por treinta mil.
-¿Treinta mil? -la expresión del joven demostraba los cálculos mentales que estaba haciendo-. Necesitaría que me traigan otra ropa. Tendría que llamar a mi pareja...
-Hazlo. Aquí tienes -dijo Adrián, exhibiendo los seis billetes de cinco mil.
-Bueno, vale -asintió sin poder contener su expresión de júbilo-. Tómala. Pero es sólo por hacerte un favor...
Adrián volvió al vestuario. Cubierto por la toalla y con la cabeza y los hombros hundidos, Antonio parecía aterrorizado bajo la mirada de los cuatro hombres que trataban de darle conversación.
-Toma. Tira toda tu ropa a la basura.
Los cuatro hombres se apartaron precipitadamente. Antonio se alzó y Adrián examinó con disimulo sus brazos, en busca de una señal que pudiera contradecir su convicción de que no se drogaba. No encontró ninguna y, tras constatarlo, su pensamiento quedó dispuesto para la contemplación. No se había preparado para el descubrimiento: el cuerpo de Antonio complementaba admirablemente el rostro, un cuerpo tallado por Fidias en el más idealizado de sus sueños creadores. La piel ligeramente morena no tenía ni una mancha; el vello, menos abundante de lo que había previsto, parecía dispuesto para resaltar el dibujo perfecto de los pectorales y los abdominales, así como el profundo y nítido canal de las caderas. Notó el rubor del muchacho y dejó de examinarle, sobre todo porque supuso que le alarmaría notar lo repentinamente que había aparecido su erección. Intuyó que tenía que contenerse y esperar a que estuviese preparado.
-Cierra la taquilla. Date un baño y córtate las uñas de los pies y las manos. Toma mi cortauñas. No hagas caso de los que se te acerquen. Te espero allí, ¿ves?, aquella puertecilla pequeña es la de la sauna.
Cuando Antonio abrió esa puerta quince minutos más tarde, sonreía, razón por la cual a Adrián le costó reconocerle. Se trataba de la sonrisa más atractiva que había visto en su vida, y los dientes eran perfectos. El baño le había quitado el miedo o cualquiera que fuese el sentimiento que le oprimía. Con el pelo mojado y las gotas que brillaban en sus hombros, se había convertido en modelo publicitario de un perfume de lujo.
-Hace mucho calor aquí.
-Tienes razón. Creo que no es conveniente para ti, media hora después de haber comido. Vamos a la sala de reposo. Quiero que me cuentes algo.
Ya sentados en el incómodo banco de madera, le preguntó:
-¿Cuál es exactamente tu situación? No consigo encajarte.
-No comprendo.
-Me has hablado como un chapero, pero no te comportas como tal. Tu aspecto es el de una persona con... bueno, sí, con clase, pero me dijiste hace un rato que no comías desde ayer.
-Yo... -volvía a bajar la mirada.
-¿Consumes drogas?
-Ya no.
-Pero has consumido.
-Unos porros en la...
-¿Dónde?
-Si te lo digo, ya no vas a querer nada conmigo.
-Inténtalo.
-Estaba en... prisión. Seis meses. Me soltaron ayer.
Adrián se mordió los labios. El recuerdo de Kepa y su estado de ánimo de antes de salir le habían reducido la capacidad de observación.
-¿Por qué no te fuiste con tus padres al quedar libre?
-No tengo.
-¿No tienes padres? ¿Desde cuando?
-Desde siempre. Me he pasado la vida en orfelinatos -los ojos de Antonio brillaban por el amago de llanto-. Como nadie quiso adoptarme, me escapé a los trece años. Trabajé cinco años en un barco de pesca, en Castellón, pero el año pasado mi patrón se arruinó. Me vine a Madrid en busca de trabajo y...
-Y te pusiste a robar.
-Sí. Bueno, no. Un colega me convenció para que fuera con él a robar a un chalet que según él estaba vacío, pero nos pillaron con las manos en la masa. ¿Cómo te llamas?
-Adrián.
-Te juro, Adrián, que eso es todo lo que pasó. He estado más de seis meses en la cárcel porque no había nadie que pagara la fianza. Me han soltado y ni siquiera tengo que ir a juicio ni nada por el estilo. Yo no hice nada. Lo pasé muy mal allí dentro... me pasó de todo. Un compañero, me dijo que podía buscarme la vida en ese sitio donde me has encontrado, pero he pasado más de veinticuatro horas sin atreverme.
Sorprendido de lo fácil y rápidamente que había cedido su propia reticencia, Adrián le propuso ir al piso. Cuando al abrir la puerta vio en la consola el retrato de Kepa, descubrió que no había pensado en él las últimas dos horas.

Con frecuencia, había alguien en la emisora que preguntaba lo mismo:
-Oye Adrián, ese amigo tuyo ¿no estaría interesado en hacer un pequeño papel en la serie que voy a empezar a grabar la semana que viene?
-¿Qué personaje interpretaría?
-El novio de la hija.
-Tendré que preguntárselo. No creo que quiera.
-Coño, Adrián, no lo protejas tanto. Nadie va a violarlo.
-No se trata de mí, Rafa; Antonio se niega siempre que le propongo una cosa así, de veras. Pero voy a intentarlo.
-Convéncelo, por favor. Tiene un físico espectacular. Con esa cara, lo haríamos famoso en tres o cuatro capítulos.
-Estoy de acuerdo, pero... él se emperra en su negativa.
-¿Pasa algo raro con él?
-No, de veras que no.
Adrián lanzó una mirada hacia el lugar donde Antonio le esperaba. Resplandecía. Todos los que pasaban a su lado, hombres y mujeres, no conseguían evitar contemplarle, algunos de soslayo y otros, descaradamente. A veces, le divertía el efecto que Antonio causaba entres quienes le miraban; cualquiera que pasaba cerca de él, aunque transitase absorto en los asuntos siempre urgentes de la televisión, acababa parándose en seco, a ver si efectivamente se trataba de un ser humano y no del más perfecto y realista de los maniquíes, realizado por un artesano que hubiera decidido aunar en una figura todas las idealizaciones de todos los escultores clásicos.
Lo sorprendente era que un dechado de belleza tan conmovedora estuviese complementado con tanta sensibilidad y una inteligencia tan viva. Antonio había sabido adaptarse en seguida a la vida que él le ofrecía y, con naturalidad pasmosa, se había acostumbrado en pocos meses a las claves de su círculo profesional y el de sus amigos más íntimos. Y lo más inesperado, se había ganado la confianza de todos en un plazo increíblemente corto.
Porque todo en él era verdad. Sus entusiasmos y sus agradecimientos, sus elogios y sus críticas, tan juicioso, que obligaba a los demás a olvidar su juventud.
Bendita fuera la hora en que se le ocurrió pasar por la calle Almirante.

Los exámenes del primer curso universitario los superó todos con una nota media aceptable, pero Antonio no estaba conforme.
Adrián merecía mejores resultados.
Abrumado por tal convicción, decidió sentarse un rato en un banco de la Plaza de España, a ver si reunía valor para presentarse ante Adrián con calificaciones tan mediocres.
-¿Eres de por aquí? -le preguntó un hombre en la treintena.
Antonio lo observó. Muy delgado y con gafas, resultaba difícil de encajar en la clase de hombres que compraban favores callejeros. Pero, a fin de cuentas, ¿no era así como había conocido a Adrián? Tampoco él tenía aspecto de pagador de prostitutos.
-No -respondió secamente.
El de las gafas no se desalentó.
-Pero eres español.
-Sí.
-En el primer momento, creí que podías ser griego.
-¿Qué quiere usted?
-No me hables de usted, hombre, que no soy ningún carca. ¿No te apetece tomar una copa?
-No.
-Joder, tu carácter no se corresponde con tu físico.
-¡Qué!
-Eres la cosa más hermosa que he visto nunca, pero eres un cardo. ¡Mierda!.
Mientras se alejaba, Antonio sonrió. Sólo con haber sido un poco más cordial con ese fulano, hubiera sentido que traicionaba a Adrián.
Le desagradaba que elogiasen tanto su físico y Adrián había sabido comprenderlo a tiempo; ya no le venía casi nunca con propuestas de trabajar en la televisión y no había vuelto a ensalzar una belleza que Antonio consideraba una pesada carga, porque impedía que la gente le tomase tan en serio como él creía merecer, puesto que, embobados y embobadas, tendían todos a calcular las posibilidades de llevárselo a la cama en vez de considerar el posible interés de su conversación. Por ahora, sólo algunos de los amigos más íntimos de Adrián le resultaban soportables, dado que le trataban como a una persona y no como un objeto de exposición.
¿Iba a enfadarse Adrián por las notas?
Por fin, se dijo que el asunto no tenía arreglo y decidió volver al piso. Sabedor de que iba a llegar con la papeleta de calificaciones, Adrián aguardaba, evidentemente comido por los nervios. Estaba sentado en el sofá del salón y se alzó como impulsado por un resorte. El ánimo de Antonio se volvió más sombrío.
-¿Qué tal?
-Regular.
Antonio notó eclipsarse el brillo de sus ojos por la veladura de la decepción. Extendió la papeleta con mano temblorosa y un escalofrío en la espalda. Los intantes que Adrián tardó en darle una ojeada parecieron siglos. Finalmente, exclamó mientras lo abrazaba con los ojos húmedos.
-¡Esto es maravilloso!
-¿Te parece suficiente?
-¿Suficiente? ¡Las has aprobado todas y tienes tres notables. Estaba convencido de que lo conseguirías. Vamos a celebrarlo.
Antonio se cambió de ropa con un extraño estado anímico. Le quedaban rastros del miedo a decepcionar a Adrián en medio del júbilo por su reacción.
En el restaurante, le dijo Adrián:
-Quieren que interpretes un papel en una serie.
-¿Otra vez con eso?
-Antes, tenía miedo de que la interpretación te distrajera de los estudios. Ahora veo que puedes compaginar las dos cosas.
-Pero no me interesa.
-¿Sabes cuánto van a pagarte?
-Aunque fueran mil millones. ¿Tú necesitas ese dinero? Porque, si lo necesitas, haré ese papel.
-No, hombre, ¿cómo voy a necesitar ese dinero? Lo digo por ti, por tu futuro.
-Mi futuro está a tu lado y en la universidad. Yo no necesito dinero ninguno.

Antonio se preguntó si debía llamar a Adrián a la emisora. Sólo en casos muy graves podía telefonearle, según sus órdenes, y sólo había tenido que hacerlo en dos ocasiones, ambas por llamadas urgentes de la madre en relación con la salud del padre. ¿Era el de ahora un caso suficientemente grave?.
Se recostó en el sofá y encendió la televisión. El programa en directo que dirigía Adrián no había terminado todavía. Como de costumbre, sintió el orgullo que le producía saber que cada uno de aquellos cambios de plano, cada uno de los movimientos de las personas y las cámaras, eran consecuencia de una orden de Adrián. La mano de Adrián era para él lo más omnipresente aunque nunca apareciera en pantalla.
Los cuatro años que llevaba a su lado eran lo mejor que había ocurrido en su vida. Él había sido la madre que le abandonó y el padre que desconocía; un padre-madre afectuoso, compresivo y generoso que predominaba sobre el amante que nunca le apremiaba; en realidad, era generalmente Antonio quien tenía que recordarle el sexo y, a veces, cuando Adrián estaba preocupado por los preparativos de un programa nuevo, casi forzarle. Antonio había escenificado en ocasiones verdaderas violaciones para liberarle de la preocupación y que se diera cuenta de que estaba a su lado. Amaba a Adrián sobre todas las cosas y ya no era capaz de imaginar la vida sin él. Él le había proporcionado objetivos, metas, y los medios para conseguirlos. Dentro de tres años, acabaría la carrera. Podía ser una persona que antes de conocer a Adrián ni siquiera era capaz de imaginar. Y ahora, resultaba que todo era imposible.
A Adrián no le gustaba que fumase. "Cuídate los dientes", le decía. Quería a toda costa que trabajase en la televisión, auque a él no le entusiasmaba la idea, porque había estado muchas veces en el plató observando a Adrián y le parecía que estar bajo sus órdenes, bajo la tensión densa de las luces y las cámaras, ocasionaría roces y malentendidos. El amor podía resentirse. Se negaba a arriesgarlo. Se incorporó en el sofá y cambió de postura; sentado, encendió un cigarrillo, apoyó los codos en las rodillas y se cubrió los ojos con las manos. Estaba llorando.
¿Por qué había tenido que ocurrir?.
Tenía veintitrés años y Adrián cincuenta, que habían celebrado hacía un mes con una cena en Justo, tras la que Antonio le entregó el producto de seis meses de ahorro, un colgante de diamantes con forma de corazón. Ambicionaba fervientemente cumplir también él los cincuenta a su lado y que Adrián le diera, asimismo, simbólicamente el corazón.
Había dejado de tener pesadillas a los cuatro o cinco días de dormir abrazado a él. Las violaciones tuvieron lugar la primera y la segunda noche que pasó en la cárcel. Fueron cinco fulanos la primera y seis o siete la segunda; la mayoría, extranjeros. Golpeado, con los labios rotos a puñetazos e inmovilizado por cuatro, le forzaron por turno. Le costó más de un mes conseguir sentirse limpio bajo la ducha y casi tres consumar la venganza. A todos ellos había conseguido causarles algún perjuicio importante, sin descubrirse. Pero las pesadillas protagonizaron todas las noches que pasó entre rejas. Cuando creía que ese tormento nocturno duraría toda la vida, en sólo cuatro noches consiguió Adrián que se desvaneciera.
Adrián era un emperador. Imperaba en el plató, donde su poder era ilimitado, y también imperaba en su vida, y no tenía el menor deseo de rebelarse. Se entregaba del todo, sin reservas. Sabía que había madurado en esos cuatro años, se reconocía más experto e incomparablemente más sabio que cuando le conociera, pero el tiempo no había reducido la altura donde le había colocado desde el momento de conocerlo. Todo lo contrario. El sitial se hacía cada día más alto, más resplandeciente, en esa gloria desde donde le prodigaba no sólo el amor, sino todo lo que pudiera ambicionar.
Cuando Adrián abrió la puerta, todavía estaba en el sofá. Al no alzarse para correr a su encuentro en busca del beso impaciente de costumbre, al no poder embozar el llanto, Adrián supo que algo grave ocurría.
Le costó varias horas reunir coraje para contárselo.
-¿Estás seguro? -preguntó Adrián.
-Me he hecho dos veces el análisis. No hay duda.
-¿Por qué fuiste al médico? ¿Qué sentías?
-No tengo ningún síntoma. Estoy bien de salud, igual que de costumbre. Pero... siempre he estado preocupado por una cosa que me pasó en prisión...
-¿Qué?
-No quiero contártelo. Me siento muy mal cuando me acuerdo. La cuestión es que, el mes pasado, hubo una charla en la universidad sobre el tema y me dio por hacerme la prueba. Ahora, ya es un hecho.
-Bueno, qué le vamos a hacer. Con esos tratamientos de ahora, el sida ya no es más que una enfermedad crónica. No te preocupes, podemos vivir con eso.
-¿Podemos?
-Por supuesto. Seguramente, yo lo tendré también. Y aunque no lo tuviera, esto es cosa de los dos.
-¿No quieres que me vaya?
-¿Estás loco?
-Yo creo que debo irme.
-Tú no estás bien de la cabeza. Venga, vamos a hablar de otra cosa.
Permanecieron abrazados y en silencio hasta la hora de acostarse. Mientras miraban la televisión, Antonio percibió en varias ocasiones, en la agitación de su pecho, que Adrián reprimía los gemidos. También a lo largo del pasillo que conducía al dormitorio notó sus esfuerzos por controlarse.
Antes de apagar la luz, Antonio abrió los envases de dos condones, que preparó sobre la mesilla.
-¿Qué haces?
-Tienes que protegerte, Adrián. A lo mejor ha habido suerte y no te he contagiado.
Adrián le contempló con expresión severa.
-Escucha, Antonio. Tengo veintisiete años más que tú. ¿Crees que a estas alturas yo sería capaz de vivir sin ti? No vamos a cambiar nuestras costumbres, no vamos a cambiar nada, ¿te enteras? Ya no vamos a hablar más del asunto si no es para tomar las medidas oportunas para preservar tu salud. Seguramente yo lo tengo también: son cuatro años los que llevamos haciéndolo sin protección, así que lo más probable es que sea portador del virus. Pero si no lo tengo, lo más sensato sería tratar de contagiarme y que recorramos juntos el camino que nos falte.
Antonio fue a contradecirle, pero Adrián le obligó a callar mordiéndole los labios. Sin embargo, y a pesar de que Adrián le impidió usar los condones todas las veces que lo intentó, procuró a lo largo de la noche ajustarse a lo que habían explicado en la universidad sobre sexo seguro.

Apenas hablaron de ello durante el fin de semana. En vez de quedarse en casa e invitar a algunos amigos a comer como de costumbre, pasaron el domingo visitando Pedraza. Adrián consiguió obligarle casi todo el tiempo a pensar en otras cosas, pero, a veces, Antonio caía en la melancolía, mientras recorrían el museo de Zuloaga o contemplaban desde la muralla medieval el paisaje esplendoroso que renacía con la primavera. En tales momentos, sentía la mano de Adrián en su cintura o en su brazo, comunicándole una promesa eterna.
El lunes por la mañana, mientras desayunaban, dijo:
-Quiero que te hagas también el análisis.
-No, Antonio. No hay ninguna necesidad. Caso cerrado.
-Entonces, en cuanto te vayas, haré las maletas.
Adrián lo observó con los dientes apretados.
-Pero, vamos a ver, Antonio. ¿Qué coño vamos a sacar de esos análisis?. No cambiarían nada. Lo único que quiero es que muramos juntos; pondremos todos los medios necesarios para que eso no sea hasta dentro de muchos años.
-Pero has cumplido cincuenta años, Adrián. Si no lo tienes, estupendo. Pero, si lo tienes, tendrás que andar con mucho más cuidado que yo, que estoy fuerte y soy joven. Es necesario que lo sepamos, no hay más remedio.
-No quiero hacerlo, Antonio. Si todavía no me he contagiado, no sería bueno que te sintieras culpable por el miedo a que ocurra, y si ya tengo el virus, tampoco quiero que te sientas culpable de haberme contagiado. Punto final.
-Tengo trescientas setenta y cinco mil pesetas en el banco; puedo vivir cuatro o cinco meses en una pensión. Si no me prometes que esta tarde vamos a ir a que te hagan el análisis, haré las maletas en cuanto salgas por esa puerta y desapareceré.
Adrián reflexionó largos minutos, parado en el dintel con el hombro apoyado en la jamba. Antonio había dejado de ser un muchacho hacía mucho tiempo. Le asombró la madurez que había en la resolución de su cara.
-Está bien. Ven a buscarme a la emisora e iremos juntos.
Cuando la puerta se cerró, Antonio se cambió de ropa. No iría a la universidad, ¿para qué?. Permanecería lo más cerca posible del rastro de Adrián, la huella de calor que había dejado en la silla o el olor que conservaba la toalla. Necesitaba respirar el aire que contenía el aliento de Adrián ahora que dejar de respirar era una posibilidad no demasiado lejana. Tomó de la vitrina el libro que ya había querido leer otras veces, "Memorias de Adriano"; ahora le sobraba tiempo.
Supieron el resultado el miércoles por la tarde.
Milagrosamente, Adrián estaba limpio.
Antonio se mostró entusiasmado toda la tarde, durante la cena y cuando se disponían a acostarse, mientras que Adrián parecía ausente. Cuando se apagó la luz, éste escuchó el sonido del plástico al ser rasgado.
-¿Otra vez con eso, Antonio?
-Ahora más que nunca. Ya nunca haremos el amor sin condón.
-Mira, Antonio; no me has contagiado en cuatro años y no hay ninguna razón para creer que a partir de hoy va a ser diferente.
-Pero ahora lo sabemos. Tengo la obligación de protegerte.
-Tú no tienes que protegerme de lo que yo no me quiero proteger, Antonio. He leído que hay gente que no se contagia aunque se exponga, gente que los médicos están estudiando para ver si está ahí la clave de la solución para el sida. Es posible que yo sea uno de esos. Si es así, no tenemos que preocuparnos.
-Pero, si te contagias...
-Sería lo mejor, Antonio. Ojalá ocurriera.
-Me da pánico escucharte.
-Y a mí me da pánico perderte.
-Si me muriera pronto, todavía podrías enamorarte de otro y seguir creando esos programas maravillosos de televisión.
-No creo que tengas que morir pronto. Cada día se te ve más fuerte y más sano. Pero si te murieras, todo acabaría para mí. Así que, Antonio, no pongas una barrera de látex entre nosotros.
Adrián se torció en la cama para alcanzar con la boca el preservativo que Antonio se había enfundado ya. A mordiscos, lo arrancó a jirones.


Tras desepedirse de Adrián en el ascensor con un beso, Antonio salió con los libros, como siempre que iba a la universidad. Pero no fue.
La mañana era soleada; bajo el júbilo primaveral que estallaba en retoños por doquier, en los árboles de la plaza de España, en los setos de la plaza de Oriente, en los rosales de los jardines de Sabatini, resultaba increíble que un miserable bicho lo estuviera devorando. Un bicho que, por su maldición, también devoraría a Adrián, a cambio de un amor que no tenía por qué ser el último de su vida. Adrián era un cincuentón muy juvenil, podía vivir todavía treinta o cuarenta años creando maravillosa televisión, escribiendo magníficos guiones, derrochando sabiduría. Era bueno, deseable, gentil y generoso; el amante perfecto que soñaran durante generaciones seres desamparados como él. Muchos podían amarle y, de hecho, se había sentido celoso con frecuencia porque observaba que algunos, tan jóvenes como él, trataban de seducirlo. Merecía volver a amar, corresponder el amor de alguien que no constituyera un peligro para él, una sentencia de muerte.
Sonriendo, cruzó ante la catedral de la Almudena. Se representó mentalmente el día que la visitó por primera vez; Adrián apoyaba la mano en su hombro. En aquel momento, anheló con toda su alma que pudieran entrar abrazados al templo y que su unión fuera bendecida y consagrada para siempre.
Sobre la sonrisa, una lágrima recorrió su mejilla izquierda.
Saltó sobre el pretil del viaducto. Sus labios conservaron la sonrisa durante el vuelo de veinte metros.

sábado, 6 de agosto de 2011

Ermita de la Virgen de la Peña (Mijas)



La Ermita de la Virgen de la Peña de Mijas ( Málaga, España) fue excavada en la roca sobre 1548 por frailes mercedarios. Sin embargo, la tradición cuenta que la Virgen aparareció entre los muros del antiguo castillo en 1586, permaneciendo oculta durante los ocho siglos que comprendió el dominio musulmán en la península.
Tras la conquista por parte de la Corona de Castilla de las últimas plazas fuertes previas a la capital del Reino Nazarí de Granada, las leyendas de apariciones marianas y sacras se multiplicaron. La aparición de la Virgen de la Peña, sigue el esquema típico de las demás apariciones, como la de los libros sacros del Albayzín y otras.
Se le atribuye la visión a los hermanos Juan y Asunción Bernal Linaire, los cuales estando en las tareas de pastoreo vieron en lo alto de la torre del castillo a una paloma que se transfiguró en la Virgen, siendo esta la que les dio aviso de su paradero. El hallazgo según se relata se hizo antes delCorpus Christi.
Este tipo de apariciones y relatos venían a representar la vuelta a la cristiandad de las zonas tomadas a los musulmanes. Mijas fue totalmente despoblada de musulmanes, ya que nunca se rindieron y fueron convertidos en esclavos y expulsados de sus casas. Estas visiones significaban la consagración a la religiosidad del vencedor

martes, 2 de agosto de 2011

Leyendas de mi ciudad; Cortijo Jurado de Málaga



Asentado en el barrio malagueño de Campanillas, en el valle formado por los ríos Guadalhorce y Campanillas, existe, un cortijo del que ningún malagueño ha dejado de oír hablar. (Hoy en día forma parte como barriada del término municipal de Málaga), El Cortijo Jurado.
Este Cortijo, más bien una mansión perteneció a la familia de D. Manuel Agustín Heredia Ramos, conocido empresario malagueño, y uno de los hombres más ricos de la provincia. Aunque nacido en La Rioja, llegó a ser propietario de numerosas industrias, terrenos, y edificios, es indudable que dio a Málaga, y a la comarca entera, un buen impulso empresarial, junto con su amigo el Marqués de Larios, también empresario, ambos nacidos en Rabanera de Cameros, un pueblo de La Rioja, juntos decidieron venirse a Málaga a buscar fortuna. La amistad entre estos dos personajes fue muy estrecha, y ambas familias estuvieron muy emparentadas durante largo tiempo, (Cortijo Colmenares, hoy un lujoso campo de golf se encontraba muy, muy cerca del suyo).
Aunque no existe documentación al respecto, puesto que la construcción se levantó sin contar con el permiso de obras, por lo cual en el Archivo Histórico no se encuentran datos sobre él y el nombre con el que ahora se le conoce fue el que le dieron hace unas décadas los últimos propietarios, (incluso los planos que en la actualidad existen en el Colegio de Arquitectos los proporcionaron los últimos dueños de la finca) todo apunta que fue construido por un arquitecto francés entre 1830 y 1840.
Es de estilo gótico, con estructura típica en torno a un patio principal con accesos a la vivienda, a la capilla, cocheras y establos. Con un segundo patio en el interior, usado para las tareas y labores del campo y tres alas dedicadas al ganado, que por aquel entonces poseía la familia. Un alto mirador de planta rectangular y cubierta plana corona la fachada. También cuenta con sótano, al que se accedía desde la cocina, y …subsótano al cual se accedía desde fuera, desde la puerta de la capilla.
La leyenda, empieza a fraguarse a la muerte de D. Manuel, cuando sus herederos toman posesión: continuas y misteriosas desapariciones de chicas jóvenes del pueblo, al parecer engatusadas primero, por los señoriítos de la alta sociedad y de la burguesía malagueña, secuestradas después y desaparecidas para siempre.
Empiezan las sospechas y acusaciones contra los dueños del Cortijo pero son acalladas a base de sobornos en efectivo: el dinero ya se sabe.
Empiezan a filtrarse comentarios de los trabajadores que viven en el mismo cortijo, algunos, mirando a través del ojo de una cerradura y viendo nauseabundos espectáculos, otros, oyendo en mitad de la noche gritos desgarradores, extraños “movimientos” en el interior etc., y todo eso a lo largo de días, meses y años.
En investigaciones posteriores, se ha encontrado con al menos ladesaparición de 5 mujeres entre 1890-1920, de edades entre 18 y 21 años, solteras, las cuales aparecieron asesinadas al cabo de 3 días de su desaparición, con un intervalo de unas 2 semanas, todas en la misma zona, en la orilla del río, junto al cortijo. Esas 5 son las que aparecieron, pero se habla de más, algunas más.
Y es que el cortijo, en ese subsótano, al que se acedía como dije desde una entrada exterior, por un agujero en el mismo suelo cerca de la entrada a las caballerizas, existía un túnel subterráneo que comunicaba, al parecer, con el cortijo de Colmenares, propiedad de los marqueses de Larios, íntimos amigos de los Heredia, y según cuenta un antiguo trabajador del cortijo, por ahí podían deshacerse de los cadáveres, enterrándolas en fosas colectivas dispersas a lo largo del campo.
Un anciano vecino, trabajador del cortijo en esos tiempos, cuenta que los dueños les prohibían tajantemente bajar al “otro sótano”, pero una noche en que la curiosidad pudo más que la prudencia, se adentró en el subsótano, descubriendo aparte de una sala circular, con paredes de piedra perfectamente pulida y suelos de baldosa, numerosos túneles, todos de piedra tallada, y de trazado totalmente recto, (con unos extraños dibujoscincelados en la roca, uno de ellos era una cabra, otro una serpiente, del otro dibujo que se repetía, no recordaba con exactitud pero le parecía un triangulo con algo más dentro), que abarcaban más allá de la finca, (habla de aproximadamente 3 km.) que debían cruzar incluso el río, puesto que escuchaba el sonido del agua, siguiendo uno de ellos, llegó a una escalera que terminaba en una trampilla imposible de abrir, pero que por la lejanía él piensa que ya hacía rato había traspasado el límite de la finca.
Siguiendo otro de los túneles, observó lo que según él le puso la piel de gallina, nichos construidos de forma rudimentaria, tumbas improvisadas en el suelo de tierra, aparatos que recordaban míticas máquinas de tortura, polvorientos y mohosos látigos de puntas metálicas, y lo que es peor, restos óseos de personas de edad y sexo indefinido, que aparecían amontonados a uno y otro lado. “Una muñeca de trapo, sucia y desaliñada, descansaba junto a un cráneo con abundante y largo cabello”.
¿Dónde desembocaban esos túneles? quizás nos sirva de pista el testimonio de otro trabajador, este de cuando se reformó el cortijo Colmenares para convertirlo en lujoso campo de golf, que cuenta como cuando estaban reconstruyendo la capilla, la mitad del suelo se desplomó, quedando abierto un gran agujero en el suelo, inmediatamente pararon las obras y todos los trabajadores fueron sacados del edificio y sus alrededores, para arreglarlo llegaron otros trabajadores de confianza.
Otro extrañísimo suceso que ocurrió, fue que entró un camión de gran tonelaje para sacar tierra, en ese momento se desplomó un trozo de camino, y el camión cayó a más de dos metros de profundidad por el agujero abierto; la actuación, en cuanto a la reparación, fue la misma que cuando se desplomó el suelo de la capilla: lo arreglaron operarios de confianza.
(Otro día hablaremos del Cortijo Colmenares, donde aparecieron cuerpos momificados, sin cabeza y con las manos atadas)
Desde los años 50, en que fue adquirido por sus últimos propietarios y se supone que encontraron y cegaron los túneles, tampoco se puede acceder a la trampilla por la que se accedía al subsótano, no queda nada, solo tierra apelmazada, cuando algún “investigador furtivo” lo ha intentado, no ha encontrado nada, cavando hasta un metro de profundidad, tan sólo se encuentra tierra apelmazada mezclada con ropa vieja, todo muy apretado, como a conciencia.
Llega 1925, y los numerosos gastos que tiene la descendencia de D. Manuel Heredia, y una plaga de filoxera (insecto que pica la vid y literalmente se come la viña), provocó la bancarrota de la familia, que se vio necesitada de vender gran parte de sus propiedades, entre ellas el cortijo Jurado. Se las venden, en su casi totalidad, a otra conocida familia, los Marqueses de Larios, que de esta forma lo suman al Cortijo Colmenares, suyo desde siempre.
No existen datos de en que momento, los Larios, venden Cortijo Jurado a otras personas, pero parece se que entre 1940 y 1950 pasó por distintas manos, entre ellas por la familia Quesada. En 1952, un adinerado medico de Valladolid, retirado de la medicina, la compra aunque no la habita, y mantiene su propiedad hasta 1975, año en que la adquieren los Vega Jurado, que son quienes le dan el nombre por el que se la conoce.
En el año 2000, El Grupo Mirador compra la casa y gran parte del terreno, con la intención de construir un hotel, reformándolo, pero manteniendo su estructura original. El Hotel, que tendría cuatro estrellas y 200 habitaciones, estaría enfocado al sector de negocios, iba a inaugurarse en abril de este año, 2007, pero a día de hoy, tan sólo hay grúas, la construcción, se ha ido retrasando año tras año por motivos desconocidos.
Aunque en realidad, quizás todo esto se reduzca a algo más simple: Tanto los Heredia Ramos, como los Larios, eran masones (de ahí los dibujos en los túneles) y celebraban las reuniones en ese subsótano, para las momias encontradas en el cortijo Colmenares, también existe una posible explicación: en aquella época a los masones no se les enterraba en el cementerio “católico” de ahí la necesidad de contar con un cementerio privado.