martes, 24 de abril de 2012

Barcarola de Los cuentos de Hoffman

LOS CUENTOS DE HOFFMAN

Los cuentos de Hoffmann Obra en tres actos más un prólogo y un epílogo, con música deJacques Offenbach (1819 - 1880) sobre un ibreto de Jules Barbier.El texto está basado en una obra que el propio Barbier y Michel Carrè habían escrito sobre cuentos del poeta alemán E.T.A. Hoffmann. Se estrenó en París el 10 de febrero de 1881. Offenbach murió antes de terminar su obra. Ernest Giraud (1837-1892) emprendió su orquestación y también le añadió los recitativos, de manera semejante a lo que hizo con Carmen de Bizet. Ahora bien, en épocas recientes se ha manifestado en los teatros de ópera una tendencia a eliminar los recitativos y a sustituirlos por diálogos hablados, como era la intención de Offenbach. Por otra parte, aunque se vienen dando los tres actos en el orden Olympia-Giulietta-Antonia, la intención de Offenbach fue, como queda claro por las referencias en el prólogo y en el epílogo, que la última fuese Giulietta. En varias ocasiones se ha representado de este modo, en este argumento sigue este orden. Idealmente, las tres intérpretes, que no son sino diferentes encarnaciones de los amores de Hoffmann, deberían ser interpretadas por la misma cantante, lo que no siempre ha ocurrido Pero es normal, en los mismos supuestos dramáticos, que los cuatro papeles de "villano" (Lindorf, Coppelius, Miracle y Dapertutto) sean interpretados por el mismo barítono, ya que los cuatro son encarnaciones diferentes del mismo genio del mal que en cada ocasión frustran a Hoffmann. Algunos otros papeles pueden ser doblados.
Personajes Prólogo y epílogo HOFFMANN NICKLAUS STELLA LINDORF LA MUSA ANDREAS LUTHER HERMANN NATHANIEL Joven Poeta Amigo de Hoffmann Cantante de ópera Rival de Hoffmann Musa de Hoffmann Sirviente de Stella Cervecero Estudiante Estudiante Tenor Mezzosoprano Parte hablada Barítono Parte hablada Tenor Bajo Barítono Tenor
Actos I, II y III HOFFMANN NICKLAUSSE OLYMPIA SPALANZANI COCHENILLE COPPELIUS GIULIETTA DAPERTUTTO SCHLEMIL PITICHINACCIO ANTONIA CRESPEL Dr. MIRACLE Joven Poeta Amigo de Hoffmann Muñeca Mecánica, hija de Spalanzani físico e inventor, Constructor de Olimpia Sirviente de Spalanzani Espíritu del mal Cortesana Veneciana, amada por Hoffmann Espíritu del mal Enamorado de Giulietta Criado de Julieta Tísica, amada por Hoffmann Padre de Antonia Espíritu dell mal, doctor de Antonia Tenor Mezzosoprano Soprano Tenor Tenor Barítono Soprano Barítono Tenor Tenor Cómico Soprano Tenor Barítono Coro de huéspedes de Spalanzani y de damas y caballeros venecianos, etc. La acción del prólogo y el epílogo se desarrolla en Nüremberg, y en los tres actos, respectivamente, en París, Munich y Venecia en el siglo XIX
PRÓLOGO.- En la cervecería de Luther, en Nüremberg, cercana al teatro de la ópera en donde la celebrada cantante Stella interpreta Don Giovanni, los clientes piden cerveza y vino. Entra Lindorf, un hombre casado, que corteja a Stella y soborna a su criado, Andreas, para que le dé una carta, que Stella ha enviado a Hoffmann, en la que está incluida la llave de su habitación; Lindorf tiene el propósito de sustituir a Hoffmann. Entra Luther con unos camareros a preparar el lugar para un grupo de estudiantes, que llegan enseguida, cantando vigorosamente, dirigidos por Hermann y Nathaniel. Éste propone un brindis a Stella, y después él y Hermann preguntan a Luther por Hoffmann; en este preciso momento llega Hoffmann con su amigo Nicklaus, quien irónicamente se refiere a la música de la canción de Leporello en Don Giovanni y aplica la letra al modo cómo le cansan las aventuras permanentes de Hoffmann: "Notte e giorno faticar". Hoffmann, al principio tiene un aire reflexivo. Respondiendo a las peticiones de los circunstantes, canta un aire cómico sobre un enano, Kleinzach, pero su inspiración romántica le lleva, en medio de la canción, por otro camino, y canta su afán en pos del amor. Poco después Hoffmann ve a Lindorf, que se burla de él; Hoffmann reconoce en Lindorf las fuerzas del mal, que siempre le han acosado, y ambos intercambian insultos. La conversación se centra ahora en las amigas de los estudiantes: Hoffmann habla de sus tres amores (todos ellos personificados en Stella). Desatendiendo el aviso de Luther de que el telón va a levantarse para el siguiente acto de la ópera, los estudiantes se disponen a escuchar el relato de los tres amores de Hoffmann... "El primero se llamaba Olympia...". ACTO I.- En París, el físico e inventor Spalanzani se jacta de su "hija", Olympia. Hoffmann, que ha sido discípulo de Spalanzani y está prendado de Olympia, entra en la sala. Spalanzani, después de haber dado órdenes a su sirviente, Cochenille, deja solo a Hoffmann, quien atisba a través de una cortina y ve a Olympia, aparentemente dormida. Arrobado, canta: "Ah! vivre deux!" ("Ah! Vivir los dos"). Entra ahora Nicklaus y dice a Hoffmann que el único interés de Spalanzani es la ciencia y que construye muñecas que parecen vivientes: "Une poupée aux yeux d'émail" ("Una muñeca con los ojos de esmalte").
Pero Hoffmann se niega a creer lo que le dicen. Entra Coppelius, un inventor rival de Spalanzani, y canta acerca de sus objetos científicos y vende a Hoffmann un par de "ojos" mágicos a través de los cuales Olympia parece aún más maravillosa. Regresa Spalanzani, y, sin ser oído por Hoffmann, Coppelius le reclama la parte que le corresponde de lo que Spalanzani ha ganado 0 gane con Olympia, pues los ojos los hizo Coppelius. Spalanzani paga a Coppelius con un cheque librado contra un banquero que está en bancarrota. Llegan ahora los invitados para la presentación de Olympia. Nicklaus y Hoffmann esperan ansiosamente ver a la bella muchacha, que pronto es presentada por Spalanzani para admiración de todos, especialmente de Hoffmann. Spalanzani anuncia que Olympia va a cantar con acompañamiento de arpa. Canta entonces un aria coloratura, "Les oiseaux dans la charmille" ("Los pájaros en la enramada"), pero hay un momento en medio de la canción en que Spalanzani tiene que acercarse presurosamente a Olympia para dar cuerda al mecanismo. Hoffmann, entusiasmado y sin darse cuenta de lo que es Olympia, quiere invitarla a cenar, pero el inventor pretexta una excusa. Se marchan los invitados y Hoffmann, a solas con Olympia, le canta amorosamente; cuando toca su hombro, recibe una respuesta mecánica. Por fin, él toma su mano; ella se levanta, se mueve en varias direcciones y sale rápidamente de allí, con la consternación consiguiente de Hoffmann. Entra Nicklaus y trata de hacer saber a Hoffmann la verdad sobre Olympia, pero Hoffmann se niega a escucharlo. Llega ahora Coppelius; ha comprobado que el cheque de Spalanzani no tiene valor y viene dispuesto a vengarse. Desaparece para ocultarse en la habitación de Olympia y espera que ella llegue. Vuelven los invitados y el baile comienza de nuevo. Hoffmann toma a Olympia por pareja; danzan durante un rato, pero la muñeca gira cada vez con más rapidez hasta que Spalanzani le da un golpecito y la detiene (después de que Nicklaus había intentado hacerlo sin conseguirlo), Hoffmann está exhausto y aturdido; sus lentes (los "ojos" que le dio Coppelius) se han roto. Mientras, se oye en el interior de la casa un ruido de maquinaria rota: Coppelius ha destrozado a Olympia. Hoffmann, horrorizado, se da cuenta entonces de que se había enamorado de una muñeca mecánica. Mientras Coppelius y Spalanzani se cubren mutuamente de insultos, los invitados se burlan del desilusionado Hoffmann. ACTO II.- La segunda historia sucede en Munich. Antonia, de la que Hoffmann está enamorado, sentada ante un clave, canta una triste canción: "Elle a fui, la tourterelle" ("Ha huido la tortolita"). Crespel, su padre, entra y le recuerda su promesa de no cantar, pues ha heredado de su madre una bella voz, pero también una terrible enfermedad, la tuberculosis, que se agrava si canta. Antonia se marcha, después de renovar su promesa. Crespel, molesto porque la insistencia de Hoffmann perturba la paz de espíritu de su hija, ordena a su criado Franz, que es sordo, que no deje entrar a Hoffmann en la casa. Después de una canción cómica por parte de Franz, entra Hoffmann acompañado de Nicklaus, y Franz, desobedeciendo a su amo le deja entrar. Hoffmann inicia el dúo amoroso que él y Antonia solían cantar. Entra Antonia y se abraza apasionadamente con Hoffmann; Nicklaus les deja solos. Antonia refiere que le han prohibido cantar, pero él insiste en que lo haga; ella se pone en clave y ambos cantan el dúo que había iniciado Hoffrnann. Al final del dúo ella desfallece y al oír a su padre se marcha a su habitación, en tanto que Hoffmann se esconde. Entra Franz y anuncia al Dr. Miracle. Crespel ordena al criado que no le haga pasar, porque no quiere que el tratamiento del médico cause la muerte de su hija como ocurrió ya con su esposa. Pero Miracle entra e insiste en tratar a Antonia, ante el temor de Crespel y de Hoffmann, que permanece escondido. Por artes mágicas diagnostica la enfermedad de Antonia en ausencia de la paciente, y a pesar de las ásperas protestas de Crespel, receta el remedio. Y como si oyera el mandato de Miracle, "Chantez" ("Cantad"), Antonia escucha entre bastidores su propia voz. Miracle no se inmuta ante los furiosos intentos de Crespel para arrojarlo de allí, y vuelve atravesando el muro cuando Crespel ha conseguido echarlos. Finalmente se marcha, seguido por Crespel. Antonia vuelve y se encuentra a Hoffmann solo. Antes de marcharse el poeta dice a su amada que debe olvidar sus sueños de llegar a ser una gran cantante. Ella accede a no volver a cantar jamás ("Je ne chanterais plus"). Vuelve ahora el doctor Miracle como por arte de magia y dice que un talento como el de Antonia no debe perderse y le pinta un porvenir maravilloso como cantante. Antonia, llena de confusión, mira hacia el retrato de su madre, pidiéndole ayuda. El retrato cobra vida y habla a la muchacha, ordenándole que cante, mientras Miracle toca endiabladamente el violín. Al final, Miracle desaparece en la tierra, el retrato recobra su forma natural y Antonia cae el suelo moribunda. Entra Crespel a tiempo de cambiar unas pocas palabras con su hija antes de que muera. Cuando aparece Hoffmann, Crespel le acusa de ser el causante de la muerte de Antonia. Hoffmann se limita a decir a Nicklaus que llame a un médico y Miracle aparece como respuesta a la llamada. Miracle declara la muerte de Antonia. ACTO III.- El tercer relato de Hoffmann tiene lugar en Venecia. La escena, en un palacio desde el que se divisa el Gran Canal; Nicklaus y la cortesana Giuletta cantan la famosa barcarola con la concurrencia de un numeroso grupo de asistentes. Hoffmann canta ahora un alegre brindis: "Amis, I'amour tendre" ("Amigos, el tierno amor"). Hoffmann ama a Giuletta, pero ella está ahora ligada a Schlemil. Giuletta presenta Hoffmann a Schlemil y a otro de sus admiradores, Pittichinaccio, y propone que jueguen a las cartas. Quedan solos Nicklaus y Hoffmann; Nicklaus advierte a su amigo que no cometa locuras; pero Hoffmann está perdidamente enamorado de Giuletta y no se deja convencer fácilmente. Cuando se marchan, Dapertutto, un hechicero que utiliza Giulietta para esclavizar a sus víctimas, entra en escena. Ya ha conseguido atrapar a Schlemil y ahora quiere hacer lo mismo con Hoffmann. Y exhibe el diamante con el que una vez más sobornará a Giuletta para que haga su voluntad: "Scintille, diamant" ("Brilla, diamante"). Aparece Giuletta y Dapertutto le pide que cautive a Hoffmann, para que él a su vez pueda capturar su alma robando su imagen en el espejo. Hoffmann, que llega cuando sale Dapertutto, canta apasionadamente su amor por Giulietta. Ella le previene de los celos de Schlemil, pero dice que es a él, Hoffmann, a quien ama; después hace que se mire en el espejo para que cuando él se marche, ella pueda retener su imagen. Él, confuso, asiente, sin embargo. Aparecen ahora Schlemil con Pittichinaccio, Nicklaus, Dapertutto y otras personas. Dapertutto muestra a Hoffmann un espejo y el poeta se llena de espanto al comprobar que su imagen no se refleja en él. Nicklaus trata en vano de llevarse de allí a Hoffmann, quien dice en alta voz que ama y odia a la vez a Giulietta, lo que provoca en los asistentes comentarios sobre lo que está ocurriendo. Ahora en diálogo hablado, en tanto que la barcarola se escucha como fondo de la escena, Hoffmann pide a Schlemil la llave del aposento de Giulietta; los dos hombres luchan, Hoffmann arrebata a Dapertutto su espada y con ella da muerte a Schlemil. Hoffmann se apodera de la llave y corre hacia la habitación de Giulietta, pero regresa en tanto que Giulietta se acerca por el Canal en una góndola. Pero, en lugar de aceptar a Hoffmann, lo abandona entregándolo como víctima a Dapertutto, y acepta a Pittichinaccio. Nicklaus se lleva al desilusionado Hoffmann. EPÍLOGO.- De nuevo en la taberna de Luther, Hoffmann dice a sus amigos que sus relatos han terminado. A lo lejos, se escuchan aplausos y vítores que Luther dice aclaman a Stella. Lindorf se marcha. En respuesta a unas palabras de Nathaniel, Nicklaus dice que Stella es la encarnación de Olympia, Antonia y Giulietta, y todos brindan por ella. Al principio esto causa la irritación de Hoffmann, pero después piensa que olvidarse de sus sufrimientos es lo mejor que puede hacer. Los estudiantes se marchan, dejando a Hoffmann caído sobre la mesa, totalmente borracho. En una visión se le aparece la musa de la poesía y le dice que dedique a ella su vida, a lo que Hoffmann accede lleno de alegría. Entra Stella y ve a Hoffmann. Nicklaus le dice que el poeta está borracho. Lindorf entra y atrae hacia él a la cantante. La obra concluye mientras se escuchan de nuevo las voces de los estudiantes que entonan un alegre brindis

martes, 17 de abril de 2012

La historia del hombre más fotogénico del mundo

Menos mal que existe Internet. Es posible que Zeddie Little lleve años siendo tan ridículamente fotogénico y nosotros aquí seguiríamos sin saberlo. Nuestras vidas hubieran seguido más o menos igual sin constatar su revolucionaria fotogenia, pero eso sería un mundo en el que uno no puede encontrar un cierto sentimiento de pertenencia colectiva al admirar y criticar a la vez al mismo hombre al que todo el planeta esta admirando y criticando al mismo tiempo. Un mundo más gris, vamos. Un mundo sin Internet.
La historia en sí es relativamente corta: Zeddie Little es un chico de 25 años que vive en Nueva York, pero que estaba corriendo una carrera popular de diez kilómetros por el Cooper River Bridge de su Charleston (Carolina del Sur, Estados Unidos) cuando le fotografiaron. La imagen que resultó es cuanto menos adorable: en medio de uno de los ejercicios más agotadores, él presenta una cara deslumbrante. Tanto es así, que se puede decir que parece estar dando un paseo por el País de la Gominolas.
Una monja irlandesa del siglo XIX aparece misteriosamente en una fotografía] El autor de la estampa, un fotógrafo amateur llamado Will King, publicó su imagen en la web Flickr y luego decidió compartir en Reddit, una web en la que el público encuentra y comparte contenido al azar (como en Facebook, pero mucho menos personalizado). Ahí empezó a ser compartido con pasión por miles de internautas. El contraste entre la carrera y su cara de despreocupación no es para menos. De hecho, de ahí le viene su mote: el tipo ridículamente fotogénico (en inglés, la palabra ridículamente sirve para hiperbolizar ad absurdum el adjetivo al que precede). Se lo debe, de hecho, a King: "Uno de mis amigos comentó la foto y dijo algo como, 'A este tipo lo llamaría Mr. Ridículamente Fotogénico'. Me pareció un comentario guay y lo puse en Reddit", ha dicho. El caso es que el Tipo Ridículamente Fotogénico pasó a ser un meme (una imagen que se viraliza por Internet y a la que todo el mundo le aporta sus modificaciones) de fama mundial al que se le han incorporado mensajes como "Él corre una maratón y gana… mi corazón", "Él le sonríe a la cámara… y la chica que toma la foto se queda embarazada", "Él sonríe… y el mundo entero aprende a deletrear" (este último es muy cierto: la palabra ridiculously se suele escribir mal) y así. En un mundo —Internet— en el que el 90% del humor consiste en criticar y bufar, él alcanzó una respetabilidad digna de Batman o Gandalf. Se le montó una página en Facebook que ahora tiene 58.000 fans y la foto original de Flickr ha sido vista 1,25 millones de veces. Como suele pasar con estos fenómenos, localizar a Little fue cuestión de tiempo. Hace dos días apareció por primera vez en la televisión nacional, con su incendiaria sonrisa y su cara, efectivamente, fotogénica hasta el ridículo. Contó la historia desde su punto de vista: "Fue un error, a decir verdad. Yo estaba saludando a un amigo que estaba en la acera cuando vi la lente de una cámara y, justo en ese momento, se sacó la foto". Desde entonces, cuenta que ha tenido que rechazar solicitudes de matrimonio. No se plantea posar como modelo en el futuro, pero precisamente estaba intentando sacar adelante un negocio de relaciones públicas en Nueva York. Cree que ahora sus posibilidades han mejorado exponencialmente. Como para no estar de acuerdo contigo, Tipo Ridículamente Fotogénico.

jueves, 12 de abril de 2012

Se l’antojao una estrella

Ciriaco hablaba con ellos siempre que salía a la mar. Con su padre, que nunca pudo ser rescatado del naufragio, y con su hermano Pedro, secuestrado por una ola enamorada mientras faenaba por los lejanos vientos de Canarias. Y, sobre todo, con Paula, desterrada de la vida para que la niña que atesoraba su vientre pudiera vivir. Ellos le indicaban el rumbo cuando la marejada quería tragarse la barca y también cuando la calma chicha expulsaba la pesca hacia el abismo de Alborán. Aunque no oía sus voces, escuchaba sus consejos en el vuelo de las nubes, en el roce húmedo de la brisa, en el juego de las gaviotas y en la luz que le vestía de sal. Tras escucharles, y sólo entonces, enrumbaba la proa por el derrotero que ellos le marcaban, sonriendo oyéndoles discutir: -El levante trae chanquetes –decía el padre con el baile de una nube. -Pero la barca es muy chica –señalaba Pedro con los dedos de la brisa-. Tiene que ir a poniente y rolar al sur. -Que no vaya tan adentro –suplicaba Paula con el vals de las gaviotas-. Que se quede en la playa y coja coquinas. Mi niña está sola. -Bueno, vale –concedía el padre con la caricia del sol-; aunque se quede casi en la orilla y sólo bordee el rebalaje hacia poniente, llenará las artes si faena como le enseñé. Entonces, amparado y guiado por ellos y confiando ciegamente en su juicio, remaba mar adentro tarareando un verdial, siempre el mismo. Se l’antojao una estrella a la niña que yo adoro. Se l’antojao una estrella. Tengo que coger un globo y subí’ al cielo por ella. Si no me la dan, la robo. Viky, la niña, contaba ya cinco años y no había quien consiguiera impedirle esperar en la playa el retorno de la barca. Con los terrales de agosto y con el relente de noviembre, corría al atardecer a brincar de alegría sobre la estela luminosa del agua mientras su padre apresuraba las paletadas de los remos que le llevaban a su encuentro. Ciriaco la contemplaba desde el bamboleo de las olas, ansioso de poner a sus pies las estrellas de plata que bullían prisioneras en la red. Faltaban seis días para Navidad y Viky no mejoraba. “Neumonía”, había dicho el médico con expresión macabra y tez cenicienta. Una semana en su cabecera cuidándola noche y día, sin salir a faenar ni poder, por consiguiente, pregonar el boliche en el mercado con los ojos como focos para poder huir de la guardia urbana si llegaba a requisárselo. Siete días y siete noches atento a los cambios de la cara que ardía bajo el rocío de la nube posada en la frente de porcelana. Ese día, Ciriaco había comido el último pedazo de mojaba, nada más; ni siquiera había podido comprar un bollo de pan para ensoparlo en aceite. Si no salía a la mar la próxima madrugada, mañana no tendría qué comer y no le importaba, lo peor sería no poder comprar las golosinas que ayudaban a Viky a soportar la fiebre. La niña abrió los ojos y Ciriaco desvió los suyos para que ella no descubriese el manantial de lágrimas. -¿Van a traerme los reyes la casa de muñecas? La habían visto en un escaparate durante un paseo por las calles del centro, hacía casi un mes y, en el mismo instante, Viky le rogó que escribiera su carta a los Reyes Magos, para cuya fiesta faltaba mes y medio. -Es que siempre llego tarde y luego me dices que los reyes no pudieron traerme lo que yo quería, porque lo habían pedido demasiados niños. Los días que llevaba calenturienta en la cama no había parado de nombrar la casa de muñecas en su delirio. -¿Me traerán la casa de muñecas? –repitió Viky. El juguete estaba tan lejos del alcance de Ciriaco como subir al cielo a robar una estrella. Tenía que salir a la mar inmediatamente, por si todavía ocurrían milagros. Tocó la frente de nácar y puesto que la fiebre no era demasiado alta, suplicó a la mujer del pescador que vivía al lado que velara a Viky. Empujó la barca por el rebalaje. -No salgas –le dijo el padre con el escalofrío de la niebla-. Nunca encontrarás el rumbo del regreso a la playa. -Déjate de locuras –le aconsejó Pedro con el peso de la bruma azabache. -¿Qué será de mi niña si no vuelves? –gimió Paula con el cuchillo helado del aire. -Dejadme, sombras, dejadme que conquiste la mar –suplicó Ciriaco a la noche mientras entonaba el verdial entre el castañeo de sus dientes: “Se l’antojao una estrella a la niña que yo adoro... Tres horas más tarde, había perdido el norte. La niebla era una esfera sólida que le ocultaba el brillo del firmamento y las luces familiares de la costa, un muro impenetrable que le forzaba a remar en círculos sin advertirlo, y la red permanecía vacía, sin lastrar el avance de la barca la prodigiosa cosecha de cardumen que anhelaba y por la que rezaba a todos los dioses cuyos nombresconocía. No había milagros en la mar, los monstruos submarinos pugnaban ya por él antes de devorarlo y Viky tendría que aprender a escuchar a los ausentes. La noche era eterna, jamás amanecería, nunca brillaría ante la proa la derrota del retorno. Estaba prisionero en una cárcel líquida con cadena perpetua de espumas y caracolas de hielo. Lloró mientras murmuraba una jabera: Cuántos suspiros me debes vereíta de la mar, cuántos suspiros me debes. Que se levante la niebla y que se llenen las redes, porque mi niña me espera. No había camino de regreso. Las manos le sangraron por el esfuerzo afanoso de recuperar el derecho a besar la carita de lirio y jazmín. Y llegó la hora en que ya no le quedaban fuerzas para seguir buscando el rumbo. Tenía fiebre. La mar quería llevárselo con su padre, con su hermano y con Paula. Ellos le esperaban y nunca le permitirían volver junto a Viky con la red preñada de estrellas. Sintió que lo material se esfumaba mientras su cabeza colgaba sin fuerzas sobre la borda. -Te lo advertí –le amonestó el padre en los torbellinos del delirio. -Fuiste un loco –reprochó Pedro en los latidos que se espaciaban debilitándose. -Mi niña llora –suspiró Paula en el vértigo de la profundidad que iba a engullirle. La niebla se había convertido en una piedra negra, dentro de la cual no había movimiento ni besos de la brisa. Inmóvil, condenado al silencio eterno de un limbo silencioso. Pero... ¡algo traspasaba la piedra! Ya no era un cuchillo helado, sino la caricia suavemente punzante de un alfiler que le retornaba a la realidad; las gotas estallaban en sus mejillas, en su frente y en sus párpados, y no era lluvia porque venían de abajo, de la negrura del mar a pocos centímetros de su cabeza abatida. Abrió los ojos cuando creía que permanecerían cerrados para siempre. Llena a reventar, la red contenía un universo de estrellas. Apresados, los boquerones eran tan numerosos, que saltaban en el agua armando una algarabía de burbujas luminosas convertidas en proyectiles de agua salada. Contempló en trance el chisporroteo, igual que la más bella constelación de estrellas, preguntándose cuál era la luz que hacía refulgir los boquerones. Rescatado del naufragio de fiebre y desesperación, descubrió incrédulo que el haz luminoso de la Farola del puerto de Málaga rompía a ráfagas la neblinosa piedra negra y le señalaba la estela que le conduciría junto al lecho de Viky. Había pesca suficiente para pagar la casa de muñecas.