martes, 17 de agosto de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA. 16ª Entrega


XX - Mano a mano

Cuando el avión tomó tierra en el aeropuerto de Ibiza a primera hora de la mañana del viernes, porque la superstición del Cañita le hacía negarse a volar el mismo día que toreaba si podía evitarlo, Omar Candela volvió a preguntar por Marisa.
-No, niño, ¿no te lo he contao ya dos millones de veces? Dice Isabel que no quiere ni que te mienten.
-¿Cuándo es la novillá de Colmenar Viejo?
-Dentro de dos semanas.
-¿Irán ellas?
-Isabel cree que ni siquiera ella puede. Le pilla demasiao a trasmano.
-¡Joé!
-Olvídate de esa niña, Omarito. Con ella, tó te vino atravesao desde el principio.
-¡No puedo, don Manuel! Yo quiero no acordarme de ella, pero estoy cabreao, tengo que vengarme por la hijaputá que me hizo.
El apoderado observó a su pupilo con preocupación e ironía a un tiempo. Necesitaba hacerle pensar en otras cosas.
-Mira, Omarito; nuestro vuelo pa Valencia no sale hasta el domigo a mediodía, así que mañana noche nos hartaremos de reír con la vida nocturna de Ibiza, que dicen que es una pasá. Pero ná de folleteo, ¿eh?, que toreas el domingo en Játiva. El lunes, en vez de volver directamente a Málaga, nos quedamos un par de diítas en Madrid. Te voy a llevar a unos cuantos sitios donde hay unas gachís que vas a alucinar.
-Sí, don Manuel, tó eso está mu bien. Pero yo quiero una niña de mi edad y que no cobre. Ya me jartan las prostitutas.
-Pues no te quejarás, hijo; donde llegas, pones la pica. Anda que no te salen tías que quieren hacerlo contigo gratis.
-Pero no son muchachas, don Manuel.
-No te comprendo, Omar. ¿No habías dicho que querías ser como don Juan Tenorio?
-Sí. Pero también él acabó embobao con una chiquilla decente, ¿no?
El Cañita reflexionó. El chico estaba madurando. Pasado el primer deslumbramiento, el lógico de todo muchacho tan joven que se encontrara repentinamente admirado por multitudes, comenzaba a descubrir que junto a la pasión estaban también los sentimientos, como correspondía a un joven de su edad. ¿Qué podía hacer para ayudarle? Ciertamente, era una cuestión que no estaba en su mano resolver.
La habitación del hotel disponía de una pintoresca vista sobre el pequeño puerto y la ciudadela. Omar permaneció más de una hora apoyado en el alféizar de la ventana, con aire melancólico.
-¡Vaya novedad! -bromeó el Cañita-. ¿No te apetece salir?
-¿Pa qué? Si en cuanto viera alguna que me hiciera cosquillas en la vista, tendría ganas de llevármela al catre, y usted me lo ha prohibío.
-Mira, Omarito. Mentalízate. Has echao esta semana, que yo sepa, lo menos diez polvos. ¿Es que no puedes darte un respiro?
-Yo sí, pero ésta no -respondió Omar señalando su bragueta- No lo puedo evitar, don Manuel. Ésta es una rebelde.
El apoderado sonrió.
-Pero no puedes quedarte tó el santo día encerrao en la habitación, niño. Por lo menos, vamos a conocer un poco tó esto, que dicen que es mu bonito, por eso vienen tantos turistas. Si quieres, te llevo en un taxi a la playa y nadas un poco.
-¿No estará el agua fría?
-No, hombre, estamos a primeros de junio. De tós modos, por lo menos tomarías un poquillo de sol.
-¿Más? Me paso tó el día al sol en el tentaero.
-No es lo mismo, Omarito. Sienta muy bien a la salud y a los nervios el sol con el salitre. Hala. Vamos a la playa.
Cuando bajaban el terraplén que conducía a la hermosa y recoleta playa, el Cañita se dijo que el taxista era un cachondo de cuidado. ¡Los había llevado a una playa nudista!, y según lo acordado, el taxi no volvería hasta dentro de tres horas. La mayoría eran hombres, pero había las suficientes mujeres en pelotas como para que el niño se pusiera a cien.
-Lo he pensao mejor, Omarito.Vamos dando un paseíto hasta ese hotel que hemos visto al pasar, tomamos algo y llamamos a un taxi.
-No, don Manuel. Esta playa me mola una pechá.
-No me extraña, pero mira que no hay ni siquiera un chiringuito. Yo tengo mis años, y no me voy a quedar tres horas al sol a pique de que me dé un síncope.
-Mire, don Manuel, allí hay un montón de pinos. Vaya usted a echarse bajo un árbol y espere a que me dé un bañito, uno namás, ¿eh? Le sentará mu bien un descansillo con la brisa del mar.
Estaba en plan lisonjero, lo cual revelaba con claridad lo que se le pasaba por la cabeza, pero el apoderado vio que se iba a poner de morros si también le privaba del caramelo visual. Total, en una playa, con toda aquella gente, no había peligro de que el niño metiera lo que no se puede meter antes de torear. Las pocas veces que Omar había estado en la playa desde que tenía hechuras de adulto, usaba el mismo bañador: una holgada bermuda bajo la que se ponía un calzón muy apretado, para no sentirse en evidencia cuando tenía erecciones, que era siempre. Con tal indumentaria, notó que le miraban con hostilidad, puesto que no había nadie a la vista con siquiera un bikini. Comprendió lo que las expresiones significaban; creían que iba de mirón. Notó que las personas que había más cerca de donde extendió la toalla se alejaban como si fuera un apestado. Dudó unos minutos, porque le ruborizaba la idea de exhibirse desnudo, pero, al fin, se quitó el bañador.
Fue como un toque a rebato. De repente, todo el mundo parecía tener algo que hacer en sus proximidades, principalmente los hombres. Pasaban por delante y por detrás de él, hacían como que buscaban algo, se detenían a pocos pasos y lo contemplaban unos con más descaro que otros. En cuando fue una mujer quien lo hizo, ocurrió lo que era inevitable que ocurriera; se había parado entre su toalla y el rebalaje, mirándolo con franqueza, al principio con una sonrisa simpática en los ojos que se trocó en una chispa de admiración cuando advirtió que la mirada ejercía alguna clase de poder telekinésico, porque el pene se alzó pesadamente hasta la vertical en un recorrido que pareció una secuencia animada de cine en cámara rápida. Quedó erguido, sacudido por las vibraciones del torrente de sangre que lo iba rellenando más y más y, en vez de tratar de esconderlo, como solía, Omar extendió y abrió un poco más las piernas para que el obelisco pudiera ser contemplado sin trabas. Ella sonrió gozosamente, como si acabase de descubrir un tesoro insólito en aquel lugar, un tesoro que llevase millares de años buscando, un diamante emergido de la arena donde sólo hubiera guijarros. Omar examinó el moñito rubio del pubis, las kilométricas piernas, la cintura juvenil y el ombligo como una rosa de pitiminí que pedía urgentemente un beso, y devolvió la sonris. La muchacha no necesitó más. Se sentó a su lado.
-¡Hello! -dijo.
Tenía, como la noruega de Torre del Mar, aspecto de nórdica, pero su cuerpo era mucho más estilizado aunque poseía unos pechos redondos como pelotas que parecían haber encolado sobre la piel. No era muy guapa, sus labios eran vulgares y su nariz demasiado porruda, pero el conjunto resultaba atractivo, gracias, sobre todo, a la melena de color de oro que le cubría media espalda.
-No eres española, ¿verdad? -preguntó Omar, como si la respuesta no fuese obvia.
-I don't understand.
Lo que faltaba. Bueno, a fin de cuentas, ¿quién necesitaba hablar?
-Me, Greta.
-Mucho gusto. Yo me llamo Omar. O...mar -repitió, golpeándose el pecho.
-¿Creme? -preguntó Greta, agitando la mano en su hombro.
-¿Bronceador? No, no tengo.
-I have. Wait.
La muchacha se alzó y corrió hacia un grupo de toallas extedidas a unos veinte metros de distancia, ocupadas por tres hombres y una mujer. Greta volvió con el tubo de crema y con la otra única muchacha del grupo, ambas muy alborotadas y con sus bolsos y toallas en las manos, que extendieron a ambos lados de la de Omar.
Les dedicó sonrisas a las dos, pero no sabía qué más hacer. Escrutó a la recién llegada. La cara también era un poco basta, como una sana campesina vikinga, pero el cuerpo parecía clonado del de Greta, salvo por el hecho de que la pelambrera del pubis era más oscura.
-Me, Kristy -dijo la nueva amiga.
-¿You massage we? -preguntó Greta señalando el tubo de bronceador, su espalda y la de Kristy.
Omar asintió y se dio inmediata y gozosamente a la tarea de untar la crema a ambas. Lo hizo a dos manos y simultáneamente a las dos. Le hervía hasta el pensamiento, de modo que, sin aviso, comezaron las convulsiones de su pelvis, gruñó sonoramente y cayó de bruces entre ellas, rendido. Las muchachas soltaron la carcajada al unísono. Cruzaron varias frases entre sí de las que el novillero no entendió ni una palabra y, sin duda puestas de acuerdo, se alzaron y comenzaron las dos a embadunarle al joven todo el cuerpo de bronceador. Tenía el vello de la entrepierna empegostado de semen, por lo que le daba vergüenza volverse boca arriba, pero ellas lo forzaron a girarse sin mediar su voluntad. Seguían riendo, al parecer sumamente divertidas, mientras señalaban los grumos blancos del abundante vello del vientre.
Kristy se dedicó al pecho y Greta a las piernas, extendiendo cantidades exageradas de crema por la piel del joven, la una de arriba abajo y la otra de abajo arriba, por lo que las cuatro manos se encontraron a la altura del vientre. Entre el embadurnamiento de bronceador y semen, las cuatro manos jugaron con el pene, fingiendo casualidad, como si fuera una peonza, lo que volvió a provocar la trampera, efecto que, al parecer, ellas no esperaban ya. Con notable sorpresa en sus ojos, volvieron a reír, pero ahora nerviosamente.
-Wonderful! -exclamó Kristy.
-Bath? -preguntó Greta
-¿Qué? -Omar no comprendía.
Las dos muchachas movieron los brazos, en indicación de que querían nadar. Él asintió.
Cada una lo tomó de una mano y corrieron hacia el agua a saltitos, mientras los cuatro pechos, en vez de a saltitos, penduleaban como cocos en un cocotal agitado por la brisa del Caribe.
Omar se zambulló, convencido de que lo que ellas trataban era de que se le bajara la erección, pero cuando emergió en un punto donde el agua le llegaba hasta medio pecho, las dos nórdicas acudieron prestamente hacia él y lo abrazaron con fuerza, Greta delante y Kristy por detrás. El joven giró la cabeza hacia la playa, pero nadie parecía interesarse por ellos; buscó con los ojos el punto donde el Cañita se había recostado bajo un pino, observando que no tenía la cara vuelta hacia la playa. Tenía vía libre. Tras un leve y momentáneo desfallecimiento por el agua fría, el pene volvía a animarse por el contacto de la carne de Greta y la penetró sin más. Ella dio un salto; quizá le dolía y, al parecer, no esperaba tanta vehemencia, pero en seguida alzó los brazos hacia su cuello, que abrazó, lo mismo que las piernas, con las que envolvió la cintura. Kristy bajó la mano hasta el escroto, notoriamente juguetona. Greta puso los ojos en blanco. A Omar le parecía que nunca había tenido el pene tan profundamente abrigado y que la excitación causada por ese estímulo, sumado al de la mano de Kristy, era la mayor que hubiera sentido jamás. Estar en un lugar público, expuesto a los ojos de tanta gente, y la frialdad del agua, resultó un freno muy útil, porque demoró todo lo que Greta necesitó, que fueron más de doce minutos, pero en cuanto ella se convulsionó y dio enérgicas sacudidas con la pelvis contra la pelvis de Omar, éste gozó de un modo tan intenso que se dijo que tenía que repetirlo cuanto antes. Nunca hubiera imaginado que follar en el agua, mecido por el suave bamboleo de las olas, fuera tan placentero. Besó a Greta y, sin tomarse una pausa, se volvió hacia Kristy, que imitó en todos los detalles la actuación de su amiga. Esta vez, en vez de una mano, fue una boca lo que sintió acariciándole el escroto, porque Greta se había sumergido, agachada. Sentía que iba a volverse loco de placer, cuando escuchó la voz desencajada del Cañita:
-¡Niño, serás desgraciao...! Te voy a romper la cara a guantazos. ¡Ven acá pacá!
Estaba a medio camino entre el rebalaje y el punto donde se encontraban, con el pantalón arremangado hasta medio muslo.
-¡Omar, coño!, ¿cómo tengo que decírtelo? Suelta ahora mismo a esas putas y ven pacá.
El novillero deshizo el abrazo de Kristy, apartó a Greta y, cabizbajo, se dirigió hacia su apoderado. Escuchó que una exclamaba:
-You are a gay's gigoló!
Por suerte para ellas, no comprendió lo que la frase significaba ni tenía imaginación para preguntarlo; ahora debía emplearse a fondo en la tarea de aplacar al Cañita.

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