lunes, 2 de agosto de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA . 10ª entrega


XII- Aplauso

Había pocos tertulianos en el Club Taurino. El local, en los bajos de La Malagueta, no era precisamente el más fresco de la ciudad.
-Hombre, Manolo -exclamó el boticario Álvaro García-, me alegra que se te haya ocurrido venir a estas horas, porque con la calor que hace, no tengo ganas de irme a mi casa. ¿Cómo va lo de Omarito?
-Ya no lo apodero.
-¡Hombre, por fin! Menos mal que te ha dao un ataque de cordura.
-Pero se me ha quedao un mal cuerpo...
-Es natural. Uno se acostumbra hasta a lo malo, y llevas un año aguantándole a ese manúo carretas y carretones. Pero en cuando pase una semana, te alegrará un pechá haberte librao de él. ¿Por qué ha sido la ruptura?
-Ná, que el niño se ha creído que, con dos tardes regulares y sin que le devuelvan el novillo a los corrales, ya es Pedro Romero. Y bien sabes tú que también en las plazas de toros suena a veces la flauta por casualidad. Omarito ha tenido suerte con dos toros de dulce, a los que otro con mejores condiciones y más experiencia que él les habría cortao el rabo y, en cambio, él, total, no ha hecho más que cuatro monerías, con las que se ha convencío que ya ha llegao a la meta, cuando todavía le falta recorrer dieciocho tours de Francia. No tengo edad pa aguantarle más insolencias a un mocoso.
-Por supuesto que no, Manolo -aprobó Álvaro-. Durante el último año, has vivido tu particular tercio de sueños, un sueño que no era más que un desvarío. Ese pedazo de tarugo con ojos no vale la pena porque tiene las bolas de adorlo como los árboles de navidad. Lo que debes hacer es mirar pa otro lao si vuelve a intentar acercarte a ti.
-Pero es que, en medio de tó, creo que le he cogío cariño...
El boticario escrutó a su amigo durante una larga pausa.
-Oye, Manolo, tú sabes que te tengo mucho aprecio, ¿verdad? Mira, eres un hombre culto, te jubilaste cuando estabas a punto de alcanzar lo más alto del escalafón de funcionario... y, sin embargo, has venido comportándote como un incauto. No tenemos edad pa esta clase de aventuras, Manolo. Sacar una figura del toreo sólo lo consiguen familias con mucha tradición taurina, con muchísimos millones y hasta con ganadería propia. Lo del Cordobés, Palomo y otros como ellos, son rayas en el agua. Lo normal es que salga gente como Rivera, que viene de tres dinastías toreras, o como el Litri, que de casta le viene al galgo. Este berenjenal en el que te has metío con Omar Candela, estoy seguro de que tiene que estar costándote un pastón y, total, pa ná, porque un cagueta como ése no tiene posibilidad ninguna, salvo que se folle a una millonaria vieja que le costee el capricho, como también han hecho algunas figurillas que los dos conocemos. Te alabo la decisión que has tomao. Ahora, y para evitarte la tentación de volver con él, yo en tu lugar, me quitaría de enmedio y dedicaría un mes a darme gusto. ¿Por qué no te vas de crucero por el Mediterráneo? Contrata a una prosti que esté buena, invítala al crucero, y a disfrutar, que son dos días.
El Cañita observó a su amigo mientras tomaba un sorbo del catavinos. Tenía razón. Eso era lo que tenía que hacer; despojarse del inexplicable malhumor echando una cana al aire.


XIII Salto de talanquera

Omar Candela se levantó con el alba. No sabía poner nombre a lo que sentía; ¿qué palabras se usaban para describir una espinosa penca de higos chumbos que se deslizara por el corazón desollándole el alma?
Ni siquiera dedicó un pensamiento a la férrea erección que sólo se aflojaría con diez minutos de ducha fría, porque únicamente tenía imaginación para recriminarse una y otra vez su estupidez.
Don Manuel había hecho bien en apartarse de un pedazo de mierda pinchá en un palo como él, porque debiéndole lo que le debía, se había portado como un completo desagradecido. ¿Tenía alguna posibilidad de hacerle cambiar de idea? ¡Qué va! Le había insultado y eso un hombre como don Manuel no podía tolerarlo. Pero de todos modos, algo tenía que hacer, porque, si no, qué iba a pasar a partir de hoy, en qué iba a trabajar. ¿Recoger cañaduz?, ¿caer, como alguno de sus conocidos, en la tentación de convertirse en gigoló de fin de semana en Torremolinos?, ¿dejarse seducir por el matuteo de la droga en Marbella? Debía reaccionar antes de que fuera tarde. Si tenía que arrodillarse ante don Manuel y besar el suelo que pisaba, lo haría.
Impaciente, empleó sólo seis minutos en las ceremonias matinales del baño y se vistió en la mitad del tiempo acostumbrado. Quería abandonar la casa con sigilo, pero su madre salió presurosa en su busca hacia la cocina y lo encontró bebiendo un litro de leche directamente de la botella.
-¿Vas al cortijo?
-No. El Cañita habrá llamao anoche anulando el entrenamiento.
-No lo creo. ¿Por qué no lo llamas por teléfono?
-Me va a colgar.
-¿Y qué pasa con la novillá del sábado?
-No lo sé.
-Toma.
-¿Qué es esto?
-Tres mil pesetas, pa que cojas un taxi y vayas de bulla a casa de don Manuel. Y, como me digas que no, te voy a partir la cara.
Tomó el único taxi que había en la plaza del pueblo, cuyo conductor lo recibió con palmadas, como hacían todos los vecinos, y se puso muy contento por la estupenda carrera con que comenzaba el día.
-¿A qué parte de Málaga?
-El paseo marítimo Picasso.
-¿A casa de tu patrón? Vamos pallá.
Era inútil. El Cañita no querría escucharle, con razón. ¿Por qué había tenido que ser tan majareta? La verdad era que se le había calentado la boca, y dijo cosas que ni siquiera había pensado nunca. ¿Por qué se puso tan insolente? No lo comprendía, no quería reconocer ni siquiera para sus adentros que el posible reencuentro del sábado en Palencia le ponía nervioso.
Eran las ocho menos cuarto de la mañana cuando llegó a la puerta del edificio. ¿Podía llamar a esas horas al portero electrónico? ¿Le colgaría el telefonillo y lo mandaría a la mierda, con razón? ¿No sería mejor esperar en la puerta hasta que el Cañita saliera, y abordarlo entonces?
Sin él, estaba perdido. Era él quien le había convencido de que tenía hechuras de torero, aquella tarde que fue como invitado a una boda que celebraron con una capea. Después de estar un año a su lado, no tenía ni idea de si podía continuar en los toros por su cuenta, dónde se entraba en contacto con la gente que sabía ni a quién pedirle su mediación. Pero no se trataba sólo de la imposibilidad de seguir. Era que se había acostumbrado a estar a todas horas con el Cañita y no podía imaginar las cosas de otro modo. El vejete era un tío legal, demasiado bueno había sido con él, dándole tantos caprichos, que a ver cuántos miles de duros le debería ya a cuenta de los toros y de la Nancy.
Y luego estaba ese otro asunto. Se había vuelto sexualmente un hombre gracias al Cañita. A partir de ahora, no tenía ni maldita idea de cómo resolvería esa cuestión, puesto que la masturbación le parecía a estas alturas lo más soso del mundo. Antes de que pasaran dos semanas, se habría vuelto completamente loco sin poder desahogarse.
Y, a fin de cuentas, la verdad era que quería muchísimo al viejo, de lo que no le hablaba a su madre para que su padre no se encelara.
Vio que un vecino estaba a punto de abrir la puerta para salir. Se situó junto a la cristalera de un salto y aprovechó la oportunidad para colarse en el portal. En el ascensor, todavía dudó un poco más; pero no tenía más salida que pedirle perdón.
Volvió a dudar ante la puerta del piso. Eran las ocho y cinco, seguramente estaría despierto ya, porque los días que tenía entrenamiento solía llegar al cortijo a las ocho y media. ¿Y si se negaba a abrirle la puerta? Ya sabía lo que tenía que hacer: tocaría el timbre, pero se agacharía para que no viera por el visor que era él.
Así lo hizo. En cuclillas, pulsó el llamador. Oyó los pasos del Cañita, que se aproximaban a la puerta, y el roce del obturador de la mirilla. No abrió y volvieron a oírse sus pasos hacia el interior de la vivienda. Pulsó el timbre otra vez. Los pasos regresaron hacia la puerta y, ahora sí, notó que se descorría el resbalón. En cuanto vio la rendija, empujó la puerta y, de un salto, se abrazó al cuello de su apoderado.
-Quita, niño, que estoy en calzoncillos y los vecinos van a pensar mal.
Omar Candela no consiguió decir nada de lo que le había costado toda la noche cavilar. Estaba llorando.
-Sécate ese llanto, niño y, a partir de ahora, demuestra que eres un hombre

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