sábado, 21 de agosto de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA. XXVI Natural


XXVI – Natural

A causa de la fatiga del viaje de ida y vuelta a Madrid, por la alegría del triunfo y comprensivo con las tensiones que el muchacho había pasado estando disgustados, Manuel Rodríguez permitió a Omar descansar el lunes siguiente y, como los martes no tenían jamás entrenamiento ni había otras cosas que hacer, no se volvieron a ver hasta el miércoles.
-Nos han salío otras cinco novillás, niño. ¡Esto marcha!
-¿Superaré este verano el récord de Jesulín?
-¡Tú estás loco! Ni este verano, ni nunca. Es una locura torear tanto. Las cosas hay que hacerlas con tino. Lo que sí es que, si redondeas en junio dos tardes más como la de Colmenar Viejo, trataría de organizarte la alternativa pa la feria de Málaga.
-¿Cree usted? -esa posibilidad le maravillaba y horrorizaba a la vez.
-Sí, niño. Los novillos son poca cosa si tenemos en cuenta tu fuerza y tu tamaño. Necesitas jugártelas con toros de verdad. ¿No ves que, si no se te mira esa cara de mocoso, tu cuerpo es el de un tiarrón hecho y derecho? Desde los tendíos no se aprecian las caras, sino las hechuras, y el grosor de tus piernas, tus hombros y... lo que tú ya sabes, hace creer de lejos que eres un tío de treinta años. De aquí a ná, la gente va a empezar a decir que eres mu viejo pa seguir de novillero.
-¡Don Manuel, que todavía no he cumplío los dieciocho! Me faltan cuatro meses y medio.
-¿Qué le vamos a hacer? Lo que importa es lo que parece, y tú pareces ya el padre del Juli. Hala, a entrenar, que tienes que mejorar las chicuelinas y las manoletinas. Arza. Trabaja también un poco los afarolaos, que bajas la mano mu pronto. Mañana dedicaremos tó el día a las estocás.
-Yo... quería preguntarle una cosa.
-Larga.
Omar titubeó, carraspeó, cargó el peso sobre una pierna y, luego, sobre la otra. Finalmente, se decidió:
-Que yo quiera ser como don Juan no estorba a los toros, ¿verdad?, siempre que no folle dos días antes de las corrías, ¿no?
-Más o menos.
-Es que ya no tengo ganas de putas, don Manuel. Preferiría saber que las trajino por las buenas, ¿sabe usted? Que no sea por dinero.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
-Pues... que si puede usted adelantarme algo. No se cabree. Reconozco que todavía no ha recuperao usted la inversión, pero si pudiera... en fin.
El Cañita mantuvo la expresión adusta, pero estaba sonriendo por dentro. Concedió con benevolencia:
-Veinte mil pesetas a la semana. Ahora y siempre... hasta que pase un tiempo... Quiero decir que, hasta que no tengas veintidós o veintitrés años, el dinero se lo daré íntegro a tu padre. ¿Tienes algo que oponer?
-No, don Manuel; lo que usted diga.
-Pero nunca te acostarás más tarde de las doce y media de la noche. Mira que tu madre está compinchá conmigo, y te voy a controlar. Y otra cosa, niño: que no necesitas demostrarte que puedes conquistarlas sin dinero; ¿es que no está colaíta por ti la muchacha de Valladolid?

Toreaba el domingo en Lucena y, antes, tenía que pasar cuarenta y ocho horas de cuarentena. Sólo disponía de las noches del miércoles y el jueves para el sexo, de manera que no podía dejarlo para mañana. El apoderado lo llevó en el coche hasta las proximidades del paseo marítimo, donde le dio un último consejo:
-Mira, Omarito; ten una mijilla de tiento, que ni toas las mujeres son putas ni se acuestan por las buenas con el primer semental que se les cruza en el camino. Trata de ser fino, no insistas cuando veas que no te dicen que sí a la primera de cambio, ten cuidao de que no se te noten las ansias. A las muchachas decentes hay que cortejarlas, decirles cosas bonitas y no puedes tocarles las tetas si antes no has notado por mil detalles que ellas quieren que se las toques. ¿Vas comprendiendo?
-Sí, don Manuel. Pero... ¿y si no me salen esas palabras bonitas?
-Las mujeres consideran que son bonitos todos los elogios y lisonjas que puedas inventar: Que es la más guapa que has visto, que hay que ver cómo sonríe, que sus pestañas son como cañas de pescar... Pero no vayas a decir "¡vaya par de tetas que tienes!" o "el olor de tu coño me vuelve loco". ¿Lo coges?
-Creo que sí. Condiós don Manuel... y muchas gracias.
Guardó diez de las veinte mil pesetas que le había dado el Cañita en uno de los pliegues ocultos de la cartera y las otras diez, en el bolsillo del pantalón. El pub donde había estado con el Cañita y Lola, aquella belleza de Vélez, le parecía territorio conocido y, por ello, fue el que eligió. Mientras entraba con no demasiada confianza, se preguntó cómo habría quedado de desfigurado el mirón del malecón, el que había perdido la nariz de tanto asomarse para satirearles a Lola y a él. Sonrió.
Unas quince personas ocupaban las mesas y todas iban en parejas o en grupos, ninguna chica sola, pero intentar atreverse a entrar en un local donde nunca hubiera estado quedaba descartado. Esperaría. ¿Qué podía pedir en la barra?
-Un Trina de naranja.
¡Digo! ¡Quinientas pesetas un Trina! Tenía que andar con cuidado para no quedarse parruli en una noche, y estirar el dinero todo lo que pudiese, por si acaso las cosas rodaban mal y tenía que ir al puticlub. Sentía hambre, pero si pedía un bocadillo en ese sitio tendría que solicitar una subvención al gobierno. Engulló afanosamente el platillo de frutos secos, que supuso que sería gratis.
-Hola, oye, tenemos una discusión mis amigos y yo. ¿Tú no eres mataó?
La que se lo preguntaba era una muchacha de cara algo sosa, con sus pecas y sus ojos de catequista, pero lo que abultaba su camiseta era muy prometedor, un par de cosas como las de Magrit aunque a tono con su menor altura. Llevaba el pelo muy corto, estilo que no le parecía atractivo, pero sonreía con dulzura. La había mirado de pasada al entrar, sin prestarle demasiada atención porque se encontraba sentada con otra muchacha y un muchacho. Consideró que no era un buen comienzo que conociera su profesión de antemano, pero tampoco quería mentir.
-Novillero.
-¡Lo sabía! Toreaste en Nerja, ¿no?
-S...sí -sentíase más cortado que nunca frente a cualquier mujer. Claro, que no se trataba de una mujer experta, como todas las que había tenido entre sus brazos, sino de una muchacha decente, alguien a quien, de acuerdo con las indicaciones del Cañita, debía respetar antes que desear.
-He ganao la apuesta -anunció ella, triunfal- ¿Quieres sentarte con nosotros?
-Allá voy.
-Perdona, no me acuerdo de cómo te llamas.
-Omar, ¿y tú?
-Viky -ya habían llegado junto a los otros dos-. Escuchad, yo tenía razón. Es torero y se llama Omar. Te presento a Toñy y Juan Carlos.
-Mucho gusto -dijeron los dos al únisono.
-Bueno -dijo Viky-. Ahora, tenéis que pagar la apuesta.
-Está bien, tía -dijo Juan Carlos-. ¿Qué queréis tomar?
-Un cubata de Larios -dijo Viky.
-¿Y tú? -preguntó el muchacho a Omar.
-Tengo todavía el refresco por la mitad.
-¿Un refresco? -ironizó Juan Carlos-. ¿Tú qué eres, un seminarista? Tómate un pelotazo, tío; pago yo.
-Otro día. Mañana tengo que entrenar en el tentaero.
-¿Así de controlada es la vida de un novillero? -se interesó Viky.
-¿Controlada? Pues, no sé -en realidad, Omar no entendía lo que significaba la pregunta-. Lo único que sé es que me tengo que levantar a las siete pa poder llegar a las ocho y media, andando, al tentaero, que está a cuatro kilómetros de mi casa, y me gusta estar fresco.
-Yo creía que los toreros estabais tós podríos de pasta -dijo Juan Carlos- ¡Andando pa el tentadero! ¿No has ganao pa un coche?
-No lo sé. Pero, igual, no puedo sacar el carné. Tengo diecisiete años.
-¡Diecisiete! -exclamó Toñy- ¡Venga ya!
-¿Seguro que tienes diecisiete? -se admiró Viky.
-¡Claro!
-Vaya un caramelito -afirmó Toñy.

Juan Carlos sonrió con picardía. Le hizo a Viky una señal que Omar no supo interpretar, pero, a continuación, ella se arrimó en el asiento un poco más, hasta que las piernas de los dos dos quedaron muy juntas. Omar tuvo un sobresalto; el pene se le había disparado en el pantalón hasta la rigidez instantánea. No quiso ni mirarse, temiendo que se dieran cuenta, aunque la escasa iluminación ayudaba a embozar la prominencia.
-¡Qué penita! -bromeó Viky, pasándole los dedos por la barbilla-... tener que estar como los futbolistas, sin beber ni trasnochar, tan sacrificao por los toros. ¿Te controlas tanto con todas las demás cosas?
Omar supuso que podía referirse al sexo, pero recordó el consejo del Cañita y prefirió ignorar la alusión, no fuera a meter la pata. Dijo:
-Hay que estar en buena forma. Los toros son una cosa mu seria.
-Yo creía que tenías lo menos veintidós o veintitrés años -aseguró Toñy-. Siendo tan joven, estarás casi empezando, ¿no? -Omar asintió-. Entonces, a lo mejor llegas a ser mu famoso.
-Lo voy a intentar. Me están saliendo muchas novillás... ¡y pagás! El año pasao, mi apoderado tenía que pagar pa que me dejaran torear.
Durante la hora siguiente, Omar, deslumbrado porque aquellas tres personas se interesaran tanto por sus cosas, les contó todo lo que sabía de su profesión y los avatares de su corta biografía taurina, omitiedo cualquier referencia a las experiencias sexuales. Cuando tenían los vasos vacíos y Omar había consumido todos los platillos de patatas, aceitunas y frutos secos que el camarero les había llevado, dijo Juan Carlos:
-Nosotros -señaló a Toñy y a él mismo- pensamos dar una vuelta. ¿Queréis venir?
-¿Tú qué dices? -preguntó Viky-. Como llevas esa vida de cura...
-¿Es mu lejos? -preguntó Omar.
-No -respondió Juan Carlos-. Vamos a subir a Gibralfaro, que está ahí mismo. Arriba, hay unas vistas acojonantes.
-Entonces, voy con vosotros.
El monte, coronado por una fortaleza morisca, se encontraba tan sólo a unos cuatrocientos metros del pub. Durante la escalada por senderos empedrados entre jardines y pinos, Omar se adelantaba a los tres a cada paso. Al darse cuenta, contenía las zancadas y trataba de acomodarse al ritmo del grupo, comprendiendo que ellos no estaban tan bien entrenados como él, pero en seguida volvía a acelerar. Presentía que en la cima le aguardaba algo más interesante que los panoramas. Igual que había hecho don Juan Tenorio, ahora subía a un castillo donde dejar a alguien un recuerdo; si no se equivocaba, Viky ansiaba tanto como él llegar a la cima y conservar el recuerdo. Reconocía no poseer perspicacia suficiente para apreciar matices sutiles, pero las alusiones, los gestos y la conducta de la muchacha no le hacían sentirse culpable por sus intenciones, pues no parecía una doncella tan recatada como para sufrir al sentirse burlada. Porque este aspecto de las hazañas de don Juan le causaba desazón; el gachó se vanagloriaba de haber metido la ruína en un montón de familias. Claro, que se trataba de otra época; en los tiempos presentes, don Juan lo habría tenido más fácil, puesto que la idea que tenía la gente de la decencia no era tan estúpida como la de entonces; lo que, tal vez, habría disminuido el interés de quel tipo vestido con bombachos, puesto que, por sus palabras, daba la impresión de follarse a las tías sólo para poder jactarse después de la "memoria amarga" que dejaba. De todos modos, no deseaba en modo alguno perjudicar a nadie. A él, que le dieran un par de buenos polvos, y tan a gusto.
-Mira, ¿no te parece cojonudo? -le preguntó Juan Carlos, señalando el paisaje, para lo cual había dejado sólo un segundo de besar a Toñy.
Se encontraban en un mirador, cercano a la fortaleza. Abajo, casi toda la ciudad, las arboledas, las dársenas del puerto, las playas de La Caleta, La Malagueta y San Andrés, y la plaza de toros. ¿Cuándo podría torear ahí? La contemplación del paisaje le emocionaba, pero no sabía cómo calificarlo. ¿Valdría usar la misma palabra que Juan Carlos, "cojonudo"? El Cañita le había aconsejado que no dijera palabrotas.
-¡Es casi tan bonito como la finca donde entreno! -fue el único superlativo que se le ocurrió.
Los otros tres se echaron a reír. Se preguntó dónde estaría la gracia. Viky le agarró la mano y jaló hacia la milenaria muralla, adelantándose a los otros dos, que se rezagaron. La cima estaba próxima... y en la cima se aproximaría también la ocasión de dejar recuerdo de él.
-¿Te gusto? -preguntó Viky.
-Eres mu graciosa.
-¿Sólo eso? -ella pareció decepcionada.
-¡Tienes...! -Omar se contuvo, pero la mirada se le deslizó hacia las incitadoras prominencias de la camiseta.
Ella notó la mirada, lo que alarmó al novillero. Pero Viky sonrió.
-¡Osú, tós los tíos pensáis en lo mismo! -refunfuñó con humor.
-Estás mu bien. Yo...
-¿Quieres besarme?
En vez de responder, lo hizo.
-¡Estás de un buenorro que crujes! -alabó Viky.
-Tú estás mejor.
-¿De verdad?
-¡Claro!
Y, sintiéndose alentado, la envolvió en un abrazo. Como no podía ser de otro modo, ella sintió al instante lo que el pantalón contenía.
-¿Tienes?
-¿El qué?
-Goma.
-¡Claro! A ver.
-Vamos al otro lado del castillo -sugirió Viky-. Allí hay menos luz.
Siguieron la línea de la muralla, rodeándola hasta un punto donde los pinos eran más abundantes y frondosos, y el paisaje vislumbrado a través de las ramas era la zona opuesta al puerto, el norte de la ciudad. Cuando ella se detuvo, casi recostándose contra la ciclópea pared de piedra, Omar dudó. ¿Podía bajarle los pantalones vaqueros y hurgar en sus bragas, o tenía que esperar a que ella comenzara a desnudarse? De repente, comprendió que el brillo fulgurante de las oportunidades que el toreo le otorgara durante el último año, al mismo tiempo le había cegado para las experiencias propias de su edad. No sabía cómo tenía que comportarse con una muchacha que no fuera una prostituta o una casada insatisfecha. Antes de que surgiera una novillada cerca de Valladolid y, con ella, la ocasión de intimar con Marisa, debía recuperar el tiempo perdido. Intuyó que Viky notaba su indecisión, porque, tras un paréntesis durante el que lo escrutó sonriente, comenzó a aflojarle el cinturón. Fue la señal de partida. Al instante siguiente, Omar desabrochó el pantalón femenino y lo bajó hasta medio muslo.
Lo que siguió era completamente diferente de lo experimentado hasta entonces. La Nancy, Lola, la marquesa de Benaljarafe, eran incendios poderosos desde el principio, una hoguera ya encendida antes de abrazarlas. Con Viky no era así. Ella actuaba con la misma timidez que él, poco a poco, tanteando, sin desbocarse en busca del pene erecto. Curiosamente, esta actitud tenía un efecto sedativo, pues vio, con sorpresa, que no iba a estallar en cuanto la penetrara; sabía que aguantaría hasta que ella comenzara a convulsionarse. Esta constatación le hizo sentir confiado de un modo desconocido; de repente, se sentía experto, capaz, controlaba con autoridad y no con abandono lo que habría de suceder, cuya secuencia se le iba revelando en la mente como los fotogramas de una película.
Besó primero los labios, beso en el que ella le correspondió de manera gradual; sólo después de unos minutos abrió los labios para permitirle hurgar dentro con la lengua. A continuación, besó los ojos y, recordando la recomendación del Cañita, dijo:
-Tienes las pestañas como cañas de pescar...
Ella sonrió con gran intensidad.
-Gracias -murmuró.

Ahora podía llegar más allá. Bajó la boca hacia el cuello, mordió con suavidad y siguió hacia la nuca, humedeciéndole la piel. Notó que ella inspiraba hondo, con un suspiro, y que los pezones presionados contra su pecho se endurecían. Ahora podía presionar a su vez el vientre, para que ella se preparase. Recorrió la espalda con las manos, con calidez pero sin violencia, y las bajó hacia los glúteos, al tiempo que adelantaba sus caderas. Ella alzó la barbilla, echando la cabeza hacia atrás.
-Te... quiero -dijo con tono ronco.
Esta declaración alarmó a Omar. ¿Podía ser verdad que le quisiera tan pronto?, ¿iba a hacerle daño no correspondiéndole? No, debía de ser sólo su modo de decir que estaba pasándolo bien. Desde la posición en que las mantenía, aferradas a los glúteos, metió las manos bajo la camiseta y la arrolló hacia arriba. No tenía sostén. Los pechos se desbocaron generosos contra su pecho al quedar libres. Se quitó precipitadamente la camisa con objeto de poder abrazarla de nuevo en seguida, porque ella comenzaba a aflojar las piernas y podía caer. Echó la camisa al suelo, procurando que cayera extendida sobre la yerba para que no se arrugase; un reflejo condicionado por un año de experiencia torera. Al rodearla otra vez con los brazos, Viky murmuró:
-No me hagas daño. Es demasiao...
Comprendió. Tenía que prepararla un poco más. Bajó la cabeza hacia los pechos y los estuvo lamiendo largos minutos, mientras acariciaba la vulva con la mano. Recordó el botón aquél, ¿cómo había dicho Silvia, la marquesa de Benaljarafe, que se llamaba?, ah, sí, clítoris. Abrió cuidadosamente el pliegue y dio con él. En cuanto comenzó a acariciarlo con la yema del dedo corazón, Viky salió del abandono. Las manos provistas de uñas no muy largas, estaban apretándole la espalda y arañándole la piel de un modo apremiante, mientras las caderas batían contra su mano y su vientre. Había llegado la hora. Entraba en un terreno conocido. Se embutió el condón con pericia, con la misma mano que había estado acariciando el clítoris, y acercó el glande a la entrada de la vagina, sin presionar, esperando a ver lo que ella hacía. Viky se apretó un poco más y alzó los talones, para enfilar mejor su ángulo. Omar prosiguió la invasión.
-Despacio -rogó ella-. Es demasiado...
Otra que mencionaba las dimensiones como si fueran algo de otro mundo. No creía que el tamaño de su pene fuera tan insólito. Su primo Tomás lo tenía más grande, lo menos tres centímetros más que el suyo cuando estaba flojo, lo había visto muchas veces mientras se bañaban desnudos en el río, y los cuatro o cinco vecinos más íntimos disponían de volúmenes muy parecidos, todos entre la dotación de su primo y la suya. ¿Sería verdad, como había dicho aquella valenciana, Quimeta, en Nerja, que los hombres de Cártama eran superdotados? Eso era un estupidez, habría grandes y chicas, como en todas partes, a pesar de que Viky parecía no estar acostumbrada a esa dimensión. De cualquier manera, era mejor tener cuidado, no fuera a salir huyendo monte abajo.
Tal como ella le pedía, fue profundizando poco a poco. Era muy estrecha, ahí estaba el problema. Le iba a causar daño. ¿Qué podía hacer? Ah, el clítoris. Bajó de nuevo la mano derecha para acariciarlo. Por los gemidos de Viky, entendió que quería más y, sintiendo que ya no podría aguantar mucho, empujó hasta el fondo. Ella dio un alarido.
-Perdona, perdona -suplicó Omar.
-Perdona tú -rogó Viky-. ¿Me habrá oído alguien?
-No creo. No ha sío pa tanto, y hay mucho bosque. ¿Te la saco?
Por toda respuesta, ella se apretó contra él con más fuerza y aceleró las embestidas.
-¿Ya? -preguntó Omar.
-Casi.
Un nuevo acelerón de ella. Él no se atrevía a empujar, por temor a que gritara otra vez. Estaba mirándola a la cara, a ver si por fin comenzaba, porque ya no podía aguantar más. Vio que se mordía los labios, seguramente para impedirse a sí misma gritar, y las ventanas de su nariz aleteaban como golondrinas, las pupilas giraban en los ojos y había dejado de sostenerse en sus propias piernas. Entonces, le bastó un movimiento de caderas para sentirlo él. Como era tan estrecho el cobijo, el orgasmo masculino duró un tiempo increíble, en una sarta de sacudidas que se produjeron como a cámara lenta. No recordaba otro tan satisfactorio, a excepción de aquel sueño raro que tuvo en el hotel de Madrid. Ahora, arrebatado, mordió y besó los labios de Viky ya sin pensamiento, sólo instinto.
-Te... quiero -volvió a decir la muchacha.
Omar apretó la boca para no decirlo también. Una cosa era aliviarse y otra muy distinta hacer promesas falsas. Total, llegar hasta donde había llegado con ella no había sido difícil, así que no se trataba de una romántica melindrosa como la monjita aquella de don Juan, doña Inés, pero no alentantaría ilusiones que no podía corresponder.
-¿Ha estado bien? -preguntó ella cuando vio que él no estaba dispuesto a hacer la misma declaración.
-Fantástico, a ver. ¿Y pa ti?
-Maravilloso. Ahora ya no querrás volver a verme.
-Sí, si querré. Pero... ya sabes. El toreo es mu esclavo.
-Te voy a dar mi teléfono.
-Yo no tengo -mintió Omar.
-¿Me llamarás?
-Seguro.
Volvieron en busca de la otra pareja. Omar presumía que Juan Carlos y Toñy habían tenido tiempo de sobra para hacer lo mismo, de modo que se dirigió decididamente hacia el mirador donde los habían visto por última vez y, en efecto, ya estaban esperándolos.
-¿Por qué tienes tanta prisa? -le preguntó el muchacho cuando bajaron del monte, al notar que Omar miraba constantemente el reloj.
-Mi autobús sale dentro de veinte minutos.
-No te preocupes, yo te llevaré; a Cártama no se tarda ni un cuarto de hora. Vente con nosotros a la discoteca.
Viky le suplicaba con los ojos.
-¿Hasta qué hora? -preguntó.
-¡Quién sabe! La noche es joven.
-Tengo que levantarme a las siete.
-Qúedate un poco más -rogó Viky-. Te llevaremos cuando quieras.
-Imposible. Cogeré el autobús y mañana te llamo.
Cuando el vehículo emprendió la marcha, se ufanó de haber resistido la tentación, ya que presentía que, de disponer de más tiempo, a lo largo de la noche hubiera podido repetir.

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