viernes, 6 de agosto de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA. 14ª entrega


XVII – Aliño

A causa de la excitación, por revivir su memoria una y otra vez los detalles de la lidia de su segundo, y recreándose con los ecos de los vítores de la plaza de Palencia, el domingo por la noche no conseguía Omar dormir a pesar del cansancio del viaje.
Fiel a las instrucciones del Cañita, y porque tendría que despertarlo a las siete de la mañana, Carmen, su madre, le obligó a acostarse a las once, cuando todavía estaban las tabernas a tope, con los amigos y el primo Tomás de cachondeo quién sabía hasta qué hora y, en Torremolinos, un motón de guiris que ni habrían comenzado aún la noche de marcha, cuando emprenderían los habituales tiras y aflojas, comunicándose con señas y balbuceos, hasta elegir entre la legión de hortelanos de toda la Hoya, que hallaban con las turistas el alivio que resultaba tan complicado conseguir en sus pueblos, por la supervivencia de las convenciones que obligaban a trámites, súplicas y disimulos inacabables antes de que alguna vecinita se alzara la falda.
Y él, con la perinola a reventar porque, tras el viaje, y aunque el Cañita se lo había ofrecido, creyó por una vez preferible correr a descansar en vez de ir donde la Nancy. Aunque se adormiló al caer en la cama, despertó arrepentido a los pocos minutos, a causa de los apremios de la trempera.
Tras cuatro o cinco vueltas sobre el colchón y varias docenas de suspiros de envidia por la libertad descomprometida de los muchachos de su generación, consiguió dormirse y, otra vez, volvió a despertar en plena primera descarga de la noche, con el estoque todavía sacudido por el remate de la faena. Luego de limpiarse con la toallita que solía poner en la cabecera para tratar, casi siempre sin fortuna, de que no quedasen huellas en la sábana, miró el reloj; sólo eran las doce menos veinte. Acechó a ver si su madre estaba despierta y al liquindoy; sí, miraba en la televisión una película de ésas que ella tenía que ver con el pañuelo en la mano; tal vez podía escapar sin que se diera cuenta. Se enfundó el vaquero y una camiseta y, sin calzarse, con los tenis en la mano, encajó con sigilo la puerta del dormitorio y salió al pasillo pero no se dirigió a la sala, sino hacia el patinillo lleno de macetas, donde la escalera que subía a la azotea le conduciría a la libertad mediante el trámite de descolgarse por la reja de la ventana de su propia habitación.
-¡Omar! -le saludó Tomás-. Me ha dicho mi madre que estuviste fetén ayer en Palencia. ¿Ya eres rico?
-No digas chalaúras. Me parece que todavía le debo a mi apoderao como pa comprar diez camiones de langostinos.
-Entonces, te invito. ¿Qué quieres beber?
-Un Trina de naranja.
-¡Serás mariquita! Bébete un lingotazo, majara, que pago yo.
-No. Tengo tentaero mañana a las ocho y media. Oye, primo, ¿tú con quién follas?
-¿A qué viene eso?
Uno de los amigos, que les daba la espalda apoyado en el mostrador, giró la cabeza y dijo:
-¿Tú no sabes, Omar, que tu primo está siempre con la alemanita?
-¿Con la alemanita? ¿Has ligao en Torremolinos, primo?
-¡Qué va! -exclamó el amigo-. Tomás se pasa todas las noches diciendo: "¡Hale, manita!"
-Joé -masculló Omar-. No sé cómo coño he caío en un chiste que es más viejo que andar palante.
-¿Por qué quieres saber eso, primo? -preguntó Tomás.
-Bueno... ¿Te arreglas con tu novia?
-¡Tú estás pirao! ¿Es que no la conoces?
-¿La Marieva quiere llegar virgen a la iglesia?
-Tampoco hay que exagerar. Es que no tiene ni diecisiete años y ya sabes cómo se las gastan su padre y sus hermanos. ¿No te acuerdas de la que le dieron al Curro el de la pizarreña cuando dejó preñá a la hermana mayor?
-¿El que tuvo que casarse con la escopeta encajá en las paletillas?
-El mismo. Pues con la Marieva, igual pero peor, porque como es la más chica...
-Entonces, ¿dónde metes el queso?
-Bueno... pues, con lo que cae.
-O sea -ironizó Omar-, que te comes menos roscas que un pescao, y tuviste la poca vergüenza de chismearle al Cañita que yo no... ¡A que va a resultar que tú todavía no la has metido en caliente!
-¡Serás majara! ¡Qué más quisieras tú!
-Pues mira, primo, que me creo yo que puedo darte lecciones... Si el viernes, en Palencia, tuve que escapar por los balcones del hotel, huyendo de un marido que me pilló en plena faena con su mujer...
-¡Serás embustero...!
-¡Como te lo digo!
-¿Y estaba buena?
-¡Jamón! Una marquesa que fue modelo antes de casarse. Tiene unas tetas... y unas gambas...
-Oye, primo... ¿Y no podría yo acompañarte a alguna de esas corridas?
-¡Tú has perdido el sentido! Yo me basto solo.
-No, Omar, coño, que no me comprendes. Quiero decir si no podría ir contigo a la plaza de toros cuando torees por aquí cerca...
-Déjame de líos. Si quieres ir, pregúntale al Cañita tú mismo, que tiene mu malas pulgas y bastante tengo yo con lo mío. ¿Has encerrao la motillo o está todavía en la calle?
-Está ahí al lao, pero seca de gasolina.
-¿Y si nos fuéramos a Torremolinos, a ver si pillamos algo?
-Después de pagar la invitación, no me queda ni un real pa carburante -se lamentó Tomás-. ¿Tú tienes dinero?
-He salío con lo puesto y sin pedirle a la vieja, porque me he escaqueao de matute. Y como vuelva pa pedirle a mi madre y se dé cuenta de que me he escapao, me partiría la cara a guantazos.
El amigo que les había gastado la broma de la alemanita, se volvió hacia ellos con un billete de dos mil pesetas en la mano, que entregó a Omar.
-Toma un préstamo, figura. Ya me lo devolverás cuando seas famoso.
Tras cargar quinientas pesetas de gasolina, emprendieron viaje hacia el barrio de Churriana, que era un atajo para llegar a Torremolinos en sólo veinticinco minutos con el renqueante vehículo de cuarenta y nueve centímetros cúbicos.
-Nos quedan mil quinientas púas -dijo Tomás-. ¿A dónde vamos a ir con esta porquería?
-Tú déjame a mí, primo. A ver.
Había mucha gente en la calle, pero casi todos en edad de jubilación. Los viajes del Inserso se hacían presentes por doquier, en todas las esquinas; riadas de alegres abueletes soñando con la adolescencia.
-Que me parece a mí que, en vez de meterla en caliente -comentó Tomás-, podríamos poner un anticuario.
-Vamos a la puerta del striptease de tíos en Montemar -dijo Omar.
-¿Ahora te gustan los gachós? -bromeó Tomás.
-Vas a ver. ¿Los domingos no hacen pases temprano?
-Me parece que sí -respondió Tomás-. El guiri aquel que quería contratarme pa que me despelotara, me llevó un domingo y que, si no recuerdo mal, serían como las ocho y media de la tarde.
-Ahora es la una menos cuarto. Seguro que estará a punto de terminar uno de los pases de los sinvergüenzas ésos que se quedan en cueros.
-¿Y qué, primo?
-Joé, Tomás -se impacientó Omar-.¿No te das cuenta de que, después de ver a los tíos en pelotas, las gachís salen del espectáculo a punto?
-Coño, primo. ¡La tunantería que da torear...!
Permanecieron casi un cuarto de hora a la puerta del local, tiempo durante el cual iban saliendo mujeres de dos en dos o en pequeños grupos, pero no en desbandada, como si el espectáculo continuase. Todas las que vieron durante ese tiempo superaban los cuarenta años.
-¿Ninguna de ésas te va, primo? -preguntó Tomás.
-A mí, la edad no creo que me importe, que ya me han camelao un montón de cuarentonas y un día de éstos empezaré a hacerles creer que han rejuvenecío, pero ¿no ves que son casi toas españolas? Si queremos follar sin más pejigueras, hay que encontrar guiris.
En ese momento, salieron tres que parecían extranjeras y que no podían tener más de treinta años. Omar le dio a su primo un codazo y ambos se volveron de frente hacia ellas, con las manos en los bolsillos, los glúteos remetidos y tensando la bragueta hacia fuera. El contenido debió de parecer interesante a las tres, puesto que se pararon ante ellos, los miraron de arriba abajo, más abajo, y sonrieron.
-¿Parle vous français?
La que preguntaba era, precisamente, la que los dos estaban mirando como alucinados, pelo rubio aclarado, anchas caderas, buena delantera y cara de estar de vuelta. Cuando los jóvenes respondieron que no con la cabeza, una de las otras, que no era tan atractiva, trató de hablar en español:
-Nous ir comer mariscos. ¿Vous convidar nous?
-¡Que te follen! -murmuró Tomás por lo bajini.
Omar se ahuecó la bragueta con ambas manos para recalcar el contenido, en ademán de invitarlas a comer salchichón. La que presumía hablar español, dijo:
-Très cojonudo.
Las tres se alejaron riendo a carcajadas. También los dos jóvenes rieron, pero ya con cierta decepción. Cuando Omar, recordando que tenía tentadero a las ocho y media, se disponía a proponer a su primo regresar, salió una joven sola, hermosísima, de nacionalidad indefinible. El pelo moreno y algo rizado caía en cascadas sobre la cara exquisitamente maquillada, donde los ojos verde claro refulgían como aguamarinas, la nariz era un primor de pintor y la boca, perfilada con carmín muy oscuro, dibujaba una sonrisa seductora enmarcando su luminosa dentadura criolla. Omar y Tomás repitieron la escenificación de resaltar sus atributos, ella sonrió y, con desenvoltura desinhibida, les dijo en español:
-¿Están buscando empatar?
-¡Digo! -exclamó Tomás, sin haber entendido la pregunta.
Omar no podía hablar. Descontando el aspecto de la vallisoletana Marisa, el atractivo portentoso de esta mujer colmaba todas sus fantasías.
-¿Quieren venir conmigo a una fiesta privada?
-¿Dónde? -preguntó Tomás, puesto que Omar continuaba enmudecido.
-En casa de un... amigo. Ése de ahí, ¿lo ven?
Señaló el retrato impreso en el cartel expuesto en la puerta, el del stripper estelar del espectáculo.
-Un cachas -comentó Tomás-. ¿No le cabreará que nosotros vayamos?
-¡Qué va! Le encantará. Me llamo Maira. ¿Y ustedes?
-Yo me llamo Tomás y mi primo, Omar, y es torero.
-¿De veras? ¡Fantástico! Mi carro está aquí al lado.
Les abrió la puerta de un Honda deportivo color burdeos. Tomás, notando la hipnosis de su primo, le dejó entrar hacia el asiento trasero y él se sentó en el del copiloto.
-No eres española, ¿verdad? -consiguió murmurar Omar cuando el coche emprendió la marcha.
-Soy venezolana, ¿no recuerdan ustedes mi cara?
Ambos negaron.
-Entonces, mejor.
La conductora no volvió a comentar nada ni intervino en la tímida conversación en susurros que mantenían los jóvenes, hasta que paró el coche en una zona de bungalows, cuando le preguntó Omar:
-Esto queda un poquillo retirao. ¿Nos llevarás de vuelta después?
-¡Cierto! Será chévere llevales por la mañana.
-¿Por la mañana? -se alarmó Omar, anticipando la bronca por partida doble que le caería, tanto de su madre como del Cañita.
-¡Vaya vaina! ¿Resultará que eres un huevón? -ironizó Maira.
Omar no respondió, por si la pregunta no significaba exactamente lo que había entendido. El acento de la mujer era muy sugestivo, pero usaba palabras extrañas. Ella abrió con su propia llave la puerta del bungalow, que se componía sólo de una gran habitación, más una kichinette y un baño. La luz estaba encendida; en la cama de dimensiones descomunales había dos hombres y Omar estuvo a punto de soltar una exclamación desencajada. Salvo por la foto del cartel que había señalado Marina, al joven atleta rubio no lo conocía ni de vista, pero el moreno... Sentía apasionada inclinación por el flamenco, se le removían las entrañas cuando escuchaba una guitarra o alguien entonaba una malagueña o unos abandolaos, pero carecía de erudición, puesto que no sabía reconocer los palos por su nombre... ni a los artistas, aunque sabía que el moreno de pelo largo y ojos como luminarias que yacía con expresión deslumbrada en la cama era famosísimo. Salía mucho en televisión, bailando flamenco en sus recitales por todo el mundo o en entrevistas; una presencia abrumadora, puesto que se trataba de un hombre muy atractivo y todavía joven, que gozaba de celebridad internacional. El rubio presentaba expresión de contrariedad, como si no le hubiera agradado en exceso la irrupción, pero el bailaor sonreía esplendorosamente al examinarlos con detenimiento.
-Siéntense -invitó Maira, señalando una de las doce o catorce sillas que había en torno a la cama, disposición que Omar halló sorprendente.
Viendo que dudaban, el famoso bailaor repitió la invitación:
-Venga, chiquillos, no seáis esaboríos. Sentaros.
Mientras hablaba, el bailaor alzó la cubierta y se sentó en el borde del colchón. Estaba desnudo; su pene, minúsculo en comparación con los pocos que Omar había visto en su vida, estaba rígidamente erecto, como si fuera un clavo. Cogió un pequeño frasco de color caramelo que había en la mesilla de noche, extrajo con una cucharilla un polvo blanco y lo absorbió por la nariz.
-¿No queréis un poquillo? -preguntó ofreciéndoles el frasco.
-No -respondió Omar, adelantándose a Tomás por si acaso.
-Ya me lo pediréis dentro de un rato -advirtió el bailaor, cuyo pene se mantenía exactamente igual, para sorpresa del novillero.
Mientras, Maira se estaba desnudando. Lo hacía como si fuese una profesional de striptease, de manera acompasada y con contoneos muy artísticos y, ahora sí, Omar la identificó. Tampoco recordaba su nombre, porque le parecían insoportables los culebrones que veía su madre todos los días después del almuerzo, pero recordó que Maira era actriz y había salido en uno de ellos, al reconocer no precisamente su cara, sino un lunar muy grande con forma de guinda que tenía en el hombro izquierdo.
-¿Quieren tomar algo? -preguntó Maira, ya completamente desnuda.
Antes de responder, Omar se preguntó por qué no sentía aún la trempera de costumbre. La escena era demasiado insólita, se dijo.
-¿Tienes refresco de naraja?
-¿Nada más? -preguntó Maira, con expresión sarcástica- ¿Y tú? -ahora preguntaba a Tomás.
-Whisky.
-Menos mal que tú sí estás en onda -comentó la actriz.
Sonó el timbre de la puerta. Como Maira se dirigía hacia la cocina a preparar las bebidas y el bailaor continuaba con el frasquito en la mano, se alzó el atleta rubio. También estaba completamente desnudo, presentando una media erección, sin empinar, su pene de dimensiones colosales, algo retorcido y lleno de protuberancias, que lo hacían parecer una batata de las que asaba la madre de Omar en otoño. Franqueó la puerta a cinco personas, dos hombres y tres mujeres. Éstas eran algo vulgares y mayores, con aspecto de vacacionistas de excursión parroquial, pero ellos, con sus músculos, su bronceado y su ropa de marca, debían de ser artistas del espectáculo a cuya puerta habían conocido a Maira, u otros semejantes o, acaso, gigolós. Tras muchos besos y exclamaciones intercambiados con ellos y no con ellas, también fueron invitados por el rubio a sentarse en las sillas dispuestas en torno a la cama. Omar trataba de imaginar lo que estaba a punto de ocurrir. A su lado, Tomás, parecía encantado con la situación, sin extrañeza.
Llegado el rubio a la cama, todavía de pie junto al bailaor, éste le acarició el pene con la misma expresión que usaría para acariciar la cabeza de un bebé.
-Pídele que aguante, corazón -dijo.
El rubio sonrió. Salvo para sus saludos a los recién llegados, que habían consistido en varios "oh", "hey" y palabras así, no había hablado todavía lo suficiente para que el novillero dedujese cuál podía ser su origen. Maira volvió con las copas, que entregó a los dos primos. Saludó a los recién llegados y también les preguntó qué querían beber. Las tres mujeres estaban tan aleledas, que apenas murmuraron sus respuestas en susurros ininteligibles. Cuando volvió portando la bandeja con los cinco vasos, Maira preguntó a los dos de la cama:
-¿Empezamos?
-No -respondió el bailaor-. Todavía hay siete sillas vacías. Se llenarán pronto.
Durante los cinco minutos siguientes, el rubio tomó dos cucharaditas del polvo blanco y bebió un vaso que parecía de agua, pero Omar supuso que podía contener vodka o ginebra; el bailaor sorbió una nueva cucharadita de polvo y obligó al rubio a verterse un poco del contenido del vaso en el ombligo, que el flamenco lamió; Maira preparó una raya del polvo sobre un platillo de plata, que sorbió con un billete de mil pesetas enrollado. Las mujeres con aire de catequistas tenían las mejillas rojas de rubor, pero no desviaban las miradas de los tres de la cama. Éstos comenzaron a reír incesantemente, de modo extraviado. A la cuarta o quinta oleada de risas, sonó de nuevo el timbre. El rubio con la batata entre las piernas volvió a abrir. Eran doce personas, seis parejas, todas compuestas por un joven y una mayor o por una joven y un mayor. En su totalidad, los chicos y chicas tenían aspecto de faranduleros o profesionales con teléfono en las páginas de relax de los periódicos; en todos los casos, los mayores se mostraban perplejos y fascinados al tiempo. Las siete sillas libres fueron ocupadas y varias de las mujeres se sentaron sobre sus acompañantes.
-¿Empezamos? -volvió a preguntar Maira.
-Vamos allá -respondió el bailaor.
Maira se tendió sobre la cama, componiendo figuras de postal pornográfica; se relamía la boca, entornaba los ojos y situaba sus dedos índice y corazón junto a su vulva para abrir los labios de modo que la vagina resultara visible para todos los espectadores. Omar supuso que era el coño más dilatado que había visto jamás, aunque nunca hubiera contemplado ninguno tan pormenorizadamente. Luego de unos cinco minutos de poses de la venezolana, el rubio se arrodilló sobre la cama ante sus muslos y comenzó a animarse la batata, que el novillero consideró que, más que animación, necesitaría un gato hidráulico. Sin alzarse la desproporcionada masa del pene, el rubio debió de suponer que ya estaba en situación de uso, puesto que inició la penetración. El bailaor, sentado sobre los pies de la cama, los miraba con intensidad mientras su pajarito, siempre volandero, continuaba deseando piar.
El rubio permaneció bombeando unos diez minutos, adoptando poses que parecían ensayadas, puesto que, con las manos y los pies apoyados sobre el colchón, alzaba el culo de manera que resultara visible la batata encajada en la arepa venezolana. Lo hacía echando unas veces los pies hacia la derecha de la cama y, otras, hacia la izquierda, de modo que los espectadores pudieran ver cómodamente al ermitraño en la ermita.
-¡Agora estou disposto! -gritó el rubio con acento que a Omar le pareció portugués.
El bailaor se puso de pie sobre el colchón y clavó su puntilla en el ano del rubio de una sola estacada. Prisionero entre Maira y el flamenco, el portugués pareció ser arrebatado por una posesión demoníaca, puesto que comenzó a saltar convulsionándose, dando botes que le alzaban más de un palmo sobre el cuerpo de Maira con el otro encaramado a su espalda, mientras gritaba roncamente palabras que Omar no consiguió entender ni una.
Ahora, sí. La trempera del novillero había recuperado los parámetros de costumbre. Tenía necesidad perentoria de participar en lo que, según todas las trazas, era un espectáculo aunque no pudiera deducir quiénes pagaban y quiénes cobraban, pero el único coño disponible estaba ocupado de sobra. Miró a un lado y otro, a ver si alguna de las mujeres vestidas estaría dispuesta a desnudarse, pero lo que observó en todas las caras le quitó la idea de la cabeza. Aquellas personas estaban mirando con fascinación, principalmente las mayores, pero sin ningún otro interés que una observación que parecía concertada.
El bailaor volvió la cabeza hacia los dos primos con ojos vidriosos y sonrisa que trataba de ser cómplice, diciéndoles:
-Esto no es gratis. ¿Por qué no os desnudáis y os ponéis a tiro?
Con algo que no era capaz de calificar en el pecho y el estómago, Omar empujó a Tomás rumbo a la puerta.
-Vámonos, primo -dijo.
Siguiéndolos con la mirada, dijo el bailaor:
-Oid, no se os vaya ocurrir contar por ahí lo que habéis visto.
-No te preocupes, tío -tranquilizó Omar-. El domingo que viene, te traigo un regimiento, pa que puedas demostrarles que eres tú quien te follas a los tíos y no ellos a ti, como chismean en la tele.
Los dos primos rieron nerviosamente sin parar durante todo el viaje de vuelta. Ninguno de los dos había comprendido del todo la naturaleza de la escena. Cuando cayó en su cama, Omar temió que los bostezos le revelasen al Cañita por la mañana que había trasnochado. A pesar del temor, y a pesar también de llegar con las mismas reservas energéticas con que había salido, se durmió inmediatamente

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