viernes, 30 de julio de 2010

LOS TERCIOS DE OMAR CANDELA. Quinta entrega


VII – Revolera

-¿Quién es? -preguntó Isabel Gámez al responder el teléfono.
-Manolo Rodríguez, ¿cómo está usted?
-¿Manolo Rodríguez? ¡Ah, el nazareno!
-¿Le gustó la procesión?
-Mucho. ¿Es verdad esa leyenda que cuentan del bandido?
-Creo que sí; por lo menos, los malagueños creemos a pies juntillas que el bandolero Zamarrilla existió de verdad y que los migueletes no lo pudieron descubrir cuando se refugió en la ermita del Perchel, bajo el manto de la Virgen. La imagen es pequeña y el manto era muy chiquitillo y, aunque no lo escondía del todo, los migueletes no lo vieron, como si la Virgen hubiera decidido protegerlo. En agradecimiento, él le tiró desde abajo una rosa blanca atravesada con su puñal, que fue a clavarse en el pecho de la imagen; al instante, esa rosa blanca se volvió roja. Fue un milagro... pero yo la llamaba pa otra cosa. Dentro de dos sábados toreamos en Palencia... ¿Eso no está cerca de ustedes?
-Pues sí, a cuarenta y siete kilómetros. ¿En Palencia capital?
-Allí mismito.
-No creo que podamos, don Manuel. Vamos a ver... El sábado de la semana que viene, mi sobrina va de excursión a las cuevas de Altamira.
-¡Qué lástima! Al niño le hace una ilusión...
-Me extraña. Yo creía que, después de la broma que le gastó Marisa en el tren, no iba a tener más ganas de vernos en toda su vida. Es una pena que no podamos ir, don Manuel...
-Osú, déjese de tantos dones. Tráteme de Manolo.
Isabel calló un instante. En las apreturas, durante el multitudinario encierro de la procesión, había notado las miradas golosas que el apoderado le dedicaba, y no acababa de decidir si el interés que tales miradas revelaban le halagaba o no. Se aclaró la voz para cambiar de tema:
-¿Cómo va el muchacho? Lo del domingo fue estupendo. Después de una tarde como la de Vélez, ¿sigue usted con tanto escepticismo sobre sus condiciones toreras, como me dijo el día de la procesión?
-De momento, estoy a liquindoy, porque con este chiquillo no sabe uno a qué carta quedar. A las primeras de cambios podría dar la espantá. Pa enfrentarse a los toros hay que tener mucho valor, ¿sabe usted?, y por ahora el niño ha dao menos pruebas de valentía que una liebre en un canódromo. Mañana tenemos una novillá en Nerja; ojalá que repita el faenón y lo del domingo pasao no haya sido un pronto.
A pesar de sus dudas, Isabel sentía deseos de encontrarse de nuevo con Manolo el Cañita. Suponía que por lo divertida que resultaba su charla. Otra vez se aclaró la voz.
-Escuche, Manolo, la verdad es que a mí me gustaría mucho volver a verlo. Así que, aunque mi sobrina no pueda, creo que iré a Palencia.
-Eso está muy requetebién. Tengo yo ganas de contarle esa leyenda del Zamarrilla con más detalle.
-Pues allí estaré.
-Le dejaré una barrera a su nombre en la taquilla.
-No tiene que molestarse...
-Claro que sí. ¿Qué menos puedo hacer, ya que se tomará usted la molestia del viaje?
-Magnífico. Pues nos veremos el sábado.
-¿Podremos invitarla a cenar?
-Ya veremos.
Era por el niño, se dijo el Cañita cuando colgó el auricular, por el enchochamiento que parecía tener Omarito con Marisa. Pero, si sólo era por eso, ¿por qué se sentía tan contento de que la sargenta estuviera dispuesta a encontrarse con él dentro de ocho días?
Bueno, ahora, lo importante era ocuparse del trabajo. Además de la plaza de Palencia, habían requerido la presencia de Omar Candela en Colmenar Viejo, Játiva, Albacete y Fernán Núñez. Más novilladas pagadas de las que había tenido Omarito toda la temporada anterior. Las cosas empezaban a funcionar, pronto podría recuperarse de la inversión, pero... ¿y si el niño daba otro gatillazo mañana en Nerja? Mejor no pensarlo.

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