sábado, 15 de octubre de 2011

VENECIA: INAUDITA Y SENSUAL


BROCADOS, GÓNDOLAS Y MÁRMOLES,
CÓMPLICES DE DONJUANES Y CASANOVAS.


La isla inaudita de Eduardo Mendoza es la patria de Marco Polo, una rareza universal que fue el escenario galante de Casanova, el amante que más cornamentas regaló a honestos mercaderes. Esta ciudad con cimientos de troncos clavados en un pantano allá por el siglo V, creció con fantasías de mortero, se hizo monumental en ojivas imposibles y sobrevoló las brumas de la Laguna Véneta con ensoñaciones, capaz de trasmutar el mármol en seda, como en el asombroso púlpito de los Gesuiti.

Venecia no se parece a ninguna ciudad de mundo, aunque muchas la hayan imitado (llámense Amsterdam o San Petersburgo) y hay que admirarla hacia arriba, surcando el Gran Canal o las oscuras entrañas acuáticas, para extasiarse con los encajes de bolillos de sus balconadas y las torres galácticas que creen ser gaviotas.


Raphael cantaba que no es indispensable ir a Venecia para el amor... aunque ayude tela marinera, y el carnaval veneciano es un prodigio estético que sugiere toda clase de deleites sensuales, pero no hay que cantar ni carnavalear para penetrar el misterio; en la plaza de San Marcos puedes notar una mirada, ante el Palazzo Ducale sería una sonrisa, y en el puente de Rialto o el colorista mercadillo vecino, un movimiento del cuello. Signos para alcanzar placeres refinados, pero no te equivoques: las italianas del norte, y en particular las venecianas, son tan gentiles, que podrías precipitarte sacando conclusiones erróneas, y encontrarte con que la chica te echa los perros de un sargento de carabinieri o un primo siciliano trajeado de negro. También puede suceder que la mirada, la sonrisa y el movimiento del cuello sean lo que deseas y entonces, tras descubrir atónito adónde puede llegar una lección horizontal de quince siglos de sabiduría amatoria, celebrarás alucinado haber hecho la excursión.
Luis Melero

LO INEVITABLE: Un póker de ases
Más tópico que un botijo, pero hay que sentarse en un café de la plaza de San Marcos, porque no existe en el mundo un lugar donde los ojos se maravillen más mirando en cualquier dirección. Pero si sacaras partido de tirar los tejos, galantéala en góndola por el Gran Canal y si el clima lo permite, recuerda a Thomas Mann en la playa de Lido. Navegando hasta Murano, completarías el póker de ases y la vida será rosa sea cual sea el color del cristal con que la mires.

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