domingo, 31 de julio de 2011

VIVA ISABEL Por Luis Melero


Astracanada en verso, en dos actos. OfrezIsabel II es una reina que, en mi opinión, no ha sido suficientemente tratada por la literatura a pesar de ser un personaje tremendo.


PERSONAJES:
Isabel II (debe tener deje andaluz)
Fray Peneo, nuncio extraordinario y plenipotenciario del Papa Pío IX (hablará con acento italiano)
Doña Mencía, marquesa de Olías,
Lolita Clavel
Doña Celeste del Prado (Alcahueta, debe ser una cómica con recursos. Jugar con Celeste-Celestina)
Pepillo, guardia real de servicio en palacio;
Carlos Luis Duque de Montemolín (con acento catalán)
Francisco de Asís
General Espartero
Sor Patrocinio
Coros.


SINOPSIS:
Acto I
Isabel II sufre uno de sus frecuentes enamoramientos. Pero esta vez el objeto de su deseo, un soldado de la guardia llamado Pepillo, no es tan predispuesto y complaciente como sus antecesores.
La reina pide ayuda a doña Mencía, marquesa de Olías, para consumar su deseo, pero mientras la marquesa lo intenta, acude Espartero a avisar de la llegada de un delegado del Papa Pío IX, portador de exhortación por lo escandalizadas que están las cortes europeas a causa de los devaneos eróticos de la reina de España.
El delegado Papal, fray Peneo, es un joven muy brillante y muy atractivo, de quien la reina se prenda en seguida. El fraile, sin embargo, se niega a su acoso y trata de que le auxilie el lego que le acompaña y que espera fuera del gabinete.
En lugar del lego, acude Lolita Clavel, criada de lenguaje y gesticulación rabanera; informa de que el lego lleva dos horas comiendo sin parar. Al oír hablar de comida, fray Peneo pregunta dónde están las cocinas y echa a correr, "porque ayuno desde Roma".
La Reina pide consejo a Lolita Clavel, "porque a este italiano ansío". Lolita dice que ha visto que doña Mencía mandó bañar y perfumar a Pepillo y sugiere a la reina que vista al guardia de fraile para confundir a fray Peneo y acusarle de impostor. La reina acepta y la manda a urdir el plan.


Acto II
Isabel está muy nerviosa. Desea con vehemencia ser consolada por las gracias del italiano. Acude doña Mencía para avisarle de que "Pepillo, según me ha dicho Lolita, está preparado como fraile", pero dice que se acerca al gabinete Francisco de Asís acompañado del duque de Montemolín, que acude con exigencias de los carlistas.
Isabel se enamora perdidamente del duque y, en un aparte, pide consejo a doña Mencía. Ésta le recomienda hablar con "Celestina", no sólo para que le ayude a vencer la resistencia hostil del catalán, sino para aclararse entre Pepillo, fray Peneo y el Duque. Tras la salida airada de Montemolín, acude fray Peneo "pues vuestra majestad me manda llamar": Isabel, que ahora suspira por el catalán, sabe, sin embargo, que tiene que librarse de los molestos regaños del Papa y manda entrar a "fray" Pepillo: cuando acude éste disfrazado, mete muchísimo la pata y no resulta nada convincente como suplantador del "delegado papal", pero Isabel amenaza airadamente a Peneo con encerrarlo en una mazmorra hasta la muerte. Peneo conoce de oídas las peligrosas rabietas de Isabel y decide, para librarse de su ira, fingir enamoramiento. Isabel le rechaza, echándose encima del "verdadero nuncio" Pepillo. Éste, que exterioriza terror, se comporta inesperadamente con el mismo afeminamiento de Francisco de Asís, a quien llama a grito pelado. Acude el rey consorte y se lo lleva amarteladamente.
Isabel, a solas con Peneo, muestra enorme confusión. Llaman a la puerta y entra Celestina (es un trasunto muy obvio de Aramís Fuster). Celestina pide a la reina que se relaje en el sofá y manda salir a Peneo: tras diversos conjuros, le dice a la Reina que ya tiene el poder de enamorar a quien quiera sin que se le resista. Ahora, Isabel dice que a quien desea de verdad es a Pepillo. "esa loca que me ha robado la loca de mi marido". Acude Asís, diciéndole cuánto la ama "por enseñarme nuevas variantes del amor, al disfrazar de fraile a Pepillo". Acuden también Montemolín y Peneo, peleando entre sí por favor de la reina. Finalmente, Isabel le pregunta a Celestina "¿qué embrujo me has dado?, porque te amo y tu favor ansío"





ACTO 1
Escena 1, Isabel y Doña Mencía.

Gabinete de la reina. Al levantarse el telón, Isabel II está muy agitada y recorre nerviosamente el escenario de parte a parte, con reiteración. Doña Mencía trata de tranquilizarla.

Mencía:
Sosegaos, Majestad,
que no es cruel indiferencia;
es la bendita inocencia
de quien gran respeto os da.

Isabel:
¿Respeto, doña Mencía?
¿Mientras su tez enrojece
y sus hombros se estremecen?
Al mirarlo, yo diría
que tiene una batidora
triturando sin cesar
venga y toma, toma ya,
metida en la cazadora.
Así es, doña Mencía,
que me estremece y arroba
lo que sus ojos me roban…


Mencía:
Es como todos los días,
pues bien sabes, Majestad,
que los dimes y diretes
por los rincones se meten
y le causan cortedad.

Isabel:
No es cortedad lo que aprecio
cuando sus calzas se inflaman.

Mencía:
Es que todas las mañanas
llegáis con los mismos tercios:
Manoseo por aquí,
manoseo por allá
y apretones acullá.
Y él, siempre en un sinvivir,
porque cuando recorréis
los pasillos de palacio
sea con prisas o despacio,
a todos mano metéis.
Toda la guardia real
va con la bragueta inflada
entre salones y salas
por tu mano, Majestad.
(aparte)
Pues doña Isabel segunda
es como una Marujita
que a todo Dinio le quita
calzoncillos y coyundas
(a la reina)
Pepillo es guardia leal,
pero la rijosidad
que te quema, Majestad,
en la guerra y en la paz,
le produce desconcierto...

Isabel:
Pero a mí me pone ansiosa
que me eluda cual raposa.

Mencía:
No es rechazo, sino tiento;
porque todos chismorrean
en palacio que dejáis
a los que cama les dais
sin empleo ni cartera
cuando de ellos os cansáis...
y siendo así de abusona...

Isabel
¡Doña Mencía!

Mencía:
Sí, Señora,
perdonad si os molestáis,
mas pedís que sea sincera
cuando de chismes os hablo.
¡Deseáis que hable claro
y no sea lisonjera!.

Isabel:
Pero ahora exageráis.

Mencía:
(aparte)
¿Exagerar es decir
las verdades del barquero?
Pues a todos deja en cueros
antes y después del sí.
Antes, por rijosidad;
después, por racanería.
Pobres se van cual solían.
(a la reina, con reverencia)
Disculpadme, Majestad.

Isabel:
Yo te perdono, Mencía,
mas a Pepillo lo quiero
como chorizo con huevos...
desayunarlo de día,
de noche y de madrugada,
gozando su lozanía
y la enormidad que ansía
mi pasión desaforada.
Lo que quiero, Menciíta,
es que lo traigas aquí
como quien va a recibir
recado, manda o misiva.

Mencía:
¿Y no debo procurar,
como ordena el reglamento,
firmado el asentimiento
de su jefe, el general?

Isabel
Del general Espartero
poco se puede esperar
aunque sea liberal
y de Londres venidero.
Aunque medito si darle
el encargo de gobierno
no puede mi pensamiento
llegar a considerarle
porque viene cada día
con voces y admoniciones
y afea mis achuchones
con soldados y vigías.
¿Qué mal tiene un revolcón?
¿Qué mal hago con gozar?
¿Quién me puede reprochar
que desahogue mi pasión?
Don Joaquín el Espartero
de cuyo caballo todos
se hacen lenguas con asombro
es demasiado severo.
Si ahora vos le sugerís
que deste Pepillo quiero
catar humores y cielos,
presto hablará con Asís.

Mencía:
¿No parece vuestro esposo
perdonar tu liviandad?
Dada tu rijosidad...
él no se muestra celoso.

Isabel
¿Qué habría de perdonar
el Asís, si no se cosca
y no me da ni una rosca?
Temo la severidad
de Espartero, que enjuicia
cual si yo fuera clarisa
o sor de la Caridad
y a don Francisco de Asís
le calienta la cabeza
como grupa de abadesa.
¡Quiero revolcarme aquí!
Porque este rey consorte
es una patata frita
sin sal, pimienta ni chicha.
¡Es más frío que Monforte
cuando lo cubren las nieves!
No tiene genio ni porte,
es peor que el Polo Norte;
¡sólo mis vestidos quiere!
Porque le gusta un desfile
de modas más que a Cañadas
y se escapan sus miradas
hacia los mozos, por miles.
Tráeme pronto a Pepillo
que me agobian los picores.

Mencía
¿Deseáis que lo decoren
y lo vistan cual Cupido?

Isabel
Bastará con que lo bañen
pero no mucho, pardiez,
porque el olor de cuartel
me pone el vientre que arde.

Mencía
¿Mando, pues, que lo restrieguen
con esponjas y jabones?

Isabel
No, que no me le roben
ese tufillo que tiene
de sobaquillo viril...
masculinas vaharadas...
¡que se me va la mirada
siempre golosa al pernil!

Mencía (aparte, antes del mutis)
Esta reina, vive Dios,
como Penélope va
desde el Tom al Adrián,
metidita a picaflor.
Con tan grande marejada
de su uterino furor
acapara cual mentor
de Marbella concejala.
Es como Carmen Electra.
O como una Mesalina
que viaja en limusina.
Es igual que la princesa
De los fiordos y el salmón.
Pero de esta rebañina
Una verá lo que pilla,
Pues estúpida no soy.

SALE MENCÍA CON UNA REVERENCIA.


















Escena 2, Isabel. Llega Espartero. Luego, fray Peneo.

Isabel (muy voluptuosa)
Ay, Pepillo, vida mía;
ven pronto a mi gran volcán,
lléname de tu... panal,
que promete maravillas
a juzgar por el volumen
que adopta cuando lo miman
mis manos; cuando lo ansían
mis carnes. Ven, dame un chute
de esa manguera de incendios.
Drógame cual cocaína.
Destrózame la barriga.
Trátame sin miramientos.

GOLPES EN LA PUERTA, QUE SE ABRE.
ENTRA ESPARTERO DOBLADO EN GENUFLEXIÓN.
ISABEL CAMBIA A FORZADA POSE MUY HIERÁTICA.


Espartero:
Majestad...

Isabel:
Decid don Joaquín.

Espartero:
Ha llegado un delegado
del Papa, para entregaros
exhortación. ¿Qué decís?

Isabel:
Y... ¿Debo hablarle, Espartero?

Espartero:
Es preciso, Majestad,
pues es gran plenipotenciario
y hace cara de malfario.
¡Es nuncio con potestad!
Con la inestabilidad
de vuestro reino, señora,
rehusad a todas horas
con la Iglesia a tropezar.

Isabel:
Este Pío nono me tiene
las narices más hinchadas...
¡Soy reina de las Españas!
Ese nuncio, ¿qué me quiere?
¿Qué suponéis que desea?

Espartero:
Os trae recriminación
por las horas de pasión
que al sexo cuentan que entregas.
(aparte)
Es que esta reina, pardiez,
ella sola le daría
placer a una compañía
de un atestado cuartel.

Isabel:
¿Es buen mozo el delegado?
¿Cómo se llama el bardián?

Espartero:
Fray Peneo se hace llamar
y luce sano y delgado.

Isabel:
De acuerdo, sano y delgado...
Pero ¿son anchos sus hombros?
¿Sus calzas causan asombro?
¿Se le marca un gran legado?

Espartero:
Tal no podría afirmar,
pues no miro tales cosas
y al fray tapa generosa
grande sotana talar.

Isabel:
¿Que es profeso suponéis?

Espartero:
Es profeso, lo aseguro
exprofeso, y le auguro
predicamiento en la grey.
Por ello, su Majestad
debe darle cuartelillo.

Isabel
Entonces, generalillo,
hacedlo presto pasar.

Espartero (asomándose fuera de la puerta)
Pasad, don Peneo, pasad
que la reina os espera.

Peneo (entrando, habla a alguien con la cabeza vuelta atrás)
Espérame aquí fuera.
Hablaré a su Majestad
(reverencia)
A vuestros pies, Isabel,
manda el Papa que me postre.
A España, valiente y noble,
manda don Pío agradecer
su gran religiosidad.
Pero me manda, también,
deciros que no está bien
lo que hace su Majestad.

Isabel (altanera, a Espartero, que sale)
Don Joaquín, dejadnos solos.
¿Cómo os llamáis, delegado?

Peneo:
Peneo me bautizaron

Isabel:
Es un nombre apetitoso.

Peneo (sonríe con rubor):
Nombre griego es de famoso
río que el Olimpo riega,
mas para vos y la Tierra
"Fray Peneo" es más hermoso.

Isabel:
Peneo es la mar de hermoso
lo mire como lo mire.
(pausa, como si meditara calculadoramente)
¿Al Papa quién va a decirle
que hago algo deshonroso?

Peneo:
Nadie en concreto, señora,
el rurrún es clamoroso
y recorre presuroso
de norte a sur toda Europa.
Tanto resuena el rumor
que ya es certeza total.
Debe, pues, su Majestad
rectificar el error;
pues de la Iglesia adalid
España fue desde antiguo
y se os exige, ahora mismo,
dejar de ser meretriz...

Isabel:
¡Fray Peneo, qué decis!
¿Sabéis ante quién estáis?

Peneo:
¡Ciertamente!

Isabel:
Pues habláis
a la reina más gentil,
devota y comulgadora

Peneo:
¿Devota de matinales,
vespertinas y misales,
devota hora tras hora?

Isabel:
Soy ferviente penitente.
Os lo juro.

Peneo:
Por mis males
que el juramento no vale.
Vuestra Majestad me miente.

Isabel:
¿Qué haría para convenceros?

Peneo:
Nada agrada más a Dios
que un acto de contrición.
Confesaros ahora quiero.

Isabel (muy dudosa y alterada, finge ingenuidad):
¿Ahora mismo? ¿Tan temprano?
¿Cuando el cuerpo, todavía,
no tuvo ni una alegría?
¿Qué podría confesaros?

Peneo:
Los pecados de tu vida.
Vamos presto. Arrodillaos.

Isabel:
El miriñaque es prestado.
Temo hacerle una arruguilla.

Peneo:
¡Qué dama tan graciocilla,
taimada reina Isabel!
"Defensora de la fe"
tendría que ser tu divisa
y en cambio, no se barruntan
en tu vida cotidiana
más que risas casquivanas
y los placeres que juntas
noche tras noche, sin fin,
en orgías indecentes
con hombres improcedentes.
¡Preparad un bien morir!

Isabel:
¿A mi edad? ¡Si tengo veinte!

Peneo:
¡Qué más da! Arrodillaos

Isabel:
Tengo un lobanillo abajo,
(toma la mano de Peneo y trata de que le toque el muslo)
reverendo, ¿no lo sientes?

Peneo (apartándose, escandalizado):
Aparta de mí, Satán,
que me queman tus pecados.
Nunca meterás las manos
entre mis piernas, bardián.

Isabel (aparte):
Este fray es inconmovible,
cual peñón de Gibraltar,
como el Marte de Sardá,
sin competencia posible.
¿Qué haría yo para minar
su fortaleza? ¿Decirle
que tengo un picor de ingles
que sólo él puede calmar?
(A Peneo)
Escuchadme, don Peneo:
puesto que sois italiano...
y no queréis meter mano...
¿no seréis veo y no veo?
Los ítalos tienen fama
de románticos amantes;
¿dejarás de ser galante
y que otros carden la lana?
¿No serás cual Julio César
que quería ser marido
de las esposas cumplido
y con los hombres princesa?
(aparte)
¡Toma ya, chúpate esa!
A éste yo me lo ligo.

Peneo:
Yo sólo soy cumplido
entre frailes y abadesas.

Isabel:
¿Tal es, pues, tu preferencia?

Peneo:
Majestad, yo soy cumplido,
después de haber bendecido
cocinas y sobremesas.

Isabel:
¡Acabáramos! Resulta
que sólo tras atracarte
de viandas hasta hartarte
tú te sueltas las coyundas...
Si el problema es rellenar
tu sistema digestivo
ahora mismo, buen amigo,
mando servir tu yantar.
Y en cuanto comido hayáis
desinfectaros los bajos,
lavaros bien el badajo
y en la cama me esperáis.

Peneo:
¡Majestad, qué impertinencia!
Mi virtud es persistente...
yo jamás fui penitente,
pues limpia está mi conciencia.

Isabel:
Tú me engañas, ya lo veo
porque alguna cosa extraña
hace tienda de campaña
en tu sotana, Peneo.
(Se acerca sugerentemente y trata de meterle mano)
¿Es aféresis del nombre?
¿Es tu nombre lo que abulta
juntando bulto con punta?
¿Es tu dotación de hombre?

Peneo (da un repullo y salta hacia la puerta):
¡Quitad, Majestad, quitad!
Mi virtud es inmaculada.
(abre la puerta y llama afuera)
¡Quiere violarme en la cama,
acude, por Dios, Froilán!
(Pausa, como el lego no acude, insiste):
Acude, por Dios, Froilán,
rescátame del Maligno,
canta conmigo algún himno
y sálvame de Satán.





Escena 3, Isabel, Peneo. Llega Lola Clavel.

LOLA ENTRA CON GRAN REVERENCIA Y PERMANECE EN TAL POSTURA HASTA QUE ISABEL LA DISPENSA.

Isabel:
¿Por qué, Lola, has acudido?

Lola:
Porque llama el italiano.

Isabel:
Pero a ti no te ha llamado.
Es para su lego el grito.

Lola:
Lo sé muy bien, Majestad,
pero el lego permanece
en la cocina entre preces
¡comiendo sin descansar!

Isabel:
¿Y por qué te vienes vos
en vez de doña Mencía?

Lola:
Porque está en una pofía
con vuestro guardia de corps.

Isabel (con expresión de caer en la cuenta y como si quisiera disimular):
¡Ah, si! Creo que me dijo...
que tenía que gestionar
no sé qué... y no sé cual...
con ese guardia, Pepillo.
(aparte)
Esta Lolita Clavel
no me cree ni una palabra.

Lola (aparte):
Isabel me cree cabra
loca, incapaz de leer.

Isabel:
Enderézate, querida,
que es mucho lo que yo pago
costeando tus lumbagos.
¿Qué decías de la cocina?

LOLA ESTÁ DISTRAÍDA, OBSERVANDO A PENEO.

Lola (aparte):
Este mozo pinturero
tiene hechuras de chulo;
cuando lo vea desnudo
tendrá pinta de torero...
(a la reina, mientras se endereza)
En la cocina, señora
lleva dos horas cumplidas
el tal Froilán, pica y pica
entre sartenes y ollas,
y no para de picar
porque lo suyo no es hambre
es carpanta de fiambre
que quiere resucitar.
Empezó con dos raciones
de potaje de garbanzos,
siguió con cuatro pedazos
de morcilla con morrones.
Acabó con las gallinas,
los capones y pichones.
Devoró un par de... melones
y ahora acaba una sandía.
¿Créis que debo mandarle
que deje de masticar?
¿No podría hacerle mal
quedar con algo de hambre?

Peneo (aparte):
¡Ya está! ¡Ya nos descubrieron!

Isabel:
No, Lola, no le interrumpas,
que siga zumba que zumba,
y que disfrute comiendo.
Que recuperen las fuerzas
el fraile y el ayudante
pues han de tener aguante
cuando venga lo que venga.

Lola:
¿Qué ha de venir?

Isabel:
Ya lo sabes.

Lola:
¿Le gozaréis?

Isabel:
Eso espero.

Lola:
Entonces... ¿lo pongo luego
berrendo y babeante?

Isabel:
Algo, sí, pero cuidado
porque a veces me los dejas
reventados, sin mollejas,
felices y extenuados...

Lola:
Es que una no es de piedra.
Y si me mandáis tratar
de que lleguen a tu lar
con el caldo entre las piernas...

Isabel:
Una cosa es excitarlos
y otra, y muy diferente
es devorarlos cual liebres,
y.... entregármelos...

Lola:
Disculpe su Majestad:
¿Debo hacer con este fraile
lo que hago cada tarde
cuando os visita un galán?
¿Habréle de perfumarle
con esencias de heliotropo
mas discreto, poco a poco,
sin sus esencias quitarle?
He de hacer que


Isabel:
No sé... me asaltan las dudas...
Se resiste cual forzado
o como gato escaldado.
Parece un anciano cura...
Tú, Lola, ¿cómo lo ves?

Lola:
Aprecio gran hermosura
y muy grande galanura.
Os satisfará, Isabel.

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