miércoles, 23 de noviembre de 2011

LOS CÁTAROS



Los cátaros se llamaban a sí mismos aprendices de Cristo del segundo advenimiento. El segundo advenimiento y el segundo Gólgota ya empezaron con los cátaros. Con la fuerza de la pureza virginal se alcanzaba una transformación sin violencia del hombre. Su rasgo característico era la atmósfera de amor y confianza que reinaba entre sus miembros. Las tiernas y conmovedoras relaciones entre los teogamitas, hacían que en poco tiempo sanaran y se calmaran las almas más heridas. En sus sociedades se establecían relaciones muy cercanas y excepcionales, relaciones mucho más que familiares.
La base de su santidad se consideraba la pureza, que se alcanzaba con ayuda de una especial dedicación a la Virgen Santísima. Los devotos, como uno solo, se encontraban envueltos en un ímpetu abrasador por alcanzar la pureza perfecta de corazón, conciencia, espíritu y cuerpo. Con la fuerza de la pureza virginal se alcanzaba una transformación sin violencia del hombre.
Los cátaros enseñaban: “Dios es amor puro y virginal en el que no hay lugar para el castigo, el enjuiciamiento, la maldad, la enfermedad ni la muerte. Dios no causa ni de forma directa ni indirecta ningún mal al hombre. Todo el mal corresponde sólo al príncipe de este mundo-Rex, el diablo.
Los buenos pastores se planteaban como objetivo encender en los corazones el fuego de la metanoia (la transformación interior), con la que se efectuaba la limpieza de toda la esencia del alma, de su estructura espiritual. La bondad extraordinaria de los cátaros cautivaba inmediatamente. El mal perdía el poder, desaparecía ante el fenómeno de una bondad extraordinaria.
Para los cátaros la santidad del hombre significaba alcanzar la bondad angelical. Pero ésta era una bondad de un tipo muy especial que partía de las fuentes del Principio. Una bondad que excluye lo melifluo, lo seductor, que por el contrario supone una sobriedad del alma y el conocimiento de las leyes universales de la Sabiduría.
El amor generoso y la bondad sin límites abrían en el hombre un potencial infinito.
“Nuestro Padre celestial es inmensamente bueno y cada persona, a pesar de equívocos y errores, en lo más profundo continúa siendo puro” – es esto lo que enseñan los cátaros.
Conmueve la profundidad de las enseñanzas de los cátaros sobre el hombre. Ellos enseñan que el hombre nace en los cielos de la última gota de Mirró del amor del Supremo y por lo tanto constituye una divinidad de origen celestial. En su aparición en la tierra el Rex Mundi, a través de mentiras y engaños llevó a cabo un remodelado de adaptación mediante el cual el alma olvidó al buen Padre y a la Patria celestial y equivocadamente profesó al Rex Mundi como su padre, su creador y protector.
La verdadera Fe está en desenmascarar al pérfido mentiroso que es ese diablo que se hace pasar por Dios en la tierra y volver de esa manera a los preceptos del Padre verdadero.
El camino espiritual de los cátaros comienza con aceptar el Principio del Altísimo con la fuerza del cual se corta la raíz del pecado original, se borran y se arrancan las señales pecaminosas del Príncipe de este mundo – Rex Mundi.
Los cátaros reconocían sólo el poder y el lenguaje del amor, descartando el lenguaje del autoritarismo y la usurpación. Las relaciones entre ellos se construían exclusivamente sobre los preceptos de la misericordia, la bondad y el amor. Se descartaba así todo tipo de obligación y violencia. No existía ningún tipo de reglas formales, rígidas reglamentaciones y rituales muertos. Su fe estaba siempre viva y llena de franco amor por Dios.

Los pastores con enternecedora, eran excepcionalmente condescendientes con las debilidades del prójimo y curaban las almas y los corazones con amor y bondad de origen celestial. Con su propio ejemplo de dedicación desinteresada, los pastores constituían un modelo de santidad.
En este medio, muchos eran los que alcanzaban la santidad de forma rápida y sencilla. Los corazones literalmente se abrían de par en par ante tanta irradiación de amor. Los seguidores de la Fe no podían sino sentirse completamente felices en medio de los pastores que de tal forma les amaban y se encontraban así en una atmósfera de placidez y calma divinas. Entre ellos no se trataban de otra forma que no fuera: “bello hermano”, “maravillosa hermana”, “dulcísimo padre”, “amadísima madre”.
“¡Oh, si la gente supiera qué clase de vida es posible en la Tierra! Dejarían sus preocupaciones mundanas y llegarían a ser sencillos y puros como nosotros” –de esta manera infantil exclamaban los pastores.
Lo verdaderamente asombroso era que al comienzo del camino espiritual no se necesitaba prácticamente ningún esfuerzo. Sólo después, mucho después, comenzaba espiritual, se hacía necesario aplicar la fuerza, ser sensato las veinticuatro horas del día y un profundo trabajo interior.
La esencia pecaminosa se quemaba con el fuego del amor a Dios. Se estimulaba la confesión a corazón abierto excluyendo el enjuiciamiento y el miedo al castigo. El Padre ungido y su prole espiritual vivían en un dialogo maravilloso de amor mutuo. Por encima de la confesión se colocaba el llanto, que se provocaba fácilmente en medio de tanta bondad y paz perfectas. Aún hoy a los cátaros el pueblo no les llama de otra forma que no sea “los buenos hombres”, “los queridos hombres”, “los amados por Dios”, etc.

Muchos miles de almas intentaron familiarizarse con la vida de las comunidades teogámicas donde reinaba una atmosfera de inmortalidad absoluta y de orden angelical. Los teogamitas eslavos tierra regida por las nuevas leyes universales de la Sabiduría, en la base de la cual estaba el amor.
Nuestro contemporáneo el reconocido ungido Juan de San Grial es heredero espiritual del tesoro de los cátaros. En sus innumerables tratados espirituales descubre los secretos de este gran movimiento espiritual.
La Inquisición desacreditó los ideales y las formas de ser de los cátaros y literalmente borró su existencia de la memoria de los hombres. De hecho, el Teogamismo eslavo, precursor del catarismo.
Desde hace siglos existen dos tradiciones, dos formas de fe, dos ramas que se oponen una a la otra. Una se inclina a la sinfonía con el poder laico, convirtiéndose en la ideología del Estado y tiende a expandirse mundialmente. La otra rama es la inmortal, la inconquistable, la espiritualmente pura y aspirante al matrimonio espiritual con el Altísimo.

Las comunidades de cátaros eran dirigidas por los ancianos ungidos que habían alcanzado en la tierra el nivel de dioses personificados. Sus caras brillaban con luz celestial, eran dueños de los grandes secretos del camino divino, obraban la maravilla de la cura y la resurrección de los muertos.

Les era dado decidir el destino del mundo, dirigir los procesos terrenales y del alma. Poseían el poder sobre los elementos y tenían el don de comunicarse con los pájaros, animales y plantas en su propia lengua. Poseían el don de contemplar el amor de Dios con sus propios ojos y mantener con Él el más dulce de los diálogos.
En ellos vivía el Alma divina del amor y la sabiduría, cada una de sus palabras eran santas e indestructibles. La mayor parte del tiempo los miembros de estas comunidades mantenían la clausura en constantes rezos y contemplación.
Muchos de ellos tenían la capacidad de vivir en la tierra cientos y miles de años, alcanzando de esta forma niveles de inmortalidad. Con el mismo respeto se dirigían tanto a Dios como al hombre. Sus conocimientos divinos, sus ideales y dádivas los sacaban de las fuentes de antiquísimas y purísimas civilizaciónes: los atlantes, los hiperbóreos, los arcadios

Bajo su liderazgo, los devotos de la Fe alcanzaban los más altos niveles de espiritualidad, se materializaban en cuerpos inmortales, podían elevarse a los cielos, regresar a la tierra, consagrar el espacio, curar de enfermedades mortales, cambiar la suerte y el destino de la gente. Todas las maravillas que obraban se alcanzaban, no mediante prácticas ocultas o mágicas, sino única y exclusivamente con la fuerza del amor celestial.
El Juan de San Grial heredó de los teogamitas eslavos infinidad de llaves doradas con las cuales se abren los pozos secretos en el corazón espiritual del hombre.
El Juan de San Grial asegura que el futuro de la humanidad está en el legado espiritual de los teogamitas eslavos que constituye un tesoro intacto del cual sacar conocimientos durante miles de años. A través de su extensa obra escrita y en sus innumerables discursos, el Padre Juan, de manera profética, anuncia el advenimiento de la época de una nueva civilización que tendrá como base la pureza divina y el amor de Dios. Proclamar y construir esta maravillosa civilización es considerado por el Juan de San Grial como el objetivo y la gesta de su vida.

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