martes, 1 de noviembre de 2011
EL ENORME TESORO de la Batalla de Rande
UNA DE LAS NOVELAS POR LAS QUE MÁS DINERO ME HA DEFRAUDADO ROCA EDITORIAL ES UNA DONDE FABULO SOBRE EL INIMAGINABLE TESORO QUE TRANSPORTABA LA FLOTA DE LA PLATA DE 1702.
SI SE RESTA POR ENCIMA LO QUE INGLATERRA NOS ROBÓ, LO QUE SE “COBRÓ” LUIS XIV Y LO QUE LLEGÓ A MANOS DE FELIPE V, DEL TOTAL “DECLARADO” QUE TRANSPORTABA LA FLOTA, RESULTARÍA QUE SE HUNDIÓ UN TESORO DE UNOS 85 MILLONES DE DOBLONES DE A OCHO (marea traducir a euros, unos 30.000 millones).
LO QUE ALGUNOS TILDAN DE LEYENDA FUE TAN REAL, QUE LOS AVENTUREROS BELGAS, HOLANDESES, INGLESES Y SUIZOS LLEVAN 300 AÑOS EXTRAYENDO SUBREPTICIAMENTE ORO DE LA RÍA DE VIGO.
JULIO VERNE RETRATÓ A SU CAPITÁN NEMO FINANCIANDO SUS AVENTURAS CON LO QUE ROBABA EN LA RÍA DE VIGO.
PESE A LAS PRUEBAS CLAMOROSAS DE LO QUE AHÍ DEBE QUEDAR, EL GOBIERNO ESPAÑOL NO ACABA DE DECIDIR UNA CAMPAÑA SERIA DE ARQUEOLOGÍA SUBMARINA EN ESA RÍA.
En Octubre de 1702 la Ría vivió un suceso bélico que tuvo una gran repercusión en Europa, la famosa batalla del estrecho de Rande. Tras dicho estrecho se había refugiado una flota hispano-
francesa de la que formaban parte diecinueve galeones cargados de oro y plata procedentes de las posesiones españolas en América.
Aquellos galeones y los barcos de guerra franceses que los protegían fueron atacados y casi todos hundidos por una gran escuadra anglo holandesa. Buena parte de los tesoros se fueron al fondo lodoso de la Ría, donde se supone que todavía permanecen tras los muchos intentos de rescate que tuvieron lugar a lo largo de los Siglos XVIII y XIX.
Parte del oro y la plata se pudo salvar, otra se hundió y una tercera fue el botín de los vencedores. Con el oro de Rande se acuñaron en Inglaterra monedas de cinco, una y media guineas; con las de plata de una corona, media corona, un chelín y seis peniques, todas con la efigie de la Reina Ana en su anverso. Circularon a lo largo de muchos años.
La Historia de la batalla
Desplegadas sus velas, entraban en la ría de Vigo los Galeones de la Plata escoltados por navíos franceses. 40 buques que, al mando del almirante Château Renault y el general Manuel Velasco Tejada, transportaban el tesoro más grande que jamás hubiera atravesado el Atlántico, con una tripulación diezmada por la enfermedad y la falta de agua y víveres.
Los apenas mil habitantes de Vigo, el 22 de setiembre víspera de Santa Tecla, contemplaban como enfilaban hacia el estrecho de Rande, a buen paso, buscando refugio. Bello espectáculo, sin duda, aunque presagio de grandes calamidades. Eran tiempos de guerra; la zona estaba desprotegida, pues las escasas fuerzas se batían en Italia y golfo gaditano; Gran Bretaña, Holanda, Austria… habían declarado la guerra a España y ansiaban hacerse con ese botín que iba a anclar en lo más profundo de la ensenada de San Simón, cerca de Redondela.
La plata, los exóticas frutos, aves, plantas y las valiosas mercancías de Filipinas y la América española, a la par que la información reservada de cuanto ocurría allí, hacía más de 3 años que no salían de Veracruz; finalmente, acabada la guerra de sucesión y entronizado el primer Borbón en España, Felipe V, fueron embarcadas en junio de 1702 y salían rumbo a Sevilla, donde eran esperadas con ansiedad por el Consejo de Indias, los comerciantes y toda Europa.
La natural curiosidad del paisanaje congregó a muchas personas, deseosas de ver de cerca los famosos galeones de la plata de la carrera de las Indias y de oir de los labios de los marineros historias de los exóticos paises…; allí conocieron, además, que la flota fue sorprendida en medio del atlántico por las noticias de los ataques de los ingleses y holandeses a Cádiz; que decidieron variar el rumbo para no caer en manos del enemigo; que el almirante francés pensó conducirla a Brest, importante puerto militar de la Bretaña francesa y que el general español Velasco lo convenció de que la ría de Vigo estaba más cercana y evitarían un posible ataque de los holandeses; que, ya pasadas las islas Cíes, subió a bordo el capitán general de Galicia, príncipe de Barbazón, que había salido de Vigo al avistarlos intentando convencerles de que siguiesen hacia Ferrol, donde estarían más resguardados…
La actividad se hizo entonces frenética en la zona. La prudencia aconsejaba desembarcar la carga, valorada en muchísimos millones, y ponerla a buen recaudo; pero las estrictas leyes de la Casa de la Contratación de Sevilla, que monopolizaba el comercio con las Indias, castigaba con la muerte a todo aquel lo hiciese sin presencia de sus comisionados. Así pues, mientras recibía el permiso de la Corte, el príncipe de Barbazón dispuso la defensa del enclave y organizó los medios para el futuro transporte de la carga.
El estrecho de Rande fue cerrado por una cadena formada por vergas, masteleros, cables, pequeñas anclas y todo aquello que pudiese estorbar al paso de las naves; detrás de ella se colocan los navíos de línea franceses, al fondo los valiosos galeones; los promontorios de Rande y Corbeiro reconstruían sus ruinosas defensas y se armaban con cañones de hierro y bronce sacados de los barcos; a sus pies se excavaban fosas y se recurría a la marinería y a las desentrenadas milicias concejiles para defender estos y los posibles desembarcaderos.
Una parte del tesoro fué desembarcado
Más de 1.500 carretas se habían alquilado –con pago adelantado de un ducado por legua- para transportar la carga en etapas a Pontevedra, Padrón, Lugo… hasta llegar a Segovia. El día 27, al recibir el permiso para el desembarco de la plata de la Real Hacienda, se comienzan a descargar los 3650 cajones que la contenían (7 millones de pesos de plata aprox.) finalizando el día 14.
Juan Larrea, el supervisor del desembarco de la carga de los comerciantes, retrasaba la descarga tratando de ahorrarles el 20% de coste añadido y las posibles pérdidas en el camino; tal vez las naves enemigas pasaran de largo y pudiesen proseguir hasta Sevilla, pensaba…
El ataque
Quiso el azar que el capellán de uno de los barcos de la gran armada de 160 navíos ingleses y holandeses, que ya regresaba a Inglaterra tras los ataques a Cádiz, se enterase de la arribada a Vigo de los galeones, durante la aguada en Lagos. Y que un fraile, abordado en las islas Cíes, lo confirmase. Sin dudarlo, el almirante Rooke, a pesar de su ataque de gota, dispone el ataque.
El 22 de octubre la ría de Vigo se llena de velas enemigas; los cañones de Vigo disparan, pero su corto alcance no logra alcanzar a ninguno de los más de 100 navíos que disponen su plan de ataque: a ambas bandas, 25 navíos con sus brulotes encabezan la formación; las fragatas y bombardas les siguen quedando a retaguardia los navíos mayores. Unos 4.000 hombres de infantería, al mando del duque de Ormond, desembarcan en Domaio y otros tantos lo hacen en Teis, cerca de Redondela, desmantelando las defensas de Rande, tomando las poblaciones ribereñas y haciendo huir a las milicias que las defendían.
La naumaquia empieza pronto; la cadena es rota fácilmente y el fuego de los cañones hace estragos; en ese angosto fondo de botella prácticamente se lucha cuerpo a cuerpo. Los incendios se generalizan a bordo –así la carga se hundirá en el mar y luego será rescatada- y el desconcierto es total. En apenas 5 horas dramáticas, hostigados por mar y tierra, todo está perdido para los españoles: 8 naves incendiadas, 18 apresadas, 10 hundidas, 2 varadas. Imnumerables los muertos y muchos los prisioneros.
El almirante Rooke, ordena desvalijar e incendiar cuantos barcos no puedan acompañarle a Inglaterra; el resto lo hará con su carga y bodegas selladas; ese rico botín –piensa- aumentará su prestigio y acallará las voces de los compatriotas que se oponen a los ingentes gastos que suponen las expediciones marítimas. No olvida seguir la pista a todas las mercancías sacadas de los barcos los días previos, escondidas por lugares cercanos; por su parte, Ormond, reparte entre la infantería los bienes encontrados en tierra y planea seguir la conquista hasta Vigo. Pero la tentación de volver a Gran Bretaña, victoriosos y con un gran botín, le decide a desistir de su plan.
El 31 de octubre, profusamente engalanados los mástiles y sonando las trompetas, la armada victoriosa pasa frente a Vigo llevando su botín. Al fondo de la ría queda la muerte, la desolación, la ruina… y el nacimiento de un mito: los tesoros hundidos en la bahía de San Simón, en Rande.
La fama de Rande
A partir de entonces el nombre de Vigo se popularizó en Europa, debido a la abundante documentación que generó el suceso, con impresión de numerosos grabados conmemorativos y de artísticos mapas para explicar y perpetuar la batalla.
La Batalla de Rande, en fin, sirvió para inspirar a Julio Verne en su novela “Veinte mil leguas de viaje submarino”, uno de cuyos capítulos transcurre en la Ría de Vigo, hasta donde periódicamente se trasladaba el capitán Nemo con el Nautilus para financiar sus expediciones con los tesoros que se encontraban en el fondo de las aguas de Rande.
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